Los días pasaron lentamente hasta agotar la semana. Lucian salía constantemente hacia la casa de Adelaide, donde ella continuaba con sus experimentos, ahora enfocados en lograr que Lucian pudiera desatar su Disturbio de Sangre a voluntad. Sin embargo, este proceso resultaba ser extremadamente desafiante para el chico.
Cada noche, Lucian regresaba exhausto, después de todos los ejercicios físicos que Adelaide le obligaba a realizar para fortalecer su cuerpo y minimizar los efectos secundarios de su cambio de naturaleza. Esta noche no era la excepción. Lucian apenas podía mantenerse en pie, sus músculos dolían y sus párpados pesaban.
Adelaide, notando su evidente cansancio, lo tomó del hombro con firmeza y, sin esperar su consentimiento, lo cargó en brazos al interior de la casa. La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas, creando patrones espectrales en las paredes y añadiendo un toque etéreo a la escena.
—¿Qué haces? Te dije que dejaras de hacer eso. Puedo caminar —protestó Lucian, pero su voz carecía de la fuerza necesaria para detener a Adelaide. Ella no respondió, simplemente continuó su camino con determinación, llevándolo hasta la cocina. Allí, lo sentó frente a varios platos cubiertos con platos hondos, el aroma de las comidas ocultas llenando el aire.
Lucian miró los platos con recelo, su estómago gruñendo a pesar de sí mismo. La cocina, aunque modesta, estaba decorada con elementos de la época victoriana: muebles de madera oscura, un candelabro antiguo que colgaba del techo, y cortinas de encaje que cubrían parcialmente las ventanas, permitiendo que solo un poco de luz entrara.
—¿Qué hay aquí? —preguntó Lucian, su voz apenas un susurro mientras señalaba los platos.
—Creo que descubrí algo que te puede ayudar a dejar de solo sobrevivir a base de coco. Pero primero, quiero que bebas esto —dijo Adelaide, sirviendo un espeso líquido rojo en una copa de cristal.
Lucian miró la copa con asco y desconfianza—. ¿Qué es?
—Sangre, pero no humana. Es de gallina —dijo Adelaide, animándolo a beberlo con un gesto tranquilo y seguro.
Lucian dudó un momento, su estómago rugiendo de hambre. El olor de la sangre era extrañamente tentador, una mezcla de dulzura y frescura que invadía sus sentidos. Con un suspiro resignado, tomó la copa y la llevó a sus labios. Al primer sorbo, sintió un gusto suave a caramelo que le dejaba una sensación refrescante en la garganta.
—Sabe… bien —murmuró Lucian, avergonzado por su propia aceptación.
—Qué bueno, porque descubrí que al no beber ningún tipo de sangre, te estabas matando de hambre. Con mi investigación sobre ti, también pude comprender mejor a los míos. Parece que el hierro es lo que nos hace sobrevivir y lo que realmente necesitamos —explicó Adelaide, su tono profesional y clínico—. Yo ya probé la sangre de gallina, pero no le siento ninguna clase de sabor; es más, me resulta desagradable por la textura. Pero, para sorpresa de nadie, tú sí puedes beber eso con gusto.
Adelaide comenzó a destapar los platos, revelando en orden un despliegue grotesco de hígados crudos de res, pollo y cerdo, junto con huevos y carne cruda de gallina. La vista inicial de la comida cruda provocó una mueca de desagrado en Lucian, pero no podía negar lo que su cuerpo sentía. Rápidamente, su boca se llenó de saliva al percibir los aromas de los alimentos frente a él.
—Prueba cada cosa y dime si hay algo que te guste —ordenó Adelaide, tomando asiento junto a Lucian y sacando un vial de sangre humana para beber mientras lo observaba.
Lo primero que probó Lucian fue el hígado de res. Al principio, la textura y el sabor le resultaron extraños, pero rápidamente se dio cuenta de que disfrutaba cada bocado.
—Es como comer un filete, sabe demasiado bien —decía Lucian mientras devoraba el hígado con avidez.
Luego, probó el hígado de cerdo, que le supo insípido y poco satisfactorio. Sin embargo, cuando pasó al hígado y los corazones de pollo, su percepción cambió por completo.
