Capítulo 7: ¡Ayuda!
El vacío se rompió.
Un grito atravesó la negrura de su mente.
—¡Ryuusei, ayuda!
Era la voz de una niña.
Pequeña. Temblorosa. Llena de terror.
Ryuusei abrió los ojos de golpe.
Su entorno era un desierto de cenizas y sombras. Todo era gris. Las ruinas de lo que alguna vez fue la realidad se extendían en el horizonte. Un mundo muerto. Un reflejo de lo que él era.
Intentó moverse, pero un dolor indescriptible recorrió su cuerpo.
Algo estaba mal.
Sus manos tocaron su rostro…
No tenía piel.
Un escalofrío inhumano recorrió su cuerpo cuando sintió la textura de su carne expuesta, húmeda, palpitante. Bajó la mirada y vio lo que era: un ser de carne viva, sin una sola capa de piel que lo protegiera del aire gélido y cortante.
Cada movimiento era agonía. Cada respiración, un infierno.
Los músculos de su torso latían como si su propio cuerpo fuera una herida abierta. Cada fibra roja vibraba con un dolor sordo, como si su existencia misma estuviera siendo castigada.
No podía gritar. No tenía labios para hacerlo.
Las lágrimas resbalaron de unos ojos sin párpados, evaporándose antes de tocar el suelo.
Pero entonces…
Algo apareció en su mano.
Un objeto familiar. Un símbolo de lo que alguna vez fue.
Su máscara.
Negra y blanca. El Yin y el Yang.
Como si el universo mismo quisiera recordarle que aún existía un equilibrio entre su humanidad perdida y la monstruosidad en la que se había convertido.
Con manos temblorosas, levantó la máscara y la colocó sobre su rostro de carne viva.
El frío del material contra su piel expuesta lo hizo estremecerse. Pero por primera vez, sintió algo parecido a consuelo.
La máscara cubrió su deformidad. Lo separó del mundo.
Le devolvió su identidad.
No era un héroe.No era un monstruo.No era un hombre.
Era Ryuusei Kisaragi
Y alguien lo necesitaba.
La lluvia comenzó a caer.
Gélida. Cortante. Implacable.
Cada gota golpeaba su carne expuesta como si fueran cuchillas de hielo, arrancándole sensaciones que oscilaban entre el dolor y la furia. Pero él ya no podía permitirse sentir.
El tiempo pareció congelarse.
Aurion, con su lanza resplandeciente, estaba a punto de partir la piedra negra de Aiko. Un golpe. Un solo movimiento.
Pero antes de que pudiera hacerlo, una mano espectral emergió de la nada y se cerró como una trampa de acero sobre su muñeca.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo del héroe.
No por miedo.No por duda.Sino porque esa mano no debería existir.
Aurion giró su cabeza y lo vio.
Ryuusei.
O mejor dicho, lo que quedaba de él.
Un cadáver caminante. Un ente grotesco. Un ser que no debería estar en pie.
Un demonio cubierto de sangre y carne viva, sin un solo rastro de piel, excepto por sus piernas, que parecían perturbadoramente intactas.
—…Tú deberías estar muerto. —murmuró Aurion con voz baja, manteniendo la compostura, pero en el fondo sintiendo algo que rara vez experimentaba: inquietud.
Ryuusei no respondió. Solo apretó con más fuerza.
El sonido de huesos crujiendo bajo su agarre retumbó en el campo de batalla.
Aurion frunció el ceño y se soltó de un tirón, dando un salto hacia atrás. No porque estuviera en peligro… sino porque por primera vez, sintió algo parecido a un escalofrío.
Ryuusei estaba allí, de pie en la lluvia, con su máscara del Yin-Yang ocultando lo poco que quedaba de su rostro. Bajo la tormenta, la sangre que manaba de su cuerpo se mezclaba con el agua, formando charcos carmesí a su alrededor.
—Ryuusei… —murmuró Arcángel, quien hasta ese momento se había mantenido impasible. Su tono no era de sorpresa, sino de fascinación.
Como si estuviera viendo algo más allá de lo humano.
Aiko, tendida en el suelo, apenas podía enfocar su vista. Entre el dolor y la derrota, la imagen de Ryuusei regresando del abismo la dejó sin palabras.
Aurion giró su lanza con elegancia y apuntó hacia él.
—No importa en qué estado regreses. Solo significa que tendré que destruirte otra vez.
Pero Ryuusei no habló.
Solo levantó una de sus dagas.
Y desapareció.
El trueno rugió en el cielo al mismo tiempo que el sonido de la teletransportación rasgó el aire.
En un parpadeo, Aurion sintió una presión inhumana en su pecho.
Ryuusei estaba allí, justo frente a él.
Sus ojos, ocultos tras la máscara, reflejaban algo… algo que ni la muerte pudo arrebatarle.
Determinación absoluta.
