El aire estaba viciado, las respiraciones de Kirito y Ene se mezclaban con el eco de las garras de los Poisonous Crawlers acercándose, llenando el espacio con un sonido que retumbaba en el pecho de Kirito. La situación era desesperada, casi sin salida. Ene estaba al borde de la muerte, su cuerpo temblando, y Kirito no podía evitar notar que sus fuerzas se agotaban rápidamente. A pesar de la desesperación, su mente aún estaba alerta. La luz roja de su barra de vida se apagaba cada vez más, pero en ese momento, su visión, a pesar de todo, se agudizó.
Fue entonces cuando vio lo que antes había pasado por alto. Una columna.
En el centro de la cueva, entre las sombras de las criaturas y la roca, una columna estaba justo al alcance. Aunque sus piernas temblaban y su cuerpo parecía incapaz de moverse más, algo en su interior despertó. No había más tiempo, la vida de Ene y la suya estaban en juego.
—¡Ene! —gritó Kirito, su voz débil, pero con determinación.
Ene, al escuchar su llamada, apenas levantó la cabeza. Los Crawlers seguían acercándose, pero Kirito ya había visto una oportunidad. Con un movimiento a duras penas coordinado, se puso en pie, su espada balanceándose por su cuerpo.
—¡Corre! —ordenó Kirito, aunque su respiración era errática. Con la poca energía que le quedaba, apuntó con su brazo hacia la columna.
Ene, con dificultad, entendió lo que Kirito quería hacer.
El Crawler más cercano a Kirito lanzó un zarpazo, pero este fue desviado con un parry torpe por parte de Ene, quien apenas pudo evitar el golpe. Al mismo tiempo, Kirito avanzó tambaleándose, dándose una carrera hacia la columna con su espada levantada.
Los tres Poisonous Crawlers restantes lo siguieron con velocidad. Se lanzaron al ataque, deslizándose entre las sombras, sus ojos venenosos brillando en un verde maligno. No quedaba tiempo, no quedaba espacio para más movimientos torpes. Kirito lo sabía, y con un grito lleno de desesperación y coraje, utilizó sus últimas fuerzas para atraer la atención de los monstruos.
—¡Vengan, malditos! —gritó, su voz rota, pero llena de furia.
Los Poisonous Crawlers se giraron hacia él, y sus garras afiladas comenzaron a moverse rápidamente. Sin pensarlo dos veces, Kirito dio un paso hacia adelante, ignorando el dolor punzante que recorría su cuerpo. Con la espada empuñada, sus manos temblorosas y el veneno corriendo por sus venas, sintió que algo dentro de él se liberaba. Un destello de determinación brilló en su rostro mientras alzaba su espada hacia la columna.
—¡Ene! —gritó con voz débil, pero llena de convicción—. ¡Cúbreme!
Ene, viendo la desesperación y la resolución en los ojos de Kirito, asintió rápidamente. Ella estaba al borde de la muerte, pero no podía dejar que él lo enfrentara solo. Con su estoque Silver Edge, bloqueó un nuevo ataque de uno de los Crawlers, el cual parecía estar dispuesto a lanzar su veneno hacia Kirito.
En el siguiente segundo, Kirito avanzó, concentrándose en la columna. Sin miedo, con un solo y poderoso movimiento, canalizó toda su energía restante.
La espada brilló como una estrella fugaz, y con un poder que parecía provenir de lo más profundo de su ser, Kirito cortó la columna en un único y explosivo golpe. La espada se hundió en la roca, creando una grieta profunda que rápidamente se extendió por toda la columna. El impacto fue tan violento que las rocas comenzaron a agrietarse, y la estructura de la columna, ya debilitada, se derrumbó de inmediato.
—¡Muere, maldito! —gritó Kirito, a pesar de que su voz temblaba de agotamiento.
El estruendo retumbó en toda la cueva. La columna se desintegró en pedazos, lanzando escombros por todas partes. Los Poisonous Crawlers intentaron moverse, pero no tuvieron tiempo. El peso de las rocas caídas se estrelló sobre ellos con una fuerza imparable. La tierra tembló violentamente, y las criaturas fueron aplastadas bajo una lluvia de escombros. Los tres Poisonous Crawlers emitieron un último grito, ahogado por el impacto, antes de quedar sepultados bajo la enorme cantidad de piedras y rocas que caían sobre ellos.