—Este sabor es muy bueno —decía Lucian entre bocados, su voz teñida de sorpresa y placer. Adelaide lo observaba con fascinación, estudiando cada una de sus reacciones.
El ambiente en la cocina era sombrío, con la luz de las velas parpadeando sobre las superficies de mármol y los utensilios de cobre colgando de las paredes.
—Parece que tu cuerpo está aceptando ciertos alimentos —comentó Adelaide, tomando un sorbo de su vial de sangre—. Es interesante ver cómo tu naturaleza híbrida influye en tus gustos y necesidades.
Lucian asintió mientras terminaba los corazones de pollo, sintiendo una mezcla de alivio y confusión. Su nueva realidad seguía siendo difícil de aceptar, pero al menos había encontrado algo que podía comer sin repulsión.
—Supongo que esto es un paso adelante —murmuró, mirando los restos de su comida con una expresión pensativa.
—Sí, es un buen comienzo —respondió Adelaide, su tono frío y analítico—. A medida que continúes adaptándote, seguiremos descubriendo más sobre tus capacidades y limitaciones.
Sin previo aviso, Adelaide tomó un cuchillo de la cocina y realizó un corte superficial en el brazo de Lucian, quien gritó exaltado por la sorpresiva acción.
—¿Qué carajo te pasa? —preguntó Lucian, su voz cargada de indignación y dolor.
—Bebe la sangre de gallina —ordenó Adelaide con frialdad.
Lucian aceptó a regañadientes, llevándose la copa de sangre a los labios mientras Adelaide observaba con atención la herida en su brazo. Sin embargo, la sangre de gallina no tuvo efecto alguno en la regeneración.
Entonces, Adelaide forzó la boca de Lucian y vertió sangre humana de su vial directamente en su garganta. Ambos observaron con expectación mientras la herida comenzaba a cerrarse y sanar rápidamente.
—Parece que en eso no eres tan diferente de mí, solo la sangre humana puede sanarte —comentó Adelaide, satisfecha con el resultado de su experimento.
Lucian tosió y contuvo las arcadas, concentrándose solo en el maravilloso sabor de la sangre para evitar pensar en su origen humano. La experiencia le causaba conflicto, pero al mismo tiempo, era una prueba más de la extraña dualidad que ahora definía su existencia.
Después de comer, Lucian sintió una enorme satisfacción; su estómago estaba lleno después de una semana de sobrevivir principalmente con pedazos de coco y agua. Se recostó en uno de los sofás de Adelaide, quien se sentó junto a él. Por un momento, la compañía de Adelaide le recordó la cercanía que solía tener con su amiga Beatrix. Al pensar en ella, recordó que al día siguiente debía regresar a la academia.
—¡Mierda, debo irme! —exclamó Lucian, poniéndose de pie rápidamente.
—¿En serio? —preguntó Adelaide, con una nota de decepción en su voz.
—Sí, mañana se reanudan mis clases en la academia —respondió Lucian, ajustándose la cazadora mientras Adelaide lo observaba en silencio desde el umbral de la puerta.
Una anciana vecina de Adelaide observó a Lucian salir de la casa, y con una mirada de juicio le dijo a la chica:
—No está bien que un chico salga tan tarde de la casa de una dama, ¿dime que hicieron?
Adelaide la observó con seriedad y respondió:
—Acabamos de tener sexo —mintiendo para incomodar a la anciana quien escandalizada se metió a su casa.
Al día siguiente, Lucian llegó a la academia, buscando a Beatrix con la mirada entre la pequeña multitud de estudiantes que se apresuraban a sus clases. La ansiedad le carcomía por dentro, pero no lograba divisarla en ninguna parte.
—¿Buscas a alguien, mujercita? —preguntó el chico que solía molestarlo, abordándolo junto a su grupo de tres amigos.
—No molestes, Richard —respondió Lucian, intentando continuar su camino. Sin embargo, Richard, de apariencia robusta y con brazos fuertes curtidos por su vida ayudando a su padre en la carnicería, lo tomó del cuello de su camisa y lo empujó contra la pared, levantándolo levemente del suelo. El grupo comenzó a reír mientras observaban cómo Richard golpeaba a Lucian en el estómago, haciéndolo caer de rodillas mientras luchaba por recuperar el aliento.
