La pluma de la asistente del gremio se deslizaba con rabia sobre el pergamino que tenía frente a ella. Alzó la mirada unos segundos, se acomodó los anteojos y preguntó:
—Entonces, ¿me dices que fracasaste en atrapar un goblin?
—No era cualquier goblin—replicó Galf, apoyándose sobre el mesón—. Era salvaje como un oso astado. Me miró con ojos inyectados de sangre y me apuntó con sus poderosas garras, para saltarme al cuello—se llevó las manos al cuello y comenzó a ahorcarse a sí mismo—. Así… así…—tosó con fingida fuerza.
—Entiendo—la asistente del gremio siguió escribiendo, esta vez sin bajar la mirada—. Entonces… ¿qué pasó después?
—Saltó sobre mí, pesaba tanto que caímos al suelo. Sentí cómo me crujieron los huesos, el dolor recorrió mi cuerpo. El muy maldito no soltaba mi cuello, entonces, por suerte, logré tomar una piedra y golpeé con todas mis fuerzas su cabeza.
—Detente ahí…
—Sí.
La asistente cambió de página, sumergió su pluma en la tinta y antes de continuar preguntó sin ganas:
— ¿En qué momento perdiste tu espada?
— ¿Mi espada?
—Sí, tu espada. ¿Acaso no se te ocurrió atacar al goblin con tu espada?
Galf se llevó la mano al cinto, pero no había espada que tomar. Cerró los ojos lamentándose:
—La perdí…
— ¿Durante el combate?—La pluma se detuvo de golpe, salpicando pequeñas gotas negras sobre el pergamino.
—No, un poco antes…—desvió la mirada.
—Dame los detalles para el informe—acotó la asistente, entornando la mirada.
—Bueno… como dije, el goblin era muy rápido y, cuando lo ataqué, él esquivó mi estocada. Nunca había visto a un goblin tan feroz y…—hizo un rápido movimiento con sus manos—. Mi estocada fue tan poderosa que quedó la espada clavada profundamente en un árbol. Entonces el maldito me saltó al cuello.
—Ya veo…—la asistente continuó escribiendo—. Entonces, ¿qué pasó cuando le golpeaste con la piedra?
—Se enfadó. Lo hubieras visto, sus horribles ojos parecían salir de sus cuencas, comenzó a derramar su baba sobre mí y me gritaba algo en gobliniano.
— ¿Gobliniano?
—Sí, el idioma goblin. ¿Acaso no es gobliniano?
—Ni idea, supongo que podemos llamarlo así. Continúa.
—Lleno de ira, el goblin me apretó con más intensidad, pero sacando fuerzas de no sé dónde, incrusté mis dedos en sus ojos. Me liberó de su brutal agarre. Nos miramos, ambos heridos en el campo de batalla y, después de comprender nuestra fuerza, nos mantuvimos la mirada unos segundos y decidimos seguir nuestros caminos, cada uno por su lado—le mantuvo la mirada a la asistente del gremio sin titubear.
—Lo dejaste ir…
Galf tragó saliva.
—Nos tuvimos piedad mutuamente.
—Y por lo que veo, dejaste tu espada también.
—Pues…—bajó la mirada, avergonzado—. Pues sí—agregó, cerrando los ojos al escuchar que la asistente escribía sin parar. Apretó sus puños reteniendo un grito ahogado.
— ¿Recuerdas que esta es tu décima misión fracasada?—Señaló acentuando la última palabra—, por lo que debo suspender tu licencia clase F y enviarte nuevamente a la escuela de entrenamiento.
Galf se abalanzó sobre el mesón.
— ¡Señorita Justine, el poder de un verdadero guerrero no se mide por sus éxitos, sino por cuántas veces lo dan por muerto y sigue vivo!—agregó con convicción—. Además, no fue un fracaso, fue una retirada estratégica. Una cosa es una cosa y esto es otra cosa. ¿Me entiende?
Justine continuó escribiendo sin bajar la mirada, pero en sus ojos podía verse la decepción.
Galf comprendió que no había vuelta atrás.
— ¿Me va a quitar mi licencia, cierto?
La asistente sacó un timbre enorme y golpeó con él el pergamino, dejando con letras rojas el sello de "revocado".
—Vuelve a la escuela, Galf. Otra vez.
—Pero, señorita Justine, sin mi licencia no voy a poder tomar encargos, me voy a morir de hambre… por favor—cogió las manos de la asistente rogando sin parar.
— ¿Cuántas veces hemos pasado por esto?
—No quiero saberlo. Toda experiencia me hace un mejor guerrero.
—Décima vez que te revoco la licencia. Cien misiones fracasadas. ¿Quieres que siga?
Galf se encogió en su lugar.
—Lo siento.
—Ya sabes lo que puedes hacer. El tablón de la vergüenza está lleno de encargos.
El joven aventurero se llevó las manos a la cabeza, jurando haber escuchado la risa de algunos aventureros que bebían tranquilamente.
—No, por favor, ¿cómo podría caer tan bajo?
Justine lo miró de reojo. Ambos sabían que vivía de los encargos del tablón de la vergüenza.
—Bueno, si no me queda de otra, un aventurero nunca se rinde. Ya verán cómo se levanta el poderoso Galf desde las cenizas.
—Buena suerte—agregó Justine, acomodándose las gafas.
—La suerte es para los novatos—agregó con lo que le quedaba de orgullo, antes de salir del gremio, intentando no verse derrotado.