El cielo nocturno era un lienzo de caos y asombro. Una fracción de segundo después de que la luz carmesí descendiera desde la luna, el impacto resonó en todo el firmamento como un trueno divino.
Juske, envuelto en un aura ardiente de flujo de maná carmesí, aterrizó frente a Rayjou Tamashi con una fuerza tan imponente que el castillo despedazado flotando en el aire tembló como si fuera de papel.
Rayjou, todavía aturdido por el repentino regreso de Juske, no tuvo tiempo de reaccionar adecuadamente. Su mirada, habitualmente llena de arrogancia y dominio, ahora mostraba un leve atisbo de incredulidad.
("Rayjou"): — ¿Cómo es posible...? ¡Te lancé al vacío Espacio Exterior!
Sin responder, Juske levantó su puño derecho, que resplandecía con una intensidad carmesí cegadora, un flujo de maná tan condensado que parecía una estrella en miniatura. El aire a su alrededor se distorsionaba, vibrando con la densidad del poder acumulado.
Rayjou, consciente del peligro, rápidamente creó una barrera de fuerza gravitatoria. Sus manos extendidas canalizaban una inmensa cantidad de maná oscuro, formando un escudo de energía pulsante que doblaba la luz a su alrededor.
("Rayjou"): — No importa cuánta fuerza tengas, nadie puede romper mi defensa gravitatoria.
Juske dio un paso adelante, cada movimiento retumbando como si anunciara el fin del mundo.
("Juske"): —
Con una velocidad que trascendía lo visible, el puño de Juske impactó contra la barrera de Rayjou. Durante un breve instante, el universo pareció contener la respiración.
Luego, como si todo el maná del mundo se concentrara en ese único punto, el escudo gravitatorio de Rayjou estalló en un cataclismo de luces y sombras, anulado completamente por la fuerza bruta del golpe.
("Rayjou"): — ¡NO PUEDE SEERR!
El impacto lanzó a Rayjou como un meteoro en descenso, su cuerpo cruzando el cielo a una velocidad tan absurda que dejó una estela de oscuridad rota en su trayectoria.
Juske permaneció inmóvil, su puño aún extendido, mientras las nubes del cielo se partían como si un gigante invisible las hubiera barrido.
Las estrellas, ocultas por la tormenta de magia, quedaron expuestas con una claridad abrumadora, como si el cosmos mismo aplaudiera la magnitud del golpe.
Rayjou, incapaz de frenar su caída, golpeó el océano con tal fuerza que el impacto generó un cráter masivo en el agua. Las olas, como si fueran expulsadas por una explosión volcánica, se elevaron cientos de metros, y el agua alrededor del punto de impacto comenzó a hervir por la inmensa cantidad de maná liberado.
En el horizonte, el espectáculo dejó a los testigos sin palabras.
Scarlett, con los ojos bien abiertos, apenas podía articular un pensamiento coherente.
("Scarlett"): — ¿Es... esto... real?
Frost, con una mezcla de Asombro y temor, apretó los dientes.
("Frost"): — Ese idiota... ¿de dónde saco tanta fuerza?
Mika, sin poder apartar la vista del cielo despejado y las estrellas, susurró incrédula:
("Mika"): — Juske...
El Rey Edgard consciente, observaba desde la distancia. Su mente procesaba lo imposible: un hombre que desafió las leyes de la magia y la realidad misma.
("Edgard"): — Este chico no parece Humano.
Mientras tanto, Juske, aún flotando en el aire, miró hacia el océano donde Rayjou había desaparecido entre el vapor y las olas del océano agitadas y hervidas. Su mirada, ahora seria y decidida, se centraba en el horizonte.
("Juske"): — Espero que no te levantes después de eso Rayjou.
El silencio se rompió por el rugido de las aguas y los ecos lejanos del golpe que había partido el cielo.
("Edgard"): Eso significa que juske a ganado la esta batalla.
("Edgard"): Exactamente su majestad... Pero aún así hay algo raro aquí...
— La marea no a bajado aún y el agua sigue subiendo...
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El océano parecía infinito, oscuro y devorador. Rayjou Tamashi descendía lentamente, su cuerpo debilitado por el impacto de Juske.
Sangre brotaba de su boca, pintando pequeñas burbujas carmesí que se elevaban hacia la superficie. La presión del agua apretaba sus pulmones, pero era el peso de su derrota lo que más le dolía.
("Rayjou") — Diablos... fallé... —murmuró débilmente mientras su visión se volvía borrosa.
El silencio absoluto del abismo comenzó a ser invadido por ecos de un tiempo olvidado. Imágenes, recuerdos enterrados por años de odio y ambición, emergieron como una marea inevitable.
Veintiocho años atrás...
Era un día pacífico en el pequeño pueblo rodeado de bosques. El cielo despejado contrastaba con la pesadez de la atmósfera en casa de los Tamashi.
Edgard, Miryam, y Rayjou, entonces niños, jugaban ajenos a las tensiones crecientes en el pueblo.
Edgard había advertido a los adultos sobre el peligro que acechaba en el bosque, sobre la presencia de un venado negro que no era lo que parecía.
Nadie le creyó. Nadie excepto Benjamin, el elfo protector del pueblo, y el anciano mago conocido como "El Sabio del Relámpago."
Esa noche, el caos descendió.
Los Onis, liderados por Hanzo Hachimizu, salieron del bosque como una tormenta de destrucción. Su líder, disfrazado como el venado negro, reveló su verdadera forma: un Oni de tamaño imponente con cuernos rojos finos y curvados en su frente, ojos rojos brillantes y una sonrisa que reflejaba sadismo puro.
