El cielo del primer piso de Aincrad se extendía como un domo interminable de azul claro, con pequeñas nubes esparcidas. Kirito y Ene avanzaban por el camino principal que conectaba el pueblo de Tolbana con las áreas de cacería cercanas. Mientras caminaban, discutían la estrategia a seguir.
—Si queremos sobrevivir más allá de los primeros pisos, nuestras armas deben estar en su mejor forma —dijo Ene, examinando el estoque que llevaba colgado en la cintura. El arma, llamada Silver Edge era ligera y rápida, perfecta para su estilo de combate ágil, pero necesitaba mejoras para mantenerse relevante en los pisos superiores.
Kirito asintió, ajustándose la Anneal Blade en su espalda.
—Es cierto, pero no tiene sentido usar los herreros de este piso. Sus habilidades son demasiado básicas, y sería un desperdicio de materiales raros —respondió, su voz tranquila pero cargada de experiencia.
—Por eso pienso que deberíamos esperar hasta el segundo piso —añadió Ene—. Según recuerdo de la beta test, hay un herrero NPC en un pueblo cercano al laberinto del segundo piso que tiene una habilidad decente. Podría garantizar al menos tres mejoras exitosas con buenas probabilidades.
Kirito hizo una pausa, mirando hacia el horizonte.
—Eso sería una opción... pero no la mejor.
Ene lo miró con curiosidad.
—¿Qué quieres decir?
Kirito giró su mirada hacia ella, con una expresión seria.
—En el tercer piso hay un NPC herrero que supera con creces al del segundo piso. Sus probabilidades de éxito son mucho mayores.
Ene levantó una ceja, incrédula.
—¿En el tercer piso? ¿Cómo lo sabes?
Kirito se encogió de hombros, desviando la mirada hacia el camino frente a ellos.
—Lo sé porque investigué mucho durante la beta test. —No era del todo cierto; su información provenía de un evento especial que había descubierto por pura casualidad, pero no quería revelar demasiado—. Si queremos aprovechar al máximo nuestras armas, deberíamos esperar hasta llegar a él.
Ene lo observó con atención, intentando leer más allá de sus palabras.
—Entonces, ¿solo tenemos que sobrevivir hasta el tercer piso con lo que tenemos ahora?
—Exacto —respondió Kirito, deteniéndose para enfrentarse a ella directamente—. Todas las armas tienen un límite de mejoras, diez intentos. Cada fallo reduce su potencial. En el mejor de los casos, puedes mejorar un arma hasta seis veces, pero necesitas maximizar tus probabilidades para eso.
Ene cruzó los brazos, meditando sus palabras.
—Tiene sentido. No podemos arriesgarnos a usar materiales raros con herreros mediocres. Pero, aun así, llegar al tercer piso no será fácil.
—Por eso debemos centrarnos en sobrevivir primero —dijo Kirito, con un tono que dejaba claro que no aceptaría discusiones—. Ganemos experiencia, reunamos los materiales necesarios y preparemos nuestras armas para cuando llegue el momento.
Ene asintió lentamente, aunque algo en su interior le decía que Kirito sabía más de lo que estaba revelando.
—Está bien. Confiaré en ti, pero más te vale que ese herrero del tercer piso sea tan bueno como dices.
Kirito esbozó una pequeña sonrisa.
—No te arrepentirás.
—¿Qué clase de materiales buscamos? —preguntó Ene, ajustando su equipo ligero.
—Para tu Silver Edge, necesitaremos algo llamado Cristales Relucientes. Esos se obtienen al derrotar a los Wisp Errantes. Son criaturas rápidas, pero tienen poca defensa. Para la Anneal Blade, necesito Acero Cobalto. Es raro y lo dropean los Lobos de Hierro en esta región.
Ene asintió.
—Entendido. Pero recuerda que los Wisp Errantes tienden a atacar en grupo. Si los subestimamos, podrían ser un problema.
Kirito esbozó una leve sonrisa.
—Eso si pueden alcanzarnos.
A lo largo del día, los dos se adentraron en zonas de cacería cercanas, enfrentando monstruos como jabalíes salvajes y lobos. Kirito destacaba por su habilidad analítica, buscando patrones en los movimientos de los enemigos y encontrando la manera más eficiente de derrotarlos. Ene, por su parte, se movía con gracia, su estoque atravesando puntos débiles con precisión quirúrgica.
Ambos comenzaban a formar una sincronía, entendiendo cómo complementaban sus estilos de combate. Mientras Ene distraía a los enemigos con rápidos movimientos laterales, Kirito los remataba con ataques poderosos y bien calculados.
Ambos intercambiaron una mirada cómplice antes de adentrarse en la zona peligrosa.
