El cristal comenzó a vibrar, emitiendo un sonido agudo que perforó sus oídos. Antes de que pudiera reaccionar, explotó en una nube de polvo brillante.
La onda expansiva lo lanzó hacia atrás, y por un momento, todo fue oscuridad.Cuando abrió los ojos, el mundo había cambiado.Serpias se levantó lentamente, sus sentidos aturdidos.
Ya no estaba en la ciudad. La luz del día había desaparecido, reemplazada por una penumbra inquietante. Estaba en una cueva, pero no una cueva normal.
Las paredes brillaban con una luz tenue, casi orgánica, que parecía provenir de las vetas de un mineral desconocido.
El aire era pesado y húmedo, lleno de un olor a tierra mojada y algo más... algo podrido.—¿Dónde estoy? —preguntó, aunque nadie podía responderle.
Avanzó con cautela, sus pasos resonando en la cueva como un tambor en un teatro vacío. Cada sombra que se movía le parecía un enemigo.Pero lo peor era la sensación de ser observado, esa presencia invisible que había sentido antes.
Aquí era mucho más fuerte, casi palpable.De repente, un ruido lo hizo detenerse. Era un sonido bajo, gutural, como un gruñido que resonaba desde las profundidades. Serpias retrocedió instintivamente, pero el sonido se multiplicó.
No era una sola criatura, sino varias, y estaban acercándose rápido.—No puede ser... —murmuró, mientras buscaba algo con lo que defenderse.
Su mirada se fijó en una piedra afilada en el suelo. No era mucho, pero era mejor que nada.Las criaturas emergieron de las sombras. Eran formas grotescas, con cuerpos deformes y ojos que brillaban con una malicia antinatural. Sus dientes, largos y afilados, reflejaban la tenue luz de las paredes.
Caminaban en cuatro patas, pero su movimiento era errático, como si cada paso fuera un esfuerzo por contener su ferocidad.
Serpias sintió que el pánico se apoderaba de él, pero también algo más: determinación. Si estas criaturas eran parte de las respuestas que buscaba, entonces tendría que enfrentarlas. Sujetó la piedra con fuerza, sus nudillos blancos por la tensión.Los gruñidos se hicieron más fuertes.
Las criaturas estaban a pocos metros de él ahora. Su respiración se aceleró, cada aliento quemándole la garganta.
El primer ataque llegó rápido, una de las criaturas saltando hacia él con las garras extendidas. Serpias esquivó por poco, sintiendo el viento cortado por las garras rozando su rostro.
Sin pensarlo, arrojó la piedra con toda su fuerza.
La piedra golpeó al monstruo en la cabeza, haciéndolo retroceder con un chillido.Pero los demás no se detuvieron. Avanzaron hacia él como una ola, sus ojos brillando con hambre. Serpias retrocedió hasta que su espalda chocó con la pared de la cueva. Estaba atrapado.
—Esto no puede terminar aquí... —pensó, mientras el miedo lo paralizaba.