("Hanzo Hachimizu"): — ¿De verdad creyeron que podían vivir en paz? Qué aburrido. Es hora de traer algo de diversión.
Con una risa fría, Hanzo desató su magia de sangre, haciendo brotar lanzas afiladas desde el suelo que atravesaban a los habitantes que intentaban resistir.
Los gritos resonaban en todas direcciones. Rayjou y Edgard observaron horrorizados cómo sus vecinos caían uno tras otro.
Benjamin y el anciano mago intervinieron para proteger a los niños. Benjamin, empuñando su arco y magia de viento, desató ráfagas que cortaban a los Onis como si fueran cuchillas invisibles. El anciano, con su bastón reluciente, invocaba rayos que iluminaban el cielo nocturno como si fuera de día.
("Benjamin"): — ¡No tocaran a los niños, monstruos!
("Hanzo Hachimizu"): — Oh, ¿un elfo y un viejo? Interesante. Veamos cuánto duran antes de que pierdan la cabeza.
("Hanzo Hachimizu"): — ¿Entendieron el chiste? ... "Pierdan la cabeza".
(*Ignorado*).
("Hanzo Hachimizu"): — Bien... No se rían... Igual van a perder la cabeza.
Con un movimiento de su mano, Hanzo regeneró instantáneamente cualquier herida que recibía, su cuerpo reconstruyéndose como si nada hubiera pasado.
Atacaba con precisión letal, usando su magia de sangre para manipular los fluidos dentro de sus enemigos, inmovilizándolos o rompiendo sus defensas desde dentro.
Los Tamashi intentaron huir junto a Miryam, pero la tragedia golpeó. Los padres de Rayjou y Edgard intervinieron para bloquear a los Onis, armados con nada más que herramientas agrícolas. Su valentía fue en vano; Hanzo los eliminó con una brutalidad desmedida.
("Hanzo Hachimizu"): — No se preocupen, sus hijos no estarán solos por mucho tiempo.
Rayjou gritó, con lágrimas desbordándose de sus ojos mientras veía a sus padres caer. La sonrisa de Hanzo quedó grabada en su mente, una mezcla de burla y satisfacción que nunca olvidaría.
Rayjou despertó brevemente de su trance mientras descendía más profundo en el océano, su ira mezclándose con una tristeza que lo desgarraba.
("Rayjou"): — ¿Por qué...? ¿Por qué este recuerdo ahora?
Benjamin y el anciano mago lucharon con todas sus fuerzas. Las ráfagas de viento y los rayos se combinaron en un ataque final, un esfuerzo desesperado por destruir a Hanzo. Por un momento, pareció que lo lograban. Su cuerpo quedó reducido a cenizas.
Pero Hanzo volvió a regenerarse, riendo como si la batalla fuera un simple juego.
Hanzo Hachimizu: — ¡Es todo! Qué decepción. Bueno, es mi turno.
Con un movimiento, lanzó una ola de sangre que atravesó el pecho de Benjamin y destruyó el bastón del anciano. Ambos cayeron, casi incapaces de continuar.
Miryam, Edgard y Rayjou fueron testigos de todo, sus cuerpos temblando mientras el destino parecía sellado.
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De vuelta en el presente, Rayjou sentía que su furia crecía. Ese evento, esa noche, había sido el catalizador de todo lo que era. Su deseo de matar a hanzo, su odio, y su necesidad de controlar... todo provenía de esa tragedia.
("Rayjou"): — Hanzo... Hachimizu...
Rayjou cerró los ojos mientras el abismo del océano lo envolvía, pero algo dentro de él se reavivaba. Una chispa, un rayo de voluntad pura. Este no era el fin. No podía serlo.
La noche se cernía sobre la aldea con una negrura abrumadora, rota únicamente por los destellos intermitentes de rayos y los remolinos de viento que atravesaban el campo de batalla.
El bosque circundante, antaño lleno de vida, era ahora un caos de árboles destrozados y suelo quemado. Allí, en medio de la destrucción, se libraba una lucha que sería recordada durante generaciones.
Benjamin, el elfo de mirada seria y postura firme, convocaba ciclones con un solo movimiento de sus manos, canalizando un torrente de viento que desgarraba todo a su paso. A su lado, el Gran Mago, una figura encorvada pero imponente, extendía su bastón al cielo, desatando relámpagos con una intensidad que parecía arrancar la misma oscuridad del firmamento.
Frente a ellos, Hanzo Hachimizu permanecía inmóvil, una sonrisa torcida adornando su rostro mientras observaba con desprecio.
Su figura era imponente, cubierta por un aura roja oscura que parecía vibrar con un latido propio. Los ataques de Benjamin y el Gran Mago impactaban en su cuerpo una y otra vez, pero la carne desgarrada se regeneraba al instante. El Oni no solo era poderoso, sino también un espectáculo de pura resistencia.
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("Hanzo Hachimizu"): — ¿Eso es todo? Me aburro.
—Pensé que los héroes de esta aldea serían más... ¿cómo decirlo? Desafiantes.
El Oni extendió sus brazos, dejando que el viento lo golpeara y los rayos quemaran su piel. Su carne chisporroteó y se deshizo en partes, pero Hanzo rió, un sonido profundo y perturbador.
("Hanzo Hachimizu"): — ¿Sabes qué es lo que más disfruto? El dolor. Me recuerda que estoy vivo. ¿Y ustedes? ¿Qué sienten mientras luchan contra alguien que no puede morir?
