El alba apenas había teñido el cielo de tonos dorados cuando el hermano mayor despertó con un sobresalto. Su respiración era irregular y su frente estaba perlada de sudor. Aún podía escuchar el eco de las palabras del loco del pueblo resonando en su mente.
"¡Ya está aquí!"
Parpadeó varias veces y se frotó los ojos. Miró alrededor de la pequeña cabaña, donde el fuego en la chimenea todavía ardía con suavidad. Sus hermanos dormían profundamente, pero algo dentro de él le decía que no podía seguir ignorando lo que estaba pasando.
Con cuidado, se sentó en el borde de su cama y tomó aire. Miró hacia la ventana; el cielo aún no se había despejado por completo, y en su inmensidad azul sentía que faltaba algo. Se estremeció antes de volverse hacia sus hermanos.
—Oigan… despierten —susurró, sacudiendo con suavidad al menor, que gruñó en respuesta.
—¿Qué quieres? —murmuró con voz pastosa, enterrando la cara en la almohada.
—Tenemos que hablar.
La hermana menor abrió un ojo con curiosidad y se incorporó lentamente.
—¿Es por lo de ayer? —preguntó en un tono que demostraba que ella tampoco lo había olvidado.
Él asintió y esperó a que su hermano también se incorporara, con el cabello desordenado y expresión adormilada.
—Escuchen, lo de ese hombre en el pueblo… No creo que haya estado simplemente loco.
El hermano menor frunció el ceño, pero la hermana menor asintió lentamente.
—Sentí que hablaba en serio… —susurró—. ¿Crees que se refería a nosotros?
El mayor tragó saliva. No podía estar seguro, pero algo en su interior lo empujaba a buscar respuestas.
—Voy a la biblioteca del pueblo —dijo de pronto—. Necesito averiguar si alguien más ha hablado sobre esto antes.
—¿No nos llevarás contigo? —preguntó el hermano menor con una pizca de decepción.
—No. Ustedes quédense aquí y ayuden a mamá. No tardaré mucho.
La hermana menor se cruzó de brazos, pero no protestó. En su expresión se notaba que tampoco quería quedarse sin respuestas.
Minutos después, tras vestirse rápidamente y despedirse de su madre con una excusa sencilla, el hermano mayor partió hacia el pueblo. El aire matutino era fresco y la neblina aún se aferraba al suelo, dándole un tono casi fantasmal al paisaje. Con cada paso que daba, su corazón latía con más fuerza.
Sabía que estaba a punto de descubrir algo importante.
Cuando llegó a la biblioteca, un edificio de piedra antigua con un techo inclinado y ventanales polvorientos, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Empujó la puerta con cuidado, y el aroma a papel viejo y madera húmeda lo envolvió.
La bibliotecaria, una mujer anciana de mirada aguda, lo observó con curiosidad cuando se acercó al mostrador.
—¿Buscando algo en particular? —preguntó con voz pausada.
El joven dudó por un momento antes de responder.
—Quisiera leer sobre antiguas profecías… y sobre las estrellas.
La bibliotecaria frunció el ceño, pero sin hacer más preguntas, señaló un rincón apartado de la biblioteca.
—Tercera estantería a la derecha. Los libros más viejos están allí. Pero ten cuidado… algunas historias es mejor dejarlas en el olvido.
El hermano mayor asintió y caminó hacia los estantes indicados. Su respiración era cada vez más pesada mientras pasaba los dedos por los lomos polvorientos de los libros.
Entonces, uno llamó su atención.
Era un tomo grueso, de cubierta de cuero desgastado, sin título. Lo tomó con ambas manos y lo abrió con cautela. Sus páginas eran amarillentas, llenas de símbolos extraños y palabras que parecían escritas hace siglos.
Y entonces, entre las líneas gastadas por el tiempo, encontró algo que lo hizo contener el aliento.
"Y cuando la estrella caiga del cielo, el errante que nunca tomó bando caminará entre los hombres. Buscará al elegido antes de que la sombra lo reclame, pues su destino y el del mundo están entrelazados."
El joven sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Esa estrella… ¿Era la que había desaparecido la noche anterior?
Sus manos temblaron al cerrar el libro. Sabía que esto era solo el comienzo.
Sus pensamientos se amontonaban en su mente, pero una sensación extraña lo impulsó a no quedarse en la biblioteca mucho más tiempo. El libro, sin embargo, le ofrecía más respuestas de las que se atrevía a entender por completo. Necesitaba llevarlo consigo.
Se acercó de nuevo al mostrador, donde la bibliotecaria lo observaba en silencio.
—¿Puedo llevarme este libro? —preguntó, con la voz algo vacilante.
La bibliotecaria le dirigió una mirada penetrante, como si estuviera evaluando algo más allá de la simple pregunta. Al final, asintió lentamente.
