Después de que terminaron las clases, Lucian salió de su aula esperando encontrarse con Beatrix en el pasillo habitual, pero esta vez no la vio. Curioso, se asomó al aula contigua y allí la encontró, completamente absorta en su trabajo en el pupitre de medicina.
Entró sigilosamente, observando cómo Beatrix dibujaba con intensidad. El dibujo mostraba una pareja en el altar, la mujer con el cabello rizado y las pecas características de Beatrix, y el hombre con los ojos cansados y ojerosos que recordaban a Lucian.
—¿Somos nosotros? —susurró Lucian, apenas audible. Su voz rompió el silencio de manera inesperada, y Beatrix se sobresaltó visiblemente, sintiendo una oleada de vergüenza al ser descubierta. Las lágrimas brotaron antes de que pudiera controlarlas.
—Lo siento, no debería haber mirado —se disculpó Lucian suavemente, acercándose para consolar a su amiga, acariciando con delicadeza su cabello.
—No... no debiste —murmuró Beatrix entre sollozos, esforzándose por recuperar la compostura y secándose las lágrimas con la manga de su blusa.
—No sabía que pensabas así de mí —murmuró Lucian, desviando la mirada mientras Beatrix se esforzaba por secarse las lágrimas.
—No importa, son solo fantasías. Tú ya tienes a alguien —respondió Beatrix, con el corazón roto.
—¿Yo? ¿A quién te refieres? ¿Adelaide? —preguntó Lucian confundido, recibiendo un leve asentimiento de Beatrix—. Te equivocas, ella y yo no tenemos nada romántico... Es complicado de explicar, pero podrías decir que somos como familia de alguna manera —intentó explicar Lucian.
—¿En serio? —preguntó Beatrix, notándose un brillo especial en sus ojos vidriosos.
—Te lo prometo —dijo Lucian suavemente, tomando la mano derecha de Beatrix entre las suyas con ternura—. Beatrix, ¿quieres ser mi novia?
Una oleada de felicidad recorrió a Beatrix, abrazando a Lucian con cariño mientras repetía emocionada:
—Sí, sí quiero.
Esa tarde, Lucian y Beatrix salieron de la academia tomados de la mano. Por primera vez, Lucian tomó valor y le ofreció a Beatrix acompañarla hasta su hogar, propuesta que ella aceptó encantada. Juntos, comenzaron a recorrer las calles enrevesadas de Nueva Luella. El olor del smog y la neblina inundaban sus sentidos, obligándolos a ponerse sus cubrebocas de tela.
Pronto, notaron una presencia detrás de ellos: Adelaide, que los seguía de cerca, ya que el camino hacia la casa de Beatrix coincidía con la ruta hacia el vecindario donde vivía Adelaide.
—Hola, Lucian —dijo Adelaide, integrándose al grupo.
—Adelaide, creí que salías más tarde —comentó Lucian, sorprendido.
—Decidí salir antes; la clase era muy aburrida. Además, no quería volver sola a casa. Vi que ustedes salían de la academia, así que me uní —respondió Adelaide con naturalidad.
Beatrix, ahora con más confianza en sí misma, decidió presentarse.
—Hola, Adelaide. Soy Beatrix, la novia de Lucian —dijo con confianza, extendiendo su mano. Lucian se sonrojó al escuchar a Beatrix presentarse como su pareja, pero le pareció tierno.
—¿Es eso cierto? —preguntó Adelaide con seriedad, observando el rostro de Lucian en busca de confirmación.
—Sí, ella es mi novia Beatrix —respondió Lucian, reafirmando con una sonrisa.
Adelaide forzó una sonrisa y estrechó la mano de Beatrix con gentileza antes de continuar el camino en silencio.
Al girar por una esquina, Lucian se quedó helado por un instante al observar a Richard y su grupo de amigos sentados en la acera frente a una tienda. Hablaban y jugaban ruidosamente, una imagen que contrastaba con la tranquila calle adoquinada y los escaparates victorianos llenos de curiosidades. Beatrix y Adelaide notaron de inmediato la reacción de Lucian, quien, tras tragar saliva, se armó de valor y decidió continuar caminando.
