El ritmo cardiaco permanecía en alerta, gotas de sudor recorrían sus mejillas, sus ojos como si estuviera loco observaba todo, desde el surco que formaba la hoja al caer, hasta el menear de los arbustales, Ikki tenía claro que cualquier paso en falso podría llevarlo a la muerte, las criaturas que habitan lo profundo son de lo más aterrador.
Mientras más se adentraba en el bosque, la visibilidad se reducía, la espesura de la flora aumentaba, el ecosistema iba cambiando poco a poco, hongos fosforescentes bailaban mientras flotaban por todos lados, había gran cantidad de colores pues provenían de diferentes especies, pequeños insectos que emanaban luces de sus antenas, otros lo emanaban de su caparazón o de sus tenazas, un paraíso colorido entre la oscuridad.
Caminando entre la oscuridad de color durante un día, la visibilidad comenzó a ser restaurada, la espesa vegetación regresaba a su estado inicial, el mismo que tenía en la entrada del bosque, todo podría parecer normal pero los detalles cambian la perspectiva, pequeños restos sedosos se alzaban en los árboles, formaban un patrón de tendencia circular, aquellas formaciones apenas si eran del tamaño de una mano, imperceptibles a simple vista.
Es extraño, pensó Ikki, la transición del bosque entre visible, poco visible y regresar a visible, no es algo natural ni normal, al igual que el cambio de flora, la organización que tiene es algo escalofriante, aparte esas formaciones blancas parecen ser telarañas, este bosque debe guardar muchos secretos tenebrosos, me andaré con cuidado.
Mientras más caminaba las telarañas parecían agrandarse, a cada paso sentía una vista penetrante, como si un depredador observara a su presa, escalofríos recorrían su cuerpo, la tensión aumentaba, el sonido de los animales dejo de existir, un profundo silencio gobernaba el bosque, las ramas crujían, el sonido de las hojas al caer no se oía pues estas quedaban atrapadas en los finos hilos.
Ikki apresuró el paso, en ocasiones lanzaba una mirada a las copas de los árboles, se encontraba con telarañas gigantes que bloqueaban su camino, pero con la espada pudo cortarlas, tardó un poco pues eran algo pegajosas, caminando apresuradamente su pie quedó pegado en una telaraña, para librarse tenía que cortar la seda fina que lo envolvía.
Al cortar la telaraña Ikki cayó de espaldas y su mirada quedó hacia arriba, lo que vio lo dejó aterrado, un sin fin de arañas grandes que fácilmente podían devorar a una persona sin problema bajaban por el troco de los árboles, con sus afilados quelíceros y sus delgadas patas lograban que sus movimientos fueran veloces, bajando desde las copas venían a devorar a la pequeña presa expuesta.
Ikki sin dudarlo levantó su trasero del suelo, corrió atravesando el bosque lo más rápido posible, evitaba más trampas al corres pues si caía en una seria su fin, arañas de gran tamaño, de abdomen alargado y color beige se movían sobre las ramas, pisando con delicadeza el camino de seda que tenían trazado por toda la arboleda.
A una distancia de veinte metros delante de Ikki, una araña le cerró el paso, sin opción para esquivarlo desenfundó su espada y corrió lo más rápido posible, encontró una brecha entre la araña y el suelo, aprovechó la oportunidad y se barrió, con espada en mano cortó su cefalotórax provocándole una hemorragia inmediata y matándola en el momento.
Con el camino despejado prosiguió su huida, a la distancia entreveía un prado con ruinas antiguas, su resistencia disminuía constantemente, era cuestión de tiempo antes de que fuera bocado de medio día, al llegar a la pradera se dirigió a una entrada en ruinas, las arañas le pisaban los talones, pero antes de que entraran en las ruinas se detuvieron, Ikki siguiendo la inercia se abalanzó a la entrada, sin el sonido crujiente de la quitina a sus espaldas giró su mirada.
Por qué no me siguen, pensó Ikki, será su instinto el que les dice que es peligroso continuar, es muy sospechoso, pero por el momento prefiero estar aquí que afuera. —miró a su alrededor, pero solo encontró un camino hacia lo profundo de la tierra.
Caminó a través del pasadizo la arquitectura era impresionante, una variación arquitectónica entre culturas greco romanas y egipcias decoraba los muros, más al fondo llegó a una gran cámara en donde cuatro estatuas de antiguos dioses se erigían en el centro, murales variopintos decoraban la sala, Ikki entró por el extremo sur, caminos continuaban por los tres extremos restantes de la sala.
Cada estatua contenía una inscripción en el idioma de Ur, al parecer era una antigua cámara de los tiempos del imperio de Durotar, el eco de las pisadas resonaba por todo el lugar, pequeñas trazas de piedra caían desde el techo, Ikki observó las estatuas, una glorificaba al dios de la ira, otra honraba al dios de la vida y la última alababa a la diosa del sol. El notó que cada camino estaba representado por un dios, presintió que una prueba lo esperaba al final independientemente de cual eligiera.
Cual dios será, pensó Ikki, el sol que ilumina y da calor en el alma, la vida que otorga un propósito y una oportunidad, la ira que es ciega, pero da fuerza, de los tres solo uno no tiene sentido, la ira no tiene concordancia pues las otras dos tienen relación entre sí.
