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Chapter 5 - Sujeto de pruebas

Apenas poner un pie fuera de la casa, Lucian sintió cómo los rayos del sol lo cegaban. Aunque la luz no era tan intensa debido al smog y la neblina de la mañana, en su nueva condición la luz solar en sus ojos lo lastimaba y le provocaba un fuerte mareo que lo obligó a volver adentro. Sin rendirse, corrió hasta el estudio de su padre, donde comenzó a buscar unos viejos lentes de sol que Victor solía usar en su juventud.

Los marcos de los lentes eran de un color cobrizo envejecido, con rasguños y marcas que sugerían un uso prolongado y accidentado. Las lentes, aunque estaban polarizadas, reflejaban un brillo peculiar que parecía atrapar la luz de manera inusual. Cada lente estaba protegida por un anillo metálico con detalles labrados, simulando engranajes y patrones mecánicos complejos. El puente, que unía las dos lentes, era grueso y sólido, diseñado para soportar el peso de los pesados cristales. Las correas de cuero, aunque desgastadas, aún conservaban su flexibilidad y mostraban pequeños agujeros que indicaban múltiples ajustes a lo largo del tiempo. Cada extremo de la correa estaba sujeto a los marcos mediante pequeños remaches metálicos, asegurando una fijación firme y duradera.

Lucian se puso los lentes, asegurando la correa en su nuca, y se asomó por la ventana, moviendo la cortina. El vidrio oscuro lo protegía del sol, dándole la confianza que necesitaba para salir. Antes de irse, como medida de precaución, tomó un cuchillo puntilla de la cocina. Aunque algo viejo y con el mango de madera mostrando signos de uso, su pequeño tamaño le permitía mantenerlo oculto en su cazadora.

Equipado y decidido, Lucian salió de nuevo, esta vez protegido por los lentes. Aunque la luz seguía siendo incómoda, ya no le causaba el mismo dolor que antes. Caminó con cautela por las calles de Nueva Luella, sus pasos resonando en el pavimento empedrado, mientras su mente seguía ocupada con pensamientos sobre Adelaide y su nueva y desconcertante condición.

Lucian llegó al sombrío vecindario donde había tenido su fatídico encuentro con Adelaide. Para orientarse, había recorrido el trayecto desde la academia, evocando detalles fugaces que había memorizado aquella noche mientras huía por las laberínticas calles de la ciudad.

El vecindario era extraño, desolado, como si el tiempo hubiera olvidado ese rincón de la urbe. Las pocas señales de vida eran fugaces sombras que se ocultaban tras las ventanas con cortinas raídas. Las casas, con sus fachadas victorianas deterioradas, parecían murmurar secretos antiguos entre sus grietas y musgo.

Mientras avanzaba, sintió la presencia de ojos inquisitivos observándolo desde la penumbra de los interiores. Las cortinas se agitaban ligeramente, revelando miradas furtivas antes de volver a cerrarse. Se encontró con un par de ancianas que, en silencio, regaban sus jardines descuidados. Lucian las saludó, pero ellas solo le devolvieron una mirada de indiferencia, continuando con sus labores como si él no existiera.

El aire estaba cargado con una mezcla de humedad y el aroma acre de vegetación en descomposición. Al final del vecindario, llegó a la casa abandonada donde se había encontrado con Adelaide. La estructura, con su aspecto lúgubre y sus ventanas rotas, parecía vigilarlo con ojos vacíos.

Una brisa helada atravesó la calle desierta, envolviéndolo en un escalofrío que le recorrió la columna vertebral. Instintivamente, se llevó la mano al cuello, rememorando el mordisco y el ardor. Ante él, la casa permanecía inmutable, como un espectro que aguardaba su retorno.

Lucian sacó el pequeño cuchillo de su cazadora, su hoja reflejando un destello efímero en la penumbra. Suspiró, llenándose de valor, y se decidió a entrar. El inquietante silencio del vecindario solo era interrumpido por el eco de sus pasos sobre el camino de piedra desgastado.

La puerta de la casa cedió con un crujido profundo, y al adentrarse, el chirrido de la madera bajo sus pies resonó como un lamento antiguo, sobresaltándolo por un instante. Sin embargo, no desistió y avanzó lentamente, su respiración contenida, hasta llegar a las escaleras.

