Ambos lo seguimos por detrás, se nota cierta desconfianza en Papá. No sé la razón, ¿acaso no creerá que esté sujeto representa algún tipo de amenaza contra nosotros? No quiero alardear ni nada de eso: pero con una pequeña patadita ya está servido el pobre hombre. Entramos al interior de la casa. Está bastante oscuro y huele a húmedo, cosa normal en las mañanas frías de aquí, aun así huele y no es que sea poco el olor. Hace más frío aquí que afuera.
—Primero me despiertas y luego me ruegas por ayuda…¿qué te costaba volver a Strademburg por tus cosas? —reprocha abriendo las cortinas.
Un poco de luz entra a la casa, aunque por la hora que es, todavía está un poco ennegrecido, pero puedo llegar a apreciar bien el entorno.
Demasiado simplón este lugar, tan simplón como mi casa y tan simplón como esperaba. De hecho, es la única habitación de la casa. En el medio hay una mesa redonda con cuatro convenientes sillas bien acomodadas. En el extremo izquierdo hay un sofá grande y a su lado un pequeño estante con cuatro libros cubiertos de polvo, a su otro lado está lo que parece ser un cajonero improvisado. Del otro extremo está su cama: un revuelto de mantas sobre dos troncos lisos. Sobre una mesita pequeña al pie de la misma hay puesto un farol… ese famoso farol.
Me estaba preguntando con qué cocina su comida, hasta que vi a unos pasos de su cama una rústica hoguera oxidada, con un tubo que sube hasta el techo, justo en donde parecía estar la chimenea. La misma está encendida, con una pequeña alacena puesta a la altura de un enano y una mesita al lado, supongo que es su "cocina"
A pesar de todo, se ve un poquito acogedor este desorden. Al terminar de abrir todo se dirige a nosotros.
—Tengo café rico y calientito. Ah y también galletas. Espero que eso les guste, porque no tengo otra cosa que ofrecerles, aunque ¿quién rechazaría tan buen desayuno? — nos dice animado.
—Sí... eso está bien. —Responde Papá.
—Bien entonces. ¡Por favor, siéntense en la mesa!
Nos acomodamos en las sillas. Papá acurruca a Fròderin en su regazo y yo, con cuidado, dejo el saco de carne al pie de mi asiento. Se siente un poco frágil. Creo que mi silla se vendrá abajo en cualquier momento. El más mínimo movimiento genera fuertes chirridos, como si de una cigarra se tratase. Miro como el tipo abre la alacena, en la cual hay unos cuantos jarros pequeños colgados. De esos que se usan para tomar cerveza. Hay también un frasco pequeño de vidrio con lo que yo creo es azúcar y una caja de madera que literalmente tiene escrito "galletas comestibles", además de un montón de utensilios más desparramados. Admito que lo de la caja me ha tomado bien desprevenido. El hombre agarra la misma y nos la lleva, colocándola en el centro de la mesa.
—No las toquen todavía, ¡yo también quiero comer! —nos pide dándose palmadas en la barriga mientras ríe.
Se vuelve a su cocinita improvisada. De la alacena saca tres jarrones y una cucharita. Pone todo en la mesa donde está su farolillo.
—Voy a buscar el café. No me tardo.
Sale apresurado por la puerta, y cierra. Dejándonos a los tres en silencio. Ante la desconfianza que tanto a Papá como a mí nos genera este señor, no es entonces un mal momento para discutir que es lo próximo que debemos hacer. A juzgar por como mi padre me mira, parece que pensamos en lo mismo.
—Sugiero que tomemos lo que necesitamos mientras no está y nos larguemos. —Aconsejo.
—De ningún modo, tengo hambre. —Papá toma una galleta discretamente.
Pues no pensamos lo mismo.
—Pero este tipo me da miedo, ¿y si le pone veneno al café?
—A mí también me da mala espina este gordo, pero no debes preocuparte. Además, ¿por qué le pondría veneno al café?
—¿Carne gratis? —lanzo.
Papá me mira con cara de asco. Pues no es mi culpa, ¡hay que tener en cuenta todas y cada una de las posibilidades existentes para esta situación, por amor al Padre Fundador! ¿Desde cuándo soy el único con sentido común?
—¡No digas tontadas! El tipo no es un caníbal. Relájate.
¿Por qué ahora tiene más confianza?, ¿o es que lo hace para calmarme? Bueno… tal vez tenga razón. Pero aun así sigo teniendo mis disconformidades, no confío en desconocidos como estos, que te tratan mal y luego bien, jamás lo hice. Estar con gente así nunca puede acabar bien tarde o temprano, siempre presentí eso. Y ahora más que nunca, lo hago.
