Barcos pesqueros navegaban mar adentro, con sus redes pescaban camarones, almejas y pescado para venderlas en el puerto de Ard, a isla de Ard es uno de los lugares más importantes en el archipiélago de Neruda, se encuentra próxima a la isla Harald, cada uno de sus puertos en total cuatro, comerciaban todo tipo de pieles, recursos, objetos, comida, etc. Provenientes de los continentes contiguos al archipiélago.
Una de las redes de un barco, pescó una persona que flotaba sobre un pedazo de madera, los pescadores eran personas humildes así que no abandonaron al chico a su suerte, con los nuevos hábitos de un marinero, consiguieron traer de vuelta al mundo de los vivos al chico, quien diría que los primeros auxilios eran muy útiles. La primera vez que los aplicaron fue en Cádiz, un soldado de la marina real se ahogó cuando cayó al mar, al darse cuenta los demás rápidamente lo sacaron, un soldado que resultó ser su amante lo besó en la boca, quiso despedirse de su amor, pero al parecer le pasó oxígeno indirectamente, el ahogado regresó a la vida, pero terminó siendo expulsado de la marina junto a su amante, no permiten relaciones ahí.
Un chorro de agua brotó de la boca de Ikki, este abrió sus ojos mientras sus únicas palabras fueron.
—Maestro… —Al decirlas quedó inconsciente.
Continuaron con su jornada de mediodía y regresaron antes de que se ocultara el sol. Es de conocimiento general que el mar es traicionero de noche, si te encontraras con una sirena tendrías una muerte segura. Llegaron a la costa justo cuando anocheció y amarraron el barco de pesca, cuatro marineros bajaron del bote, uno descargó el pescado y se lo llevó al almacén, otro descargó el camarón y siguió al que llevaba el pescado, los dos restantes cargaron al chico, caminaron por dos cuadras hasta su casa, era de adobe pintada de color blanco, el gobernador había decretado que todas las casas serían de color blanco, los restaurantes de color azul y las posadas de color ámbar.
Una señora de edad avanzada les abrió la puerta, tenía una expresión angustiada, dejaron al joven en la cama dentro del cuarto de invitados, el señor que lo cargó le robó un beso a la señora y partió en dirección al almacén, la chica que lo cargó se quedó cuidando al huésped y ayudando a su madre en lo que llegaban sus hermanos y su padre.
Al tercer día Ikki abrió los ojos, la chica de veintidós años al ver signos de conciencia fue a llamar a los demás, el señor entró con un vaso de agua en la mano.
—¿Cómo te encuentras joven?, como es que acabaste flotando en el mar.
—Mi nombre es Ikki, yo…—Su voz se hizo tenue y cortó las palabras.
—Está bien si no puedes hablar, si necesitas algo puedes decírselo con Mirra. —La chica que lo cuida entró a presentarse.
—¡Hola!, mi nombre en Mirra, mucho gusto. —Ikki solo dio una afirmación con la cabeza.
—Vámonos hija, hay que darle tiempo.
La memoria de Ikki era un poco borrosa, pero poco a poco regresaban a él los recuerdos de aquel fatídico día, la sonrisa de su instructor cayendo al precipicio, el enfurecido rostro de la reina al ver como su presa se escapaba, memorias que regresaban y con ello su dolor, su profunda tristeza. Su ser entró en hibernación, asilándose del exterior y tratando de recordar a la única persona en toda la ciudad que decidió entrenarlo, a los huérfanos suele depararles un destino de servidumbre, Quijote fue el único que se opuso junto con juan, sin importar las consecuencias o las malas opiniones de los demás, le enseñó lo que sabía sobre la espada porque sus habilidades fueron selladas por la corte del rey.
El sonido del viento al chocar con la pared, las risas de los niños al jugar, todo le era indiferente, en el día siguiente Mirra entró corriendo al cuarto, Ikki ya se había acostumbrado a que ella entrar y saliera, ella lo tomó de la mano y lo llevó al exterior, a Ikki le daba igual, cuando caminaba parecía muerto viviente, sin un propósito o meta.