Se detuvo ahí, el lugar exacto donde Adelaide lo había besado antes de atacarlo. La memoria del encuentro le invadió con una claridad abrumadora. Se arrodilló, observando una mancha oscura en la madera vieja. Al acercarse, una verdad sombría se reveló ante sus ojos.

—Sangre seca… sí fue real —murmuró Lucian para sí mismo con preocupación, su voz apenas un susurro que se perdió en la vastedad de la casa abandonada.

La atmósfera se tornaba cada vez más opresiva, cada sombra parecía moverse con vida propia, y el aire, denso y frío, le recordaba el peligro latente en cada rincón. 

Lucian se armó de valor y comenzó a subir las escaleras, sus pasos resonando con ecos siniestros en la casa desierta. Al llegar al segundo piso, inspeccionó cada habitación, hallándolas completamente vacías, confirmando que la casa estaba realmente abandonada. Finalmente, se dirigió al baño. Su mano titubeó un momento antes de girar la perilla y abrir la puerta.

El interior del baño era común y corriente, pero un montón de ropa vieja en la bañera le provocó un escalofrío. Su mente se llenó de dudas, y, al intentar darse la vuelta para irse, un terror puro lo invadió al ver lo que había detrás de él.

—Largo de aquí, este es mi territorio —dijo con seriedad la voz de Adelaide, quien estaba de pie en la puerta del baño con una mirada penetrante. Sin embargo, al reconocer a Lucian, su expresión cambió a una más relajada y confundida—. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué volviste?

—Tú eres un vampiro —dijo Lucian con rabia—. Intentaste comerme.

—Pero no lo hice —respondió la chica con descaro.

Lleno de miedo y rabia, Lucian no dudó en clavar su cuchillo en el estómago de Adelaide. Ella apenas reaccionó al dolor, su rostro mostrando una expresión de enojo antes de tomar el brazo de Lucian y morderlo con sus colmillos, succionando un poco de su sangre. Lucian gritó de miedo, sintiendo el mismo pavor que la última vez. Sin embargo, Adelaide lo soltó de inmediato, quitándose el corsé y levantando su blusa para mostrarle a Lucian cómo su herida se regeneraba gracias a su sangre.

—Si me vuelves a atacar volveré a beber de tí, pero esta vez no será solo para sanarme —amenazó Adelaide. 

Lucian, jadeando y con la mente nublada por el dolor y la confusión, retrocedió, su cuchillo aún manchado de sangre. La visión de la herida cerrándose frente a sus ojos le recordó la naturaleza inhumana de Adelaide y el peligro que ella representaba.

—¿Por qué me dejaste vivir? —preguntó Lucian, su voz temblorosa.

—Ni siquiera yo lo sé —respondió Adelaide, con un tono de incertidumbre en su voz.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Lucian, confundido y enfadado.

—No lo sé, nunca me había pasado con nadie. No sé cómo explicarlo. Cuando te vi así, tan triste y débil… no sé, se sentía mal matarte. Además, tampoco esperaba que sobrevivieras —respondió la vampira antes de olfatear el aire, poniéndose en estado de alerta.

—¿O sea que te di lástima?

—Silencio —ordenó Adelaide, cubriendo la boca de Lucian con su mano—. Hay uno de los míos cerca.

—¿Uno de los tuyos? —preguntó Lucian en voz baja.

—Sí, ¿nos llamaste vampiros, no es así? Hay otro. Por eso vine, me pareció oler a otro vampiro aquí y creí que venía a robar alimento —dijo la chica, con una mezcla de preocupación y determinación.

Adelaide salió de la habitación sigilosamente, tratando de encontrar al intruso, dejando a Lucian solo en el baño, temblando mientras sostenía su pequeño cuchillo con firmeza. Ella recorrió toda la casa con cautela, buscando, pero no lograba encontrar al segundo vampiro. Salió a los alrededores, pero tampoco vio a nadie. Entonces, volvió a olfatear, intentando ubicar nuevamente al vampiro. La realización la golpeó de repente: la presencia estaba dentro de la casa.

Corrió de inmediato al interior, subiendo las escaleras y regresando al baño, donde encontró a Lucian solo. 

—¿Eres tú? —preguntó la chica, confundida.

Lucian, con el cuchillo temblando en su mano, la miró sin comprender.

—¿Qué quieres decir? —balbuceó.

—La presencia que sentí... eres tú —dijo Adelaide, sus ojos fijos en los de Lucian—. Te convertiste en un vampiro como yo.