—Si realmente deseas saber lo que contiene, no puedo detenerte —dijo, con un tono que le hizo sentir como si estuviera tomando un camino del que no habría retorno—. Pero ten cuidado. Algunos libros esconden secretos que es mejor no descubrir.
El joven asintió sin decir más. La bibliotecaria le entregó el libro con una expresión de resignación y preocupación, como si el destino del joven ya estuviera sellado.
Con el tomo bajo el brazo, salió apresurado de la biblioteca, sintiendo el peso del destino en sus manos. A pesar de la frialdad del aire matutino, el calor del libro parecía calentar su pecho. Tenía que apresurarse a regresar.
Al llegar a su casa, el hermano mayor entró en silencio. La cabaña estaba tranquila, pero una sensación de tensión flotaba en el aire. Su madre estaba en la cocina, preparando el desayuno, pero al ver a su hijo entrar tan pronto, levantó la mirada con sorpresa.
—¿Ya regresaste? —preguntó, frunciendo el ceño—. No te esperábamos tan pronto, ¿has encontrado algo?
El joven se quedó quieto por un momento, mirando el libro con una mezcla de miedo y determinación. Sabía que no podía ocultarlo por mucho tiempo, y que las respuestas que contenía podrían cambiarlo todo. Sin embargo, decidió no decirle nada aún. Necesitaba tiempo para comprenderlo por sí mismo.
—Sí —respondió con voz firme—. Encontré algo. Pero no es algo que podamos hablar ahora. Tengo que estudiarlo más.
La madre lo observó fijamente, como si hubiera notado la gravedad en su tono. Sin embargo, no dijo nada. Sabía que, a veces, los jóvenes necesitaban enfrentar sus propios demonios.
El hermano mayor subió rápidamente a su habitación y se sentó en su cama, con el libro frente a él. Necesitaba encontrar más detalles, más pistas que lo ayudaran a entender lo que significaba ese mensaje sobre la estrella caída. Al abrir el libro de nuevo, el sonido de las páginas arrugadas y el crujir del cuero le dieron una sensación de urgencia. Cada palabra parecía llamarlo.
Mientras tanto, abajo, su madre no podía dejar de preguntarse si todo esto era parte de lo que dijo aquel ser esa vez.
La hermana menor, que había estado vigilando desde la puerta de la habitación, también se acercó. Había algo en el aire que no podía ignorar.
—¿De qué se trata? —preguntó en voz baja, con la curiosidad reflejada en sus ojos.
El hermano mayor no levantó la vista del libro, pero pudo sentir la tensión en el aire. Sabía que su hermana menor no se conformaría con esperar en silencio.
—Solo… no lo digas a mamá —respondió con seriedad—. Necesito tiempo para entenderlo.
Ella asintió, aunque sabía que en ese preciso momento, la curiosidad no le dejaría descansar.
El hermano mayor comenzó a leer más profundamente, buscando cualquier indicio que le ayudara a desentrañar el misterio. Cada palabra, cada símbolo que encontraba, parecía más críptico que el anterior. Pero algo en su interior le decía que todo esto estaba conectado, que el destino estaba a punto de manifestarse de una manera que ni él ni su familia podrían haber anticipado.
Y mientras se sumergía en la lectura, la sombra de la estrella caída seguía acechando, más cerca de lo que podía imaginar.
El hermano mayor había pasado el día entero sumido en el libro, sus ojos agotados de leer los textos antiguos. El sol había comenzado a descender, tiñendo el cielo de tonos rojos y naranjas que apenas lograba notar. En su mente, los símbolos extraños y las palabras crípticas daban vueltas sin cesar. La mención de la estrella caída no era el único misterio; había más, mucho más.
Encontró fragmentos sobre antiguos seres celestiales, mencionados como "ángeles" y "demonios", seres que habían caminado entre los hombres en épocas olvidadas.
Los ángeles, según los textos, eran los guardianes del equilibrio, seres de luz que protegían la armonía del mundo, mientras que los demonios, opuestos a ellos, buscaban corromper todo lo que tocaban, sumiendo al mundo en oscuridad. Las estrellas caídas, según las antiguas leyendas, eran signos de una batalla inminente entre ambos bandos, y aquellos que nacieran bajo su luz estaban destinados a jugar un papel crucial en ese conflicto.
El hermano mayor no entendía del todo cómo encajaba la profecía en su vida, pero sentía un estremecimiento creciente. Las palabras parecían dirigirlo a un destino que no podía controlar, y lo peor de todo era que la sombra que describían no era algo tan lejano. Estaba cerca, demasiado cerca.
El hermano mayor había pasado horas inmerso en el contenido del libro, pero su cuerpo finalmente cedió al cansancio. Sus ojos, ardientes de tanto leer, ya no podían mantenerse abiertos. Sin darse cuenta, se quedó dormido, con el libro aún abierto frente a él, las páginas amarillentas casi pareciendo susurrarle secretos a su oído.