Benjamin no respondió, pero su mirada reflejaba determinación. Con un movimiento rápido, conjuró una ráfaga de viento cortante que formó un tornado alrededor de Hanzo, encerrándolo.
("Benjamin"): — No puedo entender como es que disfrutas ese dolor y causarle dolor a los demás.
El Gran Mago golpeó el suelo con su bastón, invocando un relámpago que descendió desde el cielo como la ira de un dios.
("Gran Mago"): — A mi me importa una mierda que seas inmortal. Pero no vas a llegar más lejos maldito Oni.
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El ataque conjunto fue devastador. El tornado de Benjamin levantó al Oni en el aire mientras los relámpagos lo atravesaban una y otra vez.
Por un momento, el bosque se iluminó como si fuera de día. Pero cuando el polvo y el viento se disiparon, Hanzo seguía ahí, con su cuerpo carbonizado pero ya regenerándose, su sonrisa ahora más amplia y perturbadora.
("Hanzo Hachimizu"): — Fascinante. Siguen intentándolo, como insectos golpeando un cristal, sin comprender que nunca lo atravesarán.
Con un movimiento rápido, Hanzo extendió sus manos, liberando un torrente de magia de sangre. La tierra bajo ellos comenzó a retorcerse y oscurecerse, formando tentáculos viscosos que atraparon a Benjamin y al Gran Mago.
Hanzo caminó lentamente hacia ellos, mientras la sangre en su cuerpo parecía arremolinarse con un propósito siniestro.
("Hanzo Hachimizu"): — El dolor, ese es el verdadero maestro. ¿Saben por qué me divierte tanto? Porque revela la verdad. Ustedes, débiles mortales, temen al dolor, lo evitan a toda costa. Pero yo... yo lo abrazo.
("Hanzo Hachimizu"): — El dolor es la única advertencia 100% fiable de que está pasando algo en nuestra vida.
("Hanzo Hachimizu"): — Te muestra por lo que pasaste y te hace recordar porque lo pasaste... sin dejar atrás el porque todo ha sucedido.
("Hanzo Hachimizu"): — Bueno ustedes no entenderían.
Benjamin, atrapado por los tentáculos de sangre, intentó liberar una ráfaga de viento, pero los movimientos del Oni eran más rápidos.
("Benjamin"): — El dolor no es fuerza. Es un síntoma de tu propia debilidad. Solo un cobarde busca refugio en algo tan destructivo.
Hanzo inclinó la cabeza, como si considerara las palabras del elfo.
("Hanzo Hachimizu"): — ¿Cobarde? Tal vez. Pero, dime, ¿acaso no es el dolor lo que define la realidad en la vida? Sin él, ¿qué sentido tiene luchar?
El Gran Mago, atrapado pero no rendido, levantó su bastón con esfuerzo.
("Gran Mago"): — No es el dolor lo que da sentido a la vida, sino la lucha por superarlo. Esa es la diferencia entre tú y nosotros, Hanzo. Nosotros luchamos para proteger, para crear. Tú solo buscas sufrimiento.
Con un grito de esfuerzo, Benjamin desató una explosión de viento que rompió los tentáculos que lo sujetaban. Al mismo tiempo, el Gran Mago invocó una esfera de relámpagos que estalló alrededor de Hanzo, empujándolo hacia atrás.
Los dos guerreros se pusieron de pie, heridos pero determinados.
("Benjamin"): — No importa quien seas... Pero no dejaré que lastimes a mi hija ni a ninguno de los niños de aquí.
("Gran Mago"): — Porque nosotros tenemos algo que si queremos proteger.
Hanzo se detuvo, observándolos con una mezcla de irritación y fascinación.
("Hanzo Hachimizu"): — Interesante. Quizá ustedes no sean tan aburridos después de todo. Pero lastimosamente tengo que terminar con esto.
El Oni levantó sus brazos, y la sangre a su alrededor comenzó a arremolinarse en formas más grandes y aterradoras. La batalla estaba lejos de terminar.
El campo de batalla quedó en silencio. El viento, antes saturado de hechizos y gritos de combate, cesó. La única figura que permanecía en pie era la de Hanzo Hachimizu, su silueta bañada en el brillo rojizo de su magia de sangre.
Frente a él, los cuerpos inertes de Benjamin y el Gran Mago yacían sin vida, sus cabezas separadas de sus cuerpos.
Hanzo observó su obra con la misma calma con la que un artesano evalúa una creación perfecta.
Las guadañas de sangre que había formado se disolvieron en un goteo espeso, regresando al suelo como un charco oscuro.
("Hanzo Hachimizu"): — Qué insignificantes son las vidas mortales. Se aferran a su patética existencia, luchan, gritan, mueren… Y, al final, solo sirven para entretener a los que ya no están atados a la muerte.
El Oni alzó la vista hacia el cielo, como si buscara algo en la lejanía. Su sonrisa no desapareció, pero había en sus ojos una chispa de vacío, de una melancolía tan profunda que parecía inhumana.
("Hanzo Hachimizu"): — ¿Y si toda esta eternidad no fuera más que una condena? Qué irónico… que los inmortales seamos los únicos que comprendemos la futilidad de todo.
A lo lejos, el eco de los gritos se entremezclaba con el susurro de las hojas mientras Rayjou, Edgard y Miryam corrían con desesperación. Sus pies descalzos golpeaban el suelo del bosque con un ritmo frenético, su respiración pesada mezclándose con el crujir de las ramas.