—Tienes razón. —su voz sonó como un susurro áspero, carente de humanidad. Como si estuviera pronunciando sus últimas palabras.
—Esta vez, no me dejaré matar.
El tiempo se redujo a un solo instante.
El sonido de la lluvia golpeando la tierra.El jadeo tembloroso de Aiko.El resplandor divino de la lanza de Arcángel.El filo de las dagas de Ryuusei cortando el aire.
Un parpadeo. Un destello de acero.
Antes de que Aurion o Arcángel pudieran reaccionar, las dagas de teletransportación de Ryuusei se clavaron en el pecho de Aiko.
Su brazo atravesó la carne sin resistencia, hundiéndose hasta el fondo.
y apareció al frente del cuerpo de Aiko, en las manos de Ryuusei estaba el corazon de la niña y este lo puso en su lugar, de paso la cargo y la puso en sus hombros.
— Vámonos a casa Aiko ya tuvimos mucho por hoy día.
Un latido.Un sonido húmedo y grotesco.Sus dedos se cerraron alrededor del corazón palpitante de Aiko.
La piedra negra, sellada en lo más profundo de su ser, latía junto con su órgano vital. Era cálida… viva…
Y ahora, era suya.
Un destello más, y antes de que Arcángel pudiera reaccionar, Ryuusei usó otra de sus dagas para teletransportarse más lejos.
Las dagas, como si respondieran a su voluntad, volvieron a él en un instante, zumbando como proyectiles afilados.
Aurion vio todo.
Y no lo permitiría, fue volando rápidamente hacia donde estaba el y lo alcanzo.
Su mano se cerró sobre la cabeza de Ryuusei.
Un agarre firme. Inquebrantable. Imposible de evitar.
—Desaparece.
Y apretó.
El cráneo de Ryuusei explotó.
La lluvia se tiñó de rojo, los restos de su cabeza volaron en todas direcciones, fragmentos de hueso y masa cerebral esparcidos por el campo de batalla.
Pero no cayó.
Incluso sin cabeza, su cuerpo seguía en pie.
Incluso sin rostro, sus piernas se movieron.
Pero antes de que pudiera reaccionar…
Una lanza surcó el cielo.
Atravesó el aguacero, imparable. Un relámpago en la oscuridad.
Arcángel había lanzado su arma.
El impacto fue absoluto.
La lanza atravesó el torso de Ryuusei.
Desde su espalda hasta su pecho. Atravesando el corazón.
El sonido de la carne desgarrándose fue grotesco, inhumano.
Por un instante, todo pareció detenerse.
El cuerpo de Ryuusei tembló. Sus músculos se contrajeron en un reflejo instintivo de supervivencia.
Pero esta vez…
No había escape.
La lanza sagrada chisporroteó con energía divina. Su luz consumió la carne muerta. Reduciéndolo todo a cenizas.
Y entonces…
El cuerpo sin piel de Ryuusei finalmente cayó de rodillas.
Pero todo Japón se quedo callado al ver un cuerpo sin cabeza, ni corazón levantarse otra vez y correr sin rumbo fijo a tal punto de desparecer por la neblina de la lluvia
Mientras la noticia sacudía todo Japón, Ryuusei se arrastraba hasta un callejón oscuro. Su cuerpo regeneraba lentamente los tejidos, cada nervio volviendo a la vida con un dolor insoportable. Cada latido ausente de su corazón le recordaba que no debería estar vivo.
El eco de la lluvia golpeaba el asfalto, mezclándose con el sonido de la sangre goteando de su cuerpo incompleto. Apoyado contra la pared, dejó caer la piedra negra aún cubierta de los últimos vestigios de Aiko. "¿Por qué sigo vivo?", pensó, sintiendo cómo su rostro comenzaba a reconstruirse.
Mientras la multitud gritaba de horror al ver un cuerpo sin cabeza ni corazón corriendo como si aún tuviera voluntad propia, Aurion reaccionó al instante. No podía permitir que aquella grotesca escena eclipsara su imagen.
La sangre aún empapaba el suelo cuando un grito rasgó el aire.
—¡Ayuda! ¡Por favor! —una anciana, atrapada entre los escombros de un edificio derrumbado, extendía su temblorosa mano.
Aurion vio su oportunidad. Sin dudarlo, corrió hacia ella, sus movimientos heroicos capturados por cada cámara y teléfono en la zona. Con un solo brazo, levantó la viga de concreto que la aprisionaba, y con una sonrisa confiada, la cargó en brazos como un verdadero salvador.
Los reporteros enloquecieron. Los titulares ya se escribían solos:
❝Aurion, el Protector de Japón, salva a una anciana en medio del caos❞
Las imágenes de su heroísmo se transmitieron en vivo, opacando por un momento la espeluznante visión del cadáver en fuga. Pero en la mente de todos, el terror seguía latente.