El carro de Rilcar iba tranquilo por el camino, y en un par de horas estaría en la ciudad. Por delante, tras un recodo, llegarían al desvío al norte y después al puente del río Daldril. Había frondosas zarzamoras y tupidos madroños que tapaban la visión; ese rincón debía ser el sueño de todo niño goloso en los alrededores.
Sin embargo, lo que vio cuando recuperó la visión del camino le inquietó. Un grupo de jinetes enfilaba el camino al norte, por lo que podía ver era un grupo heterogéneo: tres guardias, un par de montaraces, y algunos labriegos jóvenes con monturas de tiro y no de guerra. ¿Qué estaría pasando?
Un carro con paja se encaminaba a la ciudad tirado por un par de bueyes. El mago espoleó a su jamelgo para pasar al carro del labriego.
"Buen señor, ¿a dónde iban esos jinetes?"
El hombre giró la cabeza extrañado, con mal gesto, mientras se rascaba una pequeña erupción en la oreja, aunque cuando vio el carromato de mago ambulante, la mueca desagradable se borró. Toda la gente sencilla respetaba a los magos ambulantes.
"Buenos días, señor mago, esos jinetes iban en busca del señorito Gael, se escapó ayer y creen que ha ido a buscar al señor Nolkar que estaba de cacería en el norte..."
"¿Gael? ¿No es ese el hijo pequeño de Leena y del barón Aulos?"
"Sí, señor, como se espera de un mago, está usted bien informado, ese pequeño diablo ha decidido darle un nuevo dolor de cabeza a su madre..."
"¿Tan mala pieza es? Solo tiene cinco años..."
"La última vez que lo vi en la plaza, le lanzó un hechizo a Parvi la panadera para quitarle un pastel, conjuró el viento y le levantó las faldas en medio de la plaza, cogió un bollo y salió corriendo... Hace unas semanas dejó dormida a su aya que casi se ahoga en el abrevadero de las bestias... Ese niño tiene el alma comida por un diablo como que yo me llamo Tobías..."
"Gracias por la información, señor Tobías"
Rilcar le lanzó un pequeño paquete envuelto en unas hojas grandes de parra.
"Aplíquese eso en la erupción una vez al día, verá cómo le alivia..."
Era costumbre en los magos ambulantes de pagar la información y los favores; era mejor perder unas pocas hierbas que perder reputación.
Para cuando el carromato llegó a la puerta de la ciudad, pudo ver desde lejos la silueta de la pelirroja Leena. Los embarazos le habían sentado bien, había ganado al menos dos tallas de copa, antes tenía apenas dos medias naranjas, y ahora calzaba dos grandes melocotones completos. Indudablemente, era una mejora.
"¡¡¡Hey, pelirroja!!! Dicen que se te ha perdido un cachorro..."
El guardia más cercano viendo la falta de respeto hacía su señora y la mirada lasciva del desconocido que se acercaba en un carromato hizo amago de poner una flecha en el arco, pero la señora ya había cruzado el espacio a por una grieta dimensional para aparecer al lado del intruso.
"¡Rilcar! Tienes el don de la oportunidad, se nos ha escapado el encargo que queríamos hacerte..."
"¿Encargo? Pensaba que se había escapado ese diablillo que dicen que es tu hijo pequeño..."
A Rilcar no le estaban gustando las implicaciones de las palabras de Leena, pero después de años sin verla cuando la guapa pelirroja se encaramó diestramente al carromato y le besó la mejilla no pudo evitar ruborizarse como cuando era un niño.
"Claro, Gael es tu encargo, queremos que seas el maestro del pequeño..."
Leena le contó someramente las circunstancias de Gael, como había sido dotado de afinidad con todas las magias, pero maldito con núcleos de maná muy pequeños, si Rilcar aprobaba o no lo que le habían hecho al niño, o si ni siquiera lo sospechaba era algo que jamás expresaría aunque ese nivel de magia difícilmente podía ser imaginado incluso por un mago con los conocimientos y mundo como tenía Rilcar, solo un padre sabía por qué tomaba una decisión así. El muchacho se ve que tenía mucho talento, mucha inteligencia y era completamente indomable.
"Dime Leena, cuando dices que el chico es inteligente y talentoso creo que te refieres a que es inteligente y talentoso para la magia como yo, y no extremadamente poderos como tú, ¿no?, que yo recuerde no conseguiste hacer una orden de sueño hasta los nueve años..."
"No me hagas quemarte vivo con tu carro Rilcar, bien sabes que soy capaz, además sería bueno que me comenzases a mirarme a los ojos y no a mi escote, ahora soy la señora del lugar..."
Bromas aparte Leena le comentó los pormenores de los últimos días del muchacho y su frustración porque no le hubieran llevado en la partida de caza. Rilcar no pudo más que reírse mientras Leena le contaba la absurda huida que había planeado el muchacho.
"¿Por qué has mandado a tus hombres al norte?"
"¿Dónde querías que los mandase? Por el mismo camino por el que se fue su padre..."
"¿No dices que el chico es inteligente? Ha robado comida para no más de cuatro días, con esa comida no llegaría tan lejos, igualmente no te preocupes, saldré a buscarle, según como sea el muchacho así decidiré sobre lo de ser su maestro..."
"¿Acaso tienes alguna idea de donde puede haber ido?"
"Pues claro, si es solo la mitad de inteligente de lo que me cuentas y tiene la mitad de malicia, habrá ido en dirección contraria a donde le buscaríais, además por lo que parece tiene algo que demostrarle a su familia, quiere una aventura en solitario, no arriesgarse a que le castigue su padre y lo mande atado a casa..."
Rilcar dejó a la confundida Leena en las puertas de la ciudad, no perdió más tiempo que para hacer un par de preguntas aparentemente absurdas a los lugareños y salió esta vez a pie para enfilar el camino del sur.
Al mago ambulante no le hacía mucha ilusión hacer de niñera de un crío malcriado, y menos enseñarle magia a alguien que no era capaz de quedarse quieto. Rescataría al niño, cobraría una pequeña recompensa por ello, y después pondría cualquier escusa para ponerse de nuevo en camino.
Por muy buen sueldo que le ofreciesen no sería suficiente para compensar el dolor de cabeza que un crío era capaz de generar. Tampoco confiaba en las palabras de una madre para describir a su hijo, todas agrandaban sus virtudes y empequeñecían sus errores. Aunque ser capaz de lanzar una orden de sueño a esa corta edad era algo que indicaba que el chico tenía cierto talento.