Las gotas de rocío se deslizaban por los bordes del tejado, el negror del cielo no permitía vislumbrar el firmamento, los remanentes de la tormenta seguían presentes, el ambiente húmedo, la atmósfera fría, los largos cabellos de Ikki revoloteaban en dirección del viento, mientras posaba su mirada en el horizonte.
—Algún día veré, que hay más allá del infinito azul. —susurró así mismo.
La espesura de la noche disminuía, tenues rayos de luz penetraban desde el oeste, la bahía se volvía visible, los pequeños botes flotaban de un lado a otro, amarrados con solo una soga y un nudo, aquello evitaba que el mar se llenara de madera y tela.
Pequeños terrones de tierra resbalaban por las tejas rojas, cuando Ikki se levantó, bajó por un camino estrecho, pisando cajas de madera, apoyándose de los dedos a través de las salientes en la pared, llego al suelo.
—Ya me es tan fácil escalar, recuerdo cuando me conseguí mil chichones en la cabezota. —rio tenuemente.
Caminó a través de la calle, la iluminación de los postes de luz se equiparaba a la proveniente del amanecer, las coloridas casas denotaban un ambiente feliz y cálido, al llegar a la esquina, giró a la derecha, al cabo de unos pasos llegó a su humilde casa, abrió la puerta y entró.
Pequeña, sería la descripción, pero acogedora, una sola cama, apenas para una persona, en medio una mesa redonda con adornados simples, una herencia de una familia que nunca existió y sin embargo ahí estaba, tintineando como una llama, la ventana daba en dirección al mar, al salir el sol, iluminaba cada rincón dejando entre ver las telarañas que se juntaban en las esquinas. La cama seguía en su forma ordenada, las sabanas tendidas, lisas, acomodadas, las almohadas yacían en el respaldo, listas para que alguien se echara a dormir, la mesa no soltaba ni una mota de polvo.
A Ikki le gustaba ser ordenado y limpió, es una lástima que no alcanzara los rincones altos del cuarto, o las arañas tendrían que buscar otro hogar, la puerta que se encontraba en el extremo izquierdo, cerró.
Ikki volteó a la izquierda, miró la mesa, su cama y el fregadero que se hallaba en el extremo contrario a la puerta, caminó y tomo uno de sus platos, revisó la alacena, pero no tenía ni una lata de frijoles, al darse cuenta, dejó el plato.
—Iré con Melty a desayunar, su estofado es delicioso y no es caro. —susurró así mismo.
Ikki dio media vuelta y salió por la puerta. Entre calles empedradas, escalones ascendentes y descendentes, recorrió la ciudad. Personas animadas iban y venían, animales robustos cargaban mercancía. El arrastre del rio relajaba el corazón. Al cruzar el puente a una cuadra se alzaba el gran mercado de Zazim.
Mercaderes con telas exóticas, animales de continentes lejanos, especias con aromas bastos y singulares, atuendos estrafalarios, restaurantes por todos lados donde preparaban exquisitos platillos, la arquitectura de la plaza reflejaba el estilo greco romano de antaño, cuando el hombre aprendió a navegar a través del océano, entre puestos y vendedores llegó a donde se encontraba el local de Melty.
—¡Hola Ikki!, vienes a desayunar— alzó la voz Melty—. otro día empezando con el pie derecho Ikki, se nota que te encantan nuestros platillos.
Como era de esperar Melty llevaba su delantal, colores cálidos en su blusa, su falda larga le ocultaba sus rodillas, los colores amarillo y azul resaltaban sus lindos ojazos, sus zapatos florita le impregnaban maniobrabilidad a sus movimientos, podía satisfacer las necesidades culinarias de los clientes en tiempo y forma, la chica de tez apiñonada y ojos celestes, que conmocionaba a los visitantes.
—¡Melty!, cuanto tiempo sin vernos. —respondió Ikki con una gran sonrisa—. los platillos de tu familia son deliciosos, excelentes cocinando cerdo, vengo por un estofado de cerdo al estilo Oriental.
—Una orden saliendo enseguida, toma asiento Ikki. —habló Melty mientras se acercaba a Ikki-. ¿hoy es tu día de descanso cierto?
—Así es, el viejo me da los domingos para descansar. —Ikki tomó una silla, la separó levemente de la mesa y tomó asiento.
—Qué suerte tienes, yo trabajo todos los días. —Sollozó Melty.
