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Chapter 6 - Un Nuevo Comienzo

Cada paso era una lucha. La nieve le llegaba hasta las rodillas, y el viento golpeaba su rostro con afilados cuchillos de escarcha. Lucían avanzaba a trompicones, tambaleándose como un borracho perdido en una taberna demasiado cara para su bolsillo.

—Muy bien... esto es... b-b-bien, absolutamente bajo control —dijo, frotándose los brazos con desesperación mientras se hundía un poco más en la nieve—. Solo... necesito... e-encontrar un maldito camino.

No lo había.

Solo un horizonte blanco y hostil, donde la tormenta rugía como si quisiera devorarlo.

—¿Qué clase de destino trágico es este? ¿Perdido en la nieve, sin abrigo decente, sin comida y con una dignidad en números negativos? —gruñó, justo antes de pisar en falso y desaparecer bajo una capa de nieve con un sonoro ¡PFFH!

El frío se filtró por su ropa, y por un segundo, se quedó ahí, mirando el cielo encapotado, sin ganas de moverse.

—Tal vez... tal vez debería aceptar mi destino —susurró con dramatismo, cerrando los ojos—.

Aquí yace Lucían... un hombre valiente, un hombre noble, un hombre que... ¡Agh, no, demasiado frío!Se revolvió como un pez fuera del agua hasta que logró reincorporarse, cubierto de nieve de pies a cabeza.

Miró el anillo en su mano, el único calor en medio de aquella pesadilla gélida. Su madre se lo había dado... su madre. Y Edwin. Y Seraphina.

Un escalofrío recorrió su espalda, esta vez no por el frío.—¿Dónde están? —murmuró, su voz temblorosa por más razones de las que quería admitir—.

¿Estarán... bien?

No había respuesta, solo el rugido del viento.

—Seguro que sí. Ella es fuerte. Edwin es un genio, y Seraphina... bueno, seguro que ha encontrado a alguien a quien darle órdenes. Sí, sí... seguro que están bien. —

Asintió para convencerse, aunque el peso en su pecho no desapareció.

Apretó el anillo con fuerza y dejó escapar un largo suspiro que se convirtió en niebla ante sus ojos.—

Muy bien... vamos, piernas, ¡no se me enfríen ahora!Y así, con pasos torpes, cayéndose al menos dos veces más (y jurando en el proceso), Lucían siguió adelante, perdido en la tormenta.Lucían siguió avanzando, o al menos intentándolo.

Sus piernas se sentían como dos bloques de hielo.—Puedo hacerlo... soy un guerrero...

—balbuceó, con los dientes castañeando como si estuviera intentando tocar una melodía con ellos—.

Un orgulloso hijo de— ¡PFFH!

Se tropezó con un montículo de nieve y cayó de cara al suelo con un sonido sordo.

Permaneció ahí unos segundos, boca abajo, como si la nieve lo estuviera abrazando con malas intenciones—.

No, no... esto es un atentado... al orgullo... —murmuró, levantando la cabeza con un esfuerzo sobrehumano. Escupió nieve y se arrastró hasta ponerse en pie nuevamente, sacudiéndose como un perro mojado.

Sus ojos, medio cerrados por el cansancio, lograron distinguir algo en la distancia.—¿E-Es eso... un refugio? ¿Una cueva?

—su voz sonó esperanzada, pero también rota, como si no quisiera ilusionarse demasiado.Parpadeó varias veces para asegurarse de que no era una alucinación causada por el frío.

No, estaba allí, oscura y misteriosa, pero lo suficientemente grande como para cobijarlo.

Lucían alzó los brazos al cielo.

¡GRACIAS, DIOS

!Con una sonrisa temblorosa y los músculos pidiéndole piedad, intentó avanzar… pero, por supuesto, su destino tenía otros planes.—

Muy bien, solo un poco más... solo tengo que... ¡WAAAH!

Su pie pisó en falso y, como si la nieve misma lo estuviera esperando, se deslizó por una pequeña pendiente, revolcándose en el frío como un muñeco de trapo hasta que aterrizó justo frente a la entrada de la cueva con un sonoro ¡PLOF!

Quedó tendido boca arriba, viendo el cielo nublado.

—B-bueno... al menos... llegué...Se arrastró con lo poco de fuerza que le quedaba hasta la cueva, jadeando como si hubiera corrido una maratón.—

Casi... casi...Logró cruzar la entrada y se dejó caer de espaldas contra la fría piedra del suelo, con el pecho subiendo y bajando como si hubiera peleado contra un ejército entero.

Sonrió con debilidad.—¡J-ja! ¡Sobreviví! ¡

Sigo vivo!Levantó el puño en un gesto triunfal… y, acto seguido, sus ojos se cerraron y su cuerpo perdió toda fuerza.¡PLOF!

Lucían se desmayó en el acto.

Un sonido lejano se filtró en su mente adormecida.

—Lucían...Un eco. 

Su nombre flotando en la oscuridad.

—Lucían...

