Un día después:
—Hoy tengo que ir a buscar a mi madre en el aeropuerto.
—¿No deseas que la busque? Digo, vas a estar trabajando. Yo puedo ayudarte. Prometo no decir nada de nuestra relación.
—En realidad, no me molesta que lo sepa, pero ya la conozco y si se entera, comenzará con sus cosas y no quiero que vaya a decir algo que no deba.
—Diga lo que diga, tu eres mi novia y futura esposa. No voy a molestarme con mi suegra, no te preocupes— sonrió, y reí.
—Es tan raro escuchar eso. No sabes cómo puede ser a veces.
—Hermosa, yo puedo ir a buscarla y así no te afectas en el trabajo. Sé que deberá ser algo muy raro e incómodo, pero todo lo hago para que no faltes al trabajo.
—No me voy afectar por faltar por unas horas, ¿Por qué no vamos juntos? — desvié la mirada.
—¿No te sentirás incómoda, linda?
—Se va a enterar tarde o temprano y no quiero ocultarlo.
—Si te sientes bien con eso, no tengo ningún problema. Solo prométeme que no te vas a sentir mal por decirle. No quiero preocuparte.
—De acuerdo.
Fuimos al aeropuerto y nos quedamos esperando por mí mamá en el auto. Decidimos venir en su auto, ya que es mucho más cómodo que el mío; en especial, para las maletas de mi madre. Nos dimos un tierno y delicado beso antes de que ella llegara; luego nos bajamos del auto al verla y Dylan la ayudó con las maletas.
—Hola, mamá. ¿Cómo estás?
—Bien, ¿Y él es?
—Él es Dylan, mi pareja.
—¿Pareja? No me habías dicho nada.
—No quería preocuparte. Dylan, ella es Yolanda, mi madre.
—Es un placer conocerla, Sra. Yolanda.
—Igualmente.
Se dieron un apretón de manos, pero el ambiente se sentía algo incómodo. Mi madre siempre pretende que le diga todo, y al no hacerlo, se pone así. Dylan se veía tranquilo, supongo que fue por advertirle.
—Debes tener mucha hambre, ¿Qué tal si te llevamos a comer algo, mamá?
—Sí, muero de hambre.
Mi madre quiso sentarse al frente y la dejé. Lo hice con la intención de que tratara de hacer las paces con Dylan.
—¿Qué tal el viaje, Sra. Yolanda?— le preguntó Dylan.
—Agotador. Esos asientos son muy incómodos.
—Tiene toda la razón.
—¿De dónde salió? ¿Trabaja con mi hija?
—Mamá… — le llamé para que no se pasara.
—No, Sra. Yolanda. En realidad, no trabajo con su hija. Tuve el placer de conocerla en California; ella me cuido cuando estuve pasando por el peor momento de mi vida.
—¿Eras paciente de ella entonces?
—Así es.
—¿Cuánto tiempo llevan juntos?
—Para serle honesto, solo unos días y dos años y medio de conocidos.
Es peor que estar en un interrogatorio de la policía.
Llegamos a un restaurante y nos sentamos en una mesa los tres.
—¿Y por qué lo cuidabas, hija?
—Es algo que no puedo decirte, mamá. No puedo andar por la vida contándote los problemas o la vida de mis pacientes.
—No te preocupes, Rachel. Padecía de una discapacidad visual y su hija fue quien me cuido, Sra. Yolanda— Dylan estaba tranquilo, creo que era yo la única que se sentía incómoda por las preguntas innecesarias de mi madre.
Mi madre se quedó seria.
—Ya veo. ¿Me acompañas al baño, hija?
Sabía que algo iba a decir, pero prefiero que lo haga en privado.
—Perdóname, Dylan. Regresaremos pronto.
—No te preocupes— sonrió encantador.
Según entramos al baño, mi madre me encaró.
—¿Me puedes explicar qué significa esto? ¿Traerás hijos al mundo con alguien así? ¿No has pensado en tu futuro? ¿En mis futuros nietos?
—¿Qué quieres decir con eso, mamá? De verdad no creo que seas mi madre. ¿Cómo puedes tener la mente tan cerrada?
—Te desconozco, Rachel. Podrá ser un hombre guapo, pero si viene cargando esos problemas, mis nietos serán quienes pagarán las consecuencias después.
—No sabes absolutamente nada de la situación y crees saberlo todo. ¿Cómo puedes expresarte o hablar así de una persona, que ni siquiera conoces?
—No hace falta hacerlo para saber que puede traerte problemas luego, Rachel. No deberías estar con una persona que cargue ese tipo de problemas.
—No quieras decirme que hacer con mi vida o trates decidir con quién estoy, porque ese no es tu problema. Estoy enamorada de Dylan y tenga ese problema o no, no me importa. Me gusta por la persona que es, y no me interesa en lo más mínimo la condición que haya tenido. Aún si la tuviera, me seguiría gustando igual. Si tomaras el tiempo de conocerlo, antes de juzgarlo, quizás, entenderías la razón por la que lo amo tanto.
—¿Cómo puedes decir que lo amas? Llevas días saliendo con él, Rachel.
—Jamás entenderías, y en realidad, ya con esto me demuestras que no vale la pena que te explique. Siento vergüenza de que seas mi madre. Te juro que si lo haces sentir mal por tus malditos prejuicios, te enviaré de vuelta a Puerto Rico, y haré de cuenta que no tengo madre. Dylan es el hombre que quiero, con el que planeo casarme y darle millones de hijos, te guste o no, te tocará resignarte— salí del baño molesta.