Lucían comenzó a explorar la caverna después de su fracaso inicial con la espada. No podía quedarse simplemente sentado esperando respuestas; necesitaba entender su entorno y descubrir algo que pudiera ayudarlo. Sus pasos resonaban suavemente contra las paredes de roca mientras avanzaba, iluminado por el tenue brillo que algunas runas dispersas emanaban desde las paredes. Las observó con atención, trazando con los dedos los grabados mientras intentaba descifrar su significado.
—Qué curiosas son estas marcas... ¿Qué tratarán de decir? —murmuró, inclinándose para inspeccionar más de cerca. Sabía que no podía comprenderlas del todo, pero sentía que contaban historias olvidadas, tal vez relacionadas con el propósito de aquel lugar. Frustrado, golpeó suavemente la pared con el puño. —Debería haber estudiado algo de estas cosas... Tal vez Grey habría sabido qué hacer.
Más adelante, Lucían encontró algo que lo inquietó: esqueletos humanos, algunos desmoronados contra las paredes, otros aún con restos de sus ropajes rasgados. Dio un paso atrás, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
—Esto no puede ser buena señal... ¿Qué les pasó? ¿Y por qué están aquí? —se preguntó en voz alta, apartando la vista de los restos. —No puedo detenerme ahora.
Decidió no acercarse, desviando la mirada y continuando su camino.
Exploró durante horas, tal vez más. En las profundidades de la caverna, encontró estanterías rotas, pergaminos y libros apilados descuidadamente en un rincón. Aunque el polvo y el tiempo habían deteriorado la mayoría, algunos aún parecían legibles. Lucían recogío uno al azar, abriendo con cuidado las páginas amarillentas.
—No reconozco este idioma... Pero estas ilustraciones... ¿Son armas? —susurró, pasando sus dedos sobre los diagramas. —Esto no es cualquier cueva... ¿Qué clase de lugar he encontrado?
Decidió llevarse un par de esos pergaminos; tal vez podrían ser úteiles más adelante.
Continuando su exploración, Lucían se topó con algo que lo llenó de curiosidad: un conjunto de enredaderas oscuras y gruesas que cubrían una sección del muro. Al principio, pensó que era simplemente parte del entorno, pero al inspeccionarlas más de cerca, notó que algo estaba escondido detrás. Con cuidado, comenzó a arrancar las enredaderas una por una. Estaban firmemente adheridas, pero con esfuerzo logró despejarlas, revelando algo que no esperaba: una puerta tallada en piedra, decorada con símbolos y runas similares a las que había visto antes, pero más complejas.
—¡Lo sabía! Había algo más aquí... Pero, ¿qué es esto? —Lucían retrocedió un paso, observándola con recelo. —Esto no es obra de la naturaleza. Definitivamente alguien construyó esto... Pero ¿qué clase de persona haría una puerta como esta en una cueva tan profunda?
Su mente le decía que tal vez no era buena idea abrirla, pero su corazón ardía de curiosidad. Dudó por un momento, pero finalmente alzó la mano y la posó sobre la fría superficie.
—Exhaló profundamente. Apenas la tocó, los símbolos y runas comenzaron a brillar con un resplandor intenso, iluminando la caverna a su alrededor. La puerta, como si tuviera vida propia, empezó a abrirse lentamente con un sonido profundo y resonante.
La oscuridad al otro lado era absoluta, impenetrable. Lucían miró hacia el interior con desconfianza, preguntándose si debía entrar.
—Perfecto. La oscuridad absoluta. Lo que faltaba. —Sacó un cuchillo que llevaba en su cinturón, aunque sabía que era poco probable que le sirviera contra lo desconocido. Antes de que pudiera decidir, algo ocurrió. Una a una, lámparas antiguas colgadas de las paredes comenzaron a encenderse mágicamente, llenando la estancia con una luz cálida y reconfortante. Lucían entrecerró los ojos al principio, deslumbrado, pero pronto quedó completamente asombrado por lo que veía.
—¿Qué en el nombre de... ? Esto... Esto es imposible... —susurró.
