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Chapter 10 - Comienza El Entrenamiento

La energía que irradiaba de aquella figura era tangible, pesada, casi como si el aire alrededor estuviera vivo.

 Finalmente, la figura habló, y su voz era profunda, resonante, como si viniera de algún lugar más allá de ese mundo.

 —Voy a probarte—dijo, sin mover un solo músculo más allá de sus labios. Su tono era neutral, pero había una autoridad en él que no podía ser ignorada. —Y parece que sigues sin comprender.

 Lucián frunció el ceño, su confusión ahora mezclada con indignación.

 —¿Probarme? ¿A qué te refieres? —replicó, levantándose rápidamente y señalándolo con un dedo. —Si tienes algo que ver con ese libro y las 100 Artes, más vale que hables claro.

 El desconocido dejó escapar una leve exhalación, como si estuviera contemplando la respuesta más adecuada. Luego, con un movimiento fluido, descendía del bastón y aterrizó suavemente en el suelo frente a Lucián.

 —La senda que has elegido no es para los débiles de espíritu ni para los temerosos —dijo, cruzando los brazos mientras su voz adquiría un matiz ligeramente severo. —El pergamino no te eligió por accidente. Fuiste tú quien decidió abrirlo, quien se aventuró más allá de lo que entendía.

 Lucián retrocedió un paso, todavía sintiendo la presión de aquella presencia.

 —¿Qué se supone que significa eso? ¿Que ahora estoy atrapado en este... juego extraño?

 El ser inclinó ligeramente la cabeza, como si encontrara curiosa la elección de palabras de Lucián.

 —Este camino es una decisión, no un encierro. Cada paso que des será tu responsabilidad. Pero no lo olvides: todo lo que buscas tiene un precio.

 Lucián lo miró fijamente, intentando descifrar si aquello era una amenaza, una advertencia o alguna forma retorcida de motivación.

 El desconocido dio un paso hacia él.

 —Este mundo está condenado por la ignorancia y el miedo. Las respuestas que buscas están al final de este sendero, pero antes de que puedas comprender su significado, primero debes demostrar que eres digno.

 Lucián apretó los dientes, su frustración creciendo.

 —Ya estoy harto de acertijos. Si quieres que haga algo, dilo de una vez.

 El ser permaneció en silencio por un momento, como si evaluara las palabras de Lucián. Luego, giró ligeramente el bastón en su mano y lo clavó en el suelo con un movimiento firme.

 —Si deseas respuestas, primero debes enfrentarte a mí.

 La declaración fue directa, y la intensidad en el aire aumentó inmediatamente. Lucián sintió cómo su cuerpo se tensaba, como si un instinto primal lo empujara a prepararse para un combate.

 —¿Qué? ¿Pelear contigo? —preguntó, incrédulo, aunque sabía que esa era exactamente la intención.

 El desconocido dio un paso atrás y adoptó una postura relajada, sosteniendo el bastón con una sola mano.

 —Demuestra que mereces continuar por este camino. O retrocede ahora y acepta tu destino como uno más entre los olvidados.

 Lucián respiró hondo, apretando los puños.

 —Está bien —dijo, con un toque de desafío en su voz. —Si eso es lo que quieres, entonces lo tendrás.

 El viento sopló más fuerte, y el claro pareció detenerse en el tiempo. Lucián sabía que estaba entrando en un combate que no entendía por completo, pero no podía retroceder. No después de todo lo que había vivido. No después de haber llegado tan lejos.

 Se lanzó hacia adelante, sin saber realmente qué esperaba encontrar, pero decidido a no dejarse vencer sin pelear.

Al acercarse, Lucián logró observar al ser con mayor claridad. Parecía un hombre de alrededor de 50 años, con un tono de piel bronceada que brillaba ligeramente bajo la luz difusa. Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices, cada una contando una historia de enfrentamientos pasados. Una de ellas, especialmente pronunciada, comenzaba en su cuello y se extendía hasta su rostro. Sus cejas gruesas le daban un aire severo, mientras que sus labios, finos y siempre en una ligera curva de sabiduría, reflejaban una calma inquebrantable. Su mandíbula era firme, y unos vendajes rojos cubrían sus ojos, ocultándolos por completo.

Vestía ropa simple pero elegante. Una túnica negra resistente que le permitía moverse con facilidad y una capa que le cubría los hombros, ondeando ligeramente con la brisa.