Lucian sintió un nudo en el estómago, su mente tratando de procesar la revelación.

—¿Qué me hiciste? —murmuró, aterrorizado por la idea.

—No lo sé, solo te dejé vivir, supongo, pero de alguna forma te has convertido en uno de los míos también, aunque no del todo. Tu presencia es muy débil —respondió Adelaide, su tono grave—. También hueles como un humano. Se podría decir que no eres vampiro, pero tampoco eres humano.

Lucian sintió que su mundo se desmoronaba. La confusión y el miedo se mezclaban con una creciente rabia. 

—Entonces, ¿qué soy? —preguntó, su voz apenas un susurro.

—Eres algo intermedio —dijo Adelaide, con un tono casi compasivo—. No tengo todas las respuestas, pero estás cambiando. Tendrás que aprender a vivir con esto.

—¿Y si no quiero? —respondió Lucian, su voz temblando de indignación.

—No tienes elección —dijo Adelaide, con franqueza—. Esto es lo que eres ahora. Debes encontrar una manera de aceptarlo y sobrevivir.

El silencio volvió a envolver la casa, solo roto por el sonido del viento que se colaba a través de las ventanas rotas. 

"Recuerdo lo que Catherine me dijo de los vampiros: en su segunda etapa, los vampiros se vuelven seres racionales, capaces de comprender el idioma humano. Adelaide debe estar en la tercera etapa de la enfermedad, un semihumano con los recuerdos de su vida humana perdidos, ahora siendo un ser racional que solo se ve como un humano," reflexionó Lucian. "Es por eso que esta cosa no puede entender lo que siento. Es por eso que habla de esa forma tan directa y cruel. No estoy hablando con una persona."

—Tú solo eres un monstruo, no te creo, yo no soy como tú —dijo Lucian, en negación.

—¿Estás tratando de ser despectivo? —preguntó Adelaide, sin comprender los sentimientos humanos.

—Revierte lo que me hiciste, yo no quiero ser un monstruo como tú —la voz de Lucian comenzó a quebrarse mientras recordaba con melancolía el sabor que tanto amaba de las bayas crepúsculo, que ahora le sabían horrible—. Quiero mi vida de vuelta, quiero comer otra vez.

—¿Tienes problemas para comer? Qué curioso. Hablando con otros de los míos, llegamos a la conclusión de que la comida humana sabe terrible. Pero yo tengo la teoría de que, tal como los humanos con otras especies, simplemente tenemos un gusto distinto y para ustedes su comida debe saber bien —explicó Adelaide, sin captar el dolor en las palabras de Lucian.

—No entiendo nada de lo que quieres decir, maldita abominación —dijo Lucian, lleno de coraje por la calma con la que Adelaide actuaba.

Adelaide lo miró con una mezcla de curiosidad y compasión.

—Lo que trato de decir es que nuestra percepción cambia. Lo que una vez fue delicioso para ti, ahora te resulta repulsivo porque tu cuerpo está adaptándose a una nueva realidad.

—Bebe esto —dijo Adelaide, sacando un vial lleno de líquido carmesí. Forzando la mandíbula de Lucian, vertió el contenido en su boca. Lucian sintió el líquido espeso, con un sabor que le recordaba a las bayas crepúsculo, descender por su garganta, llenándolo de energía y haciendo desaparecer el moretón en su cuello.

—Está delicioso, ¿qué es? —preguntó Lucian con incredulidad, disfrutando del primer sabor agradable en todo el día.

—Sangre humana —respondió Adelaide, provocando una expresión de profundo terror y asco en Lucian, quien no pudo evitar las arcadas antes de vomitar en el suelo.

—No tiene sentido. Tu gusto es el de un vampiro, ya que declaraste que te había gustado el sabor, pero aun así vomitaste —murmuró Adelaide, desconcertada.

—Es obvio, puta psicópata, eso es sangre humana —dijo Lucian, su voz llena de repulsión.

—No comprendo tu queja ni tu insulto. Solo te di la comida adecuada para tu nuevo estilo de vida. Y esa palabra, 'puta', se usa para una mujer que ejerce la prostitución. Yo nunca he hecho eso, mi cuerpo es virgen en el ámbito sexual —explicó Adelaide con fría precisión.

Lucian la miró con una mezcla de odio y desesperación, incapaz de entender cómo podía ser tan insensible. 