Ante él se extendía una inmensa biblioteca. Estanterías altísimas se alzaban hasta perderse en el techo abovedado, y en ellas descansaban miles, quizás millones de libros. Había mesas de estudio con candelabros encendidos, globos terráqueos, pergaminos extendidos y pequeños artefactos que desconocía. El lugar estaba perfectamente cuidado, como si hubiera sido preservado por una fuerza más allá del tiempo.
Lucían avanzó lentamente, sintiendo que cada paso era como entrar en un santuario sagrado. Miró los estantes con asombro, sus dedos rozando los lomos de los libros.
—Esto no es una simple biblioteca. Esto es... increible. Pero ¿quién pudo construir algo así? ¿Y por qué? —Se detuvo junto a una de las mesas centrales y dejó escapar una risa nerviosa. —Estoy hablando solo. Genial. Es oficial: he perdido la cabeza.
Llegó a una mesa central donde reposaban varios libros abiertos. Parecían estar organizados en algún tipo de sistema, como si alguien los hubiera estado utilizando. Intrigado, tomó uno de los volúmenes más cercanos. Al abrirlo, se encontró con un mapa que cubría dos páginas completas. No reconocía ninguno de los territorios dibujados, pero lo que más le llamó la atención fueron las marcas que indicaban lugares específicos: cruces, círculos y notas escritas en los márgenes.
—¿Qué es esto? ¿Mapas de otros mundos? —Se inclinó sobre el libro, intentando descifrar las marcas. —Parece importante... Pero no entiendo nada de estas anotaciones. Maldita sea, debería haber prestado más atención a las lecciones de historia cuando era niño.
Dejó el libro con cuidado y miró a su alrededor. Era evidente que aquel lugar había sido usado por alguien, o tal vez por algo, para propósitos que aún no comprendía. Y si la biblioteca había sido preservada tan cuidadosamente, debía haber una razón.
—Tal vez este lugar no es solo un refugio... —pensó Lucían en voz alta—. Tal vez guarda las respuestas que estoy buscando.
Con renovada determinación, comenzó a explorar la biblioteca, consciente de que cada libro, cada rincón, podría esconder secretos que podrían ayudarlo en su misión.
Lucían recorrió con atención los estantes, ahora que notaba que estaban organizados por secciones. Había títulos de todo tipo: historia, lengua y literatura, filosofía, mapas y geografía. Su mirada se detuvo en una sección que captó especialmente su interés: "Arte de Guerra". El título resonaba en su mente como una promesa de conocimiento que podía cambiar su destino.
Caminó hacia allí, observando los estandartes dibujados en los lomos de algunos libros y las ilustraciones de armas y escudos tallados en las tapas. Mientras exploraba, un sonido repentino interrumpió su concentración. Un leve golpe secodetrás de él lo hizo girarse de inmediato, alerta, con los músculos tensos y los sentidos agudizados. Pero lo único que encontró fue un libro que había caído al suelo, como si el destino mismo lo hubiera señalado.
Se inclinó para recogerlo y notó, con algo de sorpresa, que podía entender las inscripciones en la cubierta: "Arte de Guerra" él mismo nombre de la sección. Era un tomo grande y pesado, con páginas de un material tan antiguo que parecía casi sagrado. Intrigado, lo abrió y comenzó a ojearlo. Cada página estaba repleta de indicaciones detalladas, esquemas y técnicas. Había dibujos de posturas de combate, maniobras con espadas, lanzas y hasta arquería.
Lucían no pudo evitar una sonrisa al darse cuenta de lo valioso que era aquel libro. "Esto me servirá para volverme más fuerte,"pensó mientras continuaba hojeando con entusiasmo. Pero tan rápido como llegó su emoción, también llegó la decepción. No tenía un arma. Solo había visto una desde que llegó: la espada que descansaba en el centro de la caverna. Sus pensamientos vagaron hacia ella, pero descartó la idea por ahora. Sabía que no podía tocarla, al menos no todavía.
