Ambos sintieron una extraña sensación al escuchar el leve sonido de un timbre en sus mentes.
[Has subido al nivel 3]
[Has ganado 3 puntos de estadísticas]
Shin y Ren intercambiaron una mirada.
Aunque la situación era sombría, no podían ignorar el hecho de que habían ganado experiencia. No solo por recolectar recursos o cazar, sino por matar a otros humanos. La idea les incomodaba, pero en este mundo cada pequeña ventaja podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Shin distribuyó sus puntos aumentando su fuerza y resistencia. Sentía que necesitaba mayor resistencia para no cansarse rápido en combate y algo más de fuerza para manejar su machete con eficacia. Ren, por su parte, enfocó sus puntos en destreza y percepción, confiando en que un mejor manejo de armas y reflejos más agudos le darían ventaja en el futuro.
Una vez listos, continuaron su camino por el bosque. Se desviaron hacia un río, siguiendo su cauce mientras recolectaban recursos. Hierbas comunes les daban 1 punto de supervivencia, mientras que piedras y palos también contribuían con pequeñas cantidades. Shin observó su menú de inventario, satisfecho de que podía almacenar estos objetos sin ocupar sus manos.
Después de un tiempo, Shin había acumulado 50 puntos de supervivencia, pero decidió no gastarlos por el momento. Si una situación extrema se presentaba, como la de antes, podría ser su último recurso.
Mientras avanzaban junto al río, se toparon con una cueva imponente. Su entrada era lo suficientemente grande como para que pudieran caminar de pie sin problemas. Desde afuera, no parecía muy profunda, pero Ren sintió un escalofrío.
—Algo no está bien aquí —dijo en voz baja.
Shin frunció el ceño y aferró su machete. —
¿Notas algo?
Ren no estaba seguro. No había ruido alguno proveniente de la cueva, ni rastro de animales. Pero su instinto le decía que algo acechaba en la oscuridad.
Shin se agachó, recogiendo una piedra del suelo y lanzándola dentro. El sonido rebotó en las paredes de la cueva, perdiéndose en la distancia. Esperaron en silencio.
Nada.
—Puede que esté vacía —susurró Shin, pero Ren no estaba convencido.
Tomó un palo seco y encendió una improvisada antorcha frotándolo con un pedernal. La llama iluminó la entrada de la cueva, revelando paredes rocosas y un suelo irregular. Pero cuando la luz avanzó unos metros más, una sombra se movió rápidamente en la oscuridad.
Los dos se congelaron.
Un par de ojos brillantes los observaban desde el interior.
—Tenemos compañía —murmuró Ren, desenvainando su cuchillo.
Shin y Ren se prepararon para la pelea, sus cuerpos tensos y sus ojos fijos en la bestia que emergía de la oscuridad. Un lobo de nivel 6 salió de entre las sombras, su pelaje negro como la noche y sus ojos brillando con una inteligencia depredadora. Su hocico goteaba saliva mientras gruñía con furia.
Ambos retrocedieron lentamente, asegurándose de mantener suficiente espacio entre ellos y la criatura. No podían permitirse un ataque sorpresa. La adrenalina volvió a invadir sus cuerpos, pero esta vez no era solo por miedo, sino también por la necesidad de sobrevivir.
Ren, con su sangre fría, tomó la iniciativa. Aunque Shin tenía más fuerza y resistencia, la determinación inquebrantable de Ren y su velocidad eran cruciales en momentos como este. Observó los movimientos del lobo, buscando una apertura.
—No entres en pánico —murmuró Ren, con los cuchillos firmes en sus manos—. Atacaremos juntos. Si lo rodeamos, podemos tener una oportunidad.
Shin asintió, aferrando con fuerza el machete mellado. Sabía que Ren tenía razón. Si dejaban que el miedo los dominara, estarían muertos en segundos.
El lobo, como si entendiera que sus presas no iban a huir, lanzó un feroz ataque. Se abalanzó directamente sobre Shin, quien con rapidez rodó hacia un lado, esquivando las afiladas fauces. Ren aprovechó el momento y corrió hacia la bestia, hundiendo uno de sus cuchillos en su costado. El lobo aulló de dolor y giró con velocidad sorprendente, lanzando un zarpazo que obligó a Ren a retroceder.
—¡Es rápido! —gritó Shin, levantándose de inmediato.
El lobo ya estaba sobre Ren, pero antes de que pudiera morderlo, Shin descargó su machete con todas sus fuerzas contra la pata trasera de la bestia. El golpe fue lo suficientemente fuerte como para hacer que la criatura tambaleara. Aprovechando la distracción, Ren giró sobre sí mismo y clavó su segundo cuchillo en el cuello del lobo.