—Esos son los chicos que te estaban golpeando esta mañana, ¿cierto? —preguntó Adelaide.
—Pase lo que pase, no interfieras —respondió Lucian con una mirada seria y penetrante hacia Adelaide.
Beatrix, sabiendo que este grupo solía molestar y golpear a Lucian regularmente, se preocupó y sugirió cambiar de ruta.
—Hay otro camino. Podemos rodear la zapatería de la calle doce —dijo Beatrix, intentando jalar a Lucian.
El chico, con una sonrisa cálida, se dirigió a Beatrix, tomándola del brazo. Juntos continuaron avanzando junto al grupo, que, al verlos pasar, cesó su plática y se puso de pie, siguiendo a los tres de cerca.
—Nos están siguiendo —murmuró Adelaide, incómoda.
—Lo sé. Acompaña a Beatrix, por favor —pidió Lucian, a lo que Adelaide, observándolo con seriedad, asintió. Tomó a Beatrix de la mano para intentar llevársela, pero antes de partir, Beatrix se detuvo, tomó el rostro de Lucian entre sus manos y le dio un tierno beso de despedida.
El beso fue breve pero lleno de significado, una promesa de apoyo y afecto en medio de la tensión. Lucian, sintiendo el calor de los labios de Beatrix, se armó de más valor para enfrentar lo que venía. El sonido de sus pasos resonaba en la calle desierta mientras el grupo de Richard se acercaba, sus sombras alargándose bajo la luz mortecina de los faroles de gas.
Richard agarró a Lucian por el cuello de la camisa y lo arrastró hasta un terreno baldío, alejado de las miradas indiscretas. Con un puñetazo brutal, Richard lo derribó, rompiéndole la nariz en el proceso. La sangre brotó, una gota roja cayendo al suelo polvoriento.
—¡¿Por qué Beatrix te acaba de besar?! —gritó Richard, su voz llena de rabia. Pero antes de que Lucian pudiera responder, Richard se abalanzó sobre él y le asestó otro puñetazo en el rostro.
—Matalo, Richard. Vayamos por las chicas y juguemos con ellas frente a él —propuso Ariel, uno de los amigos de Richard.
Indignado por la propuesta, Richard se levantó y golpeó a Ariel con todas sus fuerzas.
—Ya te dije que no le harás daño a ninguna mujer, idiota —gruñó Richard. Ariel, junto con la mayoría de los amigos de Richard, se fue, dejando solo a tres del grupo con Lucian.
—Bien, responde a la pregunta. ¿Por qué Beatrix te besó? —insistió Richard, dirigiéndose nuevamente a Lucian, quien se incorporaba con dificultad, su cuerpo adolorido.
—Porque ella es mi novia —murmuró Lucian, su voz débil casi inaudible.
Los dos amigos de Richard agarraron a Lucian por los brazos, inmovilizándolo. Richard conectó un fuerte golpe en el estómago de Lucian, haciéndolo vomitar. La escena era sombría y desolada, el terreno baldío parecía ser testigo mudo de la crueldad humana.
Entonces, un grito desgarrador rompió la atmósfera tensa de la escena. Todos voltearon de inmediato hacia la entrada del terreno abandonado, encontrándose con Beatrix, su rostro lleno de lágrimas de dolor, mientras era sostenida por Adelaide.
—¡Sueltenlo ya! Por favor, ¡Lucian nunca te ha hecho nada malo, Richard! —gritó Beatrix con la voz quebrada.
Richard giró su atención hacia ella, sus ojos llenos de rabia y confusión.
—¿Es cierto lo que él dice? ¿Eres su novia? —preguntó Richard, su voz temblando de incredulidad.
—Sí —respondió Beatrix, sus lágrimas fluyendo sin control—. La primera vez que lo vi fue cuando tú y tus amigos lo golpeaban. Quise disculparme por no haberlo ayudado, pensé que era alguien desagradable si tú le hacías daño, pero Lucian es una persona hermosa. No merece que lo trates así… Yo lo amo.