El viento se detuvo en seco cuando Lucián se lanzó hacia el hombre, sus músculos tensos con una mezcla de adrenalina y determinación. Observó cada detalle del misterioso ser mientras cerraba la distancia.

Lucián lanzó un golpe directo, apuntando a la mandíbula del hombre, pero su puño cortó el aire vacío. En un movimiento fluido y natural, el desconocido esquivó el ataque inclinando apenas la cabeza. Sin pausa, el hombre respondió con un golpe propio, un movimiento que parecía lento, deliberado, pero cuyo impacto fue devastador.

En lugar de un puño, el hombre levantó la mano con calma y, con una rapidez asombrosa, le propinó una fuerte bofetada a Lucián. El impacto resonó en el aire, y la fuerza de la galleta fue tal que Lucián voló por los aires como si fuera una muñeca de trapo, su cuerpo girando sin control antes de estrellarse contra el suelo. Un crujido resonó en el claro; sus costillas yacían rotas, y un hilo de sangre comenzó a correr desde su nariz.

Lucián estaba en shock, el dolor perforando su cuerpo mientras intentaba procesar lo que había sucedido. Pero antes de que pudiera siquiera moverse, el hombre ya estaba frente a él. No había sonido, ni indicio de movimiento previo. Era como si se hubiera teletransportado.

El hombre lo observó con una sonrisa de superioridad, sus ojos fríos y calculadores.

—¿Eso es todo lo que puedes ofrecer? —dijo, burlón. Su voz resonaba en el aire, como si cada palabra fuera una burla directa a su ser. —Patético.

Lucián intentó levantarse, sus brazos temblando por el esfuerzo, pero no tuvo oportunidad. El hombre levantó su puño, y el aire mismo comenzó a temblar. Una presión palpable se apoderó del lugar, y una sensación de distorsión comenzó a envolverlo. El espacio alrededor se curvó, como si la misma realidad estuviera a punto de quebrarse. La energía del hombre se condensó, su poder formándose en una ráfaga invisible que hizo que el tiempo pareciera ralentizarse.

—Arte #1: Golpe de la Montaña —anunció, su voz retumbando como el estrépito de un trueno, resonando en todo el lugar con un peso abrumador.

El puño del hombre descendió, y el aire estalló con una presión insoportable. La tierra no se partió, pero el espacio mismo se dobló, como si el universo entero se retorciera ante la fuerza del golpe. La distorsión de la realidad era tan intensa que la atmósfera vibraba, y la sensación de gravedad misma comenzó a fluctuar. Lucián sintió como si todo a su alrededor se desvaneciera en un abismo de caos, el impacto de la técnica no solo golpeando su cuerpo, sino aplastando su existencia.

La fuerza del golpe hizo que el suelo se ondulara a su alrededor, como si fuera líquido, mientras Lucián fue lanzado hacia atrás. El impacto fue tan brutal que la sensación de dolor no fue lo que predominó; fue la absoluta desaparición de todo sentido de control, la sensación de ser arrastrado por una tormenta cósmica. Todo su ser parecía desintegrarse, como si la propia realidad lo estuviera consumiendo.

—¡Ah! Maldito... esto... ¡duele! —exclamó Lucián entre jadeos, su voz quebrada mientras intentaba resistir la presión que lo aplastaba. Su cuerpo temblaba, cada fibra luchando contra lo inevitable.

Fue como si su cuerpo, su mente, su alma misma comenzaran a desintegrarse en el aire, desapareciendo en la nada.

—No... no puedo más... —murmuró, su voz temblorosa, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla. La desesperación en sus palabras estaba teñida de resignación.

El rugido de un trueno cósmico retumbó por todo el bosque, pero no era un sonido común: era la vibración de las mismas leyes que regían el mundo siendo alteradas. El cuerpo de Lucián quedó suspendido, un instante que se estiró hasta lo eterno, antes de que todo se desvaneciera.

—Parece que he llegado hasta el final... aquí termina mi camino... —susurró, cerrando los ojos mientras su cuerpo se deshacía, consumido por la técnica.

Una última lágrima se deslizó por su rostro antes de que desapareciera por completo. El espacio, el tiempo, y la vida misma dejaron de existir para él. Lucián desapareció por completo, su esencia consumida por la fuerza del golpe, dejando tras de sí solo un vacío donde una vez estuvo su ser.