—¡Muérete, maldita cosa! —gritó mientras una gran sacudida retumbaba en la cueva.
A pesar de estar gravemente herido, el alivio se coló lentamente en el pecho de Kirito. Sin embargo, la fatiga le pasó factura, y su visión comenzó a nublarse. Antes de caer al suelo, miró a Ene, que había logrado sobrevivir al impacto, aunque apenas se mantenía en pie.
—Lo… lo logramos… —murmuró Kirito, apenas audible, antes de dejarse caer de rodillas.
Ene, mirando a su alrededor, vio cómo las últimas tres criaturas caían inertes entre las ruinas. Su vida también parpadeaba peligrosamente, pero no podía evitar soltar una risa débil al ver que el sacrificio había valido la pena.
—Te… te lo dije… —susurró, mientras sus fuerzas comenzaban a desmoronarse.
Kirito, mirando a Ene con una sonrisa débil, cayó de espaldas, agotado, y sin fuerza para levantarse. El veneno seguía en su cuerpo, pero sabía que al menos había asegurado que ambos tuvieran una oportunidad.
El polvo se levantó en la cueva, llenando el aire con una niebla espesa. Kirito, al ver el resultado de su golpe, cayó de rodillas, jadeando por el esfuerzo. El veneno en su cuerpo seguía dañando sus entrañas, pero por fin, los monstruos estaban muertos. El estrépito del derrumbe parecía haberse llevado también las últimas fuerzas de Kirito, y por un instante, todo quedó en silencio.
Ene, aún de pie, logró dar un paso hacia él, pero también estaba al borde de perder la conciencia. Ella había luchado hasta el final, su Silver Edge se había desgastado en defensa, y ahora, solo quedaba un vacío en el aire. Miró a Kirito, sonrió débilmente y, con una risa suave pero amarga, se acercó a él.
—Lo lograste... —murmuró Ene, con voz agotada.
Kirito, con la respiración entrecortada, intentó esbozar una sonrisa, pero no pudo. El veneno seguía consumiéndolo, y la fatiga lo hacía caer cada vez más cerca de la oscuridad.
La cueva, luego del derrumbe, quedó en silencio absoluto, con solo el sonido de las piedras cayendo y el eco de la batalla resonando en las paredes de la oscuridad. Kirito, aún tambaleándose y casi inconsciente, observaba cómo las últimas tres criaturas caían, aplastadas por las rocas. El combate, que casi los había matado a ambos, llegó a su fin. Sin embargo, la calma que se instaló no fue sin dolor.
Ene, al borde de la muerte y con menos del 10% de vida, aún se aferraba a su espada, pero su cuerpo comenzaba a perder fuerza. Miró a Kirito, quien estaba a punto de desplomarse debido al veneno que aún corroía sus venas.
—No...—murmuró Kirito, respirando con dificultad, pero sabiendo que no podían quedarse ahí mucho tiempo. La única esperanza era llegar a un lugar seguro, y de alguna forma, salieron de la sala de la trampa, arrastrándose por la cueva.
Ene, con un esfuerzo sobrehumano, levantó a Kirito sobre sus hombros, ignorando el dolor punzante que recorría su cuerpo. A medida que avanzaba, el veneno de Kirito y su propia salud en riesgo no la hacían detenerse. No podía permitirse rendirse.
—Voy... a salvarte, Kirito... —susurró, su voz llena de cansancio, pero decidida. A cada paso, sus ojos se mantenían fijos en el suelo, el cuerpo de Kirito pesado sobre sus hombros. Su mente estaba en un solo objetivo: encontrar una salida, encontrar una cura.
La oscuridad de la cueva parecía interminable, pero entonces, en un rincón lejano, una pequeña luz titilante apareció en la distancia, como una vela en la oscuridad. Ene, al ver la luz, se apresuró, esperando que fuera una señal de ayuda. Su respiración se hizo más apresurada, pero lo único que podía hacer era seguir adelante, esperando que fuera otro jugador, alguien que tuviera las pociones necesarias.