—Vi tu presentación, incluso tu padre piensa que eres una decepción, ¿no es así? —dijo Richard, poniendo su pie sobre la cabeza de Lucian.
Aun en el suelo, Lucian luchó por alcanzar con su mano derecha su brazo izquierdo, el cual apretó con fuerza mientras un par de lágrimas comenzaban a recorrer sus mejillas.
"Por favor, no salgas ahora", suplicaba Lucian internamente, rogando que su disturbio de sangre no se activara y así evitar dañar a Richard y a sus amigos.
—No sabes cuánto odio a la gente débil que no se esfuerza por defenderse —dijo Richard con rabia, mientras él y sus amigos pateaban a Lucian en el suelo. La crueldad en sus ojos era palpable. Finalmente, Richard tomó a Lucian junto a otro de sus amigos, llevándolo hasta el patio trasero de la escuela, a un rincón apartado donde continuaron golpeándolo sin piedad.
—¿No piensas defenderte? —preguntó una voz familiar detrás de Lucian.
—¿Tú qué haces aquí? ¡Lárgate ahora si no quieres que te vaya mal también! —dijo uno de los amigos de Richard antes de recibir un puñetazo del líder del grupo.
—Idiota, las mujeres están prohibidas, no podemos hacerles daño —dijo Richard, mientras cargaba al golpeado Lucian y se lo entregaba a otro de sus amigos para que lo sostuviera.
—Verás, hermosa, este chico es nuestro amigo e hizo algo malo. Es nuestro deber como sus amigos darle una reprimenda —explicó Richard a la chica que observaba todo. Sin embargo, el grito de Lucian cortó el ambiente en un instante.
—¡No te metas, largo! —le gritó Lucian a Adelaide, quien observaba todo vestida con el uniforme de la academia.
—¡No le hables así a una dama! —exclamó Richard, pateando el estómago de Lucian y haciéndolo vomitar.
—A veces me resultas incomprensible, ¿por qué no lo matas? —preguntó Adelaide con tono impasible.
—Eso haré si no deja de balbucear estupideces —dijo Richard, pensando que la pregunta era para él.
Sin embargo, Adelaide solo se quedó a esperar la respuesta de Lucian, la cual nunca llegó. El chico simplemente la observó con una mirada que llenó de confusión a Adelaide, una mirada que le suplicaba no dañar a sus agresores.
Adelaide frunció el ceño, sin comprender del todo la actitud de Lucian. A pesar del dolor y la humillación, él prefería recibir los golpes en lugar de desatar su verdadero poder y herir a aquellos que lo atormentaban. Incluso en su dolor, no quería perder su humanidad.
Adelaide observó la agresión con una frialdad imperturbable. Su mera presencia, sin embargo, hizo que los agresores se sintieran incómodos, lo suficiente como para decidir dejar a Lucian en paz. Con una mirada gélida, Adelaide extendió la mano a Lucian, quien aceptó la ayuda para ponerse de pie.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Lucian, confuso y adolorido.
—Parece que en mi vida anterior estudié en esta academia. Cuando la mencionaste, recordé que vi algo similar entre los documentos de esta persona —explicó Adelaide—. Quise venir para vigilarte en un entorno social.
—Luces extraña con uniforme. Estoy acostumbrado a verte con ropa negra —murmuró Lucian, tratando de disimular el dolor.
—Bebe esto —ordenó Adelaide, sacando un vial de sangre humana de su bolso.
—No quiero beber sangre humana —respondió Lucian con disgusto.
Adelaide frunció el ceño y, con una firmeza implacable, abrió la mandíbula de Lucian para verter el líquido en su garganta. Lucian tosió, sintiendo el líquido espeso deslizarse por su garganta, pero esta vez no sintió asco. En cambio, se concentró en la sensación de sus heridas sanándose, notando cómo la energía regresaba a su cuerpo.
—No puedes permitirte ser tan débil, Lucian —dijo Adelaide en un tono que combinaba preocupación y determinación—. Si no decides defenderte, esto seguirá ocurriendo.