—No quiero esta vida —dijo, su voz quebrada—. No quiero ser un monstruo.

Adelaide lo observó con una curiosa mezcla de pena y desapego.

—La aceptación es el primer paso, Lucian. Negarlo solo te traerá más dolor. Tienes que aprender a vivir con lo que eres ahora.

Lucian se sentó en el suelo, temblando. Sus pensamientos eran un torbellino de confusión y horror. Pero en el fondo, sabía que tenía que encontrar una manera de sobrevivir, de adaptarse. No podía permitir que su humanidad se desvaneciera por completo.

—De ahora en adelante, quiero que vengas a verme a diario. Tu caso me parece sumamente curioso y me gustaría investigar más sobre ti —dijo Adelaide, poniéndose de pie.

—No lo haré, no seré tu juguete —respondió Lucian, indignado.

—Bien, pongámoslo así: si no lo haces, iré a buscarte yo misma y te mataré. ¿Está claro? —preguntó la chica con una sonrisa sádica antes de acariciar el rostro de Lucian, quien la observaba con terror.

Adelaide salió de la casa, y Lucian se quedó ahí sentado por un largo rato, hasta que reunió las fuerzas suficientes para irse. La casa, ahora más fría y oscura que nunca, parecía apoderarse de sus pensamientos, pero él no podía permitirse rendirse. 

Se levantó lentamente, su cuerpo aún temblando. Las calles del vecindario espeluznante parecían interminables mientras se dirigía de regreso a la academia. La noche había caído por completo, y la neblina envolvía las calles, haciendo que cada sombra pareciera un enemigo oculto.

Esa noche, Lucian no pudo dormir. Se mantuvo dando vueltas en su cama, sus pensamientos consumidos por las palabras de Adelaide. Su estómago rugía con fuerza, un recordatorio del hambre persistente y la repulsión que había sentido al beber sangre humana. Incapaz de soportar más el malestar, se levantó y se dirigió a la cocina. Allí, en la penumbra, buscó algunos gajos de coco en el traste. Los comió despacio, acompañándolos con agua antes de regresar a la cama. El silencio de la noche solo acentuaba su desesperación.

A la mañana siguiente, Lucian, con ojeras marcadas y un semblante cansado, llegó a la casa abandonada donde Adelaide lo esperaba en la entrada. La chica, sin decir una palabra, lo tomó de la mano y lo guió hacia otra casa cercana. La estructura, aunque antigua, emanaba una extraña calidez.

—¿Aquí vives? —preguntó Lucian, observando la hermosa decoración acogedora del lugar. Los muebles de madera tallada y las lámparas de aceite proyectaban sombras danzantes en las paredes.

—Sí, ven, subamos —dijo Adelaide, llevándolo hasta la biblioteca del lugar. La habitación estaba llena de estantes repletos de libros antiguos, algunos con cubiertas de cuero desgastadas y otros con hojas amarillentas por el tiempo. En medio de la sala, un colchón matrimonial estaba tirado en el suelo, cubierto con mantas de terciopelo.

Lucian se detuvo un momento, admirando la colección de libros. El aire estaba impregnado de un aroma a papel viejo y cera derretida, un contraste con la fría y desolada casa de la noche anterior.

—¿Lees mucho? —preguntó Lucian, intentando romper el silencio que parecía envolverlos.

—Sí, parece que a quien sea que fuera antes le encantaban los libros. Me ayudaron mucho a entender a los humanos cuando renací —explicó Adelaide, empujándolo suavemente hacia el colchón. Lucian quedó recostado, sin oponer resistencia.

Adelaide se sentó en el suelo junto a él, observándolo con detenimiento.

—Dime, ¿qué síntomas tienes? Claro, además del cambio de gusto —preguntó la chica.

—Pues hablando de eso, te puedo decir que pude comer coco. Aunque tiene un sabor insípido, no me parece desagradable —comentó Lucian, sacando la lata en la que había almacenado algunos gajos secos de coco.

Adelaide la tomó con curiosidad y se llevó un pedazo a la boca. Masticó y lo escupió en el suelo con disgusto.

—Sabe asqueroso, agrio y amargo —dijo la chica, frunciendo el ceño.

—¿Te parece? A mí me sabe insípido, pero no tiene un mal sabor —dijo Lucian, llevándose otro pedazo a la boca y masticándolo.

