Capítulo 1: El Día en que Todo se Derrumbo
En este mundo, los superhéroes y villanos son cosa de todos los días. Peleas épicas, ciudades destruidas y gente alabando o maldiciendo a los llamados "salvadores de la humanidad". Pero lo que casi nunca se ve... son cosas divinas. Dioses, demonios, ángeles, ese tipo de seres son casi mitos en nuestra sociedad. Claro, hasta que te toca presenciar algo así con tus propios ojos.
Yo llamo Kisarag Ryuusei yo, tengo 14 años y, aun suene raro, siempre he sabido que el mundo nunca será perfecto. Pero eso no me impide intentar disfrutarlo. Vivo en Tokio con mis padres y mis dos hermanas menores, Akari y Mei. Mi familia es bastante normal... bueno, lo era hasta el día en que todo se fue al carajo.
Era un día común. Desperté tarde porque, bueno..soy un adolescente. Bajé corriendo las escaleras con mi pijama desordenada y mi cabello más rebelde que nunca.
—¡Ryuusei, ya era hora! —me gritó Akari, mi hermana menor, mientras devoraba un tazón de cereal.
—Tranquila, es sábado —bostecé mientras estaba sentado en la mesa.
—Eso no significa que pueden dormir hasta tarde —dijo mamá, sirviéndome arroz con pescado.
—Pero si el mundo no se va a acabar por eso —repliqué con una sonrisa.
—Uno de estos días te vas a llevar una sorpresa —dijo papá, bebiendo su café.
Si tan solo supiera lo irónico que sería eso. Después de desayunar, decidí salir con mi mejor amigo Haruto. Era de esos amigos que siempre están para ti, aunque fueran un dolor de cabeza. Nos encontramos en el parque cerca de mi casa y empezamos a hablar de cosas sin sentido.
—Oye, Ryuusei, ¿qué harías si el mundo se acabara hoy? —pregunta Haruto de repente.
— ¿Qué clase de previsión es esa? Obvio intención sobrevivir, tono.
—Eres un idiota.
Reímos, sin saber que esas serían nuestras últimas risas juntos.
De repente, la tierra comienza a temblar. Al principio pensé que era un terreno normal, después de todo, estamos en Japón. Pero cuando los edificios comenzaron a partir como si fueran de papel, super que esto era diferente.
—¡¿¿QUÉ MIERDA ESTÁ PASANDO?! —gritó Haruto, sujetose de un poste.
El cielo se oscureció. Truenos cayeron como si el mismo infierno se hubiera desatado. Gritos. Vidrios rompiéndose. Autos volcando.
Corrí desesperado entre la multitud. Gente lloraba, algunos quedaban atrapados bajo escombros. Un hombre mayor cayó frente a mí, su perforación aplastada por una viga de concreto.
—¡MI PIERNA! ¡MI MALDITA PIERNA ESTÁ ROTA! —su voz se mezclaba con el sonido de sirenas y explosiones.
Vi a una mujer sufriendo con su hija, ambas cubiertas de sangre. Un pedazo de metal atravesó el pecho de su esposo. Su cuerpo aún se retorcia.
—¡PAPÁÁÁÁÁÁ! —la niña gritó hasta quedarse sin voz.
Intenté moverme, buscar a Haruto, pero entonces escuché su grito.
—¡RYUUUUUSEIII! —volteé y lo vi....
Un poste de luz había caído sobre su torso. Sangre brotaba de su boca. Sus ojos me miraban con desesperación.
—¡AGUANTA, HARUTO! ¡TE SACARÉ DE AHÍ! —corrí hacia él, pero una explosión cercana me lanzó contra el pavimento.
Cuando levanté la cabeza, Haruto ya no respiraba.
Me quedé en shock. Mis manos temblaban. El sonido del caos se volvió un murmullo lejano. Entonces, el suelo bajo mí cedió, y caí en la oscuridad.
Cuando abrí los ojos, ya no estaba en Tokio.
Frente a mí, una figura encapuchada me miraba con indiferencia. Su rostro no tenía facciones, pero su voz era tan clara como el agua.
—Bienvenido al otro lado, niño.
—¿Qué? ¿Estoy muerto? —mi voz se quebró.
—No del todo. Aún.
El ambiente era frío. Una neblina cubría el suelo. Un olor a sangre y muerte impregnaba el aire. Me puse de pie con dificultad.
—¿Tú quién eres? —pregunté.
—Algunos me llaman la oscuridad o el más allá, otros simplemente la Muerte. Pero puedes llamarme como gustes, después de todo, seré tu última compañía.
Intenté procesar lo que dice, pero mi cabeza aún daba vueltas por todo lo que pasa.
—Mira, encapuchada creepy, no tengo tiempo para esto. Mi amigo acaba de morir, Tokio se está cayendo a pedazos y yo solo quiero despertar de esta pesadilla.
La Muerte inclinaba su cabeza, como si estuviera confundida.
—Interesante. No muchos reaccionan con humor al ver mi rostro.
—Tú tampoco es que seas la gran cosa —respondí con una media sonrisa.
—Ja. Tienes agallas, muchacho.
Entonces, la Muerte se acerca y pone su mano en mi cabeza.
—Pero si quieres vivir, tendrás que pagar un precio.
Un frío intenso recorrió mi cuerpo. En ese instante, entendí que el mundo que conoce había dejado de existir.
Y que mi historia apenas comenzaba.