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Chapter 34 - Aventura 5 Parte 1: La Bienvenida de Xeena

El sol reinaba en lo alto cuando Galf llegó a la Academia de Aventureros, una imponente fortaleza que parecía haber sido diseñada por alguien con un complejo de altura. Las torres eran tan exageradamente altas que cualquier persona con vértigo ya se sentía derrotada antes de entrar. Sujetando con nerviosismo la espada que Lyra le había "prestado" —que ya había demostrado su valor al enfrentar a los goblins—, Galf intentó caminar con dignidad.

Su plan era claro: cabeza baja, evitar llamar la atención y, con suerte, aprobar el curso de reentrenamiento para recuperar su licencia de aventurero de grado F. Sin embargo, como todos sabemos, los planes de nuestro héroe nunca funcionan como espera...

¡Axefinger!— tronó una voz grave que, por la potencia, bien podría haber venido de un dios enojado, o diosa, en este caso.

Galf levantó la mirada, y ahí estaba Xeena, la amazona guerrera, una leyenda viviente y su instructora.

Xeena era alta como un roble centenario y musculosa como si los dioses hubieran decidido esculpirla directamente sobre la ladera de una montaña. Su armadura estaba decorada con trofeos intimidantes de sus numerosas aventuras: dientes de dragón, garras de mantícoras y un brazalete hecho con escamas de hidra, porque, aparentemente, la modestia no estaba en el vocabulario de las amazonas.

—Me han informado que estás aquí para hacer el ridículo por décima vez, Axefinger —dijo Xeena con una sonrisa burlona que podría derretir la moral de cualquier guerrero. — ¿Planeas demostrar que sigues siendo tan útil como un pez con zapatos, o esta vez vienes preparado para algo más que limpiar establos?

La risa estalló entre los reclutas como un trueno, mientras las orejas de Galf adquirían un color rojo tan intenso que podría haber sido contratado como faro de emergencia. Antes de que pudiera responder o, más probablemente, salir corriendo, una voz grave y entusiasta cortó el bullicio.

— ¡Silencio, miserables!— rugió Gonan el bárbaro, quien llegó avanzando entre la multitud como una montaña con piernas. Con su gran hacha al hombro y un tatuaje en el pecho que decía "¡Vehella o nada!", Gonan posó su enorme mano en el hombro de Galf.

—Miren a este hombre— dijo Gonan, haciendo que el pobre Galf casi se hundiera bajo el peso de su mano. —Tiene el corazón de un león, aunque su cuerpo diga otra cosa. ¡Lo protegeré como a un hermano de batalla, por Vehella!— Y, en su entusiasmo, Gonan accidentalmente lanzó un escupitajo que aterrizó justo en el rostro de Galf.

Como si la situación no fuera ya lo suficientemente absurda, apareció Legolias Redleaf, una arquera elfa de cabello plateado y una actitud de superioridad que casi podía olerse.

—Esto es inaceptable— anunció Legolias mientras se ajustaba unas gafas que apenas mejoraban su pésima vista. —No puedo permitir que este pobre mortal sea humillado. Aunque, por supuesto, su torpeza es evidente hasta para mí. No hablaría bien de un noble elfo que dejara pasar esta afrenta. —

Xeena, divertida, aplaudió con fuerza, haciendo temblar el suelo. —¡Perfecto! Si tanto insisten, serán un equipo. Y tengo la prueba perfecta para ustedes.

La prueba los llevó hasta la base de una montaña ridículamente alta conocida como "La montaña innecesariamente alta", un nombre tan literal que Galf sospechaba que alguien lo había elegido por pura pereza. Xeena, con su típica sonrisa diabólica, les indicó su misión:

—Quiero un huevo de hipogrifo antes del atardecer. Lo necesito para mi desayuno de campeona. No me decepcionen, novatos.

La subida resultó ser un desastre de proporciones épicas. Gonan, con su típica energía desbordante, insistía en gritar "¡Por Vehella!" cada cinco minutos, lo que asustaba a toda criatura viviente en las cercanías, incluida Legolias, quien en más de una ocasión casi disparó una flecha de puro pánico.

El verdadero caos comenzó cuando un hipogrifo gigante, que había estado descansando tranquilamente, se despertó por uno de los gritos de guerra de Gonan. La criatura alzó sus enormes alas y emitió un chillido que hizo que hasta las piedras se estremecieran.