Suspirando pero sin perder el ánimo, decidió seguir explorando. Había tanto que aprender, y cada libro que tomaba parecía abrirle una puerta hacia un conocimiento que jamás habría imaginado. Se dirigió hacia la mesa central, apilando todos los libros que le interesaban. Algunos eran sobre historia, otros sobre tácticas de guerra, e incluso encontró manuscritos de antiguos tratados sobre estrategia y liderazgo.
Pasaron horas, tal vez más, mientras Lucían se sumergía en las palabras y los dibujos. Cada página que leía parecía abrirle un mundo nuevo. Descubrió cosas sobre su propio mundo que nunca antes había considerado. "Es mas grande de lo que imaginaba," murmuró para sí mismo, con una mezcla de asombro y humildad.
Mientras seguía leyendo, algo llamó su atención: no sentía hambre, ni siquiera el más leve rastro de cansancio. Se detuvo un momento, dejando el libro a un lado, y reflexionó. "No he comido nada desde que llegue aquí, y aun así...no tengo hambre. Y he estado horas leyendo pero no me siento agotado."
La revelación lo dejó atónito. Era inmune al cansancio, al hambre y, posiblemente, al sueño. Era una ventaja que jamás había imaginado tener. Esto le permitiría entrenar sin descanso, estudiar sin pausa, y avanzar más rápido que cualquier otra persona en cualquier lugar del mundo.
Con una chispa renovada de entusiasmo, Lucían volvió al libro que tenía frente a él. Este lugar no era solo una caverna, era una fortaleza de conocimiento, un santuario que podría convertirlo en alguien completamente diferente. "No voy a desaprovechar esta oportunidad," pensó mientras abría otro libro y continuaba sumergiéndose en las palabras que parecían llamarlo, como si estuvieran esperándolo desde hacía siglos.
Lucían dejó a un lado el último libro que había estado leyendo, estirando sus brazos después de pasar horas inmerso en conocimientos que jamás habría imaginado alcanzar. Se levantó de la mesa central, sintiendo una extraña energía renovada.
No podía negar que este lugar parecía inagotable, tanto en conocimiento como en misterio.
Decidió caminar un poco, explorar más rincones de la biblioteca. Mientras avanzaba, notó que la luz se hacía más tenue. Se detuvo frente a una sección oscura que había pasado por alto antes. Había un cartel encima del umbral, desgastado por el tiempo, con letras apenas visibles que decían:
"Artes Prohibidas".
La frase hizo eco en su mente, como una advertencia en voz baja, pero su curiosidad lo llevó a adentrarse sin dudarlo. El ambiente allí era diferente al resto de la biblioteca. Las estanterías estaban cubiertas de polvo y telarañas, como si el tiempo hubiera decidido ignorar esta sección. A cada paso, Lucían sentía un escalofrío recorrer su espalda. Los lomos de los libros estaban desgastados, muchos sin títulos legibles. Algunos parecían a punto de deshacerse si los tocaba. Avanzó lentamente, sus botas levantando pequeñas nubes de polvo con cada paso. Al final del pasillo, algo capturó su atención: una vitrina de cristal, cubierta de grietas y polvo acumulado. Dentro, descansaba un libro grande y desgastado, acompañado de un pergamino enrollado. Sobre la vitrina, una placa metálica advertía:
"ADVERTENCIA: NO ABRIR".
Las palabras parecían talladas con una herramienta improvisada, como si quien las hubiera escrito estuviera apresurado o nervioso. Lucían se detuvo frente a la vitrina, leyendo la inscripción en voz baja. —"Advertencia: No abrir"... —repitió, arqueando una ceja con escepticismo. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro, cargada de ironía.
—¿En serio? ¿Eso es todo? ¿Esperan que vea algo así y me detenga?
Miró el libro con atención. La cubierta, aunque desgastada, tenía inscripciones que parecían grabadas a mano, y las palabras apenas eran legibles: "Las 100Artes".
Lucían sopló el polvo del cristal, inclinándose para observar más de cerca. Algo en aquel libro parecía llamarlo, como si le estuviera susurrando en un idioma que no podía comprender pero que, al mismo tiempo, entendía en lo más profundo de su ser. Ignoró la advertencia sin pensarlo dos veces y comenzó a buscar cómo abrir la vitrina.