El rostro de Richard se contrajo en una mueca de rabia y dolor.
—¿Y qué hay de mí? —espetó—. ¿Qué hay de nuestra promesa? Me prometiste que nos casaríamos cuando fuéramos adultos, ¿ya no lo recuerdas?
—Era una niña —respondió Beatrix, su voz apenas un susurro—. Creí que te conocía, pero tú ya no eres la persona que yo quería cuando era más chica.
La conversación dejó confundido a Lucian, quien no sabía que Richard y Beatrix se conocían desde tiempo atrás. Él había creído que su primer encuentro con Beatrix había sido una casualidad, pero ahora comprendía que ella había estado observando a Richard durante esa ocasión.
Richard, aún sujetando a Lucian, parecía debatirse internamente. Su mirada oscilaba entre Beatrix y el maltrecho rostro de Lucian. Finalmente, soltó a Lucian con un empujón y se volvió hacia Beatrix.
—¿Así que esto es lo que eliges? ¿Un debilucho que no puede defenderse? —dijo con desprecio, aunque su voz traicionaba una mezcla de dolor y decepción.
Beatrix dio un paso adelante, sus ojos firmes a pesar de las lágrimas.
—Prefiero a alguien con un corazón puro antes que a alguien que usa la violencia para obtener lo que quiere —dijo, su voz llena de determinación.
Adelaide, observando la escena, apretó con fuerza la mano de Beatrix, brindándole apoyo. Lucian, tambaleándose pero decidido, se incorporó completamente, su mirada fija en Richard.
—No importa lo que digas o hagas, Richard —dijo Lucian, su voz temblorosa pero resuelta—. No podrás romper lo que tenemos Beatrix y yo.
La tensión en el aire era palpable, y el silencio que siguió fue roto solo por los sollozos suaves de Beatrix. Richard, enfrentado a la verdad y a la pérdida de su promesa infantil, se dio la vuelta y comenzó a alejarse, sus amigos siguiéndolo en silencio.
Lucian, con el cuerpo dolorido pero el corazón aliviado, se acercó a Beatrix y Adelaide. Beatrix lo abrazó con fuerza, sus lágrimas empapando su camisa.
—Gracias —susurró Lucian, sintiendo una mezcla de gratitud y amor por las dos chicas que habían venido en su ayuda.
Mientras se alejaban del terreno baldío, el sol comenzaba a ponerse, bañando la escena en una cálida luz dorada.
—Mira cómo te dejaron —dijo Beatrix, sin poder contener las lágrimas al ver el estado en el que se encontraba Lucian—. Por favor, perdóname.
—No es tu culpa —respondió Lucian, ofreciéndole una sonrisa y acariciando suavemente el rostro de Beatrix.
—De alguna forma creo que sí lo es —insistió Beatrix, sus lágrimas cayendo en silencio.
—Entiendo por qué crees eso, pero no te preocupes. Lucian estará bien, es más fuerte de lo que piensas —dijo Adelaide, tomando el brazo de Lucian con firmeza—. ¿Tu casa está muy lejos?
—No, está doblando esta esquina, ¿por qué? —preguntó Beatrix, intentando calmarse.
—¿Crees que puedas continuar sola? Llevaré a Lucian con mi padre para que sane sus heridas —propuso Adelaide.
—No, está bien, Adelaide, puedo continuar —dijo Lucian, limpiándose la sangre que escurría de su nariz y labios.
—No, Lucian, ve. Quiero que te recuperes lo antes posible —dijo Beatrix, dándole un nuevo beso de despedida—. Te veo mañana en la entrada de la escuela.
Lucian asintió, sintiendo el calor y la ternura en los labios de Beatrix. Adelaide lo sostuvo con cuidado mientras caminaban, sus pasos resonando suavemente en las calles adoquinadas. La luz dorada del atardecer iluminaba sus rostros, brindando un respiro a la tensión vivida.
—Vas a hacerme beber "eso" aunque me niegue, ¿verdad? —preguntó Lucian con disgusto.
