Gael metió todo lo necesario para irse a vivir una aventura en una mochila; todo tipo de pertrechos para cualquier contingencia habían sido cuidadosamente preparados y puestos. Una manta para las noches frías y un par de mudas cómodas para ir de caza, tenía comida suficiente para varios días. Solo necesitaba ir a la armería, necesitaba un arma acorde a la gesta que estaba a punto de emprender.
Abrió cuidadosamente la puerta mientras su maná de sonido camuflaba el ruido, y salió camuflándose con las sombras. Era una de ellas, un borrón borroso que recorría los pasillos del castillo, era un fantasma indetectable.
Bajó poco a poco las escaleras, los guardias estaban ocupados en las almenas, solo un guardia estaba dentro del castillo, se acercó sigilosamente por detrás sin que lo notase.
"Sderanver"
El muchacho comprobó que el guardia roncaba tranquilamente, había caído presa de su magia, y ahora nadie le interrumpiría. Lentamente, se acercó a la puerta de la armería, ahora llegaba el momento donde demostraría todo su ingenio. La sala estaba cerrada con llave. Concentró toda su voluntad en la cerradura y pronunció unas palabras arcanas.
"Caelme doria"
Se las había escuchado a su madre y estaba seguro de que era la orden para que todo se abriese. Giró el pomo con mucho cuidado y la puerta se abrió tranquilamente. Realmente era un genio, un talento innato para la magia, alguien que crecería más allá que toda su familia para ser el héroe del reino, no, mejor, el héroe de toda Sentria.
Se paseó por las estanterías y eligiendo cuidadosamente el arma que mejor se adaptaba a él, tomó una espada y la blandió con maestría; esa sería su elección, cogió una daga que se ató detrás de la cintura por si acaso.
Todo estaba listo, ahora solo quedaba salir del castillo, pero su brillante mente ya tenía planeado cómo hacerlo. Salió por la puerta que daba a las caballerizas, los animales lo amaban, no lo delatarían, pero por si acaso una cúpula de silencio rodeó todo el recinto. No se escuchaba nada.
Se asomó por la puerta trasera al patio, y en cuanto estuvo afuera camuflado en las sombras, lanzó una bola de fuego al otro lado del patio, algo controlado y pequeño, mientras los guardias se acercasen a verificar que pasaba el chico se escabulliría por la tapa de la alcantarilla y de allí a la ciudad. La libertad y la aventura estaban cerca
Cayó con suavidad al fondo de la cloaca, y de allí, encendiendo una pequeña luz en su mano, iluminó su camino hacia la salida de la ciudad, cerca del río.
Bueno... Eso es lo que Gael pensaba que estaba pasando en su loca cabeza infantil, realmente en su mochila comenzó a acumular todo tipo de juguetes que parecían que podían servir, daba igual un muñeco que un cordel de hilo, lo mismo unas tijeras para niños que un juego de chapas, parecía más la maleta de un escolar en su primer día de clase que la de un aventurero, se llevó chocolatinas y un salchichón que robó de la alacena, junto a dos hogazas de pan. La ropa que eligió, pese a que era del gusto de Gael era de colores vivos y chillones, nada parecido a las ropas de cuero discretas que usaría un verdadero montaraz.
El rapaz no tuvo ni la precaución de no coger la propia manta de su cama; en cuanto entrasen a buscarle se darían cuenta de la verdad. El maná de sonido no funcionó como Gael pensaba, era tan poco y escaso que el único que se quedó sordo era el mismo, apenas daba su zona de silencio para cubrir su cabeza; sin embargo, la suerte estaba de su lado, su madre estaba en la otra punta del castillo en la torre de magia leyendo, con lo que era imposible que nadie escuchase el ruido de la puerta, y su hermana Lizi además de estar roncando desde hacía rato tenía la habitación más lejana a la suya posible, los padres sabían que no podían tenerles juntos.
El efecto de la magia de oscuridad del niño era curioso cuando menos, realmente todo Gael era una mancha negra, el problema es que el muchacho no tomaba la más mínima precaución al andar, ni se pegaba a la pared ni iba por los rincones, andaba tranquilamente por el medio del pasillo, si cualquiera hubiese estado en esos pasillos, habría visto como un niño completamente negro resaltaba con la luz de las tres lunas que entraba por las grandes ventanas.
Cuando bajó la escalera, la suerte del niño continuó. El guardia interno del castillo ya llevaba más de una hora borracho y roncando para cuando la orden de sueño fue pronunciada por el chiquillo. Pese a toda su concentración y las arcanas palabras, jamás lanzo una orden de apertura, realmente "Caelme Doria" no significaba nada arcano, era un deje de los tiempos de juventud y aventura de su madre, en el argot del camino significaba "Atentos y al lío" o algo parecido, era algo que su madre se decía a sí misma antes de enfrentarse a una situación tensa como Baronesa. Solo la suerte había querido que el guardia se olvidase de cerrar con llave la armería.
La armería estaba apenas abastecida. La partida de caza se había llevado la mayoría de las armas. El arma que cogió el niño era una espada corta, casi roma y sin filo que había visto tiempos mejores, estaba pendiente de ser afilada o refundida, aún no se había tomado ninguna decisión sobre ella. La brillante exhibición de esgrima fue un conjunto de movimientos torpes que derribó alguna que otra panoplia, con la suerte que al estar vacías no hicieron tanto ruido como para llamar la atención, la persona más cercana era el guardia que roncaba placidamente y además tenía una orden de sueño encima, no se despertaría hasta muchas horas después.
Su llegada al establo no fue bienvenida, el niño se había dedicado durante sus cinco años de vida a martirizar a los pobres animales que se pusieron a relinchar y cocear en cuanto le vieron; sin embargo, para Gael que había vuelto a hacer una cúpula de silencio sobre su propia cabeza no escuchaba sus quejas, para el niño era como si todos esos caballos estuvieran sonriendo ante su osadía.
El chico no lo escuchó, pero mientras él salía por la puerta de atrás de la cuadra, un palafrenero entraba por la principal para ver qué ocurría con tanto alboroto. Pero la gran actuación de Gael no terminó ahí, la pequeña bola de fuego inofensiva que solo pretendía llamar la atención de los guardias, realmente fue a dar contra dos fardos de paja que prendieron con el fuego, y que por poco no provocan una desgracia extendiendo el incendio al resto del castillo. Los guardias estaban tan ocupados intentando apagarlo que no le echaron cuenta a la pequeña mancha negra que levantaba una tapa de alcantarilla y saltaba dentro.
La caída no fue limpia ni precisa, y el muchacho cayó de bruces en un charco de mierda y orines, doblándose una pierna. Medio cojeando y tras perderse varias veces, consiguió salir de la ciudad.
Lo único que sí realmente hizo bien fue mantener el conjuro de luz en su mano durante todo el camino; eso evitó que el muchacho fuese presa de las ratas que habitaban las cloacas de la ciudad.