Tener que acostumbrase a estar sin Zaykar no fue una transición fácil para la pequeña, sin que ella ni las personas a su alrededor notaran, se había vuelto dependiente de su hermano, dormía con él, despertaba con él, jugaba con él, se sentía protegida con él, pero ya no lo veía más.
Mientras pasaba el tiempo ese sentimiento iba desapareciendo, pero volvía y seguía interrogándose porque debía ser así. En el momento que entro a la adolescencia comenzó a maldecir ese sentimiento, odiaba sentir que tenía una obsesión hacia su hermano, pero cuando le permitían visitarlo, cuando iba a sus cumpleaños o cuan el venía a los suyos, cuando la visitaba en esos días sin fecha sin importancia, se sentía completa.
No era un sentimiento de enamoramiento, era algo que no podía explicar. Ella odiaba el hecho que estuviera en ese lugar "Es un príncipe, ¿Por qué lo tienen viviendo en una cabaña? Debería vivir como lo que es". Replica continuamente, pero solo se lo decía a ella misma, guardaba esos comentarios y no lo compartía con nadie más.
Zea quiso ser más independiente, deseaba salir de los muros del castillo, comenzó a prestar más atención a las clases de Linfa, su madre por fin comenzó a enseñarle magia, pero sus clases eran aburridas y poco prácticas. Pidió a su padre que sacará tiempo para ella, le rogo de rodillas que la entrenará en magia y combate, su padre la entreno dos veces por semanas, un día magia, un día combate. A Xarel no le agradaba nada que su niña anduviera jugando con espadas y golpeara muñecos con sus manos desnuda, pero Rayzar la tranquilizo y poco a poco se acostumbró a la idea. Zea comenzó a unirse de apoco a las prácticas de los soldados, luego de sus estudios regulares de etiqueta y gramática corría al patio de armas, los soldados comenzaron a verla como una más del batallón y solicitaron herramientas de su talla especialmente para la princesa.
Antes pasaba más tiempo con las demás damas, pero pronto dejo de asistir a esas aburridas tardes de té su tía. La reina, no deseaba más que jugara con su prima Yaneli, ya que la consideraba una mala influencia, pero ya el daño estaba hecho y a Zea solo le parecía gracioso, porque la pequeña princesa ahora solo quería ver entrenar a los caballeros, aunque esta no participara de los entrenamientos.
Con el pasar de los años la princesa logro tener total autonomía y dominar sus artes, creció con elegancia, sabiduría y pasión. Pero aun así seguía detestando la idea de no tener a su querido hermano con ella. «Sí el no viene a mí, yo iré a él», era su pensamiento.
Cuando cumplió los cinco una niña llego a los complejos del castillo, había escuchado que su hermano la había mandado, pronto esa niña se unió al cuerpo de niñera y pasaba tiempo con ella, ella le había contado que a pesar de su edad su hermano tenía destreza con la espada y que sabía usar su debilidades a su favor. Zea en incontables ocasiones se cuestionó si sus gustos en verdad fueron elegidos por ella o si fue su subconsciente conectándola con él, hasta que ve lo que disfruta ponerse la armadura, salir al campo lleno de tierra y blandir la espada hasta quedar exhausta.
No solo la espada era su fuerte. Su padre cumplió su palabra y ahora ella debía cumplir con sus exigencias. Al ella solicitar su entrenamiento tuvo que tragarse sus disgustos. Se preguntaba si ese mismo método utilizaba el abuelo. Rayzar la hacía repetir los mismos encantos hasta que salieran bien o hasta quedar desmallada, lo peor era que su orgullo creció rápido con su edad y era más grande que su incomodidad por los métodos de su padre y no decía nada a su madre. Aun así, aquellos métodos pulieron un control increíble en su energía, su padre le había dicho que cuando consiguiera mayor control en su energía repetiría esos encantamientos el doble de veces y no sentiría tal agotamiento. Zea siguió los consejos de su padre y poco a poco fue consiguiendo tal control anhelado. Aun no logra hacerlo el doble aun así no se desmalla en medio de los entrenamientos.
La última vez que Zea visito la cabaña del abuelo había un enorme hoyo detrás de ella, Zaykar la llevo a ver y casi orina la ropa, ella se escondió detrás de la espalda de su hermano, pero luego de salir de la cueva improvisada comenzó a golpearlo por no avisarle antes. En aquel hoyo vivía Drag-yl, había un montón de tesoros donde el dragón se encontraba acostado, su hermano le había dicho que era un dragón dorado, pero ella veía que el color de sus escamas era muy opaco, a lo que él respondió que era porque aún le faltaba desarrollarse. Le pareció increíble que su hermano estuviera criando una bestia tan fiera.
Cuando supo que su hermano había llegado al castillo no pudo aguantar la emoción, pidió ayuda a las doncellas para que le ayudarán a cambiar, por lo general esta había tomado la costumbre de pasar sus días en ropas, ligeras, actas para entrar en cualquier enfrentamiento, al escuchar de su llegada cambio sus ropas y decidió por un estilo más femenino, eligiendo la que consideraba su prenda más cómoda, su vestimenta casual de piel de dragón. Había amado esas prendas desde el día que llego, más la amo más al saber que está prácticamente crecía con ella. Tuvo que esperar un montón para poder verlo, el idiota de su tío lo había ocupado primero, pero en cuanto salió de esa estúpida sala del trono, fue a por él.
Cuando lo abrazo por la espalda el hizo de cuenta que no había notado que venía, pero ella sabía que él sabía, sus pisadas habían sido como truenos, no era secreto para nadie. Cuando tenían el duelo y el solo bloqueaba tratándola como niña indefensa, ella solo se mostraba molesta, pero le gustaba que la tratará así, era como si reviviera esos días cuando aún si era esa niña pequeña que dormía sobre su brazo.
Cuando fue impulsiva al atacar a aquella pelirroja desconocida y termino repelida en el suelo, él fue el primero en revisarla y ella quedo en sus brazos. «Ese instinto de hermano mayor». —Sigo siendo la pequeña Zea —. Se le escapo, pero el fingió no escucharlo y ella lo agradeció.