—No puedo quedarme con las ganas... Si lo dejaron aquí, es porque tiene algo importante. Algo que nadie más quiso encontrar. Y yo no soy nadie más.
—Habló consigo mismo mientras tanteaba los bordes del cristal.
Al encontrar un cerrojo oxidado, probó forzarlo con su cuchillo. Tras varios intentos, el cerrojo cedió con un crujido metálico, y la vitrina se abrió lentamente. Lucían tomó el libro con ambas manos, sintiendo su peso y la textura áspera de la cubierta. Lo sostuvo frente a él, estudiándolo con detenimiento antes de soplar el polvo que lo cubría. Mientras lo hacía, una nube grisácea se levantó en el aire, haciéndolo retroceder y toser ligeramente. El título ahora era completamente visible: "Las 100 Artes".
Abrió la primera página, donde se encontraba una inscripción en un idioma desconocido. Sin embargo, al fijar la vista, las palabras comenzaron a transformarse, reordenándose hasta ser comprensibles para él.
—¿Qué demonios...? —susurró, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo.
Las palabras parecían vivas, moviéndose como si estuvieran escribiéndose ante sus ojos. En la página inicial, una advertencia aún más ominosa apareció: "Este conocimiento tiene un precio. Sólo aquellos dispuestos a sacrificar podrán aprender las 100 artes. Una vez iniciado, no hay retorno." Lucían frunció el ceño, sintiendo un ligero temor mezclado con la emoción de lo desconocido. Cerró el libro por un momento, mirando el pergamino que lo acompañaba.
Lucían observó el pergamino con una mezcla de intriga y cautela. Estaba sellado con una cera negra, un detalle que no pasó desapercibido. La cera tenía un emblema grabado en ella, una figura extraña que parecía desbordar oscuridad. Sin pensarlo dos veces, Lucían rompió el sello con un movimiento rápido. La cera se quebró con un sonido sordo, y el pergamino comenzó a desenrollarse por sí mismo, como si la acción de abrirlo hubiera liberado una fuerza invisible.
Al principio, el pergamino parecía tener una longitud normal, pero a medida que avanzaba, Lucían comenzó a notar algo extraño. El papel continuaba desenrollándose sin detenerse, como si no tuviera fin. El pergamino no dejaba de alargarse, y la sensación de estar atrapado en un ciclo interminable se apoderó de él.
Cada centímetro que avanzaba mostraba más de los mismos símbolos enigmáticos, que parecían moverse a su alrededor, como si estuvieran vivos, observándolo. Lucían no podía apartar la vista del texto. Al principio, las palabras eran incomprensibles, pero a medida que seguía desenrollando el pergamino, las letras comenzaron a formarse de nuevo, transformándose en algo que su mente pudiera comprender.
Mientras Lucían continuaba desenrollando el pergamino, algo extraño ocurrió. Una voz resonó por todo el lugar, profunda y poderosa, como si viniera de todos los rincones de la habitación.
—Tú que has abierto el libro de las 100 Artes y liberado el sello del pergamino… ¿Estás dispuesto a aprender las 100 artes?
Lucían se detuvo, buscando el origen de la voz. No veía nada ni a nadie, pero sentía que esa presencia lo observaba, como si estuviera dentro de su mente, conectada con su alma.
—¿Quién habla? —preguntó Lucían, su voz quebrada por la incertidumbre.
La voz respondió, como si le hubieran dado forma a sus pensamientos.
—Enfrentarás desafíos y pruebas más allá de tu comprensión, y seguramente morirás. Pondrás en riesgo tu vida. ¿Estás dispuesto a arriesgarlo todo?
Lucían vaciló por un momento, el peso de la advertencia amenazando con detenerlo. Pero algo en su interior lo empujó a seguir adelante, una sed de poder y conocimiento que no podía ignorar. Cerró los ojos por un instante, reuniendo su determinación, y una llama de resolución se encendió en su pecho. Cuando volvió a hablar, su voz era más firme, más profunda, llena de una fuerza que no había sentido antes.
