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CAZADOR CARMESÍ

Angel_Monzter
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Synopsis
Lucian Blackthorn, hijo del legendario cazador de monstruos Victor Blackthorn, es visto como una decepción para su severo padre. Incapaz de cumplir con las expectativas que pesan sobre su apellido, es enviado a estudiar en una academia dominada por mujeres, donde se refugia en el mundo de la ingeniería. Una tarde, mientras regresa a casa en un abarrotado transporte público, sus ojos se cruzan con los de una chica de belleza hipnótica. Su inesperado reencuentro días después, bajo circunstancias misteriosas, revela un oscuro secreto: aquella fascinante joven oculta un peligroso rostro que cambiará para siempre la vida de Lucian.
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Chapter 1 - Prologo: Decepción

Un imponente portón de concreto se puso en movimiento, las pesadas poleas chirriaron al activarse, arrastrando cadenas que descendieron lentamente la estructura hacia la cámara subterránea oculta. Desde dentro emergió un grupo de hombres montados en parejas sobre vehículos de dos ruedas, sus motores de vapor haciendo girar los expuestos engranajes metálicos que impulsaban las máquinas hacia adelante. En la vanguardia, una robusta carroza de madera era tirada por dos de estos vehículos, guiando al convoy. 

La noche era gélida, envuelta en una densa niebla que atrapaba la débil luz de los faros de aceite montados en los vehículos, pintando un paisaje de sombras y misterio mientras abandonaban la protección de la gigantesca ciudad amurallada de Nueva Luella.

Dentro de la carroza se encontraba Victor Blackthorn, un experimentado cazador de monstruos que ahora lideraba la Comisión de Caza de Abominaciones (CCA), una división creada por la iglesia militante en colaboración con el gobierno. Victor, un hombre en sus cincuentas, tenía el cabello largo y plateado por las canas, una barba y bigote descuidados, y un cuerpo robusto y musculoso. Vestía el uniforme de la CCA: una gabardina negra de cuero con detalles carmesí sobre una desgastada camisa blanca que ahora lucía amarillenta, pantalones color café oscuro y un par de botas negras.

Junto a Victor viajaba su hijo, Lucian Blackthorn, un chico de once años, delgado y pálido, con cabello corto y oscuro. Lucian vestía una cazadora marrón sobre una camisa blanca de manga larga, fajada en su pantalón.

—Dime, Lucian, ¿estás nervioso? —preguntó Victor, mirando a su hijo con ojos penetrantes pero llenos de preocupación paternal.

—Sí, la verdad estoy un poco nervioso —respondió el niño, su voz apenas un susurro.

—Es normal. Nunca se está lo suficientemente preparado para la primera cacería, pero tranquilo, aquí está tu viejo para apoyarte —dijo Victor, dándole una palmada en el hombro que resonó en la quietud de la carroza, infundiéndole confianza. La calidez de las palabras de Victor contrastaba con la fría y densa niebla que envolvía su viaje.

Victor tomó varios maletines que se encontraban bajo su asiento y los dispuso en el asiento de enfrente antes de abrirlos, revelando un conjunto de hermosas armas de cobre, madera y plata en su interior.

—¿Cuál te gustaría utilizar hoy, hijo? —preguntó el hombre, animando a Lucian a escoger.

Frente a Lucian, el primer maletín contenía una "Razru", una escopeta recortada de doble cañón con grabados intrincados en su cañón de metal y un mango de madera pulida. En el segundo maletín descansaba una ballesta "Dalniy" de cobre y madera, con un barril adaptado que hacía funcionar efectivamente el sistema de disparo automático del arma. En el tercer maletín se encontraba una "Ogon", una robusta pistola de cobre y madera con una daga de plata adaptada como bayoneta.

Lucian intentó tomar la ballesta, pero pesaba tanto que apenas pudo sacarla del maletín antes de tener que volver a asentarla. Luego, intentó con la escopeta, pero la historia fue similar: una arma diseñada para una sola mano apenas la podía sostener con ambas. Finalmente, tomó la pistola Ogon, que aunque también debía sostener con dos manos, le resultaba menos complicada que la Razru.

—Esta, usaré esta —dijo Lucian, provocando una sonrisa de orgullo en Victor. 

