Lucían comenzó a flotar en la nada, en un espacio sin fin, rodeado de oscuridad absoluta. No podía ver nada, ni siquiera su propia mano, pero sentía que estaba suspendido en algún lugar extraño. El silencio era abrumador, hasta que de repente, una sensación de incomodidad lo invadió. Miró a su alrededor, tratando de encontrar alguna pista de lo que estaba ocurriendo.
—¿Dónde... dónde estoy? —se preguntó en voz alta, su tono serio pero con un leve toque de incredulidad. —Esto no estaba en los planes. Al menos, no en los que yo acepté.
La oscuridad lo envolvía como una manta pesada, y el frío parecía calarlo hasta los huesos. Entonces, un tirón repentino lo sacudió, y en un abrir y cerrar de ojos, sintió que comenzaba a caer en picada. Una fuerza invisible lo arrastraba hacia abajo a una velocidad que lo dejaba sin aliento.
—¡¿Qué demonios es esto?! —gritó, pero su voz se perdió en la nada. —Esto no es una caída normal. ¿A dónde demonios me mandaron?
El sonido del viento lo envolvía mientras caía cada vez más rápido. La oscuridad a su alrededor se convirtió en un túnel interminable, con las paredes de la nada deslizándose a su alrededor. A medida que caía, un resplandor tenue apareció a lo lejos. Una luz brillante que parecía llamarlo. Sin poder detenerse, Lucían seguía cayendo hacia ella, la luz creciendo cada vez más.
¡Aaaaaaghhh!
Con un fuerte impacto, cayó de cabeza al suelo, lo que hizo que un ruido sordo resonara en todo su cuerpo. Un dolor terrible atravesó su cráneo, y todo a su alrededor se volvió borroso.
—Esto... esto no es normal —gruñó entre dientes, tocándose la cabeza. —¿Por qué todo siempre tiene que terminar así?
Sintió un dolor punzante recorrer todo su cuerpo, como si sus huesos se estuvieran quebrando bajo el impacto, y se quedó tendido en el suelo con la sensación de que su cuerpo había colapsado por completo.
—¿En serio? ¿Esto es lo que pasa después de todo? —preguntó en voz baja, aún intentando procesar el dolor. —¿Y pensar que todo esto empezó con un pergamino bonito?
Con la nariz sangrando y la vista nublada, vio a lo lejos una figura acercándose, flotando en su dirección. Lucían intentó enfocar la vista, pero todo se veía borroso, como si estuviera mirando a través de una capa de niebla. No podía distinguir bien quién o qué era, pero algo le decía que esa figura podría ser la única salida de este desastre.
—¿Qué... quién... es eso? —preguntó, su tono ahora más serio, con una mezcla de agotamiento y curiosidad.
El dolor lo superó, y Lucían cerró los ojos, sintiendo que todo a su alrededor se desvanecía. En ese momento, su mente se apagó, y se desmayó, sin saber lo que le deparaba a continuación.
Lucían abrió los ojos lentamente, sintiendo como si acabara de despertar de un largo sueño. Parpadeó varias veces, intentando aclarar su visión borrosa. Se sentó lentamente en la cama, mirando a su alrededor.
—¿Qué... qué está pasando? —murmuró para sí mismo, mirando el lugar con curiosidad. Era una casa de madera rústica, bien iluminada por la luz natural que se filtraba a través de las ventanas. Nada indicaba que hubiera pasado por algo tan... traumático como lo que recordaba.
Con una mezcla de desconcierto y alivio, se levantó de la cama, decidido a explorar. Caminó por la casa en silencio, sin comprender cómo había llegado allí. Tras investigar un poco, encontró la puerta de salida. Se acercó, tocó la manija con cautela y, con un suspiro, la abrió.
Lo que vio lo dejó sin aliento. Un paisaje impresionante se desplegaba ante él. Hierba fresca, árboles altos y frondosos, y el sonido suave de los pajaritos cantando en el aire. El viento acariciaba su rostro, y el murmullo de una cascada cercana llenaba el aire, creando una sensación de paz que no podía ignorar.
Lucían dio un paso hacia afuera y quedó parado allí, asombrado por la belleza del lugar. Sin embargo, algo en su mente lo trajo de vuelta a la realidad. El pergamino. Las 100 Artes. La caída, el dolor, el vacío. Todo parecía tan confuso. Se quedó quieto por un momento, analizando su situación.