El sonido del bosque se intensificó a medida que avanzaban. Los Wisp Errantes flotaban entre los árboles, pequeños orbes luminosos que emitían un zumbido constante. Ene fue la primera en avistarlos. Estos monstruos tienen la apariencia de esferas translúcidas de energía brillante, de tonos azulados o verdes, con un núcleo pulsante en su centro que emite un tenue resplandor.
—Allí están. Un grupo de cinco. ¿Tienes un plan? —susurró.
Kirito asintió.
—Tú atrae su atención con ataques rápidos, y yo me encargaré de eliminarlos uno por uno.
Ene se movió con agilidad, lanzándose hacia los Wisp con movimientos precisos. Su estoque Silver Edge brillaba al impactar contra las criaturas, obligándolas a dividirse y volar erráticamente.
Kirito aprovechó la confusión para atacar desde los flancos, derribando a los Wisp con tajos precisos.
—Dos menos —murmuró mientras esquivaba un contraataque.
—Tres más por mi cuenta —respondió Ene con una sonrisa.
En cuestión de minutos, el grupo de Wisp fue eliminado, dejando caer varios Cristales Relucientes. Ene los recogió con cuidado, admirando su brillo.
—Esto debería bastar para mejorar mi Luz Pálida. ¿Tu turno?
Kirito asintió, guardando su espada mientras miraba hacia una zona más oscura del bosque.
—Los Lobos de Hierro tienden a aparecer cerca de la cueva al este. Es mejor no bajar la guardia; son rápidos y sus mordidas atraviesan armaduras ligeras.
La cueva estaba envuelta en penumbra, con un eco constante que ponía los nervios de punta. Ene y Kirito avanzaron con cautela hasta que un rugido resonó, seguido por el sonido metálico de unas garras arañando el suelo.
—Ahí vienen —susurró Kirito, desenfundando la Anneal Blade.
Dos Lobos de Hierro emergieron de la oscuridad. Sus cuerpos brillaban como si estuvieran hechos de metal pulido, y sus ojos brillaban con un rojo intenso. Los Iron Wolves son criaturas de gran tamaño y aspecto imponente, similares a lobos, pero con una anatomía reforzada por una capa metálica natural que recubre sus cuerpos. Su pelaje tiene un brillo metálico que refleja la luz, dándoles un aspecto casi indestructible. Sus colmillos y garras son de un material metálico que parece afilado como el acero. Tienen una constitución muscular muy desarrollada. Su estructura ósea también está reforzada, lo que les otorga una resistencia excepcional.
—Yo me encargo del primero —dijo Ene, lanzándose al ataque.
Kirito asintió, centrándose en el segundo. Las criaturas eran rápidas, pero ambos jugadores demostraron su habilidad. Ene usaba su velocidad y precisión para esquivar y contraatacar, mientras que Kirito combinaba fuerza y estrategia para superar a su oponente.
Tras un combate intenso, los Lobos de Hierro cayeron, dejando caer dos trozos de Acero Cobalto.
—Esto debería bastar —dijo Kirito, recogiendo el material. Su respiración era pesada, pero una pequeña sonrisa cruzó su rostro.
Ene se dejó caer sobre una roca cercana, limpiándose el sudor de la frente.
—Nada mal para nuestra primera salida en equipo.
Kirito revisaba su inventario con la mirada concentrada, pasando entre armas, pociones y materiales recién farmeados. Cada tanto fruncía el ceño, como si algo importante se le estuviera escapando. Finalmente, sus dedos se detuvieron, y una chispa de reconocimiento iluminó sus ojos.
—Espera un momento... —murmuró para sí mismo.
Ene, que estaba sentada cerca ajustando el filo de su daga, levantó la mirada con curiosidad.
—¿Qué sucede ahora? ¿Encontraste algo interesante?
Kirito cerró el menú y se puso de pie de un salto.
—Acabo de recordar algo... En este piso hay un calabozo especial, uno que tiene un cofre único con materiales raros.
Ene arqueó una ceja, cruzándose de brazos mientras lo observaba.
—¿Y por qué no me mencionaste eso antes? ¿Planeabas guardarlo para ti o qué?
Kirito dejó escapar un leve suspiro, rascándose la nuca.
—No es eso, Ene. Simplemente no lo recordaba hasta ahora. Ni siquiera llegué a abrir ese cofre en la beta. Solo sé de su existencia porque alguien más me lo mencionó en su momento.
Ene lo miró con desconfianza, pero había un atisbo de curiosidad en su expresión.
—¿Y qué tan confiable era esa información?
—Esa es la cuestión —respondió Kirito, mientras empezaba a caminar en dirección al calabozo—. No tengo pruebas de que lo que ese jugador me dijo fuera cierto. Nunca lo vi abrir el cofre, ni me mostró lo que obtuvo de él. Solo tengo su palabra, y eso no es suficiente para lanzarse de cabeza.