—Es curioso. Tal vez sea una rareza en la combinación de tus naturalezas. Cabe la posibilidad de que haya más alimentos que puedas comer fuera de tus límites morales. Entiendo que rechaces la idea del canibalismo, pero debo insistir en que ya no eres un humano del todo y que, bajo tu nueva naturaleza, lo correcto sería comer carne humana y beber sangre humana —explicó Adelaide, su tono clínico y distante.

—Me voy a quedar con la parte sobre que es posible para mí evitar comer humanos —respondió Lucian, observando el techo—. Ayer, antes de venir, sentí que el sol me quemaba las retinas y me mareaba. La luz solar me afectaba mucho. ¿Es eso algo del vampirismo? —preguntó Lucian, buscando desesperadamente una explicación.

—No lo creo. Yo no tengo ningún problema con el sol, y ninguno de los otros vampiros con los que he hablado me ha comentado algo al respecto. Tal vez sea otra anomalía tuya —reflexionó Adelaide.

Lucian suspiró, sintiendo que cada respuesta solo le traía más preguntas. La habitación, aunque acogedora, parecía ahora un lugar de interrogantes y enigmas. 

—Entonces, ¿qué soy exactamente? —murmuró, su voz cargada de desesperación.

Adelaide lo miró con una mezcla de pena y curiosidad.

—Eres un ser entre dos mundos, Lucian. No del todo humano, pero tampoco completamente vampiro.

—Entiendo —dijo Lucian, aceptando las palabras de Adelaide con una mezcla de resignación y curiosidad.

Adelaide se puso de pie, extendiendo su mano hacia Lucian para ayudarlo a levantarse. Lucian aceptó la ayuda y se puso de pie casi de inmediato.

—Ven, salgamos al patio. Quiero hacer algunos experimentos —dijo Adelaide, guiándolo hacia el patio trasero de la casa. El espacio estaba cubierto de hierba y rodeado por una cerca de madera, con algunas piedras dispersas por el suelo. Adelaide tomó una roca del suelo y la lanzó suavemente hacia Lucian, quien la atrapó en el aire a pesar de estar de espaldas.

—¿Cómo? —preguntó Lucian, desconcertado.

—Como pensé, tus reflejos han mejorado. Las habilidades físicas de los vampiros son superiores a las de los humanos. Parece que has obtenido una mejora, al menos en tus reflejos. Probemos tu fuerza. Lanza esa roca con todas tus fuerzas contra la pared de la casa —ordenó Adelaide.

Lucian observó la roca en su mano por un momento y, tras pensarlo, acató la orden. Lanzó la roca con todas sus fuerzas, y la piedra traspasó la pared con suma facilidad, rompiendo un jarrón en el interior. Lucian se dio cuenta de que poseía una gran fuerza.

—Tu fuerza también es sobrehumana. Ahora, intenta correr con todas tus energías hasta la casa donde nos reunimos ayer y vuelve —ordenó Adelaide.

Lucian, ahora confiado en sus habilidades, aceptó el reto. Comenzó a correr con todas sus fuerzas, llegando en apenas diez segundos a la casa al final del vecindario. Mientras volvía, no pudo evitar intentar algo que había soñado durante mucho tiempo. Dio un gran salto, sintiendo como sus pies lograban pisar el tejado de la casa de Adelaide. Desde allí, llamó su atención lanzándole suavemente una piedra que estaba en las canaletas. Adelaide la atrapó con suma facilidad.

—Increíble, Lucian. Parece que también has desarrollado una agilidad extraordinaria —dijo Adelaide, mirándolo con asombro.

Lucian, aún en el tejado, miró hacia abajo y sonrió por primera vez en mucho tiempo. A pesar del terror y la incertidumbre que rodeaban su nueva existencia, había algo en estos descubrimientos que le daba una chispa de esperanza. Tal vez, solo tal vez, podría encontrar una manera de equilibrar estas nuevas habilidades con su deseo de mantener su humanidad.

—¿Y ahora qué? —preguntó Lucian, saltando del tejado y aterrizando suavemente a los pies de Adelaide. 

—Ahora, Lucian, tendré que matarte —dijo Adelaide con frialdad. Su mirada penetrante se clavó en lo más profundo del alma de Lucian, y el chico confiado de hace un momento ahora volvía a sumirse en el miedo y la debilidad. Con una simple mirada, Adelaide dejaba claro que él no podía hacerle frente.

