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Chapter 9 - Capítulo 8: El Nacimiento - 18 de julio de 2006

Cita: "Quien es moldeado, moldea a los demás."

El aire caliente de la mañana golpeaba la piel de Jane mientras regresaba del mercado. Los últimos días habían sido agotadores. Vendía pescado con la misma intensidad con la que luchaba por sobrevivir: incansable, sin descanso, siempre en movimiento.

La calle bullía de vida, pero la violencia en los ojos de algunos transeúntes lo hacía sentir ajeno, fuera de lugar. Sin embargo, para él, aquellos rostros y movimientos frenéticos eran parte de su rutina.

"Lo importante es que no falte la comida." Pensaba. "Lo importante es que Yamileth no pase hambre."

Pero, en lo más profundo de su ser, sentía que se estaba perdiendo. Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros, preguntas sin respuesta que lo atormentaban una y otra vez.

"¿Estoy haciendo lo correcto por ella? ¿Por nuestro hijo?"

A veces, todo parecía un caos. El trabajo, aunque constante, no llenaba el vacío que lo consumía por dentro.

Tres semanas.

Tres semanas sin ver a Yamileth.

Tres semanas sin regresar a casa.

El remordimiento lo ahogaba, pero la vida no se detenía. Necesitaba dinero. Necesitaba proveer. Y el sacrificio, aunque amargo, se había convertido en su única forma de sobrevivir.

Mientras tanto, en el hospital, Yamileth estaba sola.

El dolor del embarazo la había acompañado durante todo el proceso. Sin embargo, lo que más pesaba sobre sus hombros no era el sufrimiento físico, sino la soledad.

Jane no estaba allí.

La ausencia de su presencia era un peso invisible que la aplastaba. Se recostó en la cama del hospital, mirando el techo mientras las horas transcurrían con una lentitud asfixiante. A pesar de todo, se mantenía firme. Era fuerte. Mucho más de lo que jamás imaginó ser.

"¿Cómo llegamos aquí?" pensó, observando a las enfermeras que entraban y salían. "Soy madre… pero a veces siento que estoy criando a mi hijo sola."

Una de las enfermeras, al notar la preocupación en su rostro, se acercó con una sonrisa cálida, intentando reconfortarla.

—Tu bebé, Yamileth, es fuerte. Su pulso es firme y estable. Va a ser un niño sano, lo presiento —dijo la enfermera mientras revisaba los monitores.

Las palabras de la enfermera la hicieron reflexionar. Pensó en todo lo que había enfrentado: el abandono de su madre, la manipulación de David y, ahora, el incierto futuro con Jane.

Por más que lo negara, el miedo la carcomía. Miedo a la paternidad de Jane. Miedo a que no estuviera cuando más lo necesitara.

Pero, por alguna razón, algo dentro de ella la mantenía en pie.

 

Mientras tanto, Jane seguía en el mercado. Había terminado su jornada, pero esa noche traería consigo un encuentro inesperado.

Como de costumbre, intentó evitar a los pandilleros que rondaban las calles. Sin embargo, un grupo de ellos se acercó, sus miradas afiladas por la burla y la amenaza.

—¿Qué pasa, viejo? ¿Vas a seguir vendiendo pescado aquí? —preguntó uno de ellos con una sonrisa torcida.

Jane no titubeó. Sus ojos se endurecieron y su voz salió firme, pero serena.

—Vengo a hacer mi trabajo. No estoy buscando problemas —respondió.

Uno de los pandilleros rió entre dientes, pero Jane reconoció la chispa en sus ojos. No se trataba de una simple provocación; buscaban entretenimiento a su costa. La tensión se extendió como una sombra, los gritos comenzaron a llenar el aire.

Sin embargo, Jane no perdió la compostura. Su tono persuasivo y su postura firme se convirtieron en su mejor escudo. No intentó confrontarlos, pero tampoco se mostró débil. Poco a poco, los pandilleros empezaron a bajar la guardia.