—Así es, pero ya no tengo más viales en mi bolso. Solo traía dos: uno te di en la mañana y el otro lo bebí durante mi almuerzo —respondió Adelaide—. Te llevaré a mi casa.
El camino fue lento debido a las heridas de Lucian, pero finalmente lograron llegar a aquel lúgubre vecindario. La anciana vecina de Adelaide la miró con desaprobación, como si la estuviera maldiciendo. Adelaide respondió mostrándole su dedo medio sin remordimientos.
Metió a Lucian en la casa y lo dejó caer en el sofá. Se dirigió a la cocina, abrió la nevera y sacó una cabeza humana de un anciano. Extrajo un poco de sangre y la sirvió en un vaso, llevándoselo a Lucian. Él cerró los ojos, evitando pensar en lo que estaba a punto de beber, y tragó el líquido hasta el fondo.
De inmediato, sus heridas comenzaron a sanar, ofreciéndole un gran alivio. El dolor desapareció, reemplazado por una sensación de calor y recuperación. Lucian, exhausto por los eventos del día y la súbita sanación, se quedó dormido ahí mismo, sus respiraciones volviéndose suaves y rítmicas.
Adelaide lo observó un momento, asegurándose de que estuviera cómodo. Luego, tomó a Lucian en brazos y lo llevó hasta el colchón en la biblioteca, donde lo recostó suavemente. Adelaide se quedó viéndolo por un largo rato, hasta que finalmente se recostó en el suelo junto a él, observando su rostro con detenimiento.
A la mañana siguiente, Lucian abrió los ojos y lo primero que vio fue el rostro de Adelaide mirándolo fijamente. Lucian saltó exaltado, luego trató de calmarse, bajando el ritmo de su respiración.
—¿Qué pasó? —preguntó Lucian, aún desorientado.
—Duermes, no me dijiste que dormías —comentó Adelaide, maravillada por el descubrimiento.
—Sí, siempre lo he hecho. No pensé que fuera necesario decírtelo.
—Los vampiros no dormimos. ¿Qué sientes al dormir? ¿Tienes sueños? —preguntó Adelaide, su curiosidad evidente.
—No desde hace muchos años —respondió Lucian, poniéndose de pie.
—En realidad sí los tienes, solo que no los recuerdas —explicó Adelaide, sosteniendo un libro titulado "El mundo de los sueños".
Lucian le lanzó una mirada inquisitiva pero decidió no ahondar en el tema.
—Bien, vamos, se hace tarde para ir a la academia —dijo Lucian, cambiando de tema. Adelaide obedeció, apresurándose a peinar su cabello antes de salir de la casa junto a él.
El camino hacia la academia estaba tranquilo, el sol de la mañana bañaba las calles con una luz dorada y cálida. Al caminar juntos, compartían un silencio cómodo, ambos sumidos en sus pensamientos, pero conscientes de la presencia del otro.
Mientras pasaban por un callejón poco transitado, Lucian notó cómo Adelaide se detenía, observando la fuente de unos quejidos. Lucian retrocedió un poco, viendo cómo dos de los amigos de Richard lo golpeaban en el suelo. Richard miró a Lucian a los ojos, su mirada repleta de miedo y dolor.
—Parece que los papeles cambiaron —murmuró Adelaide—. Supongo que se lo merece.
Pero antes de que Adelaide pudiera darse cuenta, Lucian ya se estaba acercando a la escena.
—Oye, es el novio de Beatrix. Tal vez le dejemos vengarse de ti por todo lo que has hecho, gordo —decían los chicos, sin parar de patear a Richard, quien solo podía quejarse de dolor en el suelo.
—¿Por qué lo están golpeando? ¿No se supone que son amigos? —preguntó Lucian, su voz llena de incredulidad.
—No es tu problema, solo lárgate si no quieres otra paliza como la de ayer —respondió uno de los chicos, empujando a Lucian y haciéndolo caer sentado.
Lucian ya estaba harto de ser agredido, y esta situación era su excusa para desfogarse. Aunque antes había evitado usar su fuerza sobrenatural para defenderse, ahora estaba decidido a proteger a alguien, incluso si era alguien que detestaba como Richard.