Lucian, aún recuperándose, bajó la mirada, negándose internamente. La idea de causar daño a otras personas le resultaba desagradable, pero sabía que Adelaide tenía razón. Si esos chicos no dudaban en hacerle daño, ¿por qué él se permitía dudar?
—Ya debo ir a clases… y tú también. No puedes estar vagando por la academia nada más —dijo Lucian antes de retirarse.
Adelaide observó a Lucian irse mientras una suave brisa hacía flotar su cabello con delicadeza. La chica metió la mano en su bolso, hurgando entre sus cosas hasta sacar una identificación de la academia que pertenecía a su vida pasada.
—Jardinería. Qué gusto más inútil —murmuró Adelaide luego de leer el oficio que había elegido en su vida pasada.
Lucian, por su parte, se dirigió a su clase con pasos pesados. Cada rostro conocido le recordaba su aislamiento, pero también le daba fuerza para seguir adelante. Al llegar a su aula, encontró su asiento habitual y se desplomó en él, intentando enfocar su mente en los estudios y no en el dolor que aún palpitaba en su cuerpo.
La mañana transcurrió lentamente. Los murmullos y risas de sus compañeras parecían eco lejanos mientras Lucian luchaba por concentrarse. La presencia de Beatrix, aunque aún no visible, le daba un mínimo de esperanza. Necesitaba hablar con ella, encontrar algún tipo de normalidad en medio del caos que su vida se había convertido.
Llegó la hora del descanso y todas sus compañeras salieron del aula para ir a comer. Mientras tanto, Lucian se quedó un momento terminando un boceto en el que había estado trabajando. Entonces, escuchó una voz que de inmediato llenó su corazón de alegría.
—Lucian, creí que no habías venido a clases —dijo Beatrix entrando al salón.
Lucian dejó lo que estaba haciendo de inmediato y, con una sonrisa, se acercó a Beatrix para abrazarla con calidez.
—Te extrañé mucho.
—Ah, yo también, Lucian —respondió la chica, sintiendo cómo su corazón comenzaba a acelerarse y un rubor cálido se expandía por su rostro.
—Ven, vamos al "mirador" —dijo Lucian, refiriéndose a la azotea de la torre de la academia donde solían reunirse. Beatrix asintió con una sonrisa, y ambos salieron del aula en dirección a su lugar favorito en la academia.
La academia, con su estructura gótica y su aire solemne, parecía envolverse en una atmósfera de ensueño mientras Lucian y Beatrix subían las escaleras de caracol que llevaban a la azotea.
Al llegar a la azotea, una suave brisa los recibió. Desde allí, podían ver el vasto paisaje que rodeaba la academia, con sus jardines bien cuidados y los árboles que se mecían al ritmo del viento.
—Este lugar siempre me da paz —dijo Beatrix, mirando el horizonte con una expresión serena.
—A mí también —respondió Lucian, contemplando el paisaje y sintiendo un peso menos en su pecho.
Se sentaron en un banco de hierro forjado, cubierto por una fina capa de rocío matutino. Beatrix sacó un pequeño cuaderno de su bolso y comenzó a dibujar mientras Lucian observaba en silencio, admirando su concentración y destreza.
—Oye, no te vi luego de lo que sucedió con tu padre en nuestra presentación. ¿Cómo estuvo todo luego de eso? —preguntó Beatrix, sin dejar de dibujar.
—He estado… ocupado con algunas cosas —respondió Lucian, sin querer entrar en detalles sobre su entrenamiento con Adelaide.
Beatrix levantó la vista y lo miró con curiosidad, pero decidió no presionar. Sabía que Lucian le contaría cuando estuviera listo.
—Sobre tu padre…
—Está bien, se ha disculpado conmigo. Créeme, eso es mucho más de lo que pude haber esperado —respondió Lucian con una sonrisa tranquila mientras sentía la brisa acariciar su cabello corto.
—Entiendo —respondió Beatrix, reservándose sus pensamientos sobre el padre de Lucian. La chica se recostó brevemente sobre el hombro de Lucian y le enseñó su dibujo. Era el paisaje que tenían frente a ellos, un boceto rápido pero lleno de detalles, lo que hizo que Lucian no pudiera ocultar su admiración.