Detrás de ellos, las figuras sombrías de los Onis de la Octava División de Rastreo se deslizaban entre las ramas de los árboles con una gracia depredadora. Eran veloces, silenciosos y mortales, una fuerza diseñada para cazar sin descanso. Entre ellos, la figura de Melanie destacaba, su presencia tan imponente como enigmática.
Melanie, la capitana recién ascendida, lideraba la persecución. Aunque su aspecto juvenil y su belleza deslumbraban, su mirada era fría, su determinación inquebrantable. La lealtad hacia Hanzo Hachimizu pesaba más que cualquier duda moral.
A pesar de las circunstancias, algunos de los Onis masculinos no podían evitar lanzar miradas furtivas hacia su líder.
("Soldado Oni 1"): — Melanie es impresionante, ¿no crees?
("Soldado Oni 2"): — Hermosa y letal… Qué combinación.
Melanie, al escuchar los murmullos, frunció el ceño, un leve sonrojo asomando en sus mejillas.
("Melanie"): — Concéntrense en la misión. Si no atrapan a esos niños, serán ustedes los próximos en enfrentar la ira de Hanzo.
Rayjou se detuvo abruptamente, girándose para enfrentar a los Onis que se acercaban.
("Rayjou"): — No voy a dejar que nos atrapen.
Miryam, aunque temblorosa, se colocó a su lado. Sus manos brillaban con una mezcla de magia de agua y bosque, una energía verde y azul que giraba a su alrededor.
("Miryam"): — Si vamos a luchar, lo haremos juntos.
Los Onis llegaron como un vendaval. Rayjou extendió sus manos, creando espirales de oscuridad que absorbían la luz a su alrededor. Las sombras se arremolinaron, golpeando a sus perseguidores y enviándolos volando hacia los árboles.
Miryam, por su parte, conjuró flechas de agua que cortaban el aire con precisión, golpeando a los Onis en sus puntos débiles. También usó su magia de bosque para crear nubes de polvo alucinógeno, dificultando que los enemigos se coordinaran.
Pero no fue suficiente. Los Onis superaban en número y fuerza a los dos niños. Justo cuando parecía que podrían escapar, Melanie apareció, su magia de agua manifestándose en forma de cadenas líquidas que atraparon a Rayjou y Miryam con precisión letal.
("Melanie"): — Fin del juego.
Los niños fueron arrastrados hasta un claro del bosque donde Hanzo Hachimizu había montado un campamento improvisado. Sentado en una silla de madera toscamente construida, el Oni comía uvas con desinterés, como si todo esto fuera un espectáculo menor.
Cuando los niños fueron presentados ante él, su sonrisa se ensanchó.
("Hanzo Hachimizu"): — Miren lo que tenemos aquí. Niños tan valientes… y tan estúpidos.
Rayjou forcejeó contra las cadenas que lo retenían, sus ojos llenos de odio.
("Rayjou"): — ¡No vamos a seder ante ti!
Hanzo se inclinó hacia adelante, su mirada perforando la de Rayjou.
("Hanzo Hachimizu"): — Oh, pero sí lo harán. Todos lo hacen. La resistencia es solo el preludio de la sumisión.
Tomando a Miryam del cabello, Hanzo la levantó del suelo, ignorando sus gritos de dolor.
("Hanzo Hachimizu"): — Aunque tu padre está muerto niña... ¡Orejas puntiagudas!
("Hanzo Hachimizu"): — Una elfa, es cierto … Qué interesante. Tienes suerte, pequeña. No te matarán; serás mi sirvienta. Tu belleza será útil para mí.
("Edgard"): — ¡Déjala en Paz!
Edgard intentó lanzarse hacia Hanzo, pero Melanie lo detuvo con un golpe rápido en la nuca, dejándolo inconsciente.
Rayjou y Edgard despertaron encadenados en una oscura mina de cuarzo, rodeados de otros prisioneros. El ambiente era opresivo, el aire pesado con el olor a sudor y desesperación.
Rayjou apretó los puños, su mirada fija en las paredes de la mina.
("Rayjou"): — Esto no se va a quedar así.
Edgard, todavía débil, miró a su hermano con lágrimas en los ojos.
("Edgard"): — ("Soy un Inútil").
("Rayjou"): — Juró que los asesinare a todos.
("Edgard"): — ¿Tu crees que podremos salir de aquí? No se porque pregunto si básicamente es imposible.
Rayjou no respondió de inmediato, pero en su interior, una chispa de determinación comenzaba a arder. No sabía cómo, pero juró que encontraría una manera de escapar y vengar todo lo que habían perdido.
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El territorio antes conocido como el pueblo humano estaba irreconocible. Lo que una vez fueron casas humildes y caminos de tierra se habían transformado en una gran ciudad controlada por los Onis. Sus estandartes de Flamoria ondeaban en cada esquina, simbolizando el dominio absoluto de Hanzo Hachimizu.
Aunque el temido Oni había regresado a su Reinó por cuestiones políticas, había dejado a Melanie a cargo de este nuevo bastión.
Bajo su mando, la ciudad prosperaba, al menos para los Onis. Familias completas vivían allí, junto con comerciantes, artesanos, y guerreros.
Para los humanos, sin embargo, la vida era un constante sufrimiento. La mina de cuarzo, un pozo gigantesco en el bosque, era la principal fuente de trabajo forzado. Los esclavos apenas recibían comida ni descanso, su existencia reducida a la de simples herramientas.
Era una noche oscura cuando un hombre encapuchado, Edwert Jespert, llegó frente a la entrada de la mina. Era un viajero con un porte imponente, pero su figura estaba oculta bajo una capa oscura que parecía desvanecerse en la penumbra. Frente a él, dos Onis montaban guardia, pero estaban distraídos, riéndose de un chiste vulgar.
