Me quedé esperando a que todas las empleadas terminaran, y el supervisor no dejó de mirarme seriamente en ningún momento. Primer día y ya parece que tendré enemigos.
Al terminar, nos mostró el área a todas y nuestras obligaciones. Traté de memorizarlo todo. El supervisor bipolar nos envió a mi, y a una compañera, a buscar una botellas, para eso nos entregó una lista con los nombres a ambas.
—Mi nombre es Esther, ¿Eres de por aquí?
—No, no soy de por aquí.
No quería hacer amistades, solo quiero trabajar en paz. Tener amigas en el trabajo solo trae problemas y estoy aquí por el trabajo. Es por eso que respondí indiferente, tratando de demostrar que no busco conversación.
—Entiendo, ¿Cómo es que sabes dónde buscarlos?
—Están ordenados por letra y la lista lo dice. ¿Has tomado el tiempo de leerla?— seguí buscándolas con calma y ella se quedó leyendo.
Ya había terminado y ella no hizo nada, me sentía molesta, pero no dije nada y quise irme.
Caminé hacia la barra y ella me siguió.
—No entendía los nombres. Lo siento. ¿Puedo ayudarte a cargarlas?
—No te preocupes, ya los tengo.
—¿De dónde eres? — siguió caminando a mi lado y haciendo preguntas personales e innecesarias.
—Están en horas de trabajo, las charlas déjenla para su hora libre o a la salida— Adrien nos regañó.
Lo consideré injusto, pero me quedé callada, ya que sería discutir innecesariamente.
—Lo sentimos mucho. Traje conmigo lo que pidió, señor.
—¿Están todas? — las contó y me miró.
—Sí, señor.
—Van a ponerla detrás de la barra, en el mismo orden que está en la lista. Luego irás atender a los huéspedes— habló con seriedad.
Como se nota que le caigo muy mal.
—¿Atenderlos?
—Sí, las mesas. ¿Qué más pensó que era?
—Iré hacer mi trabajo. Permiso.
Caminé con las botellas y ella me siguió.
—Perdóname. Es que cuando estoy nerviosa hablo mucho.
—Da igual.
Organicé las botellas y me fui a atender a los huéspedes. Tomé sus órdenes y se las llevé a las otras empleadas. Pensaba que el trabajo era aburrido, me gusta estar ocupada en todo momento, y al solo ser los huéspedes quienes pueden visitar la barra, hay poco movimiento. Cada vez que entraba alguien los atendía. Al menos han sido amables conmigo, espero siempre sean así.
A la hora libre, me mantuve lejos de todas las demás. Salí a almorzar algo y regresé. En la tarde había más movimiento y me mantuve ocupada. Adrien estaba regañando a dos chicas y se veía bien molesto, así que me mantuve lejos para que no se desquitara conmigo.
Minutos antes de la hora de salida, tuve que llevar unas copas al área de la pequeña cocina y regresé a la barra para buscar las otras que faltaban. No me explico como el suelo se sintió húmedo y resbalé, no me logré caer, pero tres copas cayeron al suelo y se rompieron. Miré el piso y estaba sumamente mojado, eso no estaba así cuando caminé a la cocina. Estoy segura que alguien tuvo que haberlo hecho.
—¿Estás bien?— me preguntaron dos compañeras.
—¿Qué pasó aquí?— preguntó Adrien, parándose frente a mi.
—Estoy segura que eso no estaba ahí.
—¿Está queriendo decir que alguien lo hizo? — arqueó una ceja y me miró serio.
Me quedé en silencio y bajé la cabeza.
—Debería aprender a reconocer sus errores, señorita. ¿Sabe cuánto cuesta cada copa?
—Yo lo pagaré, señor.
—No se trata de que lo pague. Esto es pérdida para nosotros. Un error más como éste y tendré que suspenderla o más bien despedirla. Primera advertencia.
Maldición, en mi primer día. Todo estaba bien, estoy segura que alguien lo hizo, pero si no tengo pruebas no puedo hacer nada.
—Lo siento.
—Un lo siento no va a generar dinero, ni se van a recoger solas. ¿Qué está esperando?
No lo soporto.
Caminé a la cocina a buscar una escoba y un recogedor. Recogí todo y se me quedó mirando lo que hacía. No se dignó a ayudar o a decirme dónde estaban las cosas para recoger.
—Este será su horario de ahora en adelante. Mañana le entrego su uniforme. Puede retirarse ya — me dio el horario escrito en un papel.
—Gracias, señor. Permiso.
Se me quedó viendo aún luego de haber salido de la barra, era como si la mirada de ese demonio me siguiera a todas partes. ¿Puedo tener más suerte?
Dylan
—Dylan, ¿Necesitas ayuda con la maleta?— preguntó Ana.
Me quedé en silencio mientras guardaba la ropa y Ana volvió a repetir la pregunta.
—Soy ciego, no sordo, Ana. ¿Puedes hablar más bajo o hacer silencio?
—Lo siento, Dylan. Tu papá me dijo que vas a viajar, ¿Puedo acompañarte?
—No, deberías quedarte con tu mamá. Ella necesita de ti ahora.
—Pero hace mucho no salimos, Dylan.
—Yo no voy de vacaciones, Ana. Voy en busca de un médico que me ayude.
—Lo sé, pero quisiera estar contigo.
—Ana, estás malinterpretando las cosas. El hecho de que seas mi amiga de la infancia, no significa que te voy a llevar a todas partes conmigo. Las otras veces fueron porque suplicaste que te llevara, pero esta vez es diferente, así que por favor, no insistas— cerré la maleta como pude y la puse en el suelo.
—Lo siento, Dylan. Que tengas un buen viaje. Espero todo salga bien.
—Con el favor de Dios, así será. Cuídate— caminé con calma hacia la puerta.