—Te quedó hermoso, incluso dibujaste algunos vehículos por las calles —dijo Lucian, admirando el talento de Beatrix.
—Gracias —murmuró Beatrix, sonriendo con timidez—. Me ayuda a relajarme. A veces siento que el mundo es demasiado grande y complejo, y dibujar me ayuda a poner todo en perspectiva.
Lucian asintió, comprendiendo perfectamente ese sentimiento. La academia, con su arquitectura imponente y su atmósfera cargada de historia, podía ser abrumadora a veces. Pero en momentos como este, en el mirador con Beatrix, todo parecía encajar en su lugar.
—La verdad es que es un dibujo impresionante —comentó la chica que se encontraba parada detrás de la pareja.
—¡Adelaide! ¿Qué haces aquí? —preguntó Lucian, confundido y sorprendido por la presencia de Adelaide.
—Ah, hola… y gracias por el cumplido —dijo Beatrix, ocultando su incomodidad con la presencia de la chica. Adelaide tenía una presencia intimidante para Beatrix más allá de su naturaleza sobrenatural; la chica poseía una gran belleza y era dos años mayor que ellos, por lo que tenía un cuerpo más desarrollado. Esto provocaba una inseguridad en Beatrix, quien gustaba de Lucian, pues al escuchar su conversación, pudo notar que ambos ya se conocían.
—¿Cómo que qué hago aquí? Es lógico juntarse con personas que ya conoces previamente al estar en un entorno nuevo —respondió Adelaide con naturalidad.
—¿Pero cómo me encontraste? —preguntó Lucian, aún perplejo.
—Simple, solo te sentí —dijo Adelaide.
"¿Cómo esta chica pudo sentir a Lucian? ¿Acaso ellos dos tienen una conexión tan especial y fuerte como para poder sentir dónde se encuentra el otro?", se preguntaba Beatrix con tristeza en su rostro.
Adelaide percibió la tristeza en los ojos de Beatrix y sonrió de manera enigmática.
—No te preocupes, Beatrix. Lucian y yo solo compartimos... ciertas experiencias —dijo, dirigiendo una mirada significativa a Lucian, quien sintió un ligero escalofrío.
—¿Experiencias? —preguntó Beatrix, tratando de ocultar su curiosidad y nerviosismo.
—Sí, cosas que no son fáciles de explicar —respondió Lucian rápidamente, intentando cambiar de tema—. Pero, Adelaide, dime, ¿en que clase entraste?
—Jardinería. Es muy aburrido, no sé cómo lo elegí —dijo Adelaide, con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
Beatrix sintió una punzada de celos. La forma en que Adelaide hablaba con Lucian era tan natural y cercana que le resultaba difícil no sentirse excluida. Lucian y Adelaide continuaban hablando, pero Beatrix no escuchaba una sola palabra, simplemente forzaba una sonrisa mientras su cabeza se perdía en un mar de pensamientos.
"¿Experiencias difíciles de explicar? ¿Hablarán de sexo? ¿Lucian perdió su virginidad con esta chica? Ambos hablan con mucha confianza y normalidad, y Lucian nunca la mencionó... ¿Desde cuándo se conocen?", pensaba Beatrix, sintiendo un nudo en el estómago. Entonces, la voz de Lucian la sacó de sus pensamientos.
—¿Beatrix?
—Sí, ¿qué ocurre, Lucian? —respondió ella, disimulando sus emociones.
—Ya sonó la campana, volvamos a clases.
Beatrix asintió, tratando de centrarse en el momento presente. Mientras caminaban juntos hacia el aula, no pudo evitar lanzar una mirada furtiva a Adelaide, quien les seguía de cerca, con esa misma expresión enigmática. La presencia de Adelaide, tan cercana y misteriosa, parecía lanzar una sombra sobre la relación entre Lucian y Beatrix. Sin embargo, Beatrix decidió no dejarse llevar por sus inseguridades. Sabía que debía confiar en Lucian y en su amistad, aunque la situación actual le resultara confusa y desafiante.