("Guardia Oni 1"): — Y entonces el humano dijo: "¿Por qué no puedo ser libre?" Ja, ja, ja.
("Guardia Oni 2"): — ¡Eso es tan cierto! ¡Son más útiles encadenados!
Edwert no dijo una palabra. Se colocó frente a ellos, y los guardias finalmente lo notaron.
("Guardia Oni 1"): — ¿Quién demonios eres tú? ¡Identifícate!
Sin emitir sonido, Edwert dio un paso hacia adelante. En un movimiento fluido y rápido, golpeó a ambos guardias en sus cuellos, dejándolos inconscientes antes de que pudieran reaccionar. Sin hacer ruido, se adentró en la mina.
El interior de la mina era una escena de horror. Las antorchas parpadeantes iluminaban rostros demacrados y cuerpos agotados. Hombres, mujeres y niños trabajaban sin descanso, sus manos cubiertas de heridas y sangre. Los guardias Onis patrullaban con látigos y espadas, asegurándose de que nadie bajara el ritmo.
En un rincón, Edgard, apenas un niño de 12 años, estaba al borde del colapso. Su cuerpo no podía soportar el trabajo forzado, y finalmente cayó al suelo. Un guardia Oni se acercó, con una sonrisa cruel en su rostro.
("Guardia Oni"): — ¿Ya no puedes más, pequeño humano? Entonces ya no sirves.
Sacando su espada, el Oni la apuntó hacia Edgard. Antes de que pudiera golpear, Rayjou Tamashi se interpuso entre su hermano y el guardia.
("Rayjou"): — Si tienes problemas con mi hermano, enfréntame a mí.
El Oni, enfurecido por la interrupción, alzó su arma hacia Rayjou. Sin embargo, algo inesperado ocurrió.
La rabia de Rayjou desató un poder que había estado dormido en su interior. Una espiral de oscuridad surgió de sus manos, envolviendo al Oni completamente. En cuestión de segundos, no quedó rastro alguno de su existencia.
Los otros Onis en la mina se volvieron hacia Rayjou, con expresiones de asombro y temor.
("Guardia Oni 2"): — ¡Maldito humano mato a uno de nosotros! ¡Acaben con él!
Justo cuando los guardias se lanzaron contra Rayjou, Edwert Jespert apareció de entre las sombras. Con movimientos precisos y una espada que brillaba con un resplandor mágico, derrotó a los Onis con facilidad de un solo tajo.
("Edwert Jespert"): — Fascinante. Lo acaba de borrar de su existencia.
Rayjou lo miró con cautela, mientras los demás esclavos observaban a Edwert con esperanza.
("Edwert Jespert"): — Ya no serán esclavos. Síganme, y los llevaré a un lugar seguro.
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("Edgard"): — Tu quien eres ...
("Edwert Jespert"): — Solo soy un simple viajero.
Con los esclavos siguiéndolo, Edwert los guió hacia la salida de la mina. Usó su magia de agua para crear búhos espectrales que volaron en la oscuridad, sirviendo como sus ojos.
("Edwert Jespert"): — No podemos correr a ciegas. Necesito saber lo que hay adelante.
Los búhos enviaron imágenes claras a la mente de Edwert, permitiéndole anticipar los movimientos de los guardias. Finalmente, llegaron a un carruaje escondido en el bosque. Sin embargo, antes de que pudieran abordar, una figura conocida apareció entre los árboles: Miryam.
La joven elfa había aprovechado un momento de descuido para escapar del palacio de Melanie. Aunque estaba débil y temerosa, había logrado encontrar a su grupo.
("Rayjou"): — ¡Miryam! ¡Eres tuuu!
Antes de que pudiera responder, una voz fría y autoritaria resonó en la oscuridad.
("Melanie"): — Qué conmovedor. Pero aquí termina su pequeña rebelión.
Melanie emergió de las sombras, con su espada y su magia de agua listas para el combate.
("Melanie"): — No irán a ninguna parte, malditos humanos.
Edwert dio un paso adelante, colocando su espada frente a Melanie con una mirada tranquila.
("Edwert Jespert"): — Si quieres detenernos, tendrás que enfrentarte a mí.
Melanie sonrió, segura de su poder, mientras los esclavos se preparaban para ser testigos de otra batalla apuntó de explotar.
El aire estaba cargado de tensión, y el bosque parecía contener la respiración mientras Edwert Jespert y Melanie se miraban fijamente, listos para enfrentarse. Los esclavos, incluido Rayjou, observaban desde la distancia, sabiendo que su libertad dependía de este enfrentamiento.
Melanie, con su postura firme y su sonrisa de confianza, fue la primera en moverse.
("Melanie"): — Humano arrogante... Hay que enseñarte tu lugar ¡Prepárate para ser humillado!
Levantó su mano y comenzó a concentrar su energía. Su mana se manifestó en una forma espiritual, una figura colosal de un Oni ancestral hecha de fragmentos etéreos que parecían vibrar con una presencia aterradora.
("Melanie"): — Este es mi Espíritu Oni. Un fragmento de la voluntad de los antiguos. Nada de lo que tengas será suficiente contra él.
Edwert observó con calma, desabrochando su capa. Con un movimiento lento, la dejó caer, revelando su figura. Era un hombre de alrededor de 40 años, con una barba mediana bien cuidada y cabello parcialmente canoso atado en una cola de caballo. Su cuerpo, marcado por cicatrices, hablaba de años de combate y sobrevivencia.