—Ya verás, desayunaremos y luego-
—¡Volví! —entra el tipo de golpe.
Papá se asusta y tira no muy discretamente la galleta a la caja y simula una sonrisa inocente. El hombre, quien entra con un balde, por supuesto se percata de esto. Lleva lo que trajo hacia la mesa de luz, y luego abre la rendija de la hoguera para tomar del balde unos cuantos trozos de carbón y echarlos dentro.
—Menos mal que dije que me esperaran. Casi me congelo allá afuera, no traigo nada bajo esta bata, je.
Que desagradable imagen acaba de hacerse en mi mente.
De la hoguera, cuyo brillo ha aumentado, empieza a largar humo y no poco, cosa que motiva al tipo a abrir la ventana para que no muramos intoxicados. El humo se dispersa. Usando un trapo que tenía por ahí tirado en su cama, abanica las llamas para avivarlas, aunque no parece funcionar. Una vez que el carbón ha encendido bien el fuego, saca de la alacena un pote pequeño y el supuesto azúcar. Pone todo en la mesita. Del balde extrae tres puñados de granos de café y los echa al pote. Luego, del mismo balde saca un martillo, y con el mismo muele los granos. Una vez finalizado, tira el polvo resultante a cada uno de los jarrones. De nuevo, mete la mano en el balde y saca una cantimplora bastante grande. Abre y vierte el agua en cada uno. Toma las tres jarras y las coloca cuidadosamente sobre la hoguera.
—Tardará un ratito en calentarse. —Avisa—. Ya que estás, podrías ir despertando a ese niño, sería una lástima que se quede sin desayunar.
—Si, tiene razón. —Asiente Papá.
Le da unas palmaditas en la cabeza y Fròderin comienza a espabilar. Me impresiona la facilidad con la que lo logró, yo por poco y tengo que desfigurarlo a golpes para que lo haga. Poderes que envidio.
—¿Qué... pasa? —Fròderin se frota los ojos.
—Estamos por desayunar.
—¡¿Desayuno?! ¡¿Dónde?! —se levanta abruptamente, dándole a Papá un cabezazo en la barbilla.
—¡Ay, carajo! —se lleva las manos al mentón.
—¡Woohoooo, vaya golpe!
—¿Hay chocolate? ¿Pan tostado? O quizás... momento, ¿en dónde estamos? —se pregunta Fròderin mirando a su alrededor.
—Estás en mi casa, y no, no hay ni chocolate ni pan tostado. —Dice el hombre de brazos cruzados.
Fròderin se le queda viendo con confusión y luego se gira a mí.
—¿Cuándo llegamos aquí? —me pregunta
—¡Mientras dormías! —contesta Papá adolorido.
—Oh...¿y quién es él?
Le muevo los hombros dándole a entender que no tengo ni la más mínima idea.
—Oye amigo, ¿seguro que no quieres que te pase el trapo? Digo nomás, así te limpias un poco. Verte lleno de sangre comienza a ser asqueroso. Lo mismo tú, niñito. —Me apunta.
—Sí... le agradezco... —suspira.
El tipo se lo pasa y Papá se limpia con cuidado por sus heridas. El paño se tiñe en un abrir y cerrar de ojos. Apenas y pudo limpiarse algo. La sangre ya estaba seca y solo se la esparció más. Me pasa el trapo, pero me niego y él sin mucho revuelo acepta. No pienso pasarme eso por la cara. Mejor me limpio en otro momento.
—Bueno... estás reluciente, je. —Dice sarcásticamente.
Esperamos largos y silenciosos minutos a qué el café esté listo, minutos en los que el único ruido que me mantiene calmado son las inocentes melodías que Fròderin silba de tanto en tanto hasta que Papá lo calla. Tan tensa la situación y el pequeño solo piensa en comer. No puedo evitar fijarme en como el tipo me mira sigilosamente y luego a Papá, apoyado en la mesita. ¿Será porque tengo la mitad de la cara embadurnada en sangre o es por otra cosa? No lo sé, pero quisiera que se detenga. Es escalofriante. Tras este incómodo intervalo, se dirige a la hoguera. Con ayuda de su dedo índice, verifica la temperatura de la bebida hundiendo el mismo en una de las jarras. Tan pronto como lo hace, retira su dedo a la velocidad de un rayo, lanzado un corto grito agudo.
—¡Quema, quema, quema! —exclama soplándose el dedo frenéticamente.