—Es porque sin vuestra deliciosa comida, todos estarían tristes.
—Sabes cómo alegrarme Ikki. —Melty soltó una gran sonrisa—. Oye, cuando termines de comer, puedes llevarle su desayuno al señor Juan.
—Al viejo, ¡seguro!
Al cabo de un rato de charla con Melty, ella se alejó para despachar a los demás clientes, en otro poco de tiempo su platillo se le fue entregado, el vapor que sueltan cuando recién son hechos se filtraba por sus oricios nasales, el aroma y la textura superaban su imaginación, tomó los cubiertos y empezó a degustar.
Al terminar pagó la cuenta, dos chelines con diez cintos, esa era la moneda en la ciudad de Harald y las islas Neruda, un Sif valía cien Midas, un Midas valía cien Chelines y un Chelín valía cien cintos, espero a que Melty le diera su encargo y el pago de treinta cintos por su ayuda, tomó el paquete y partió hacia las colinas Bander a las orillas de la ciudad.
A través de la ciudad le llegaba la fragancia del mar, mientras más se alejaba de la costa más tenue se volvía, en las colinas era nulo, siguió el camino de adobe hasta llegar al taller, como de costumbre su maestro se encontraba tallando runas en las armas.
Él era uno de los herreros más diestros dentro de las islas, encargos de todos los rincones le llegaban, importantes figuras de la burocracia o la realeza le contactaban, fabricaba armaduras, armas, restauraba artefactos antiguos, tallaba runas y mucho más.
—¡Viejo!, te he traído tu desayuno. —gritó Ikki desde varios metros.
—Ya te dije que no me digas viejo. —refunfuño Juan-. Gracias por la comida, ¿vas a entrenar hoy Ikki?
—¡Claro!, si quiero explorar los confines del mundo debo a prender a defenderme.
—Muy bien chico. —Sonrió Juan-. Nunca pierdas de vista tu objetivo, sigue tu sueño sin importar quién te quiera detener, confío en que lo lograras.
—Gracias por apoyarme viejo, desde que era un chiquillo.
—Eres como un hijo para mi Ikki, ve a entrenar con el señor Quijote que se hace tarde. —Juan llevo consigo el desayuno a la mesita de campo afuera del taller—. Tu instructor me avisó que te espera en la entrada Este del bosque.
—Gracias viejo, te veré más al rato. —Ikki se marchó al punto de encuentro.
Más allá del taller se trazaba el camino que rodeaba el bosque, la entrada Este se encontraba a un kilómetro del taller, llegar no fue tardado, por el camino se logra percibir la esencia de la naturaleza, las copas de los arboles bailan al ritmo de la ventolina, la variedad de árboles y matices, dan una vista espectacular.
En la entrada al bosque se encontraba un señor, apenas se le notaban las arrugas, uno pensaría que apenas está entrando en los cuarentas, se encontraba sentado en posición de flor de loto, decía que la forma adecuada de prepararse para una batalla era meditando.
—Estás listo para el entrenamiento pequeño saltamontes. —Lo dijo con calma mientras abría los ojos.
—Estoy listo maestro.
—Muy bien, sígueme. —Quijote se adentró en el bosque mirando hacia delante.
—Ikki, ya tienes la edad de diecisiete, ya estás listo para la prueba. —caminó cada vez más profundo dentro del bosque—. ¿Sabes por qué le dicen el boque de los lamentos?, es a razón de que existen criaturas peligrosas que simulan el llanto de un niño y el lamento de una mujer.
—Que perceptivo eres, así es, tu prueba consiste en adentrarte dentro del bosque. —Quijote se detuvo en un pequeño altar a los difuntos—. dirígete al norte, busca las ruinas de Durotar y tráeme un sello que deje en los antiguos cuarteles. Aquí pondrás al límite tus capacidades, ¡sobrevive! y regresa.
—¿Puedo llevar algo para defenderme? —Ikki se aclaró la garganta y empezó a calentar sus músculos.
—Ten esta espada de acero, el cuchillo de obsidiana y este arco de roble. —Quijote se quitó de encima la espada, el cuchillo y el arco para entregárselos—. solo tienes treinta flechas así que no las desperdicies, si te quedas sin flechas arréglatelas con el cuchillo de obsidiana. ¡Listo!, te esperaré en el taller solo tienes una semana para volver.
—Con eso es suficiente maestro, ¡nos vemos!
—Adiós y cuídate Ikki.