La carroza se detuvo en medio del bosque. Los cazadores bajaron de sus motocicletas, tomando sus armas. La mayoría llevaba una Razru o Dalniy como arma principal y una Ogon enfundada en la cintura. Lucian, debido al peso de la Ogon, tuvo que enfundarla en su espalda, ya que era complicado caminar llevándola en la cintura. Todos sacaron las linternas de aceite de sus vehículos y las tomaron en sus manos antes de dirigirse hacia Victor, quien lucía imponente frente a ellos. Sus movimientos, seguros y precisos, dejaban en claro su vasta experiencia, y su imponente estatura de dos metros infundía confianza inmediata en sus hombres. A diferencia de los demás, Victor no usaba una Ogon como arma secundaria; en su lugar, portaba un machete de plata enfundado en su espalda.

—El informe del obispo indicó que la criatura está por esta zona. Sepárense en grupos de tres e informen por los radios —ordenó Victor, su voz resonando con autoridad en la fría noche. Luego, llamó a Lucian y a Darwin, su escudero, quien llevaba la radio en la espalda: una gran caja con una bocina y un micrófono.

Todos acataron la orden y se separaron en grupos. Lucian avanzó entre la niebla junto a su padre y Darwin, mientras escuchaba los informes de los demás cazadores. Declaraban encontrar restos humanos y manchas de sangre seca, pero no habían avistado a la bestia. La densa niebla atrapaba la luz de las linternas, creando sombras inquietantes que bailaban a su alrededor, aumentando la tensión de la búsqueda.

Un ruido entre unos arbustos llamó la atención de Lucian. Con movimientos temblorosos, empuñó su Ogon con ambas manos. El peso del arma hacía que le costara trabajo mantener el cañón levantado, pero la adrenalina le daba la fuerza necesaria. Se acercó lentamente al arbusto, que seguía moviéndose. Una gota de sudor helado corrió por su rostro mientras soltaba una mano del Ogon para mover las hojas. Entonces sucedió: una liebre salió corriendo y saltando del arbusto, asustando a Lucian. El chico, sobresaltado, disparó por reflejo.

El sonido del disparo rompió la quietud del bosque, alertando a los cuervos que dormían en las copas de los árboles. El retumbar en el corazón de Lucian lo hizo caer sentado, asustado. El estallido de la bala lo había aturdido; sus oídos pitaban y Lucian se concentró en ese sonido, tratando de calmarse. De repente, un agudo grito a varios metros de distancia lo sacó de su aturdimiento.

Victor y Darwin, alertados por el disparo y el grito, comenzaron a buscar a Lucian quien ya no se encontraba cerca de ellos.

Sin pensarlo, Lucian tomó su Ogon y corrió hacia la fuente del grito, encontrándose con una escena grotesca. Barda, uno de los hombres de Victor, estaba siendo devorado vivo por una criatura peluda y grotesca que parecía sentada mientras devoraba la parte inferior del hombre. Este se arrastraba, pidiendo ayuda con desesperación. La bestia, de dos metros de altura, tenía un cuerpo humanoide pero con una cabeza de jabalí. Al escuchar a Lucian pisar una rama seca, la criatura volteó lentamente.

Lucian, muerto de miedo, levantó su pistola y, con la adrenalina corriendo por sus venas, apretó el gatillo. La bala penetró en la espalda de la bestia, provocando un aullido de dolor seguido de un rugido que hizo temblar a Lucian. Sin embargo, no desistió; presionó nuevamente el gatillo, disparando una segunda bala contra el monstruo, que comenzó a incorporarse para atacarlo.

Intentó disparar una tercera vez, pero el mecanismo de la Ogon se atascó. Era un problema común en estas armas y se solucionaba con un simple golpe, pero Lucian no sabía esto. Desesperado, intentó seguir disparando, pero la pistola no reaccionaba. La bestia se levantó sobre sus cuatro patas, gruñendo y mostrando sus grandes colmillos empapados de la sangre de Barda.

Lucian estaba muerto de miedo y no sabía qué más hacer, pero entonces escuchó a Barda, quien, con sus últimos gritos de agonía, intentó ayudarlo.

—¡La Dalniy, toma la ballesta! —gritó Barda, señalando su arma que yacía a pocos metros de Lucian. Sin pensarlo, Lucian corrió hacia ella mientras la bestia remataba a Barda con un pisotón que resonó en la fría noche.

Lucian tomó la ballesta, pero al intentar empuñarla, no pudo sostenerla. Era demasiado pesada para su débil cuerpo, y la bestia ya corría hacia él con furia. En un acto de desesperación, el niño cerró los ojos, aceptando su destino. Pero de repente, una sensación de jaloneo lo hizo volver en sí. Era Victor, quien lo había agarrado de la chaqueta y lo lanzó hacia atrás. 

