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Chapter 2 - La caida del cristal

El aire se volvió espeso, como si el tiempo mismo se hubiera detenido mientras el cristal descendía hacia mí.

Brillaba con una intensidad que quemaba mis ojos, un resplandor blanco y dorado que cortaba la oscuridad como una espada de luz.

No podía moverme.

No podía pensar. Solo el miedo, crudo y absoluto, retumbaba en mi pecho.

Cada latido de mi corazón resonaba como un tambor, tan fuerte que creía que los demás podrían escucharlo.

—¡Dios, ayúdame! —susurré con los labios secos, la garganta con un nudo de puro terror.

El cristal rugió a través del aire, rompiendo el cielo con un sonido como millones de vidrios haciéndose añicos a la vez.

Pasó tan cerca que sentí el calor abrasador y la presión aplastándome los pulmones. El viento que levantó me lanzó hacia atrás.

La fuerza me robó el aliento, y cuando caí, lo hice de espaldas, golpeando el suelo con un crujido seco que me hizo ver estrellas.

El zumbido en mis oídos era un tormento. Todo a mi alrededor se redujo a ese pitido interminable, como un eco que se negaba a desvanecerse.

Traté de incorporarme, pero el aire me faltaba; mis pulmones parecían haberse convertido en piedra.

Una voz atravesó el caos como un relámpago:

—¡Hermanito! —la palabra era un grito desesperado, una súplica cargada de angustia.

Mi cuerpo entero se tensó. Conocía esa voz.

—No... —mi voz fue apenas un murmullo, quebrada, dudosa. Levanté la cabeza, buscando, mi mirada errática, desesperada.

Miré hacia todas partes, pero solo encontré polvo, escombros, y una ciudad rota a mi alrededor.

—¿Eres tú? —Mi voz temblaba, aferrándose a una esperanza imposible.

La ráfaga caliente que dejó el cristal seguía ardiendo en mi piel.

Mi corazón galopaba sin control, y un nudo se formó en mi garganta. Por un instante, olvidé el miedo al desastre.

Lo único que importaba era aquella voz.

Pero... no había nadie.

Mis piernas temblaron mientras me levantaba. Me froté los ojos, pero la visión seguía borrosa, empañada por lágrimas de confusión.

¿Era posible? ¿Estaba alucinando? La voz de mi hermana... la había perdido hace tanto tiempo.

Antes de que pudiera encontrar respuestas, el suelo volvió a temblar.

—¡No! —El grito salió sin pensar. La onda expansiva del impacto del cristal fue una ola de destrucción pura. Vi cómo la tierra se levantaba como una marea violenta, arrancando árboles y edificios de raíz.

El rugido del desastre llenó mis oídos, un monstruo sin rostro que devoraba todo a su paso, Corrí.

Mis pies golpearon el suelo con fuerza, resbalando en la tierra suelta. El aire a mi alrededor vibraba, cargado de polvo y fragmentos de piedra. La visión se reducía a sombras borrosas.

El mundo entero parecía doblarse y romperse a mi alrededor.

El aliento me quemaba la garganta. Cada paso era una lucha contra el instinto de rendirme.

Corrí hacia la primera casa que encontré, una estructura tambaleante con grietas que reptaban por sus paredes.

Me lancé detrás de una pared justo cuando la ola de tierra me alcanzó.

Me encogí, presionando mi espalda contra la pared, cubriendo mi cabeza con ambos brazos. El estruendo fue como un trueno eterno.

Los escombros golpeaban la pared, haciendo temblar la estructura, y sentí cómo el polvo se metía en mis pulmones, espeso y sofocante. La pared crujió, pero aguantó.

Esperé. Y esperé.

El silencio llegó de repente. Fue tan abrupto que me dejó aturdido. Por un momento, no me atreví a moverme.

El polvo aún flotaba en el aire, creando una niebla espesa que envolvía todo. El tiempo parecía haberse congelado.

Abrí los ojos lentamente. Estaba vivo.

Mis manos temblorosas bajaron de mi cabeza. Tosí, sacudiéndome la tierra de la cara, y respiré hondo, sintiendo cómo el aire frío llenaba mis pulmones por primera vez en lo que parecía una eternidad.

El paisaje a mi alrededor era una escena de pesadilla. Lo que antes era una calle ahora era un cementerio de escombros. Los edificios estaban reducidos a ruinas, y una nube de polvo persistía como una sombra sobre la ciudad.

No había nadie. Ningún grito. Ninguna voz. Solo el viento, arrastrando los restos del mundo que conocía.

—Esto no puede ser real... —las palabras salieron solas, huecas, sin alma.

Di un paso hacia adelante. La tierra bajo mis pies crujió, el sonido resonando como un eco en el vacío. El silencio era absoluto, tan pesado que casi podía tocarlo.

Mis ojos se fijaron en la montaña. Allí estaba.

El cristal.

Gigante. Inmóvil. Brillante.

Encajado en la roca como una lanza caída del cielo.

La luz que emitía era diferente ahora. Más suave, más... viva.

Pulsaba lentamente, como si respirara. Cada destello iluminaba las sombras que se aferraban a sus bordes, proyectando formas que parecían moverse.

Una danza de sombras y luz que no debería existir.

Mis piernas se movieron solas. Me acerqué, hipnotizado, incapaz de apartar la mirada.

El calor del cristal era palpable, irradiando una energía que me recorría la piel y me erizaba cada vello del cuerpo.

Entonces lo sentí, No estaba solo.

Una presencia, invisible pero innegable, se cernía sobre mí.

Era una sensación de ser observado, un peso en el aire que me oprimía el pecho.

Mi respiración se aceleró.

La adrenalina me golpeó de nuevo, una ráfaga de pánico que me puso todos los nervios de punta.

—¡Sé que estás ahí! —grité, girándome de golpe.

Nada.

El silencio respondió, profundo y burlón.

Pero lo sabía. Algo, o alguien, me estaba mirando.

Y en lo profundo de mi ser, sentí que el verdadero peligro no había hecho más que empezar.