("Edwert Jespert"): — Un espíritu Oni… interesante. Pero el orgullo es una armadura frágil, Melanie.
Melanie frunció el ceño.
("Melanie"): — ¿Filosofía en medio de la batalla? Qué patético. Hablas como si eso fuera a salvarte.
Edwert sonrió.
("Edwert Jespert"): — No es filosofía, chica. Es experiencia. Vamos, demuéstrame cuánto crees en tu fuerza.
El Espíritu Oni se lanzó hacia Edwert con una fuerza descomunal, cada paso hacía temblar el suelo. Edwert invocó una serie de látigos de agua que se arremolinaban como serpientes a su alrededor, golpeando al espíritu en un intento por frenarlo. Sin embargo, cada impacto parecía ser absorbido por la entidad, como si su magia fuera alimento para el Oni.
("Edwert Jespert"): — Interesante... Abosrbe la magia elemental.
("Melanie"): — ¿Es todo lo que tienes? ¡Ridículo! Mi espíritu es inmune a ataques tan básicos.
Edwert mantuvo su posición, evaluando cada movimiento. Finalmente, extendió su mano hacia las sombras del bosque, invocando su segundo elemento: la magia de las sombras.
("Edwert Jespert"): — Te equivocas si crees que solo manejo agua. Pero te concedo algo, chica… esto será interesante.
Las sombras a su alrededor comenzaron a moverse como si tuvieran vida propia. Edwert, con una mirada afilada, susurró:
("Edwert Jespert"): — Primera técnica prohibida: Lanza de Penumbra.
De las sombras emergió una lanza negra como la noche, cargada de energía destructiva. La lanzó directamente hacia el Espíritu Oni, que la interceptó con su brazo espectral. Aunque la lanza logró perforar el espíritu, este se regeneró casi de inmediato.
("Melanie"): — ¿Es todo? Mi espíritu es eterno.
Edwert no respondió. En cambio, levantó ambas manos y comenzó a recitar un canto antiguo.
("Edwert Jespert"): — Segunda técnica prohibida: Muro del Eclipse.
Una pared de sombras envolvió a Edwert, bloqueando un ataque masivo del Espíritu Oni. Melanie, frustrada, aumentó la intensidad de su magia.
("Melanie"): — ¿Te esconderás detrás de trucos baratos toda la noche? ¡Acaba con esto!
Edwert emergió del muro con una sonrisa enigmática.
("Edwert Jespert"): — Cuarta técnica prohibida: Espada Sombría.
Una espada creada a partir de sombras puras apareció en su mano. Edwert se lanzó contra el Espíritu Oni, desatando una serie de ataques precisos y devastadores. Aunque el espíritu parecía tambalearse, su regeneración lo mantenía en pie.
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El clímax de la batalla
Melanie, al ver que el espíritu resistía, sonrió con arrogancia.
("Melanie"): — No importa lo que hagas. Mi espíritu es eterno. Tú, en cambio, estás limitado por tu propia mortalidad.
Edwert detuvo sus ataques por un momento y la miró con seriedad.
("Edwert Jespert"): — Eterno, dices. Pero lo eterno no significa invulnerable.
Melanie lo miró confundida, pero antes de que pudiera responder, Edwert comenzó a canalizar una energía oscura que envolvía su cuerpo. Su voz resonó con poder.
("Edwert Jespert"): — Décima técnica prohibida: Borrado de Existencia.
De sus manos emergió una esfera de sombras pulsantes, pequeña pero densa, como si contuviera el peso de una estrella. La lanzó directamente hacia el Espíritu Oni.
Melanie, confiada en la invulnerabilidad de su espíritu, permaneció de pie.
("Melanie"): — Mi espíritu absorberá tu ataque como todos los demás.
Sin embargo, cuando la esfera impactó contra el espíritu, no fue absorbida. En cambio, comenzó a descomponerlo lentamente, fragmento por fragmento. El Espíritu Oni rugió, pero era inútil. En pocos segundos, desapareció completamente.
Melanie cayó al suelo, sus ojos llenos de incredulidad y miedo.
("Melanie"): — Imposible…
Edwert se acercó a ella lentamente.
("Edwert Jespert"): — Lo imposible solo existe para los que no entienden sus propias limitaciones. Lo has aprendido ahora.
Melanie, con su orgullo herido, intentó levantarse, pero sus piernas temblaban. Su miedo estaba claro, aunque intentaba ocultarlo.
("Melanie"): — Esto… no ha terminado.
El suelo estaba sin fragmentos etéreos que antes componían al Espíritu Oni. Melanie, aún arrodillada, observaba sus manos, tratando de invocar una vez más la manifestación que tanto confiaba. Su rostro, al principio confiado, se llenó de incredulidad al notar que no pasaba nada.
("Melanie"): — No puede ser… esto es imposible. ¡Regresa, Espíritu Oni!
Levantó su mano nuevamente, gritando órdenes que no obtenían respuesta. El vacío en el aire parecía burlarse de su desesperación.
Edwert Jespert la miró con una mezcla de compasión y firmeza, acercándose lentamente mientras ella continuaba sus inútiles intentos.
("Edwert Jespert"): — No pierdas más tu energía, Melanie. No importa cuánto lo intentes, no regresará.
Melanie levantó la mirada, llena de rabia.
("Melanie"): — ¡Cállate! Solo está necesita tiempo. Mi espíritu es eterno. ¡Nada puede destruirlo!
Edwert suspiró, colocándose frente a ella. Su voz, ahora grave y seria, resonó en el bosque.
