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Chapter 3 - Cuervos

Al entrar a su casa, Lucian escuchó ruidos fuertes provenientes de algún lugar desconocido. La madera crujió bajo sus pies mientras avanzaba, tratando de localizar la fuente del sonido. Fue al pasar por la oficina de su padre que escuchó con más claridad aquellos aullidos de dolor. Lucian se detuvo, percatandose de que los ruidos venían del suelo. Sin dudarlo, se agachó y pegó el oído a la madera, intentando distinguir con mayor claridad lo que ocurría. Los gritos de agonía eran inconfundibles.

Se deslizó por el suelo hasta que notó rasguños junto a una estantería. Con cautela, movió el mueble, revelando un pasadizo secreto que llevaba a unas escaleras en espiral hacia abajo. El corazón de Lucian latía con fuerza mientras descendía, sus pasos resonando en la estrecha escalera de piedra. Cada peldaño lo acercaba más a la fuente de aquellos aterradores sonidos.

Finalmente, llegó a una cámara bajo la casa, donde se desarrollaba una escena grotesca. Victor, Catherine y Darwin estaban lacerando la piel de un hombre amarrado, cuyos gritos resonaban en la cámara mientras el filo de las navajas cortaba su carne. La vista de la piel chamuscada y cortada, sumada a los gritos desgarradores congelaron a Lucian en su lugar por un momento.

El aspecto humano del hombre y su evidente sufrimiento rompieron la contención de Lucian. No pudo permanecer oculto por más tiempo.

—¡Basta! —gritó Lucian, llamando la atención de los tres cazadores. Los ojos de Victor se llenaron de ira al ver a su hijo.

La tensión en la sala se hizo palpable. La mirada fulminante de Victor, cargada de rabia y desaprobación, se clavó en Lucian, mientras Catherine y Darwin se quedaron inmóviles, sorprendidos por la interrupción. Los gritos del hombre amarrado disminuyeron por un momento, su dolor desplazado por la repentina intrusión.

—¿Qué estás haciendo aquí? —espetó Victor, su voz resonando en la cámara con una mezcla de furia y autoridad.

Lucian, con el corazón latiendo con fuerza y las manos temblorosas, reunió todo el valor que pudo.

—¡No puedes seguir haciendo esto! —dijo, su voz firme a pesar del miedo. 

Victor avanzó hacia él, cada paso cargado de amenaza. Catherine y Darwin intercambiaron miradas, pero permanecieron en silencio.

—¿Acaso sabes lo que es él? —preguntó Victor con desafío en la voz.

—Sé que no parece un monstruo —respondió Lucian, su voz temblando pero decidida.

—Bien, te lo mostraré —dijo Victor, acercándose a Lucian y tomándolo firmemente del brazo.

—Espera, Victor, esta es información secreta. El niño no puede... —intentó interferir Catherine, pero fue rápidamente callada por su jefe.

—No me digas cómo educar a mi hijo —replicó Victor, su voz cortante. Tomó una daga de la mesa donde tenía los crucifijos y, sin previo aviso, hizo un corte superficial en la palma de la mano de Lucian, quien gritó, confundido y aterrorizado—. Observa bien —dijo Victor, sosteniendo el rostro de su hijo con fuerza y extendiendo la herida hacia el hombre atado.

Una inmensa ola de pánico inundó al joven al ver cómo el rostro del hombre atado se desfiguraba, revelando un hocico con colmillos afilados que buscaban desesperadamente beber su sangre. La transformación fue grotesca y espeluznante, los gritos del hombre se convirtieron en gruñidos salvajes.

—¡Ya, basta, perdón! —gritó Lucian, llorando de terror.

—¡Victor, es suficiente! —exclamó Catherine, liberando a Lucian de las garras de su padre y permitiéndole huir a su habitación.

Lucian subió corriendo las escaleras, su corazón latiendo con fuerza. Cerró la puerta de su habitación y se dejó caer al suelo, su cuerpo temblando incontrolablemente. La escena que acababa de presenciar se repetía en su mente, los gruñidos del hombre-bestia resonando en sus oídos.