—Oye, deja de jugar, sigamos haciendo experimentos —dijo Lucian titubeando, el sonido de su voz apenas un susurro en el aire frío.

—Ya sé lo suficiente para saber que eres una amenaza para mi estilo de vida —respondió Adelaide, tomando a Lucian del cuello y lanzándolo al costado con una fuerza brutal.

Lucian, débil y asustado, comenzó a retroceder, sus pasos resonando en el empedrado húmedo del patio. Observó con horror cómo la piel de Adelaide comenzaba a estirarse y rasgarse, dando paso a una figura demoníaca similar a la de un lobo musculoso y con poco pelaje. Los colmillos de la bestia brillaban bajo la luz de la luna mientras gruñía, su aliento caliente llenando el aire con un olor acre. La bestia soltó un rugido antes de saltar hacia Lucian, quien solo pudo cerrar los ojos y poner su brazo izquierdo frente a su rostro con pavor.

Las gotas de saliva del lobo obligaron a Lucian a abrir los ojos, observando cómo la bestia posaba sus dientes sobre su brazo. Pero en lugar de sentir dolor, vio que su brazo había mutado. Ahora era una masa de músculos sin piel, con una densidad rígida y escamosa. Sus dedos se habían convertido en miembros que terminaban en filosas garras que brillaban con el mismo color carmesí que los ojos del lobo.

Asombrado, pero sin tiempo para pensar, Lucian usó su nueva fuerza para empujar al lobo, el cual apenas cayó, se lanzó de nuevo al ataque. Esta vez, Lucian intentó defenderse con un fuerte puñetazo usando su brazo izquierdo. El lobo cayó al suelo, ahora convertido de nuevo en Adelaide, quien estiró la palma en señal de rendición mientras sacaba uno de sus viales de sangre de su bolso para recuperarse del devastador golpe de Lucian.

—Basta, Lucian, era un experimento. Quería comprobar si tenías un "Disturbio de Sangre" —explicó Adelaide, recuperando el aliento.

—¿Un qué? —preguntó Lucian, confundido, mientras su brazo mutante se evaporaba, devolviéndose a su forma normal.

—Es una habilidad defensiva de los vampiros. Existen varios tipos. Si me das un respiro, te lo explicaré —dijo Adelaide, poniéndose de pie con dificultad.

El ambiente a su alrededor parecía intensificar la tensión entre ellos. Lucian, aún temblando, asintió, dispuesto a escuchar. Sabía que necesitaba entender más sobre su nueva naturaleza, incluso si significaba confiar en alguien como Adelaide, aunque fuera solo por un momento más.

Los "Disturbios de Sangre" eran habilidades que poseía cada vampiro, dependiendo de su tipo de sangre antes de renacer. Adelaide explicó todo esto a Lucian, quien escuchaba atentamente sentado en el colchón de la biblioteca, rodeado de estantes llenos de libros antiguos y polvo acumulado. 

—Los de sangre tipo A son Alpha, como yo —comenzó Adelaide—. Tenemos la habilidad de transformarnos en bestias licántropas con colmillos afilados y podemos rastrear presas y enemigos con el olfato. Los del grupo sanguíneo tipo B son Beta, y pueden convertirse en basiliscos, bestias en forma de serpiente con piel escamosa y veneno paralizante. Los del grupo sanguíneo tipo C son Crimson, con la capacidad de transformarse en bestias arácnidas que pueden tejer fuertes telarañas y trepar por las paredes más lisas. Los del tipo D son Delta, y pueden transformarse en bestias murciélago con alas membranosas, geolocalización y un grito aturdidor. Finalmente, los del tipo E son Epsilon, y tienen la transformación de una bestia oso, con fuerza descomunal, cuerpos musculosos y garras afiladas.

Lucian se frotó la barbilla, procesando la información. El ambiente denso y oscuro de la biblioteca parecía cerrar aún más el espacio alrededor de ellos.

—Mi grupo sanguíneo es del tipo E, entonces soy Epsilon —murmuró Lucian, sus palabras resonando en el espacio silencioso.

—Así es —respondió Adelaide—, pero debido a… ya sabes, ser tú, parece que tu disturbio solo se manifiesta en tu brazo izquierdo.

Lucian levantó su brazo izquierdo, observando cómo había vuelto a su forma normal después de la transformación. La realidad de su nueva naturaleza comenzaba a asentarse, y con ella, una mezcla de terror y asombro.