— ¡Tranquilos, yo me encargo!— gritó Legolias, levantando su arco con confianza. Pero, debido a su terrible miopía, su primera flecha pasó peligrosamente cerca de la cabeza de Gonan, su segunda golpeó un árbol, y la tercera... bueno, milagrosamente, se clavó en una pata del hipogrifo.

— ¡Lo he herido!— exclamó Legolias, visiblemente orgullosa, mientras agitaba su cabello plateado con elegancia élfica.

— ¿¡Eso es herirlo!?— gritó Galf mientras el hipogrifo, enfurecido, cargaba directamente hacia ellos.

En medio del caos, Gonan, mostrando una lógica bárbara impecable, levantó a Galf como si fuera un escudo humano y corrió directo hacia el hipogrifo.

— ¡Axefinger, confío en ti! ¡Por Vehella!—

Galf, balanceándose como una muñeca de trapo, logró desviar un golpe con un movimiento tan torpe que hasta el hipogrifo pareció confundido.

¡Eres un genio de la batalla!— exclamó Gonan, impresionado, mientras Galf intentaba no vomitar del mareo.

Finalmente, Galf avistó el nido de hipogrifos al borde de un acantilado. Con un acto de valentía (o desesperación), corrió hacia el nido, tomó un huevo y gritó:

¡Corran! ¡Corran por sus vidas!

Galf, sosteniendo el huevo con ambas manos como si fuera una bomba a punto de explotar, comenzó a correr cuesta abajo. Gonan, con su instinto bárbaro en pleno apogeo, se giró para cubrir la retirada de su compañero, blandiendo su hacha como un torbellino de músculos y gritos.

—¡Vehella bendiga esta retirada gloriosa!— bramó, golpeando una roca en lugar de un hipogrifo, pero causando tal estruendo que las criaturas retrocedieron momentáneamente, confundidas.

Legolias, por su parte, continuaba disparando flechas con una precisión que dejaba mucho que desear. Una flecha acertó un árbol, otra rebotó en la armadura de Gonan, y una última rebotó en la armadura de Galf.

— ¿Me quieres matar acaso?— gritó Galf sin dejar de correr.

— ¡Perdooón!— gritó Legolias viendo que el enemigo se acercaba estrepitosamente.

Mientras tanto, los hipogrifos se recuperaban del desconcierto inicial y comenzaban a perseguirlos con renovado vigor.

—¡No sé cuánto tiempo más podremos aguantar!— exclamó Legolias, limpiando sus gafas rápidamente para mejorar su puntería.

—¡Por Vehella, no necesitamos aguantar! ¡Solo necesitamos llegar abajo!— respondió Gonan, cargando a Legolias como un saco de papas para acelerar el paso.

El descenso de la montaña fue un caos absoluto: piedras rodando, ramas golpeando, y un bárbaro gritando órdenes incomprensibles. Cuando finalmente llegaron al pie de la montaña, todos estaban cubiertos de rasguños, tierra, y posiblemente plumas de hipogrifo.

Galf, jadeando, sostuvo el huevo frente a Xeena, quien los esperaba con una expresión de absoluta incredulidad.

—¿Qué...? ¿Cómo...?— Xeena parpadeó, mirando el desastroso trío frente a ella y luego el huevo. Finalmente, estalló en una risa tan fuerte que las ramas de los árboles se estremecieron.

—¡Lo lograron! ¡No sé cómo, pero lo lograron!— Xeena tomó el huevo y lo examinó cuidadosamente. —Esto es suficiente para que Axefinger pase su prueba... por ahora. Pero no se acostumbren a esta clase de milagros, ¿entendido?

La amazona tomó el huevo con una mano y volvió a examinar sus rostros. —Magullados, lentos y desastrosos. Esto es lo mejor que pueden hacer.

Galf, Gonan y Legolias intercambiaron miradas. Quizás esperaban algo de reconocimiento, pero Xeena simplemente les hizo un gesto de aprobación con la mano.

—En cuanto lleguemos a la academia tendrán que limpia letrinas. Limpiar hasta que brillen.

Y así terminó su primer día en la Academia de Aventureros, con Galf cuestionando todas sus decisiones de vida mientras limpiaba con un cepillo una letrina que parecía un pozo sin fondo.