La criatura se estremeció, soltando un último gruñido antes de desplomarse.
Shin jadeaba, su pecho subiendo y bajando rápidamente mientras observaba el cadáver del lobo. Su mente intentaba procesar lo que acababan de hacer. Ren, aún sosteniendo sus cuchillos ensangrentados, suspiró y miró a su compañero.
—Bien hecho —dijo, limpiando su arma en la hierba—. Parece que cazar también nos da experiencia.
Shin miró su menú y vio que ambos habían ganado una cantidad considerable de experiencia. No solo eso, sino que el lobo había soltado algunas recompensas: piel gruesa, colmillos afilados y algo de carne que podría ser útil.
—Debemos seguir avanzando —dijo Ren, guardando los materiales en el inventario—. No sabemos qué más hay en este bosque.
Shin asintió. A pesar del miedo, había algo en su interior que comenzaba a cambiar. Se estaban volviendo más fuertes.
Shin y Ren trabajaron en silencio para deshacerse del cadáver del lobo. No podían permitir que su olor atrajera a más depredadores. Lo arrastraron fuera de la cueva y lo cubrieron con algunas rocas y ramas para disimularlo. Luego, volvieron al interior y encendieron una pequeña fogata con la leña que habían recogido anteriormente. La cálida luz danzaba en las paredes de piedra, dándoles una sensación momentánea de seguridad.
Ren ensartó la carne del lobo en un improvisado asador hecho con ramas resistentes. El olor de la carne cocinándose llenó el ambiente, recordándoles lo hambrientos que estaban. A pesar de la adrenalina que aún recorría sus cuerpos, necesitaban reponer energías.
—Necesitamos un plan —dijo Shin mientras observaba las llamas—. No podemos seguir vagando sin rumbo, depender únicamente de lo que encontremos en el bosque no nos llevará muy lejos.
Ren asintió, dándole la vuelta a la carne para que se cocinara uniformemente.
—¿Tienes algo en mente?
Shin entrecerró los ojos, organizando sus pensamientos. Su experiencia en juegos de supervivencia le daba cierta ventaja para evaluar sus opciones.
—Tengo dos sugerencias. La primera es encontrar un lugar donde asentarnos, algo parecido a un refugio permanente. Necesitamos un sitio seguro donde podamos almacenar provisiones, hacer herramientas y tal vez establecer alguna defensa.
Ren frunció el ceño, considerando la idea.
—¿Y la segunda?
—Buscar a otras personas. No podemos sobrevivir solos. No sabemos qué tan grande es este mundo ni qué amenazas enfrentaremos en el futuro. Si nos topamos con monstruos más fuertes o con grupos de personas hostiles, estar solos podría significar la muerte.
Ren soltó un suspiro, apoyando los codos en las rodillas mientras miraba la fogata.
—Ambas opciones tienen riesgos. Si nos establecemos en un lugar fijo, podríamos atraer peligro. Y si buscamos a otros, no sabemos si serán aliados o enemigos.
Shin asintió. Entendía perfectamente los riesgos. Pero quedarse sin hacer nada no era una opción.
—Lo sé, pero también hay beneficios. Si encontramos gente que esté en nuestra misma situación, podríamos formar un grupo, intercambiar información, dividir tareas. No es lo mismo sobrevivir solos que hacerlo en comunidad.
Ren tomó un pedazo de carne y lo probó. Estaba caliente y un poco dura, pero era comida. Se quedó en silencio unos segundos antes de responder.
—Creo que deberíamos empezar por encontrar un refugio seguro. Después de todo, si encontramos personas y no tenemos un lugar a dónde llevarlas, estaríamos igual de vulnerables.
Shin sonrió levemente.
—Eso suena razonable. Mañana al amanecer exploraremos los alrededores y veremos si encontramos un lugar adecuado.
Con un objetivo en mente, ambos comieron en silencio, disfrutando el breve respiro que les daba la seguridad de la cueva. Pero sabían que no podrían bajar la guardia por mucho tiempo. Afuera, en la oscuridad del bosque, el peligro seguía acechando.
Shin revisó con detenimiento la Tienda de su habilidad. Se dio cuenta de que tenía acceso a varios planos de construcción básicos, como hornos para fundir metales, una pequeña cabaña de madera y estructuras simples para mejorar su supervivencia. Sin embargo, cada uno de estos requería al menos 100 puntos de Supervivencia para desbloquearlos, sin contar los materiales necesarios para su construcción.