("Edwert Jespert"): — Escucha bien, porque quizás sea lo más importante que entiendas en toda tu vida. La técnica que usé, el Borrado de Existencia, no destruye en el sentido que conoces. No es un simple golpe o una anulación temporal. Es la eliminación absoluta, Melanie.
Melanie apretó los dientes, pero sus manos temblaban.
("Edwert Jespert"): — Casi todo en este mundo, ya sea físico o espiritual, tiene una forma de existencia atada a las leyes del universo. Cuando algo es destruido, su esencia permanece, dispersa en otras formas: energía, memoria, fragmentos que pueden ser reconstruidos. Pero lo que yo hago es diferente. Mi técnica no deja fragmentos. No queda energía, ni rastro, ni memoria en las fibras del mana. Es como si nunca hubiera existido.
Melanie intentó rebatir, pero no encontró palabras. Edwert continuó:
("Edgard"): — Esto no parece real... Es como si dijera que nunca hubiese existido.
("Edwert Jespert"): — Piensa en ello como una hoja de papel quemada. Aunque arda, sus cenizas aún existen. Pero lo que yo hice es como si esa hoja jamás hubiera sido escrita. Esa es la realidad de lo absoluto, Melanie. Tu espíritu Oni no volverá.
Un silencio pesado cubrió el lugar. Melanie bajó la mirada, sus manos cerrándose en puños mientras su orgullo luchaba contra la verdad.
("Melanie"): — Esto… no puede ser…
Mientras tanto, Edgard ayudaba a los esclavos a subir al carruaje. Los grifos, majestuosos y feroces, comenzaron a alzar vuelo, llevando consigo la pesada estructura. Sin embargo, Melanie, impulsada por su frustración, levantó su mano hacia el cielo.
("Melanie"): — ¡No escaparás tan fácilmente, humano!
Con un grito, invocó una serpiente gigantesca hecha de agua pura que se alzó hacia el aire, envolviendo el carruaje con su cuerpo serpenteante. Los grifos luchaban por avanzar, pero la fuerza de la serpiente los retenía.
Edwert, viendo el peligro, reaccionó rápidamente. Extendió sus manos, invocando una magia de agua que creó propulsores en las ruedas traseras del carruaje, impulsándolo con un estallido de energía líquida. Sin embargo, no era suficiente.
("Edwert Jespert"): — Maldición… ¡No puedo generar la presión necesaria!
El carruaje comenzó a tambalearse. La serpiente apretó con más fuerza, y de repente, el carruaje volcó parcialmente, dejando a Rayjou y Miryam colgando peligrosamente del borde.
Rayjou, Miryam y Edgard estaban en una situación crítica. Edgard, con sus pequeñas manos, intentaba sostenerlos a ambos, pero era evidente que no podía aguantar más. Sus brazos temblaban, y el peso de la decisión lo aplastaba tanto como la fuerza física.
("Rayjou"): — ¡Edgard! ¡No me sueltes!
Edgard, entre lágrimas, miró a su hermano y a Miryam. No podía elegir.
("Miryam"): — ¡Por favor, Edgard!
Rayjou, viendo la desesperación en los ojos de su hermano, habló con una voz que mezclaba miedo y resignación.
("Rayjou"): — Hermano… ayúdame, por favor… te necesito.
Las palabras de Rayjou perforaron el corazón de Edgard, pero sabía que no podía sostenerlos a ambos. Con un grito de dolor, soltó a Rayjou, aferrándose a Miryam.
("Edgard"): — ¡No! ¡Rayjou, lo siento!
Rayjou cayó hacia las sombras, directo a los brazos de Melanie, quien lo atrapó con facilidad.
("Melanie"): — Te acaban de abandonar... Ufff que doloroso.
Rayjou, aún conmocionado, no respondió. Su mirada fija en el carruaje que se alejaba rápidamente hacia el horizonte, impulsado por un último estallido de los propulsores de Edwert.
En el carruaje, Edgard lloraba sin consuelo, abrazando a Miryam, quien también lloraba en silencio.
("Edgard"): — No merezco llamarme su hermano… lo dejé caer… lo dejé…
Miryam, con los ojos llenos de lágrimas, intentó consolarlo.
("Miryam"): — No fue tu culpa, Edgard… hiciste lo que pudiste…
Edwert, al escuchar los sollozos, apretó los puños.
("Edwert Jespert"): — Yo también fallé. Debería haberlos salvado a todos.
El carruaje se alejaba velozmente, dejando atrás a Rayjou y el peligro inminente.
Tres días después, el grupo llegó al reino de Hyren, una ciudad resplandeciente rodeada de murallas blancas y campos fértiles. Edwert se quitó el semblante de soldado y reveló su verdadera identidad.
("Edwert Jespert"): — No llegamos completos, pero el sacrificio de Rayjou Tamashi no será en vano. Bienvenidos a Hyren. Yo soy Edwert Jespert, rey de este país.
Edgard, todavía con el peso de la culpa, miró al horizonte con lágrimas en los ojos.
("Edgard"): — No merezco estar aquí.
("Edwert Jespert"): — Las decisiones difíciles siempre dejan cicatrices, muchacho. Pero las cicatrices son pruebas de que seguimos vivos. Ahora debes volverte más fuerte, no solo por ti, sino por tu hermano.
Edgard asintió lentamente, mientras la puerta de Hyren se abría para recibirlos. La esperanza renacía, pero las sombras de la pérdida aún los perseguían.
Los recuerdos de Rayjou seguían perforando su mente como una tormenta de agujas, cada imagen una herida abierta. Su cuerpo, hundido en las profundidades del océano, se estremecía con la presión abrumadora.