Se sentó en su cama, apretando la herida de su mano contra su pecho, tratando de calmarse. Su mirada se posó en los planos esparcidos sobre el escritorio, buscando consuelo en sus dibujos y en la mecánica, una vez más. Tomó uno de sus libros y comenzó a leer, intentando perderse en las palabras y escapar del oscuro mundo que su padre había creado.

El sonido de suaves golpes en la puerta del cuarto de Lucian lo hicieron saltar del susto, moviendo el trazo de su mano y arruinando su dibujo.

—¡Vete por favor! —gritó Lucian, su voz cortándose por el miedo mientras las lágrimas brotaban de sus ojos, el amargo recuerdo de lo sucedido aún fresco en su mente.

—Lucian, soy yo —dijo la dulce voz de Catherine desde el otro lado de la puerta. Con delicadeza, abrió la puerta y entró al cuarto, siendo recibida de inmediato por un abrazo de Lucian, quien no podía parar de llorar aterrado.

Catherine comenzó a acariciar su cabello y se sentó en la orilla de la cama, sin dejar de abrazar al chico. Tomó su mano y notó que Lucian había vendado el corte con una tela vieja. Con cuidado, destapó la herida y comenzó a limpiarla con alcohol y vendas reales.

—Perdón por no poder hacer más —dijo Catherine con pesar en su voz.

—No había nada más que hacer —respondió Lucian, su voz quebrada y temblorosa.

—Tu padre no debió hacer eso. Nadie debería saber lo que está ocurriendo… pero ya que lo viste, lo menos que puedo hacer es explicarte lo que presenciaste —dijo Catherine, sin dejar de acariciar el cabello de Lucian. Él se mantuvo recostado con la cabeza en su regazo, observando el suelo, buscando consuelo en la suavidad del tacto de Catherine.

Una nueva enfermedad había sido descubierta un año atrás, una enfermedad que sembraba terror en los corazones de todos: el "Vampirismo". Era un mal del que se sabía poco, su modo de contagio era un misterio y apenas había información sobre sus síntomas. Las personas infectadas pasaban por tres etapas. 

La primera era el "Salvajismo". En esta fase, los infectados perdían toda noción de humanidad y se sumergían en un estado de puro instinto, donde solo deseaban beber sangre y comer carne humana. La segunda etapa se llamaba el "Renacer". Aquí, los vampiros adquirían una nueva conciencia, habiendo perdido todos sus recuerdos anteriores. Se convertían en seres sumamente racionales, capaces de entender y hablar el idioma humano a la perfección, mezclándose con la sociedad de manera casi indetectable. La última fase era la del "Semi Humano", en la que los vampiros eran prácticamente indistinguibles de los humanos.

La CCA, al capturar un vampiro vivo, descubrió que si no bebían sangre humana durante un período prolongado, volvían a su estado salvaje, reiniciando así el ciclo. Catherine explicó todo esto a Lucian, quien la escuchó con incredulidad. Era difícil para él asimilar la magnitud de lo que estaba escuchando.

—Es por eso que tu padre hace lo que hace —dijo Catherine—. Aunque sus métodos son crueles, él busca protegernos a todos de esta amenaza.

Lucian, abrumado por la información y la mezcla de emociones, se quedó dormido bajo las caricias de Catherine. Ella se levantó con delicadeza, intentando no despertarlo, y se marchó, dejándolo descansar. Mientras salía, echó una última mirada a Lucian, deseando con todo su corazón que pudiera encontrar paz en medio del caos que lo rodeaba.

Una semana después de lo ocurrido, con las investigaciones de la CCA, se descubrió que el método de contagio del vampirismo era a través de esporas liberadas por los cadáveres de los vampiros una vez muertos. Esta noticia conmocionó a todos los cazadores, quienes tuvieron que someterse a exámenes para determinar si estaban contagiados tras haber matado a docenas de vampiros. Afortunadamente, solo tres miembros resultaron contagiados, y la iglesia decidió ponerlos en cuarentena.