Si…Me volveré más fuerte...para proteger a mis seres queridos y enfrentar mi destino. No quiero sentirme débil nunca más. ¡Nunca más! .. esa vez, cuando los demonios casi nos matan a mí y a mi familia... ¡No pude hacer nada! ¡Nada para protegerlos! Si no hubiera sido por los ángeles, no estaríamos aquí... pero eso no me calma. ¡No quiero estar de brazos cruzados! ¡No quiero quedarme mirando mientras los demás luchan por mí!
¡Nunca más! — Él aprieta los puños con fuerza, los nudillos blancos por el esfuerzo, y sus ojos arden con una determinación feroz. — Nunca más me voy a sentir débil.
Las palabras salieron con una intensidad tan grande que parecían resonar en el aire, como si todo el lugar las estuvieraabsorbiendo.
En ese preciso momento, el lugar comenzó a temblar. La luz de la biblioteca parpadeó, y un viento extraño comenzó a soplar, como si el mismo espacio estuviera alterado. Lucían se sintió elevarse del suelo, su cuerpo flotando hacia el centro de la sala. El pergamino, ahora rodeándolo, comenzó a girar con rapidez a su alrededor. Las escrituras brillaban intensamente, como si la energía contenida en el pergamino cobrara vida propia.
Lucían no sabía qué hacer. La presión en el aire era insoportable, y las palabras del pergamino brillaban a su alrededor, como llamas que lo envolvían. La sensación de pavor comenzó a apoderarse de él, pero el deseo de cumplir su promesa lo mantenía firme. Cerró los ojos, buscando concentrarse, pero todo a su alrededor parecía volverse más distorsionado, como si la realidad misma estuviera deshaciéndose a su alrededor.
La presión en su cuerpo se intensificó. Como si todo lo que conocía estuviera desintegrándose, su cuerpo se retorcía, deformándose, como si estuviera siendo arrancado de su forma humana. Un dolor indescriptible lo atravesó, un dolor que le arrancó un grito que resonó en el aire, un grito que se mezclaba con los susurros del pergamino.
¡Aaaaagh!
Cada músculo, cada hueso, cada fibra de su ser parecía ser estirada hasta el límite, como si estuviera siendo reconfigurado por una fuerza incomprensible. Su piel se tensaba, quemaba, se estiraba, como si estuviera siendo desgarrado por dentro y por fuera. El aire a su alrededor se volvía más denso, y un calor abrasador lo envolvía, seguido por un frío cortante que le calaba hasta los huesos.
—¡No puedo...! —gritó, sus palabras distorsionadas por el dolor, mientras su mente luchaba por entender lo que estaba sucediendo.
De repente, el libro que Lucían sostenía en sus manos comenzó a brillar con una luz intensa. Antes de que pudiera reaccionar, el libro flotó de sus manos y se colocó frente a él, como si estuviera suspendido por una fuerza invisible. Las páginas empezaron a pasar rápidamente, moviéndose por sí solas, como si alguien invisible las estuviera hojeando. El sonido de las páginas resonaba en el aire, llenando el espacio con un eco extraño y profundo.
Lucían observaba con incredulidad, su cuerpo paralizado tanto por el dolor como por el asombro. Las páginas se movían cada vez más rápido, hasta que el libro se detuvo justo en la mitad. La luz que emanaba de él se intensificó, iluminando todo a su alrededor. Antes de que pudiera comprender lo que estaba sucediendo, sintió que su cuerpo era jalado hacia la luz del libro.
—¡Espera, espera, espera! ¿Qué está pasando? —intentó resistirse, pero no pudo moverse. Su cuerpo comenzó a distorsionarse, a alargarse y retorcerse de una manera antinatural, como si estuviera siendo absorbido por el libro. Podía sentir cómo su ser entero se estiraba y se descomponía, mientras su conciencia parecía fragmentarse.
En un último tirón, Lucían fue completamente absorbido por el libro. Su forma desapareció dentro de las páginas, y el libro, como si nada hubiera pasado, dejó de flotar. Cayó al suelo con un ruido seco, cerrando sus páginas de golpe.