Chereads / Posibilidad / Chapter 7 - Capítulo 6: Tengo algo que decirte…

Chapter 7 - Capítulo 6: Tengo algo que decirte…

Cita: "Uno a veces no aprecia lo que tiene, hasta que lo pierde."

Los días siguieron pasando, cada uno más agotador que el anterior, pero la determinación de Jane nunca flaqueó. Cada moneda escondida, cada secreto compartido con Yamileth era un ladrillo más en el camino hacia su libertad.

Durante los últimos dos años, Jane y Yamileth habían librado una batalla constante, pero aquella noche todo adquirió un nuevo significado.

Las palabras de Yamileth, cargadas de emoción, resonaron como un rayo en la mente de Jane:

—Jane, tengo algo que decirte… Estoy embarazada.

El tiempo pareció detenerse. En un instante, todos sus temores, sueños y planes convergieron en una nueva realidad. Ahora no solo estaba luchando por Yamileth, sino también por la vida que llevaba dentro.

Jane respiró hondo, sintiendo un torbellino de emociones en su interior. Luego, con una mirada decidida, respondió:

—Esto lo cambia todo. Por ti, por nuestro hijo… No importa lo que tenga que hacer. Vamos a salir de aquí.

Desde ese momento, el plan de escape adquirió una urgencia renovada. Cada día en el mercado, cada jornada de trabajo agotador y cada billete entregado a David era un sacrificio que los acercaba más a su objetivo. Sin embargo, con la paciencia de quien teje su destino en la oscuridad, Jane continuaba apartando pequeñas cantidades de dinero, un acto de desafío cargado de significado.

Mientras tanto, Yamileth también se preparaba. En secreto, comenzó a empacar lo esencial: ropa, documentos y pequeños objetos que podrían serles útiles. Cada mirada que intercambiaba con Jane estaba llena de complicidad, una promesa muda de que pronto comenzarían una nueva vida juntas.

Sin embargo, los muros de control de David eran altos, y su intuición de viejo patriarca no tardó en captar el cambio en la dinámica de la pareja.

Una tarde, mientras Jane limpiaba sus herramientas, David se acercó con su habitual aire de superioridad.

—Jane, creo que me estás escondiendo algo —dijo con una sonrisa afilada, más amenaza que cordialidad—. No olvides que, si quieres mantener a Yamileth aquí, debes cumplir con tu parte del trato.

Jane levantó la mirada con la misma calma que había perfeccionado a lo largo de los años.

—Cumplo con mi trabajo todos los días, David. No tiene de qué preocuparse.

La respuesta fue medida, pero la tensión en el aire era palpable. David la observó fijamente, intentando descifrar lo que se ocultaba detrás de su aparente sumisión. Finalmente, se alejó, pero en sus ojos quedó grabada la sombra de la sospecha.

El golpe más devastador llegó una mañana en el mercado.

Un conocido se le acercó con el rostro sombrío y le susurró unas palabras que lo dejaron paralizado:

Su hermano, el único familiar que siempre lo había apoyado, había fallecido.

El mundo pareció tambalearse bajo sus pies. Un dolor sordo, profundo, se instaló en su pecho, pero con él llegó algo más: una resolución inquebrantable.

Cuando regresó a casa esa noche, Yamileth lo recibió con preocupación.

—Jane, ¿qué ha pasado? —preguntó, tomando sus manos entre las suyas.

—Mi hermano… ya no está —respondió él, su voz quebrándose. Pero en sus ojos había algo más, algo que ardía con intensidad renovada—. No puedo perderte a ti también, Yamileth. No a ti ni a nuestro hijo.

Esa misma noche, mientras repasaban los últimos detalles del escape, una figura apareció en la puerta de su habitación.

Diego.

Su silueta, recortada en la penumbra, proyectaba una sombra amenazante.

—¿Qué están planeando? —gruñó, sus ojos destilando desprecio—. ¿Crees que puedes salirte con la tuya? No eres nadie, Jane. Solo un pobre diablo jugando a ser hombre.

Jane se levantó lentamente, manteniendo una calma que ocultaba la furia latente en su interior.

—Diego, no estamos haciendo nada malo. Déjalo estar.

Pero la respuesta tranquila solo lo enfureció más. Dio un paso al frente, su mirada oscura ardiendo de rencor.

—¡No me hables como si fueras mejor que yo! —rugió, su voz cargada de veneno.

Antes de que la situación pudiera escalar, Yamileth se interpuso entre ambos.

—¡Basta, Diego! Déjanos en paz. No tienes derecho a meterte en nuestras vidas.

Él la miró con desdén, pero algo en su firmeza lo hizo vacilar. Murmurando una amenaza apenas audible, dio media vuelta y desapareció en la oscuridad.

Cuando el silencio finalmente regresó, Jane y Yamileth se sentaron juntos, la tensión aun flotando en el aire.

—¿Y si no podemos hacerlo? —susurró ella, con lágrimas asomándose en sus ojos—. ¿Y si David nos atrapa?

Jane le tomó las manos con fuerza, su mirada reflejando una determinación inquebrantable.

—Lo lograremos. No importa qué tan difícil sea. Ya no hay vuelta atrás.

Esa noche, mientras el resto de la casa dormía, Jane y Yamileth terminaron de definir los últimos detalles del plan.

El miedo seguía presente, pero también la esperanza.

Porque ahora, más que nunca, tenían algo por lo que luchar:

Su futuro.

Su familia.

Su libertad.