—Oye, no tienes a nadie que te espere. —Las palabras fueron tan puras que llegaban al corazón, mientras las decía caminaron en dirección a la playa.
Esas palabras desataron la maquinaria de emociones dentro de él, en su memoria apareció la imagen del herrero, que era como un padre para él.
—Hay alguien. —respondió Ikki
—¿No crees que estará triste si no vuelves?
En ese momento las últimas palabras de su instructor llegaron a su mente.
—Vive y vuélvete fuerte, vive tu vida al máximo y no dejes que nadie destruya tus sueños.
En la costa, donde el mar toca los pies, nadie estaba más que ellos dos, la suave brisa acariciaba el rostro de Ikki, una gota salada recorrió su mejilla mientras miraba el atardecer, su bloqueo se desvanecía como la arena en el desierto, el resplandor de sus ojos regresó, no pudo evitar llorar, liberar todo su sufrimiento ante el mar. Sus rodillas cayeron, sus brazos lo sostenían sobre la arena, su frente toco el suelo mientras dejaba a flote sus sentimientos, Mirra se acercó y lo rodeo con sus delicados brazos, las dos siluetas descansaron en la orilla hasta que el oleaje los alcanzó.
En la noche caminaron por la bahía, admirando el estrellado cielo, en silencio apreciaron la música del mar, el canto de las conchas, la orquesta del viento, al llegar a la casa de ella su madre abrió la puerta, los esperaban para cenar, la mesa estaba servida y como de costumbre, había solo mariscos y algo de carne de cerdo.
—Te ves diferente chico, más vivo. —Le dijo el señor mientras se sentaba en la mesa.
—Lamento las molestias que les he causado. —respondió Ikki mientras realizaba una reverencia—. Déjenme presentarme formalmente, mi nombre es Ikki y provengo de la isla de Harald.
—Mucho gusto Ikki, mi nombre es Raúl, esta bella mujer que me acompaña es mi esposa Marta. —Señalo a la señora de edad avanzada—. A mi hija Mirra ya tuviste el placer de conocerla y mi otro hijo se llama Diego.
—¡Baja a comer Diego! —Alzó la vos Raúl.
—Es un gusto que nos acompañes jovencito, nos tenías muy preocupados. —hablo Marta mientras colocaba los cubiertos en la mesa.
—Me alegra que estés mejor Ikki—
—Gracias, Mirra tú me abriste los ojos.
Mirra se puso como tomate, ella era una chica linda, de buen corazón, atractiva, fuerte e inteligente, conoce el corazón de las personas y puede brindar calor al alma, podría ser considerada una cualidad de una santa, muy pocas nacen con ese don y ella era especial, la noche fue amena, por primera vez todos disfrutaron con amor esa comida, charlaron del mar, la pesca, las ciudades y del pasado, Ikki se abstuvo de contar su viaje al bosque, pues no era algo de lo que pudiera soltar libremente.
Todos se fueron a dormir, pero por alguna razón Ikki no conciliaba el sueño, su miedo de revivir la pesadilla no le dejaba descansar, salió de la casa a buscar un árbol, se recargó en el sentado mientras pensaba en Juan, ¿si ya le llegó alguna noticia de Quijote o de él?, Mirra al poco tiempo que salió Ikki, ella lo siguió.
Mirra caminó lentamente a su lado, se sentó y recargó en el mismo árbol, su mirada apacible reflejaba su hermosa alma.
—Mi corazón ve que tus fantasmas te siguen acechando, la herida de tu corazón no ha sanado y las heridas en tu cuerpo dejaran marca, sobre todo la de la espalda.
—Es difícil olvidar mi dolor.
—No se trata de olvidar Ikki, si no de aprender a vivir con ello y superarlo.
—Tienes razón Mirra, pero me temo que tardará.
—Que tarde lo que deba tardar, solo el tiempo cura las heridas.
—Por cierto, Mirra, como sabes que tengo una herida en la espalda, acaso tu…. A mi…. ¿Desvestido? —La cara de Ikki entró en confusión.