Rápido se le pasa el ardor y, acto seguido, protegiéndose con el mismo trapo que Papá usó para "limpiarse" toma los jarrones y uno por uno nos los va llevando. Ya terminado, se dirige a su silla, la mueve un poco y allí se deja caer.
—¡Uff! Ya está listo, disfruten. —Anuncia pasándose la mano por la frente—. Yo esperaría un rato antes de tomar si fuera ustedes. Una vez perdí el gusto durante una semana de lo hirviendo que estaba, je.
—¿Usted no beberá nada?, si quiere le puedo compartir un poco. —Ofrece cortésmente Papá.
—¿Eh? Nah, descuida.
Sin decir otra palabra más, Papá mete la mano en la caja y saca dos galletas; le da una a Fròderin y otra a mí. Al probarla, me quedo maravillado: ¡es de chocolate! Este hombre tiene buenos gustos.
—Y bueno, ¿qué me cuentan? ¿Por qué van a Halley?
—Por nada en especial, vamos a visitar a mi madre. —Dice Papá.
—Ah... mira tú.— Comenta mirándolo raro—¿Y cuánto tiempo estarán allí?
—Unos pocos días, luego nos volveremos.
—¿Irás a Halley para ver a tu madre unos pocos días y luego te vas como si nada? Amigo, de por sí llegar hasta allá no es fácil.
—Sí, ¿pero qué se le va a hacer?
El hombre lo mira con molestia, como si le estuviéramos tomando el pelo, Papá se da cuenta de ello.
—¿Y tú chiquitín?, ¿qué me cuentas? —le pregunta sonriente a Fròderin.
Él se queda petrificado, puesto que no sabe cómo responderle, por lo que repetidas veces mira a Papá en busca de alguna ayuda, alguna indicación o que el mismo intervenga para salir de esta ya incómoda situación.
—Antes te oí preguntar quién soy, ¿no?
Fròderin me mira por un segundo, luego se vuelve a él y se lo confirma calladamente con la cabeza.
—Bueno, ¡yo soy el Ermitaño Misterioso!... un gusto, chico viajero. —Le extiende su mano.
Por un momento desconfía, pero al final, Fròderin termina pasándole la mano y la estrechan mutuamente. Esperaba una presentación más apropiada y seria de su parte. Un silencio desagradable llena el lugar mientras el sujeto se le queda mirando y luego, lentamente se gira para mirarme con una sonrisa. Un escalofrío me recorre la espalda.
—¿Y tú muchacho?
—Em, —miro a Papá—, voy a...¿visitar a la abuela?
—Vaya, que novedoso, ¿y de por casualidad no se quedaran con ella unos días antes de volverse?, ¿al menos tienes algo más que contar?
—Creo... creo que no. —Le sonrío tenuemente.
El tipo se queda callado, y acto seguido lo mira a Papá con un muy notable descontento.
—Vaya que tus hijos son de lo más sociable que existe. Deben ser los únicos que hablan en las reuniones familiares. —Ríe.
—Están algo nerviosos, no acostumbran a charlar con gente extraña... —Papá le responde tajantemente.
El hombre lo mira fijo y se inclina hacia él.
—Quiero pensar que por "gente extraña" te refieres a "gente desconocida", ¿o me equivoco?
—No... —Papá suspira—... no se equivoca...
—Hmph... ya veo. Típico de los strademburgueses: hasta un mudo tímido puede sobrellevar mejor una conversación. —Afirma el hombre.
Viendo su orgullo tocado, Papá saca una galleta de la caja y se la come frente al tipo mientras lo mira desafiante, él solo lo mira con los ojos entrecerrados. Dieran la impresión de que en cualquier momento se revientan a golpes, pero luego parecen estar tentándose, mas vuelven a la seriedad pronto.
—¿Te digo algo? Esa espada que llevas en la espalda tiene un diseño curioso, un diseño que me resulta familiar.
—Sí, es algo especial, ya no hay como estas. —Afirma Papá seriamente.
—Sí que sí, no lo niego. Sin embargo…¡uy!, ¿qué es eso? —apunta alto hacia algo que está detrás nuestro.
Podemos ver donde está indicando, sostenido en lo alto de la pared por medio de viejos ganchos metálicos, un sable corto muy curvado. Su diseño es similar al de la espada de Papá, con la única diferencia de que la gema en el pomo es azul y no roja. No sé cómo no lo noté antes. Estoy estupefacto. ¿Estamos ante otro élite?
—Gema azul... —dice Papá.
—De la D. O. E. R. G., amigo. ¡Ni más ni menos! —completa el Ermitaño Misterioso.