Con determinación, Lucian cerró el puño y lanzó un fuerte puñetazo al chico más cercano, quien salió disparado contra la pared del callejón. Cayó sobre un montón de bolsas de basura, rodeado de moscas, intentando recuperar el aliento tras el devastador golpe. El otro agresor, al ver esto, intentó golpear a Lucian en el rostro, pero gracias a sus reflejos mejorados, Lucian esquivó cada golpe con facilidad.
Richard observaba maravillado cómo Lucian usaba la fuerza de su atacante en su contra, haciendo que cayera al suelo, rompiéndose varios dientes en el proceso. Lucian extendió la mano hacia Richard, quien, sorprendido por la habilidad y fuerza de Lucian, aceptó la ayuda para levantarse.
—Richard, ¿estás bien? ¿Por qué hicieron eso? —preguntó Lucian, preocupado, mientras Richard recuperaba el aliento.
—No hay tiempo para esto, ve a la academia ahora, al edificio abandonado de gimnasia. Ariel y los otros quieren hacerle algo terrible a Beatrix —explicó Richard, sosteniendo su brazo dislocado con dolor.
El miedo y la rabia se apoderaron de Lucian, quien lleno de ira comenzó a correr hacia la academia con su velocidad sobrenatural. Adelaide se acercó lentamente a Richard, lo tomó del hombro y con un rápido movimiento le recolocó el brazo dislocado. Richard soltó un fuerte grito de dolor, pero al notar que podía mover el brazo nuevamente, salió corriendo tras Lucian para ayudar a Beatrix.
"Los humanos son realmente extraños", reflexionó Adelaide mientras tomaba del cuello a los dos chicos que golpearon a Richard y los llevaba hacia aquel sombrío vecindario donde vivía.
El callejón quedó en silencio, solo interrumpido por los lejanos pasos apresurados de Lucian y Richard, determinados a llegar a tiempo para proteger a Beatrix. La urgencia y la tensión llenaban el aire mientras cada uno corría hacia su destino.
Finalmente, Lucian llegó a la academia y se dirigió de inmediato al viejo edificio de gimnasia. Al intentar abrir la puerta, se encontró con que estaba cerrada con llave. Sin perder tiempo, Lucian pateó la puerta con fuerza, derribándola y entrando en el lugar. Dentro, encontró a cinco chicos observando con morbo mientras Ariel sujetaba a Beatrix del cuello y pasaba su lengua por su rostro con malicia, mientras ella lloraba intentando liberarse desesperadamente.
Todos voltearon de inmediato al escuchar el estruendo de la puerta romperse, pero debido a la contraluz, no podían distinguir quién era.
—Largo de aquí, estamos ocupados con algo —dijo Ariel con cinismo.
Lucian no perdió tiempo en palabras. Al ver a Beatrix tan aterrorizada, solo sentía un profundo odio hacia los chicos que tenía frente a él. Con una velocidad sorprendente, Lucian se abalanzó entre los chicos, llegando hasta Ariel, a quien agarró de la cabeza y lanzó contra la pared de la entrada con fuerza.
—¿Lucian? —preguntó Beatrix, confundida y asombrada por la acción, pero no recibió respuesta inmediata. Lucian la tomó en brazos con delicadeza y la llevó hasta un rincón del edificio, donde la colocó detrás de unas cajas que servían de almacenamiento.
Desde su escondite, Beatrix podía escuchar los golpes y gritos de los chicos, que eran brutalmente golpeados por la fuerza sobrehumana de Lucian. Él no mostraba piedad alguna hacia ellos.
Cuando Richard llegó al lugar, se encontró con dos chicos inconscientes cerca de la entrada, sobre pequeños charcos de sangre. Ariel y otros dos estaban apalizando a Lucian con tubos de acero. A pesar de su fuerza sobrenatural, Lucian se desgastaba fácilmente al usarla sin entrenamiento adecuado para resistirla por mucho tiempo.