Se dio cuenta de algo extraño. No sentía dolor. No tenía ni un rasguño. Su cuerpo se movía con total normalidad, sin ninguna molestia. ¿Cómo era posible? Recordaba claramente el impacto de la caída, pero ahora no sentía nada. Solo un extraño bienestar que lo invadía. Sonrió, feliz pero completamente confundido por lo que sucedía. Se tumbó en la hierba, frotándose la barbilla mientras pensaba en todo lo ocurrido.
—¿Qué demonios pasó? —se preguntó en voz baja, mirando el cielo. Fue entonces cuando, al fijarse más, vio una figura en la cima de la cascada.
Lucían permaneció tumbado en la hierba por unos segundos, contemplando el cielo azul y escuchando el sonido relajante de la cascada. Sin embargo, cuando sus ojos se fijaron en la cima de la cascada, su cuerpo se tensó. Allí, sentado con las piernas cruzadas y los ojos aparentemente cerrados, había una figura en profunda meditación.
El corazón de Lucían comenzó a latir con fuerza, y una sensación de alerta lo invadió. Se incorporó rápidamente, todavía mirando hacia la cascada.
—¿Quién... quién eres? —murmuró para sí mismo, antes de sacudir la cabeza y ponerse de pie. —Espera... ¿será el mismo que vi antes de desmayarme?
Sin perder tiempo, se sacudió la hierba de la ropa y comenzó a caminar hacia la cascada. A medida que avanzaba, su voz se hizo más fuerte, como si tratara de mostrarse firme, aunque por dentro se sentía ligeramente nervioso.
—¡Oye! —gritó, con la vista fija en la figura. —¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?
La figura no respondió, permaneciendo inmóvil, sumida en su trance. Esto solo hizo que Lucían se sintiera más inquieto, pero no se detuvo. Sus pasos lo llevaron más cerca de la cascada, mientras el sonido del agua caía con fuerza a su alrededor.
—¡Te estoy hablando! —volvió a gritar, esta vez con más seriedad en su tono. —¡¿Qué es lo que buscas?! ¿Fuiste tú quien me trajo aquí?
El silencio continuó, roto solo por el murmullo del agua y el canto de los pájaros. Lucían apretó los puños, sintiendo cómo la tensión aumentaba con cada paso que daba. De pronto, algo en la postura de la figura cambió: un leve giro de cabeza, apenas perceptible, como si hubiera escuchado sus palabras.
—¿Por qué no respondes? —gruñó, con una mezcla de frustración y curiosidad. —Si tienes algo que decir, será mejor que lo hagas ahora. No soy fanático de los juegos de misterio.
El viento sopló suavemente, haciendo que las hojas de los árboles susurraran como si quisieran darle una respuesta. Sin embargo, la figura permaneció inmóvil, como si su meditación fuera inquebrantable, mientras Lucían seguía acercándose, ahora con pasos más decididos.
Finalmente, llegó al borde de la laguna que se formaba bajo la cascada. El agua cristalina reflejaba la luz del sol, y desde esa perspectiva, la figura en la cima parecía aún más imponente, como si fuera parte del paisaje mismo. Lucían respiró hondo, intentando calmar el caos en su mente, pero su paciencia comenzaba a agotarse.
—¡Voy a preguntarlo una última vez! —gritó, su voz retumbando en el aire. —¿Quién eres y qué estás haciendo aquí? ¿Tienes algo que ver con ese maldito libro o las 100 Artes?
Esta vez, algo cambió. La figura abrió los ojos lentamente, y Lucían creyó ver un destello fugaz en ellos. La quietud del lugar pareció romperse en ese instante. El aire se volvió más pesado, y un escalofrío recorrió su espalda.
—¿Vas a decir algo o no? —murmuró entre dientes, sus ojos clavados en la figura, esperando cualquier señal que pudiera revelar la verdad.
La figura permaneció inmóvil durante unos segundos después de abrir los ojos, pero luego, lentamente, comenzó a levantarse. Su movimiento era fluido, casi elegante, como si no estuviera sujeto al peso del cuerpo. Lucían, aún con el corazón latiendo con fuerza, lo observaba con una mezcla de desconcierto y cautela.
El ser desconocido se quitó algo de polvo de las manos con calma y sacó unas vendas de color rojo que llevaba colgadas al cinturón. Lucían frunció el ceño, sin entender por qué se vendaba los ojos después de haber estado meditando. Sus movimientos eran metódicos, cada giro de la tela alrededor de su rostro impecablemente ajustado, como si estuviera siguiendo un ritual personal.