Si no mal recuerdo: D. O. E. R. G. significa División de Operaciones Especiales del Reino de Gùnderzon. Es una rama del ejército que se encarga de las misiones de suprema importancia a nivel reinal, es decir, son por así decirlo como los élites de primera. Todos los países tienen las mismas ramas del ejército, o bueno, todos los tenían hasta la fragmentación de la unión. La cuestión es: que al ser provenientes de Strademburg, reciben el estatus de "Fuerzas Supremas del Reino", de ahí que toda rama del ejército de la Capital lleve una variante en cuyo nombre dice "Bla Bla Bla de Gùnderzon". Este no es un mero añadido al nombre, el que tengan dicho añadido implica que su intervención se extiende a lo largo y ancho del Reino, puesto que los ejércitos de Gùnderzon son combinaciones de soldados de todas las naciones. Por así decirlo: cómo un ejército independiente con sede en Strademburg. De esta división vienen historias de espionaje, desenmascaramientos políticos ¡y hasta golpes de Estado! Son el sigilo mismo, los ojos invisibles en el Reino. Nadie los ve, no participan en los desfiles militares, quienes lo conforman son fantasmas para nosotros.
Con esa imagen podría esperar que un exintegrante de semejante división tendría una apariencia más imponente… pero aquí está.
—Guau... eso sí que es interesante, ¿a qué batallón perteneció?
—Quincuagésimo cuarto batallón. —Contesta rápidamente—. He estado en varias misiones junto a la División de Infantería de Gùnderzon.
—Vaya, eso es grandioso. Yo también he estado en misiones con tu división.n—Menciona Papá indiferente.
—Sí... por tu cara me doy cuenta lo "grandioso" que es. —Dice sarcásticamente.
En ese momento el hombre se pone de pie y con las manos atrás, se pone a dar vueltas alrededor de la mesa, todo mientras obviamente mira a Papá.
—¿Sabes? A pesar de mis servicios a la Capital y al Reino: jamás pude llevarme bien con los strademburgueses ¿sabes? No son conversadores hábiles, son maleducados, traidores, malagradecidos y descarados. Por eso no los recibí muy bien en un principio. No es que ustedes sean una excepción a la regla. Si vivo cerca de la Capital es porque la necesito para subsistir todavía, y eso me irrita aún más.
Me mantengo firme en mi silla, mientras el hombre sigue dando vueltas hasta volver a la suya, y ahí mismo, se queda parado, viéndonos. ¿Es que acaso no podemos tener un momento de calma, después de todo lo que pasamos? En cualquier segundo se va a armar un desastre. Fròderin todavía no parece entender la situación, pero se le ve algo asustado. Parece que llegó el momento, por lo que discretamente agarro mi cuchillo. Sabía que esto sucedería, debieron hacerme caso.
—Tengo mis motivos para odiar a los strademburgueses. Cuando la guerra terminó, lo menos que esperaba de mis compatriotas es un recibimiento más… digno, hacia quienes dimos la sangre por lo que es justo. Supongo que tú mejor que nadie aquí lo entiende, ¿verdad? —dice, hasta que detiene su andar—Pero en lugar de eso, me rechazaron, me insultaron y me obligaron a retraerme en esta sucia cabaña que yo mismo construí, pero que no mantengo muy bien, je. Claro que el que seamos de la misma calaña no nos hace amigos. Soy muy rencoroso.
Papá agarra con fuerza a Fròderin, pero no despega sus ojos del tipo. Está atento a cada movimiento que él haga y yo igual. Si nos ataca, yo seré el primero en hacerlo. No quiero hacerlo de nuevo, pero cada vez se hace más evidente el desenlace de esto. El hombre retrocede tres pasos.
—Los he visto husmear en mi patio trasero. Los he visto ver donde no debieron... —revela serio—... de vez en vez, personas de la Capital se aparecen en mi puerta; viajeros como ustedes por lo general. La última vez que recibí visitas fue el mes pasado: dos hombres y su hermana joven.
Dicho eso, el hombre emprende una lenta caminata hacia Papá. Fròderin se encoje de hombros.
—A todos les doy la misma respuesta. —Añade—. ¿Dónde crees que están ahora?
Pone una mano en el hombro de Papá, acercando su rostro al de él. Sonríe ampliamente y levanta las cejas. A pesar de tan aterrador comportamiento, Papá permanece quieto, sin mostrar emoción alguna. Quizás esperando una respuesta, el tipo se enoja notablemente. Saco mi cuchillo, listo para atacar. Y en ese momento, cuando parecía que Papá iba a saltarle encima antes que yo, el tipo, sin explicación alguna, empieza a reírse eufóricamente mientras da golpes en la mesa. ¿Ya perdió por completo la cordura?