Como medida de precaución, ahora la CCA debía usar máscaras de gas con formas de picos de cuervos para sus trabajos, lo que les daba un aspecto aún más siniestro. Estas máscaras, diseñadas para filtrar las esporas y proteger a los cazadores, se convirtieron rápidamente en una nueva norma. La población, al ver a los cazadores con sus máscaras, comenzó a llamarlos coloquialmente "cuervos".

Las calles de la ciudad, ya envueltas en niebla y vapores, se volvieron aún más sombrías con la presencia de estos "cuervos". Los cazadores, en sus trajes oscuros y con las máscaras de picos largos, parecían fantasmas en la penumbra, una imagen que se grabó en la mente de todos los ciudadanos. 

Lucian se encontraba en la azotea de una de las torres de la academia, el lugar más apartado y tranquilo que conocían, bebiendo una soda junto a Beatrix. La brisa fresca de la tarde acariciaba sus rostros mientras ambos contemplaban el vasto paisaje de la ciudad amurallada de Nueva Luella. Desde allí, las chimeneas de las fábricas expulsaban columnas de humo, y las luces de gas comenzaban a encenderse, dándole a la ciudad un brillo dorado. La azotea se había convertido en su refugio, un lugar donde podían escapar del bullicio y de los chicos que solían molestar a Lucian.

—El semestre está a punto de terminar, ¿qué proyecto piensas presentar? —preguntó Beatrix, con un brillo de curiosidad bailando en sus pupilas color avellana, mientras tomaba un sorbo de su propia bebida.

Lucian, siempre reservado sobre sus trabajos, sintió un nudo en el estómago. Sin embargo, la sinceridad en la mirada de Beatrix lo animó a compartir su secreto.

—Hay algo en lo que he estado trabajando durante un tiempo —dijo Lucian con timidez, sacando cuidadosamente sus planos del maletín y desplegándolos sobre el suelo de la azotea. Los dibujos mostraban una compleja máquina, una mezcla de engranajes, válvulas y mecanismos intrincados.

Beatrix se inclinó para ver mejor, sus ojos abriéndose de par en par al examinar los detalles.

—Lucian, esto es espectacular. ¡Es increíble! —exclamó Beatrix, fascinada—. ¿Ya tienes un prototipo?

Lucian asintió, una mezcla de orgullo y nerviosismo en su rostro.

—Sí, el día del evento de fin de semestre lo presentaré —respondió Lucian, ansioso por ver la reacción de su amiga y, en el fondo, deseando la aprobación de su padre, aunque no lo admitiera.

Beatrix sonrió, colocando una mano sobre el hombro de Lucian en un gesto de apoyo.

—Estoy segura de que será un éxito. Nadie en la academia ha visto algo así antes. Estoy muy orgullosa de ti, Lucian.

Las palabras de Beatrix calentaron el corazón de Lucian, llenándolo de una renovada determinación. Mientras el sol comenzaba a ocultarse detrás de las murallas de Nueva Luella, los dos amigos se quedaron en la azotea, disfrutando de la compañía mutua y del breve respiro de un mundo que a menudo parecía estar en su contra.

El día del evento llegó. Lucian estaba ansioso, observando detrás del telón del escenario cómo Catherine y Victor se encontraban sentados casi al fondo de la sala de eventos de la academia. Catherine lucía ansiosa y hermosa, vestida en un elegante vestido rojo. Victor, en contraste, vestía ropa informal con su gabardina de la CCA, su mirada seria clavada en el suelo. Los nervios llenaban a Lucian, quien se encontraba junto a Beatrix, su amiga y asistente para la presentación. Varios proyectos fueron presentados, la mayoría siendo cosas innecesarias o mejoras de inventos ya existentes. Entonces llegó el turno de Lucian.

El chico salió de detrás del telón vestido con un traje negro y corbata. Detrás de él, Beatrix empujaba un carrito de cobre cubierto con una manta.