Y luego, el silencio.

Lucián había muerto.

 El silencio se extendió como una mortaja en el lugar, roto solo por el leve susurro del viento que volvía a fluir. Sin embargo, la figura permanecía de pie, observando el lugar donde Lucián había desaparecido, una leve sonrisa burlona formándose en sus labios.

—¿Es esto lo que llaman potencial? —dijo, su voz cargada de sarcasmo mientras se cruzaba de brazos. Caminó lentamente hacia el lugar donde el polvo flotaba en el aire, el único rastro de Lucián. —Y pensar que tu orgullo te llevó a esto. ¡Una broma cruel del destino, sin duda!

Hizo una pausa, mirando al cielo como si reflexionara sobre algo.

—Pero supongo que no se puede esperar mucho de un niño que no entiende la magnitud de sus decisiones. ¡Tanto drama, tanto gritar, solo para terminar como todos los demás!

El hombre giró el bastón entre sus dedos con una facilidad que resultaba irritante, el sonido del aire cortado por el movimiento resonando en el lugar.

—¿Acaso pensabas que podrías enfrentarte a mí con solo fuerza de voluntad? ¿Con tus puños vacíos? —se burló, inclinándose ligeramente hacia adelante como si estuviera hablando a alguien invisible. —Te lanzaste como un toro ciego, sin estrategia, sin comprensión. Y aún así, pensaste que podrías desafiarme. Patético.

Con un movimiento despreocupado, se enderezó y chasqueó la lengua, como si estuviera decepcionado.

—Te di una oportunidad de retroceder, de evitar el sufrimiento. Pero no, tenías que jugar al héroe, al guerrero valiente. ¿Y para qué? Para que te destrozara en un instante. No eres más que un niño jugando a ser algo que no comprende.

El hombre levantó la mano, examinándola como si estuviera revisando las uñas, mientras seguía hablando.

—Quizá debería dejarte en ese estado. Que el olvido te consuma. Sería una lección para los demás: no desafíes lo que no puedes comprender.

Se detuvo, su sonrisa ampliándose mientras bajaba la mano y dirigía su atención al vacío donde Lucián había desaparecido.

—Pero... ¿y si te doy otra oportunidad? ¿Y si veo qué haces cuando te enfrentas a lo imposible por segunda vez?

Con un movimiento lento y deliberado, levantó la mano derecha y chasqueó los dedos. El sonido fue pequeño, apenas un eco, pero el impacto fue inmediato. La realidad misma pareció desgarrarse, como si el universo regurgitara algo que había tragado a la fuerza. Un vórtice de energía se formó en el aire, brillando con colores imposibles y distorsionando el espacio a su alrededor.

De repente, el cuerpo de Lucián fue arrojado desde el vórtice, cayendo al suelo con un ruido sordo. Su respiración era superficial, y su cuerpo temblaba mientras intentaba recuperar la conciencia. Su pecho se alzaba y descendía con esfuerzo, y sus ojos entreabiertos miraban confusos al cielo.

—¿Qué...? —murmuró, su voz apenas audible. Intentó moverse, pero sus músculos estaban agotados, su cuerpo pesado como el plomo. Apenas logró girar la cabeza lo suficiente para ver al hombre que lo observaba desde arriba.

El hombre sonreía, una expresión mezcla de superioridad y entretenimiento. Lentamente, se inclinó hacia Lucián, sus ojos vendados no ocultaban la presión de su presencia.

—¡Bienvenido de vuelta, niño! —dijo con un tono burlón. —Pensaste que habías llegado al final, ¿no es así? Pero esto... esto era solo el principio.

Lucián jadeó, intentando procesar lo que estaba ocurriendo. La confusión y el miedo en su rostro eran evidentes, pero también lo era una chispa de determinación que se negaba a extinguirse.

El hombre se enderezó, apoyándose nuevamente en su bastón, y alzó la voz, su tono ahora cargado de autoridad.

—Yo soy el Gran Maestro. El creador de las 100 Artes. Y tú, niño, has pasado la prueba.

El viento volvió a soplar, y el lugar se llenó de una calma extraña, como si el mundo mismo estuviera esperando lo que vendría después. Lucián, tembloroso, fijó sus ojos en el Gran Maestro, sabiendo que su camino apenas comenzaba.