A medida que se acercaba, la figura se definió: una chica cubierta por una túnica. No había tiempo para rodeos, y el miedo de que Kirito se desangrara o muriera a causa del veneno la impulsó a actuar de manera frenética.
—¡Eh! ¡Tú! —gritó Ene, con un tono sombrío de desesperación, apuntando a la chica con su espada mientras Kirito colapsaba en su hombro, su cuerpo frágil y envenenado. La visión de Ene era nublada por la fatiga, pero la amenaza era clara—. ¡Si no me das las pociones que tienes ahora mismo, te juro que te mataré!
La chica, que se encontraba a unos pocos metros, se detuvo en seco. Parecía sorprendida por el ataque de Ene, pero comprendió al instante la situación. No dudó ni un segundo.
—¡Relájate! No tengo tiempo para pelear —respondió la chica, su voz calmada y tranquila. Con un rápido movimiento, se acercó a Kirito, ignorando la amenaza de Ene—. Soy Argo, y no quiero problemas. Tienes suerte de que estoy aquí. —Sacó rápidamente una pequeña bolsa de pociones que colgaba de su cintura y las comenzó a sacar una por una.
—Tienes suerte, chico. Me ha costado conseguir todas estas pociones —dijo Argo mientras se inclinaba hacia Kirito, ignorando la espada que Ene seguía apuntando hacia ella. Con agilidad, le acercó una de las pociones a los labios de Kirito, quienes entreabiertos, no podían resistirse.
Ene no bajó la espada, pero su expresión mostró un atisbo de alivio. Sabía que, de alguna manera, Kirito sería salvado si Argo cumplía su promesa. La primera poción se vació rápidamente, y Kirito experimentó una mejora inmediata en su barra de salud. No era suficiente, pero le dio un respiro.
—Gracias... —dijo Kirito, con voz baja, mientras sus ojos se mantenían entrecerrados por el dolor. El veneno aún lo estaba consumiendo, pero el poco de salud que había recuperado era suficiente para aferrarse a la vida por un poco más de tiempo.
Argo no se detuvo y, con la rapidez de alguien acostumbrada a la supervivencia en Aincrad, sacó otra poción, esta vez una de salud media, y la ofreció a Kirito, quien apenas podía sostenerla con sus manos temblorosas.
—Bébetela rápido —insistió Argo con seriedad.
Ene, por su parte, guardó su espada y se acercó a Kirito, con una expresión de agotamiento total, pero agradecida. Mientras Kirito bebía la poción, ella no pudo evitar temblar al ver que la barra de vida de él subía al 70%. Pero el veneno seguía haciendo estragos en su cuerpo.
Argo observó a Ene, notando su estado crítico.
—Oye, ¿tú también estás mal? —preguntó Argo, un poco sorprendida, al ver la barra de vida de Ene en menos del 10%.
Ene asintió lentamente. —Sí, pero no importa. Necesito asegurarme de que él esté bien primero.
Argo la miró fijamente, luego asintió.
—Yo... podría ayudar... si confías en mí. Pero necesitas descansar primero —dijo Argo con una sonrisa, aunque la tensión era evidente. No estaba dispuesta a perder la oportunidad de ayudar, pero también sabía lo arriesgado que era.
Argo finalmente dejó caer su capucha, mostrando unos curiosos bigotes finos que cubrían su rostro, lo que le daba una apariencia única y algo cómica, pero al mismo tiempo misteriosa.
—No soy muy buena luchadora, pero sé cómo conseguir lo que necesito para sobrevivir en este juego. Y si quieres sobrevivir tú también, necesito que confíes en mí ahora mismo —dijo con una sonrisa mordaz, casi burlona.
Ene la miró fijamente antes de finalmente relajarse, asintiendo con la cabeza.
—Confío en ti... pero mejor mantén tus promesas —dijo, con una sonrisa débil, pero sincera.
Argo, sin más palabras, comenzó a preparar el equipo de curación mientras Kirito, recobrando lentamente las fuerzas, respiraba con más facilidad. La batalla por su vida no había terminado, pero en ese instante, había esperanza.