Ene resopló, poniéndose de pie para seguirlo.
—Entonces, básicamente nos estás llevando a un lugar que podría no existir, o que podría ser una completa pérdida de tiempo. ¿Eso es lo que estás diciendo?
—Exactamente —admitió Kirito con una sonrisa sarcástica—. Pero, si resulta ser cierto, los materiales que contiene ese cofre podrían ser invaluables. Y en este juego, a veces tienes que correr riesgos para avanzar.
Ene lo observó mientras ajustaba la correa de su armadura ligera.
—No me malinterpretes, no me molesta que corramos riesgos. Lo que me molesta es que hasta ahora estés recordando algo tan importante.
Kirito lanzó una pequeña risa mientras encendía su linterna para iluminar el camino.
—Tienes razón en estar molesta, pero ¿qué te puedo decir?
El trayecto hacia el Calabozo de las Sombras Vacuas estaba plagado de corredores oscuros y monstruos menores que apenas requerían esfuerzo para ser derrotados. Sin embargo, la tensión entre ambos se mantenía latente, avivada por el desconocimiento de lo que les esperaba.
—Entonces —dijo Ene finalmente, rompiendo el silencio—, ¿qué fue exactamente lo que ese jugador te dijo?
Kirito mantuvo su mirada al frente, sus pasos firmes y calculados.
—Solo que el cofre estaba en una sala oculta en el calabozo, protegida por trampas y monstruos de nivel alto. Me dijo que contenía un material especial que garantiza la mejora de cualquier arma al 100%.
Ene dejó escapar un leve silbido de sorpresa.
—Suena demasiado bueno para ser verdad.
—Lo sé —admitió Kirito con un tono pensativo
Ene lo miró de reojo, todavía intrigada.
—¿Y si resulta ser una mentira? ¿Si no hay nada allí?
Kirito se detuvo y la miró con seriedad.
—Entonces habremos perdido tiempo y energía, pero al menos habremos eliminado esa posibilidad. En este juego, no podemos permitirnos dudar de cada pista. A veces, arriesgarse es la única manera de avanzar.
Ene lo miró por un momento antes de esbozar una leve sonrisa.
—Sabes, Kirito, a veces pareces demasiado seguro de todo, pero supongo que en este caso tiene sentido. Al menos no estás yendo ciegamente.
Kirito sonrió de vuelta, con una chispa de determinación en los ojos.
—No siempre tengo todas las respuestas, Ene. Pero si este cofre existe, podría ser la ventaja que necesitamos para sobrevivir en los pisos más altos.
El silencio del trayecto se llenó del eco de sus pasos mientras avanzaban por el bosque que conducía a la entrada del calabozo. La linterna de Kirito apenas iluminaba los detalles de las ruinas a su alrededor, pero la atmósfera densa y cargada de tensión se rompió de golpe cuando Ene soltó una carcajada inesperada.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Kirito, sin apartar la vista del camino.
Ene caminaba detrás de él, con una sonrisa burlona que no podía contener.
—Nada, solo estaba recordando algo... ¿Te acuerdas de hace unos días, cuando estabas tan desesperado que terminaste llorando como un niño perdido?
Kirito se detuvo en seco y giró para mirarla con incredulidad.
—¿En serio vas a sacar eso ahora?
Ene alzó las manos en un gesto inocente, aunque sus ojos brillaban con diversión.
—¡Por supuesto! Fue todo un espectáculo. Si hubiera sabido que eras capaz de eso, habría traído algo para grabarte. Quizás incluso podría venderlo como un ítem raro dentro del juego.
Kirito dejó escapar un suspiro frustrado, aunque no pudo evitar sonreír ligeramente ante su tono burlón.
—¿No tienes nada mejor que hacer?
Ene se adelantó, colocándose a su lado y dándole un leve codazo.
—Oh, vamos, Kirito. Solo digo que, comparado con esa versión tuya, esta versión es mucho mejor. Ahora estás enfocado, decidido. Así deberías ser siempre, sin ese drama llorón.
Kirito rodó los ojos y negó con la cabeza, aunque una leve sonrisa se asomó en sus labios.
—¿Sabes? A veces eres peor que cualquier monstruo que hayamos enfrentado.
Ene soltó otra risa ligera, claramente disfrutando el momento.
—Lo tomaré como un cumplido. Pero en serio, Kirito, me alegra que estés así ahora.
Kirito la miró de reojo, sus ojos suavizándose un poco.
—Lo sé. Y tienes razón, Ene. Prometo que no habrá más momentos como ese.
Ene levantó un dedo, como si estuviera dándole una advertencia.