Ikki decidió tomar el camino de la ira, al entrar en el pasaje todo el panorama cambió, se transformó en una cueva con cristales destellantes, gotas resbalaban por las estalactitas y formaban estalagmitas en su contraparte, por el tamaño de las formaciones rocosas se podría deducir que era más antigua que la civilización, la cueva no era estrecha perfecta para meter un grupo de diez personas.
Caminó pues ya no había retorno, por donde entró ahora era un gran muro de roca, siguiendo el camino llegó a una puerta de tres metros de altura, adornada con jade y oro, en la parte superior se visualizaba una frase tallada en el marco. "El sol que dio vida, la vida que trajo la ira, la ira que creo el caos".
—Esto se está volviendo cada vez más extraño, no creo que esto sea parte de la prueba.
Sin otra opción Ikki abrió la puerta, más allá de la puerta solo se extendía una oscuridad extrema, no existían corrientes de aire, ni un sonido penetraba los oídos.
—En qué me habré metido, ¡carajo!
Caminó entre penumbra, el portón se cerró, quedó en el vacío, en ese momento una voz ronca, grave y vieja hizo eco en el lugar.
—¿Quién eres tú?, sucio mortal. —Resopló la voz—. ¿Cuál es tu razón para perturbar mi descanso?
—Hola, me llamo Ikki la verdad es que llegué por casualidad, no conocerás una salida de este lugar, no he dormido en dos días y ya estoy cansado. —Contestó Ikki moderando su tono.
—Insolente. —Gruñó la voz—. Tal vez tu llegada estaba escrita en el destino, ¿podrá ser?, solo hay una manera de confirmarlo.
En ese instante un rayo negro golpeó el cuerpo de Ikki, no le causó daño físico, pero por adentro estaba ardiendo, el rayo cambió de color a rojo luego de varios segundos, Ikki dejó salir un alarido sus venas estaban quemándose, el dolor era insoportable, sus ojos se inyectaron de sangre, sus rodillas cayeron al suelo, sus manos rasgaban el suelo, el tormento finalizó a los pocos minutos de que perdiera el conocimiento.
—La ruleta del destino gira de formas inesperadas. —habló la voz mientras el cuerpo de Ikki era envuelto en humo negro y desaparecía—. Nos volveremos a encontrar chico, espero que le des uso al regalo que te dejé, no fue casualidad que llegaras a mí.
En lo profundo del bosque de los lamentos había unas ruinas de la antigua capital de Durotar, solo quedaban los restos del castillo y los cuarteles, en la sala del trono se entraba el cuerpo de un chico adormecido, lo que una vez fue un magnifico reino ahora no eran más que vagos recuerdos devorados por la naturaleza, el gran salón del trono se encontraba expuesto a la intemperie, la cúpula y el techo se habían desplomado sobre la sala, las altas paredes apenas y se sostenían casi intactas, los pilares eran las únicas estructuras duraderas y mantenían su forma.
Ikki empezó cobrar la memoria, no tenía noción de cuánto tiempo había transcurrido desde aquel suceso, lentamente abrió sus ojos mientras recobraba sus sentidos, miraba al cielo cuando despertó y observó como las blancas nubes formaban siluetas, algunas solo tenían forma aleatoria, otras simulaban el contorno de una cara y otras más formaban animales.
—¿Dónde estoy? —dijo Ikki mientras se ponía de pie—. El lugar se parece al que describen las historias sobre Durotar, de alguna manera logré llegar.
Retoños a punto de florecer pues se acercaba primavera, lilas, dahlias, tulipanes, hortensias, rosas, claveles, y muchas más flores decoraban el lugar de descanso del antiguo reino, una suave brisa juguetona abrazaba el cuerpo, los rayos del sol tranquilizaban el corazón, un paraje en perfecta sintonía con la historia.
Caminando entre flores y ruinas Ikki encontró el antiguo cuartel, en su interior las mesas ya estaban putrefactas, viejas telarañas consumían el edificio, cuadros que una vez fueron obra de arte ahora no eran más que polvo y ceniza, cerca de la ventana en una pequeña mesita polvorienta descansaba un sello real, el encargo que había sido solicitado por su instructor, esa pequeña baratija era su misión, la razón de toda esta travesía, lo tomó, lo guardó en su bolsillo y salió del edificio.
A la distancia una dulce voz cantaba el lamento de la viuda, una balada que nació en el siglo pasado, contaba la traición de un amor y la venganza de un corazón roto, la voz femenina recorría el ambiente, las flores danzaban a su ritmo, el viento se movía cual tono ponía, Ikki embelesado por aquel magnífico sonido, se dirigió al origen de este.
Sin notarlo ya se encontraba frente a frente de aquel ser, tenía una forma humanoide formada por solo hojas, las curvas de su esbelto cuerpo resaltaban el gran atractivo de sus nalgas, los redondos melones que salían de su pecho habían sido obra de arte, el contorno de su cabeza resaltaba sus pómulos regordetes, sus labios estilizados y carnosos podrían besarte sin que te dieras cuenta, ojos violetas con sus pestañas chinas realzaba su ondulada cabellera del mismo color, sentada sobre una roca entonaba el canto de una diosa.
Al darse cuenta de la persona enfrente de ella terminó su canto, dejó la roca y se acercó a Ikki, con sus dulces labios y fragancia endemoniada lo besó apasionadamente, sus lenguas se enroscaban la una con la otra formando patrones circulares, los ojos de ella miraban fijamente los ojos de él, él ya se había rendido a ella, ya era hora de que diera inicio con su festín.