—Que no te de pena. —Mirra rio alegremente—. Cuando te encontramos solo tenías un pantalón así que pude ver tu espalda definida, tus cuadros en forma, los músculos de tus brazos, también…
—Para, vale, ya entendí. —Sus ojos sus ojos se ladearon mientras suspiraba.
Los dos se acercaron hasta que recargaron sus cuerpos entre sí, la noche no era fría, más bien estaba fresco el clima, esa noche la constelación de Andrómeda brillaba con más fuerza, la luz lunar otorgaba una maravillosa vista a la bahía, en donde la luna blanca tocaba el mar.
El sol se asomaba por la delgada línea de agua que divide el cielo, los dos habían pasado la noche afuera hasta que cayeron en brazos de Morfeo, Raúl salió y se quedó atónito al ver a su hija apoyada en los hombros de Ikki.
—Los jóvenes de hoy en día. —Soltó una carcajada despertándolos de inmediato.
Ambos no tenían palabras, sus caras enrojecieron y corrieron adentro, se dirigieron a sus cuartos respectivamente, de alguna manera el corazón de ambos latía a mil por hora, pasó un rato y se les convoco a desayunar, en el desayuno Ikki les comentó que tenía que regresar a Harald, le iba a relatar lo sucedido a su padre adoptivo Juan, él debe de estar muy preocupado y tiene que saber lo que pasó. Raúl le respondió que zarparían al siguiente día por más mercancía y podía acompañarlos.
—Por qué no lo llevas al malecón Mirra, tal vez encuentres algo que te pueda ayudar chico.
—Es una gran idea padre, que dices Ikki, ¿vienes?
—¡Claro!, vamos Mirra.
Atravesaron medio pueblo para llegar al malecón, en ese lugar se encontraba un templo dedicado a Poseidón dios del mar de Egeo, el gran bazar de Perseo se alzaba sobre las ruinas del antiguo mercado. Se dice que la ira de Poseidón convocó una gran ola que arrasó el antiguo pueblo, desde entonces los pueblerinos veneran a Poseidón todos los días, realizan un festival en su honor y como ofrenda.
Se comerciaba mucho producto proveniente de Cádiz, Brisol y Kumeria ciudades del continente Britania al sur de las islas, ciudades del continente norte como Juten, Escitia, Gredania, etc. También traían productos a vender, restaurantes a lo largo de la bahía servían platillos mediterráneos y extranjeros, la cultura en la ciudad conservaba sus raíces, aunque también tenían poco de las otras integrada a la suya.
Las mujeres solían traer ropa que las mantuviera frescas, por el tipo de corte resaltaban sus curvas y su piel bien cuidada, peinados de diferente forma inundaban el lugar, cada que surgía una nueva moda, la segunda ciudad en traerla a la cuenta era esa isla.
Ikki necesitaba un cambio de ropa, lo único que traía era ese viejo pantalón sucio y oloroso, una playera que le prestaron y le quedaba como túnica, unas botas rotas que hasta el dedo gordo se le salía y un cinturón para guardar una espada, pero sin esta, todo eso le hacía falta y ni una triste moneda se llevó a la misión. Recorrieron todo el malecón mientras se abastecía Ikki, Mirra le prestó algunas monedas, en la noche cerca del quiosco se realizaba un concierto de los famosos tríos, tres personas con sus respectivas guitarras tocaban en requinto, y al unísono cantaban canciones, esa noche estaban reproduciendo una composición llamada "Urge", compuesta por Martín Urieta en el continente de Tenoch al oeste de Neruda, con el tiempo se extendió hasta que llegó a los odios de las masas en otros continentes.
El ambiente provocaba unos deseos de bailar, la pareja no espero más tiempo y empezaron a mover sus pies, los brazos jugaban un papel importante, Mirra era una excelente bailarina, Ikki… de vez en cuando pisaba el pie de ella, así pasaron la tarde riendo, y bailando junto a los demás, en la noche llegaron a cenar y cada quien se dirigió a dormir, mañana era el día en que zarparían hacia Harald.