Finalmente, tras un largo silencio, el líder del grupo dio un paso atrás.

—Está bien, viejo. Sigue con tu pescado. Pero si te vemos otra vez por aquí molestando, ya sabes lo que pasa.

Jane dejó escapar un suspiro silencioso. Sabía que aquella conversación podría haber terminado de forma muy distinta. Pero, como siempre, sobrevivía. Era lo único que había aprendido a hacer bien.

De regreso en el hospital, Yamileth comenzó a sentir las primeras contracciones.

El tiempo pareció desvanecerse a su alrededor, avanzando más rápido de lo que esperaba. El miedo y la ansiedad la invadieron como un torrente imparable, pero junto a ellos llegó una sensación de alivio: el bebé estaba por llegar.

Mientras el dolor la hacía retorcerse, sus pensamientos giraban en torno a una única verdad.

Su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

Los enfermeros irrumpieron en la sala con movimientos precisos y urgentes, preparando todo para el parto. El sonido metálico de los instrumentos y el murmullo de las voces llenaron el ambiente, pero para Yamileth, todo se redujo a una sola misión.

Reunir toda su fuerza.

Traer a su hijo al mundo.

Jane llegó al hospital jadeando, con la camisa pegada al cuerpo por el sudor y la mente nublada por la preocupación. Apenas cruzó la entrada, un médico lo detuvo con una noticia que le hizo sentir que el suelo desaparecía bajo sus pies:

—El niño ha nacido.

Sin esperar más, corrió por los pasillos, su respiración agitada y su corazón golpeando con fuerza en su pecho. Cuando llegó a la habitación, abrió la puerta con torpeza, sintiendo una mezcla de ansiedad y alivio.

Y allí estaba ella.

Yamileth descansaba sobre la cama, el cabello despeinado y el rostro marcado por el agotamiento, pero con una expresión de paz indescriptible. En sus brazos, sostenía a su hijo. Aquel pequeño ser, tan frágil y al mismo tiempo tan fuerte, representaba una nueva esperanza.

Jane se acercó lentamente, temeroso de romper la sacralidad de aquel momento. Sus piernas temblaban, abrumado por una marea de emociones: alegría, alivio, miedo. Con cuidado, se sentó junto a Yamileth y, en silencio, tomó su mano.

—Es hermoso… y tan fuerte —murmuró, con la voz quebrada por la emoción.

—Sí, es fuerte… como tú —respondió Yamileth con una sonrisa débil, pero sincera. Sus ojos brillaban con lágrimas que aún no caían.

Una enfermera, que observaba la escena desde un rincón de la sala, se acercó con una sonrisa cálida.

—Este niño tiene una vitalidad impresionante. Desde el primer día, su pulso ha sido firme y constante. Será un niño con carácter.

Jane miró a su hijo y, por primera vez en mucho tiempo, sintió cómo el peso en su pecho comenzaba a disiparse. Durante años había cargado con el sufrimiento, con la incertidumbre, con el miedo de no ser suficiente. Pero ahora, en ese instante, todo ese dolor parecía desvanecerse ante la promesa de un nuevo comienzo.

—¿Cómo lo vamos a llamar? —preguntó Yamileth, buscando su mirada.

Jane permaneció en silencio por un momento, dejando que el nombre se formara en su mente. Finalmente, una leve sonrisa apareció en sus labios.

—Smith. Su apellido será Smith, como su padre.

Yamileth asintió y, tras un instante de reflexión, añadió con suavidad:

—Enoc. Será su nombre, Enoc Smith. Un nombre que simboliza fortaleza y esperanza.

Ambos miraron al pequeño Enoc, que dormía tranquilo en los brazos de su madre. Después de tanto sufrimiento, finalmente algo bueno había llegado a sus vidas. Y mientras el bebé respiraba con calma, Jane y Yamileth supieron que, juntos, podían enfrentarlo todo.