—Perdona, ¡pero ya no puedo seguir con esto!
Tanto Papá cómo yo estamos confundidos: ¿nos reímos con él?, ¿le saltamos encima? ¡¿Qué se supone que deberíamos hacer ahora?!
—¡Ay, debiste ver tu cara! —dice entre risas intermitentes.
Al mirarme a mí por un segundo, el tipo vuelve a estallar en risa. Esto ya dejó de ser tenebroso, ahora es confuso. No sé que hacer, ¿nos está tomando el pelo?
—Viejo...¡ya deberías haberme reconocido! —afirma.
—¿Qué...? ¿Quién eres? —pregunta Papá.
El hombre se aparta de la mesa, se estira un poco y por algún motivo se recuesta en el suelo haciéndose... ¿bolita? Okey...
—¡¿Ya recuerdas?!
Este extraño movimiento genera algo que parece llamar demasiado la atención de Papá, puesto que se queda observándolo y, de golpe y porrazo, sus ojos se abren a lo grande, y baja de su regazo a Fròderin de un empujón, levantándose de su silla de un brinco. Papá sonríe. Sonríe como un bebé contento.
—¿Redondo Fleknör…? —menciona Papá con un hilo de voz.
—Amigo Bryo... —replica el otro.
—¡¡Fleknör, viejo amigo!! —se dirige a él con su brazo extendido.
—¡¡Altirucho!! — el enano se pone de pie con los brazos abiertos.
Ambos se acercan hasta que, al estar a centímetros, Papá le suelta un puñetazo en la panza... ¿Pero que rayos está pasando? ¿Estos dos ya se conocían de hace rato? ¡No lo parecía hace un minuto! Fròderin viene y se sienta a mi lado en silencio. Solo observa con una sonrisa.
—¡Oye! ¡¿Por qué?! —Fleknör se arrodilla tratando de recuperar el aliento.
—¡Eso fue por tus chistes pendejos, casi haces que te mate!
Fleknör se recupera y se incorpora una vez más.
—Sí, lo admito, tienes ¡razón! —le suelta otro golpe a Papá en el mismo lugar, provocando que se caiga al suelo debido a su estado—Esa fue por despertarme, ¡casi haces que te mate, baboso!
Para ser un tipo pequeño en tal estado físico, tiene muchísima fuerza. Supongo que es algo normal dentro de la élite. Ambos se ríen y posteriormente, Fleknör lo ayuda a levantarse. Se dan un gran abrazo mientras se dan palmadas en las espaldas. Es raro ver como Papá tiene que inclinarse como si estuviera abrazando a un niño, solo que en este caso: un adulto.
—Oh hermano, ¡mira lo viejo que estás! —dice con impresión.
—Y mira como estás tú: ¡el tiempo hizo el amor contigo! —replica Papá.
—¡Púdrete, graciosito! ¡el retiro y la depresión pegan duro a los hombres!
Por algún motivo ya me está empezando a caer bien. Fleknör baja la cabeza y da un suspiro.
—¡No te haces ni idea de cuánto tiempo ha pasado desde que vi a un amigo! —comenta Redondo emocionado.
—Algunos están en Strademburg, el resto debieron dispersarse por todo el Reino. Ya sabes, tras la ola de odio, muchos decidieron huir hacia quien sabe donde. No los culpo, yo habría hecho lo mismo. Si me quedé en Strademburg fue porque me habían quitado todo el dinero. —Explica Papá.
—Que lastima oír eso, Bryo. A mí me hicieron lo mismo. Pude juntar el suficiente dinero con ayuda de familiares para irme y levantar esta pocilga en medio de la nada. De ahí en más no volví a tener contacto con nadie. De haberlo sabido, ¡habría ido a visitarlos todos los días! Es más, mañana iré a saludar a alguno, ¿sabes por donde encontrarlos?
Papá se gira volviéndose a su silla mientras su sonrisa se va desvaneciendo poco a poco, hasta que solo queda una mirada seria.
—Y... sobre eso... hay problemas.
Fleknör lo sigue detrás y se acomoda en su silla. Al poner mis manos en la taza, me doy cuenta de que ya está un poco frío. Será mejor que me apure a terminarlo.
—¿Por qué esa carota? ¿De qué problemas hablas?
Todo parecía ser confusión y felicidad hasta el momento, pero ahora todo volvió a tensarse. Papá le da un sorbo a su café y se come una galleta antes de empezar a hablar.
—Adivina quién ha vuelto… —lanza Papá.