Victor, con una sola mano, levantó la pesada ballesta y presionó el gatillo, disparando una ráfaga de estacas que se incrustaron en el cráneo del monstruo. La criatura soltó un último rugido antes de caer muerta, sus ojos vidriosos reflejando la luz de las linternas de aceite.

El corazón de Lucian latía con fuerza mientras se levantaba del suelo, sus manos temblorosas y su respiración agitada. Victor, con una mezcla de preocupación y reprimenda en su mirada, se acercó a su hijo.

—No te vuelvas a separar —dijo Victor, regañando a Lucian con firmeza. 

—Perdón papá, de verdad intenté… —intentó decir Lucian, arrepentido por no poder salvar a Barda.

—No había nada que hacer —respondió Victor, interrumpiendo a Lucian. 

El cuerpo de Barda yacía inmóvil, una trágica víctima de la cacería. Lucian sintió una mezcla de culpa y tristeza, consciente de la gravedad de la situación. La noche seguía siendo fría y hostil, pero la presencia de su padre le daba una sensación de seguridad.

—Vamos, debemos seguir adelante y asegurarnos de que no haya más amenazas —dijo Victor, ayudando a Lucian a levantarse y dándole una palmada en la espalda.

Lucian continuó avanzando junto a su padre y Darwin por el bosque durante varios minutos, recorriendo el área y recogiendo partes humanas para llevarlas de regreso a la iglesia, donde los familiares podrían darles un entierro digno. Finalmente, llegaron a una pequeña cueva donde encontraron varios cachorros con cuerpos peludos como de mono y cabezas de cerdo. A primera vista, Lucian los encontró adorables.

—Deben ser las crías de esa criatura, por eso era tan agresiva; acababa de parir —murmuró Victor, analizando la situación.

—¿Este es su nido? —preguntó Lucian, visiblemente confundido.

—Así es —respondió Victor con firmeza. Se tomó un momento para pensar y luego volteó a ver a su hijo—. Lucian, quiero que los mates.

—¡¿Qué?! Pero son pequeños, son inofensivos —protestó Lucian, sintiendo una punzada de compasión por los cachorros.

—Su naturaleza es vengativa. Huele la sangre de su madre en mí. Si los dejas vivir, atacarán más humanos por venganza —explicó Victor con seriedad—. Ahora, mátalos.

Lucian buscó una salida de esa situación desesperadamente.

—No puedo, mi arma está atorada —dijo Lucian, tratando de ganar tiempo.

Victor simplemente tomó la Ogon de su hijo y extrajo la daga de plata que servía como bayoneta.

—Hazlo, Lucian —ordenó Victor, firme y decidido.

Lucian tomó la daga con nerviosismo. Sus manos temblaban, al igual que sus labios. Se acercó con timidez a los cachorros, que gruñían pero eran demasiado jóvenes para representar una verdadera amenaza. Lucian tomó a uno y acercó la daga a su cuello, tratando de infundirse con determinación y rabia por la muerte de Barda. Sin embargo, al ver los ojos del cachorro llenos de miedo, no pudo seguir adelante. Tuvo que soltarlo.

—No puedo hacerlo, padre —declaró Lucian, lleno de angustia y decepción en sí mismo.

Victor lo miró con una mezcla de decepción y preocupación en sus ojos, luchando con sus propios sentimientos. Quería comprender a su hijo, pero su decepción era profunda. Siempre había tenido la ilusión de que Lucian sería su sucesor como el mejor cazador de monstruos, que algún día lucharían en una cacería lado a lado, y esto lo desilusionaba enormemente.

—Darwin, sujeta a Lucian y no dejes que aparte la mirada —ordenó Victor a su escudero, quien obedeció sujetando firmemente a Lucian antes de que Victor le arrebatara la daga de las manos. Esperaba que con el siguiente acto pudiera corregir a su hijo.

Los chillidos desgarradores de los cachorros resonaron por la cueva mientras Lucian era obligado a observar cómo su padre se deshacía de ellos cruelmente con la daga. Al terminar, Victor limpió la sangre de la daga con su gabardina y se acercó a su hijo.

—¿Y ahora qué piensas de ellos? —preguntó Victor a Lucian, cuyo rostro reflejaba miedo y desagrado, incapaz de articular palabra—. Supongo que esperé demasiado de ti.

El silencio pesado llenó el espacio entre ellos, cargado de tensión y el peso de las expectativas rotas. Lucian apartó la mirada, sintiendo el peso abrumador de la decepción de su padre.