La cabaña, envuelta en el silencio de la noche, parecía ajena a todo lo que se estaba por desatar. La madre y los hermanos dormían tranquilamente, ajenos al peligro que se acercaba. El aire fresco que entraba por la ventana apenas movía las cortinas, mientras el fuego en la chimenea se apagaba lentamente.
Pero esa calma era solo temporal.
A medida que las horas avanzaban, el cielo comenzó a cambiar. Un brillo inusual comenzó a teñir el horizonte, como si estrellas desconocidas empezaran a caer una tras otra, iluminando la oscuridad con destellos fugaces. Era un espectáculo tan hermoso como inquietante. El hermano mayor, aún dormido, no pudo percatarse de la magnitud de lo que ocurría afuera. Pero, dentro de la cabaña, algo más estaba sucediendo.
En la quietud de la habitación de la madre, un suave resplandor comenzó a tomar forma. La luz se fue intensificando, hasta que una figura apareció ante ella, envuelta en una luz dorada y suave, que iluminó su rostro con una calidez que parecía venir de otro mundo.
Era el ángel.
El mismo que la había advertido años atrás.
La madre despertó con un sobresalto, sintiendo que algo profundo y poderoso estaba sucediendo. Al abrir los ojos, vio la figura resplandeciente de pie junto a su cama, y la presión en su pecho aumentó a medida que las palabras del ángel se materializaban en su mente.
—Tu hijo está en grave peligro —dijo el ángel, con una voz serena pero llena de urgencia—. La sombra que mencioné en la profecía se acerca. Los demonios han despertado, y buscan su muerte. Tienen el poder de borrar toda su existencia, y no hay lugar donde puedan esconderse.
La madre, aún atónita por la aparición, sintió un nudo en el estómago. Sabía que el momento había llegado. El destino de su hijo no podía ser ignorado, y la amenaza ya no era algo distante o etéreo. Estaba al alcance de la mano.
—¿Qué debo hacer? —preguntó, con la voz quebrada por el temor, pero también por la necesidad de actuar.
El ángel se acercó un paso más, su presencia llena de una luz tranquila pero urgente.
—Debes sacarlo de aquí, antes de que sea demasiado tarde. La estrella caída no es solo una señal, es el inicio de una batalla que marcará el fin de todo si no actúan. El futuro de tu hijo está entrelazado con el de todos los seres del mundo, pero no podrá enfrentarse solo a lo que está por venir.
En ese mismo instante, en algún lugar distante, en lo profundo de la oscuridad, el hombre loco que había hablado en el pueblo despertó, como si hubiera sentido el cambio en el aire. Su risa resonó en los confines de la noche, retumbando en las paredes de la cabaña. "¡Ya es hora!" exclamó, mientras su risa se mezclaba con el sonido de las estrellas cayendo del cielo.
El hermano mayor, en su sueño, escuchó fragmentos de esa risa. Su mente, aún atrapada en el mundo de los sueños, no pudo entender la gravedad de lo que se estaba sucediendo. Pero el eco de esas palabras comenzó a filtrarse en sus pensamientos, como una advertencia.
La madre, con el corazón acelerado, se levantó rápidamente. Sabía que debía actuar, pero el miedo la paralizaba. Miró a su alrededor, sus ojos buscando al hermano mayor, que aún no despertaba de su profundo sueño. En ese momento, el ángel se acercó a ella una vez más.
—No hay tiempo que perder —le dijo—. Llama a tu hijo, prepáralo. Los demonios no esperan. La protección que ahora tiene no durará mucho más. Lleva a tu hijo y a tus otros hijos lejos, hacia un lugar seguro. Te guiaré, pero debes confiar en mí.
La madre asintió, con la determinación nacida del amor y del temor. Se apresuró a levantarse de la cama, sin perder un segundo más. Mientras tanto, en la habitación del hermano mayor, un destello de luz iluminó su rostro. El resplandor lo despertó, pero al abrir los ojos, no vio nada más que el vacío de la noche, la calidez del fuego y el pesado silencio que llenaba la cabaña.
Fue entonces cuando la puerta se abrió de golpe, y la madre, con el rostro pálido y la voz urgente, lo llamó.
—¡Despierta! ¡Es hora de irnos!
El hermano mayor se levantó sobresaltado, aún sin comprender lo que sucedía. El libro estaba en la cama, cerrado, pero una sensación extraña lo invadió. Algo no estaba bien. Algo estaba por llegar.
Las estrellas seguían cayendo del cielo, marcando el comienzo de algo que ya no podían detener.
La madre, con los ojos llenos de temor, tomó a sus hijos y los guió fuera de la cabaña. Los ecos de la risa del hombre loco seguían resonando en sus mentes, como una maldición anunciada. La amenaza ya estaba aquí, y no podían esperar más para huir.
En la oscuridad de la noche, el ángel los guiaría. Pero no sin enfrentar lo que les aguardaba. El destino había comenzado, y la lucha por la supervivencia estaba por desatarse.