—¿Qué está haciendo...? —murmuró Lucían en voz baja, más para sí mismo que para nadie.
Una vez que las vendas cubrieron por completo sus ojos, el ser desconocido levantó las manos al aire, extendiéndolas hacia los lados. Lucían sintió un leve cambio en el ambiente, como si algo estuviera respondiendo al llamado de aquella figura. De pronto, el sonido de un objeto moviéndose a gran velocidad rompió la calma del lugar.
El ruido venía de la casa donde Lucían había despertado, un sonido que se hacía cada vez más fuerte y agudo. Giró rápidamente la cabeza hacia la dirección del ruido y, antes de poder procesarlo, un bastón salió disparado desde la puerta de la casa, cortando el aire como un rayo.
—¡¿Qué demonios...?! —exclamó Lucían, agachándose instintivamente para esquivar el proyectil que pasó a toda velocidad sobre él.
El bastón voló con precisión hacia la figura, que simplemente estiró una mano para recibirlo. Sus dedos se cerraron alrededor del arma con una precisión casi sobrenatural, deteniéndolo en seco en el aire.
El ser desconocido, ahora con el bastón en su mano, flexionó ligeramente las rodillas y, de repente, ejecutó un salto devastador que lo lanzó hacia los cielos. El impacto de su despegue levantó pequeñas ondas de aire a su alrededor, mientras Lucían se protegía el rostro con un brazo, mirando con incredulidad cómo la figura se elevaba a una altura impresionante.
—¡¿Qué clase de ser es este?! —exclamó Lucían, incapaz de apartar la vista.
En pleno vuelo, el ser lanzó el bastón hacia el cielo con un movimiento preciso, haciéndolo girar como un proyectil. Lucían siguió el arma con la mirada, pero antes de poder comprender qué planeaba, el desconocido comenzó a descender en picada. Su cuerpo cortaba el aire con velocidad letal, y por un instante, Lucían creyó que el impacto sería inevitable.
Sin embargo, justo antes de tocar el suelo, el ser aterrizó sobre el bastón que ahora estaba suspendido en el aire, como si obedeciera su voluntad. El bastón lo sostuvo firme mientras este comenzaba a volar a una velocidad asombrosa, girando alrededor del claro como un torbellino viviente.
Lucían no podía apartar la vista. Su mente estaba llena de preguntas, pero una cosa era clara: jamás había visto algo así no desde que vio batalla entre los ángeles y los demonios. El desconocido se movía con una maestría impresionante, zigzagueando entre los árboles y trazando círculos perfectos sobre la cascada.
—Esto... esto es imposible —susurró Lucían, su voz cargada de asombro.
De pronto, el ser desconocido se dirigió hacia él. Lucían dio un paso atrás, sintiendo cómo una corriente de aire se formaba a su alrededor. Con un simple movimiento de su bastón, el desconocido creó una ráfaga de viento tan poderosa que Lucían perdió el equilibrio y cayó al suelo.
—¡Maldita sea! —gruñó Lucían, levantándose lentamente mientras el viento seguía azotando todo a su alrededor.
El ser desconocido se elevó aún más en el cielo, tomando una posición estática sobre el bastón como si estuviera en lo alto de un mástil. Desde allí, comenzó a descender a una velocidad impresionante, envuelto en un aura de poder casi palpable. Lucían pudo sentir cómo el aire se comprimía a su alrededor, la presión aumentaba con cada segundo.
—¡¿Qué vas a hacer ahora?! —gritó Lucían, instintivamente cubriéndose con los brazos.
Justo cuando parecía que el impacto sería devastador, el ser desconocido se detuvo a centímetros del suelo. Una onda expansiva de aire barrió todo el claro, haciendo que las hojas de los árboles volaran en todas direcciones y que el agua de la laguna formara pequeñas olas que chocaban contra las rocas.
Lucían, aún en el suelo, miró al ser con una mezcla de maravilla y confusión. Su corazón latía con fuerza mientras intentaba comprender qué acababa de presenciar.
El desconocido, con una calma abrumadora, se enderezó sobre el bastón.
—¿Qué... quién eres realmente? —preguntó Lucían, su voz temblorosa, pero llena de determinación.
El ser simplemente inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera considerando si debía responder.
Lucían tragó saliva, aún maravillado y confundido. Tenía la sensación de que aquel encuentro marcaría un antes y un después en su vida, pero las respuestas a sus preguntas parecían estar fuera de su alcance... al menos por ahora.