Sabía que tendría que ser estratégico con sus puntos. En este momento, priorizar su seguridad y la de Ren era lo más importante. Guardar los puntos para una emergencia o hasta que tuvieran suficientes recursos para aprovecharlos mejor parecía la opción más inteligente.
Ren, por su parte, propuso una estrategia sensata para la noche.
—No podemos dormir los dos al mismo tiempo. Alguien debe hacer guardia —dijo, apoyándose contra la pared de la cueva mientras afilaba uno de sus cuchillos.
Shin asintió. Sabía que era un riesgo dormir sin protección en un mundo así. La posibilidad de que otra bestia o incluso personas hostiles los encontraran mientras descansaban era demasiado alta.
—De acuerdo. Yo dormiré primero, y tú harás la primera guardia. Cuando me despierte, cambiamos turnos —propuso Shin.
—Me parece bien —respondió Ren, observando la entrada de la cueva con cautela.
Para evitar llamar la atención, decidieron apagar la fogata, dejando solo unas brasas débiles para conservar algo de calor. Shin se acomodó en el suelo de la cueva, utilizando su mochila como almohada. Aunque su cuerpo estaba exhausto, su mente tardó en relajarse. La imagen del lobo, de los asesinos que habían matado antes, seguía rondando su cabeza.
Ren, con los cuchillos listos en sus manos, se quedó cerca de la entrada de la cueva, escuchando atentamente cualquier sonido que pudiera delatar la presencia de algo o alguien acercándose. Su mirada afilada no dejaba de inspeccionar la oscuridad, asegurándose de que su refugio temporal se mantuviera seguro.
El aire nocturno se volvió más frío y el sonido del bosque continuaba vivo con el crujido de ramas y el lejano ulular de un búho. Aunque la noche parecía tranquila, ambos sabían que la verdadera amenaza podía aparecer en cualquier momento.
La supervivencia en este mundo apenas estaba comenzando.
La cueva estaba en completo silencio, salvo por el tenue crepitar de los últimos restos de la fogata apagada y la respiración pausada de Shin mientras dormía. La fatiga lo había vencido rápidamente, pero su sueño no era completamente tranquilo. A veces se movía ligeramente, su rostro crispado en una mueca de angustia, como si reviviera en sus sueños el peso de sus acciones.
Ren lo observaba de reojo mientras permanecía sentado cerca de la entrada de la cueva, cuchillo en mano. La luz de la luna apenas iluminaba el interior, dejando sombras danzantes en las paredes de roca. Su mirada se endureció. No iba a permitir que Shin muriera. No cuando era la única persona en este mundo por la que estaba dispuesto a arriesgarlo todo. Si tenía que hacer el trabajo sucio, lo haría sin dudar.
Suspiró, dejando que sus pensamientos divagaran. Los recuerdos de su infancia volvieron a él como un río imparable. Recordó cómo, de niño, siempre había sido diferente a los demás, el raro, el pobre, el que no tenía familia estable. Otros niños lo molestaban, burlándose de él por su ropa gastada, su silencio constante y su mirada desafiante. Antes de terminar en el orfanato, había vivido con sus padres, pero ellos, incapaces de mantenerlo adecuadamente, tomaron la decisión de entregarlo. La traición lo marcó. Se preguntaba una y otra vez por qué no lo habían amado lo suficiente como para mantenerlo a su lado.
Entonces, llegó Shin.
A diferencia de los demás niños del orfanato, Shin nunca lo miró con desprecio ni con lástima. No le importó de dónde venía ni por qué estaba allí. Simplemente, un día se acercó y comenzó a hablarle como si fueran iguales. Para Ren, aquello fue impactante. Al principio, no creyó que alguien pudiera querer ser su amigo sin un motivo oculto. Pero con el tiempo, se dio cuenta de que Shin no lo consideraba solo un amigo. Para él, Ren era familia. Y por primera vez en su vida, Ren sintió que pertenecía a algún lugar.
Su agarre en el cuchillo se afianzó. Este mundo era cruel, implacable. Pero si algo tenía claro, era que no dejaría que le arrebataran a Shin.
Un sonido entre los arbustos lo sacó de sus pensamientos. Sus ojos se aguzaron, y con movimientos silenciosos, se puso en guardia. El viento cambió de dirección, y un olor metálico le llegó a la nariz. Sangre. ¿Un depredador? ¿O alguien más los había estado observando?
Se mantuvo quieto, esperando. No podía despertar a Shin sin motivo, pero tampoco podía bajar la guardia. Aferrando el cuchillo con fuerza, se preparó para lo que fuera que estuviera acechando en la oscuridad.