Richard actuó rápidamente, agarrando a uno de los chicos del hombro y tirándolo hacia atrás antes de asestarle un puñetazo que aplastó su rostro contra el suelo. La distracción momentánea causada por la intervención de Richard permitió que Lucian se pusiera de pie, revelando su rostro bañado en sangre por los golpes recibidos. A pesar de sus heridas, Lucian tomó a Ariel del cuello y le propinó un fuerte golpe en el rostro, rompiéndole la nariz y derribándole varios dientes frontales.
Sin embargo, Ariel no se dio por vencido. Con su tubo de metal, contraatacó con un golpe contundente al vientre de Lucian. Mientras tanto, el otro atacante vio cómo Richard derribaba a su amigo y no dudó en golpear la nuca de Richard con su arma blanca, derribándolo en el suelo.
El sonido metálico de los tubos resonaba en el espacio, mezclado con los gemidos de dolor y los gruñidos de esfuerzo.
El chico que había derribado a Richard se preparaba para rematarlo, levantando el tubo metálico con todas sus fuerzas. Sin embargo, su ataque fue detenido por Lucian, quien interceptó el tubo con su brazo. Un crujido doloroso le indicó que su brazo se había fracturado. Ariel aprovechó la oportunidad y asestó otro golpe a Lucian, derribándolo al suelo. Pero antes de que Ariel pudiera golpearlo de nuevo, Lucian lo pateó con fuerza, lanzándolo hacia atrás.
Richard se puso de pie, consciente de que Lucian le había salvado la vida. Sin dudarlo, se abalanzó contra su agresor, tumbándolo al suelo y golpeándolo hasta dejarlo inconsciente.
Lucian corrió hacia Ariel, quien aún sostenía su tubo de metal. Ariel intentó golpear la cabeza de Lucian, pero Lucian apenas esquivó el golpe y lo tacleó, llevándolo al suelo. Una vez allí, Lucian usó su fuerza para dislocarle ambos brazos a Ariel, quien lanzó gritos agonizantes de dolor. Ante la mirada horrorizada de Ariel, Lucian mordió su brazo, bebiendo de su sangre. Esto le permitió sanar su brazo roto y algunas heridas superficiales, aunque aún seguía herido, ya que no podía recuperarse por completo sin matarlo.
Decidiendo que ya era suficiente, Lucian dejó a Ariel allí, gimiendo de dolor. La ira y la adrenalina comenzaban a desvanecerse, dejándole sentir el verdadero alcance de sus heridas.
Richard se acercó a Lucian, respirando con dificultad y mostrando un profundo agradecimiento en sus ojos.
—Gracias, Lucian. Me salvaste la vida —dijo Richard, con voz entrecortada.
Lucian, todavía respirando pesadamente, asintió.
—Vayamos por Beatrix. Eso es lo que importa ahora —respondió, recordando la razón por la que estaban allí.
Con Beatrix aún escondida detrás de las cajas, Lucian y Richard se dirigieron hacia ella, asegurándose de que estuviera a salvo y fuera de peligro. La luz del sol empezaba a filtrarse por las ventanas rotas del viejo gimnasio.
Beatrix se mantenía escondida, muerta de miedo, mientras escuchaba los gritos, quejidos y sonidos de golpes desde su refugio. Al ver a Richard y a Lucian tan heridos acercarse a ella, no pudo evitar soltar un grito de terror. Sin embargo, al reconocerlos, su miedo se transformó en una profunda preocupación, desbordándose en un llanto lleno de culpa. Sabía que ambos estaban en ese estado por haber acudido a protegerla.
Lucian, a pesar de sus heridas, le dedicó una sonrisa reconfortante antes de abrazarla con suavidad, lo cual la ayudó a calmarse. Richard, sin decir una palabra, le dio una palmada en el hombro a Beatrix, mostrando su apoyo silencioso. Juntos, comenzaron a salir del lugar, atravesando el gimnasio lleno de adolescentes inconscientes.
Beatrix, horrorizada por la escena, decidió no mirar y mantuvo la vista baja hasta que estuvieron fuera. El aire fresco de la mañana les dio un alivio momentáneo mientras se alejaban de la academia.