—No prometas algo que no puedas cumplir. Soy buena recordando cosas, ¿sabes?
Kirito dejó escapar una risa corta, mientras ambos retomaban el paso.
—Lo tendré en cuenta.
La conversación ligera y las bromas llenaron el trayecto, disipando parte de la tensión mientras avanzaban hacia el Calabozo de las Sombras Vacuas. Sin darse cuenta, Ene había logrado algo que pocos podían hacer: sacar a Kirito de su rígida concentración y devolverle, aunque fuera brevemente, un poco de humanidad en medio de un mundo despiadado.
El bosque del primer piso se extendía ante ellos, con la luz del sol filtrándose débilmente entre las copas de los árboles. Ene caminaba detrás de Kirito, con los brazos cruzados y una expresión entre cansancio y burla. Su armadura de cuero rechinaba con cada movimiento, pero no lo suficiente para interrumpir el ritmo pausado de sus pasos.
—Así que... ¿ni siquiera recordabas este cofre hasta hace un rato? —preguntó Ene, su tono cargado de incredulidad.
Kirito, con los ojos fijos en el camino, soltó un suspiro pesado.
—Ya te lo expliqué. La única razón por la que lo recordé fue porque alguien más lo consiguió durante la beta. Nunca llegué a abrirlo yo mismo, así que no estaba seguro de si valía la pena buscarlo.
Ene se detuvo por un momento, mirándolo con una ceja arqueada.
—¿Y qué pasa si ese alguien solo estaba mintiendo para presumir? Quiero decir, es fácil soltar rumores en un juego como este.
Kirito se encogió de hombros, ajustando la espada en su cadera.
—Lo pensé, pero... ese jugador no tenía motivos para mentir. Además, no estoy en posición de ignorar una oportunidad como esta. Si el cofre realmente tiene un material de mejora garantizado, podríamos sacarle ventaja antes de que otros se den cuenta de lo limitado que es este mundo.
—Ah, claro, el mundo limitado —repitió Ene, girando los ojos mientras lo seguía—. Gracias por no mencionarlo antes. Suena como algo importante, Kirito.
Kirito se detuvo, girándose hacia ella con una expresión de paciencia desgastada.
—¿Qué?, pensé que ya lo sabías. Eres una beta tester, igual que yo.
Ene levantó las manos, como si Kirito acabara de culparla de algo.
—¡Oye, no me pongas en ese saco! Tal vez estuve en la beta, pero no pasé mi tiempo estudiando cada rincón como tú. Me dedicaba a disfrutar el juego, no a obsesionarme con él.
Kirito negó con la cabeza y continuó caminando, aunque esta vez su tono fue más bajo, como si hablara consigo mismo.
—Los recursos en este juego son limitados. Los cofres, los materiales... una vez que alguien los reclama, desaparecen para siempre. Tarde o temprano, todos lo entenderán, y entonces empezarán los conflictos. Por eso ser un beta tester es una ventaja tan peligrosa.
Ene aceleró el paso para caminar a su lado, notando la preocupación en su voz.
—¿Eso es lo que te preocupa? ¿Que eventualmente nos persigan por ser beta testers?
Kirito guardó silencio por un momento, su expresión endureciéndose.
—No es una cuestión de "si" ocurrirá, sino de "cuándo". Cuando la gente se dé cuenta de que no habrá segundas oportunidades para obtener ciertos ítems o recursos, los que tengan conocimiento previo serán los primeros en ser señalados.
Ene lo observó en silencio, su mirada suavizándose por un momento.
—Vaya... para haber llorado de esa manera antes, parece que sabes pensar.
Kirito sonrió levemente, aunque sin mirarla.
—No es cuestión de ser alguien o no. Es cuestión de sobrevivir. Y en este juego, sobrevivir significa planificar cada paso.
Ene dejó escapar una risa ligera, rompiendo la tensión que había empezado a formarse.
—¿Sabes? Me gusta más esta versión de ti. No la del tipo que lloraba hace un rato, sino esta: la del Kirito que sabe lo que hace.
Kirito frunció el ceño, mirando por el rabillo del ojo.
—¿De verdad vas a seguir con eso?
—Por supuesto —respondió Ene, con una sonrisa burlona—. Después de todo, necesito algo con lo que entretenerme mientras caminamos.
Kirito negó con la cabeza, pero no respondió. En el fondo, apreciaba la ligereza con la que Ene manejaba las cosas, incluso cuando el peso del mundo comenzaba a caer sobre ellos.
El Calabozo de las Sombras Vacuas no estaba lejos, y aunque Kirito sabía que su vida estaba a punto de complicarse aún más, no pudo evitar sentir una extraña calma al saber que no estaba enfrentando este reto solo.