Pero no era el agua lo que lo sofocaba, sino las memorias. Edgard sujetando a Miryam, su mirada llena de culpa. La voz de Melanie, venenosa, susurrándole que había sido traicionado. El frío rechazo, la ausencia de su familia. Su hermano, su sangre, había elegido a alguien más. La amargura se había asentado en su pecho como una piedra, pesada, inmovible.
De repente, el mana comenzó a arremolinarse a su alrededor, como si respondiera a su furia.
La presión gravitatoria que lo mantenía atrapado en el abismo del océano se invertía, y con un rugido que resonó en el vacío, Rayjou emergió.
El agua se separó violentamente mientras un remolino se formaba en torno a su figura. El cielo tembló ante su ascenso, y su cuerpo, empapado y cubierto de lodo, se elevó hacia las alturas.
En las nubes, Juske esperaba, listo para continuar el combate. Pero algo en los ojos de Rayjou había cambiado.
Ya no era solo odio, sino una determinación inquebrantable, un propósito alimentado por años de dolor y traición.
Rayjou extendió su mano hacia el cielo y comenzó a recitar un antiguo hechizo que resonaba como un eco en los vientos. Las palabras estaban llenas de un poder oscuro y arcaico, cada sílaba impregnada de venganza.
("Rayjou"): — ¡Vengan a mí, fragmentos de la creación! Que los cielos sangren y que la tierra sea testigo de mi juicio. ¡Que las llamas del fin se abran paso por mi voluntad!
Las nubes comenzaron a arremolinarse violentamente. Grandes meteoros, envueltos en un aura carmesí, surgieron en el firmamento, listos para descender. Desde el horizonte, Scarlett, Mika, Frost y el Rey Edgard miraban con horror cómo los meteoros iluminaban el cielo, su destino claro: Hyren y los países vecinos.
("Scarlett"): — Oigan. Esto es normal, ¿no?
("Edgard"): — Rayjou… ¡¡RAYJOU ACABA DE RECUPERARSE!!
Las imágenes del impacto comenzaron a proyectarse en sus mentes como una visión profética. Vieron océanos evaporándose, tierras reducidas a cenizas y cráteres que devoraban continentes enteros. Todo sería borrado. Nada quedaría.
("Rayjou"), flotando frente a Juske, habló con una calma escalofriante:
— Ahora lo entiendo perfectamente. El porqué de mi existencia. El porqué fui abandonado… traicionado. Mi propósito no es solo conseguir el Pergamino del Agua. Es borrar estos malditos países del mapa, y eso incluye a Hyren.
Juske observó el rostro de Rayjou, y lo que vio lo paralizó: no era simple ira ni ambición, sino la fría resolución de un hombre dispuesto a destruirlo todo, incluso a sí mismo, por cumplir su venganza.
("Juske"): — Estás loco, Rayjou. Este no es el camino. Lo que buscas no es justicia, es una masacre.
Rayjou sonrió con una tristeza desgarradora.
("Rayjou"): — Justicia… ¿Hablas de justicia? ¿Dónde estaba la justicia cuando me dejaron caer en las garras de esos monstruos? ¿Dónde estaba cuando mi propio hermano eligió a una elfa por encima de mí? No hay justicia, Juske. Solo el poder de borrar todo. Y yo… finalmente lo he conseguido.
Juske frunció el ceño, intentando encontrar palabras que alcanzaran la mente de Rayjou.
("Juske"): — El poder sin propósito solo lleva a la destrucción. Y la destrucción nunca traerá paz.
("Rayjou"): — ¿Paz? No busco paz. Busco el fin. El fin de este mundo podrido que me dio la espalda.
Rayjou señaló hacia el país de Hyren, visible en la distancia como un punto en el horizonte.
("Rayjou"): — Allí está mi hermano. Viviendo en su gloria, mientras yo cargué con la oscuridad. Esa paz que tanto defiendes es solo una mentira construida sobre los escombros de los débiles. Si la destrucción es el precio para limpiar este mundo, entonces que así sea.
Juske apretó los puños. No solo estaba peleando contra un enemigo formidable, sino contra un alma rota, un hombre consumido por su dolor qué se ha transformado.
Un Genocida... ya no era humano.
("Juske"): — Tal vez lo que haya pasado hace mucho te haya afectado demasiado... pero esto no justifica lo que estás haciendo ahora. Estás involucrando millones de vidas en este asunto.
Rayjou permaneció en silencio por un momento, pero su expresión endurecida no cambió.
("Rayjou"): — Es fácil hablar de elecciones cuando no eres tú quien fue abandonado. Cuando no eres tú quien perdió todo.
Mientras los meteoros comenzaban a descender lentamente, Juske tomó una postura defensiva, listo para pelear hasta el final. Las palabras no llegarían a Rayjou; tendría que detenerlo con fuerza. Desde el suelo, Mika gritó, lágrimas llenando sus ojos:
("Mika"): — ¡Rayjou, por favor! ¡Detente antes de que sea demasiado tarde!
Pero las palabras de Mika se desvanecieron en el rugido del mana que rodeaba a Rayjou. Su mirada se dirigió al cielo, y con un movimiento de su mano, los meteoros aceleraron hacia la tierra.
Juske, sintiendo el peso de la batalla, murmuró para sí mismo:
— Si esto es lo que has elegido, Rayjou, entonces no tengo más opción.
La batalla entre Juske y Rayjou estaba a punto de alcanzar su clímax, mientras el destino del mundo pendía de un hilo.
CONTINUARÁ...