Frunció el ceño, su cuerpo todavía negándose a despertar por completo.

—Lucían...

Parpadeó. Apenas pudo abrir los ojos y ver la entrada de la cueva iluminada por la tenue luz de la luna.—Ugh... ¿Q-qué...?Su garganta estaba seca, y su cuerpo se sentía pesado como si un gigante se hubiera sentado sobre él.

Se incorporó con un quejido y miró alrededor.

La tormenta afuera había cesado, y la noche reinaba sobre el paisaje nevado.

—¿Cuánto... cuánto tiempo estuve inconsciente? —murmuró, pasándose una mano por la cara.Tomó aire, intentando aclarar su mente, pero en el mismo instante en que inhaló...

—Lucían...

El eco regresó, esa misma voz, arrastrando su nombre en la penumbra.Se congeló en su sitio.—... No. Nope. No, no, no. No me voy a asustar. No estoy loco.

Es solo el viento.Pero no podía engañarse.

La voz era clara. Demasiado clara.Se puso de pie, tambaleándose, mientras el eco lo llamaba de nuevo.

—Lucían...

—¡De acuerdo! ¡Ahora sí me estoy volviendo loco! —soltó, sacudiendo los brazos como un espantapájaros desesperado—.

¡Gran idea, Lucían! ¡Refugiándote en una cueva embrujada!Pero aun así, sus pies se movieron por sí solos, siguiendo la voz.

—No puedo creer que esté haciendo esto... —gruñó, frotándose los brazos mientras avanzaba más y más en la cueva.Las sombras parecían alargarse a su alrededor, las paredes de piedra húmeda reflejaban la tenue luz de la luna que apenas llegaba hasta allí.

Con cada paso, la voz se hacía más clara, más cercana.—Lucían...Tragó saliva, sintiendo cómo la piel de su nuca se erizaba.

—Mientras su silueta desaparecía en la oscuridad de la cueva.

Lucían continuó avanzando, cada paso resonando en la cueva como un latido solitario. La voz había dejado de llamarlo, pero algo en su interior le decía que debía seguir.

Entonces, lo vio.

Una puerta inmensa, de piedra negra, cubierta de runas resplandecientes que parecían latir con una luz azulada, como si tuvieran vida propia. El aire era denso, pesado, cargado con una energía que le erizaba la piel.

—Oh, genial... una puerta gigante con símbolos brillantes. Porque cuando estás perdido en una cueva oscura y escuchas voces misteriosas, lo mejor que puedes hacer es abrir la única entrada con claros signos de advertencia mística.

Se quedó observándola, indeciso.

—Tal vez... tal vez debería dar media vuelta y salir de aquí. Ser una persona sensata por una vez en mi vida.

Silencio.

Miró la puerta otra vez.

—... Ja, sí, claro. Como si fuera a hacer eso.

Suspiró y extendió la mano, tocando la piedra fría.

En el instante en que sus dedos rozaron las runas, estas brillaron con más intensidad y un sonido grave, como un trueno lejano, retumbó en la cueva.

La puerta se abrió lentamente.Lucían tragó saliva y entró.

La sala al otro lado era inmensa, más de lo que parecía posible dentro de una simple cueva. Pero lo que realmente lo dejó sin palabras fue lo que había en su centro.

Un árbol.

Un árbol gigantesco, de un tamaño imposible, con su tronco envuelto en llamas azules que ardían sin consumir la madera. El fuego danzaba, iluminando la caverna con una luz espectral.

—…Ok… eso sí que no me lo esperaba.

Alrededor del árbol, el suelo estaba cubierto de restos caóticos. Libros esparcidos, algunos abiertos, sus páginas amarillentas llenas de símbolos extraños. Huesos humanos, esparcidos entre la piedra, como si la muerte hubiera reclamado este lugar hace siglos.

Y entonces, la vio.

Una espada.

—Bueno... esto definitivamente parece una trampa. O una prueba. O una trampa disfrazada de prueba. O una prueba disfrazada de trampa.

Se inclinó, su mano temblando levemente cuando sus dedos rozaron la empuñadura.

Y entonces, lo escuchó.

Un trueno retumbó en la caverna, sacudiendo el aire con un estruendo que lo hizo tambalearse.

—¡LUCIÁN

!Su corazón se detuvo por un segundo.

Se giró bruscamente, sus ojos recorriendo la caverna.

—¿Q-Quién está ahí?Silencio. Solo el crepitar de las llamas azules.

Y entonces, otra vez.

—¡LUCIÁN!

El sonido no venía de las paredes ni del techo. No había ningún ser escondido en las sombras.

Venía del árbol.

Sus llamas azules danzaban con más fuerza, como si el fuego mismo respirara, como si la voz hubiera emergido de sus raíces.

Lucían sintió cómo su cuerpo se tensaba. Su instinto le gritaba qué retrocediera. Qué huyera.

Pero no lo hizo.

—…¿Quién eres?

 El fuego rugió con más intensidad, y en su corazón, supo la respuesta antes de escucharla.

—Yo soy Dios.