—Damas y caballeros, mi nombre es Lucian Blackthorn —declaró Lucian, provocando una ola de murmullos entre el público que reconocía su apellido. Sintió un nudo en el estómago, pero al ver el rostro alentador de Catherine, decidió continuar—. Hoy les presento mi proyecto de innovación.

Beatrix destapó el carrito, revelando un guante grueso con varios mecanismos exteriores.

—Este es el guante "Hércules", el cual tiene varias funciones. La principal es que, usando un sistema de pistones, es posible aumentar la fuerza de impacto de un golpe común hasta igualar el golpe de un mazo, todo funciona con vapor —dijo Lucian, provocando algunos aplausos en el público.

—También posee una herramienta desplegable en cada dedo, aunque eso es secundario. Su principal función es ser una herramienta de trabajo. Sin embargo, este guante también lo creé para alguien especial. Lo creé para ti, papá. Este guante puede regular las vibraciones del cuerpo, evitando ese temblor que tienes en la mano derecha —declaró Lucian, observando a su padre. Todos en el teatro volvieron la mirada hacia Victor.

Victor, sin decir una sola palabra, se puso de pie y caminó hacia el escenario. Subió, y frente a todos, le dio una fuerte bofetada a Lucian, quien cayó al suelo. El impacto resonó en la sala, dejando a los presentes atónitos. Victor, con una mirada de desprecio, rompió el guante de un pisotón, destrozando meses de arduo trabajo de su hijo. La sala quedó en silencio, solo el eco de la agresión y la destrucción llenando el aire.

Lucian, en el suelo, sintió las lágrimas acumulándose en sus ojos, pero se las tragó, su rostro ardiendo no solo por la bofetada, sino por la humillación pública. Beatrix, horrorizada, corrió a su lado, ayudándolo a levantarse mientras la audiencia permanecía en un incómodo mutismo. Catherine, con los puños apretados y los ojos llenos de ira, se levantó para intervenir, pero Victor ya se había dado la vuelta y se marchaba del escenario, dejando a su hijo en un mar de vergüenza y dolor.

Catherine siguió a Victor hasta el exterior de la academia, donde lo tomó del hombro con firmeza y lo abordó con una bofetada que hizo girar la cabeza de Victor.

—¡¿Qué carajo te pasa?! ¿Tu hijo crea algo para ti y así le respondes? —preguntó la cazadora, llena de rabia.

—Eso dolió —respondió Victor, sobándose la mejilla.

—A Lucian le dolió más —replicó Catherine, mientras las lágrimas se desbordaban de sus ojos.

—Me hizo ver débil. Nadie puede saber que me estoy haciendo viejo para el trabajo. ¿Qué pensará ahora la gente? ¿Que el líder de la CCA es un anciano que apenas puede sostener su arma? —dijo Victor, con el orgullo herido.

—No, se preguntarán por qué el líder de la CCA avergonzó a su hijo que simplemente trataba de ayudarlo —respondió Catherine con dureza antes de volverse y regresar al interior, decidida a consolar a Lucian.

Sin embargo, al entrar, no pudo encontrar al chico. Solo estaba Beatrix, con la mirada baja y los ojos vidriosos.

—¿Dónde está? —preguntó Catherine, la urgencia en su voz clara.

—No lo sé, solo salió corriendo —respondió Beatrix, con un nudo en la garganta.

Catherine sintió una punzada de preocupación. El teatro, lleno de murmullos y miradas incómodas, parecía aún más sofocante sin la presencia de Lucian. Catherine miró a su alrededor, desesperada por cualquier señal de hacia dónde podría haber ido. Decidió que encontrarlo era su prioridad absoluta y salió corriendo del edificio, con la esperanza de alcanzarlo antes de que se alejara demasiado.

El viento frío de la tarde golpeó su rostro mientras corría por las calles adoquinadas, llamando a Lucian. Las sombras de los edificios altos de Nueva Luella se alargaban, creando un laberinto de oscuridad y luz en el que el joven podría haberse perdido.