—¡Vamos, Aprilio! —me llama Papá.
—¡¡¡Ya!!! —vocifero.
¡¡Debí de suponer que esa jodida carne tenía algo raro!! ¡¡Sabía que algo iba mal con el maldito sabor!! ¿Cómo es posible que con un solo pedazo me haya hecho despertar con la peor diarrea de la vida?! ¡Si hasta Papá, comiendo carne cruda, no le ha pasado absolutamente nada!
Como sea, echo a los topos liquidos, dolorosísimos y muy mal olientes. Le tiro tierra y hojas a ese caos para que ningún desafortunado que algún día pase por aquí tenga que pisarlo "intencionadamente". Me abrocho el cinturón y tras limpiarme el trasero con las grandes y gruesas hojas a mi alrededor imagino que mis manos están lavadas y ya estoy listo para seguir el viaje.
—¡Ufff! —suspiro apareciendo frente a mí familia. —ya estoy.
—Controla ese estómago, nuestros recursos son limitados. —Me advierte Papá.
—¡Llevamos esperándote diez minutos! —Fròderin aprovecha para quejarse también.
Que impacientes... me hubieran dado las malditas papas y nada de esto hubiera sucedido. Todavía, después de la descarga que tuve que hacer, me sigue doliendo el malnacido estómago. Es más, hasta siento mi cuerpo más liviano, como si hubiera expulsado una buena parte de él.
Iniciamos la caminata del tercer día en Nilard. El clima ha cambiado de la noche a la mañana: el viento sopla, el frío sí que se siente y el cielo está un poco nublado. Espero que no caiga una tormenta ahora. El bosque también cambia conforme avanzamos; los árboles son menos abundantes, por lo que se puede apreciar más el paisaje. Allá al fondo se ven unos cerros verdosos. ¡Se ven fantásticos!
—Será mejor que lleguemos a Halley lo antes posible. —Comenta Papá preocupado.
—Obviamente, ¿pero por qué lo dices? —pregunto yo.
—¿No lo notas? Parece que el invierno se nos adelantó un poco.
—Eso suena a problemas. —Dice Fròderin.
—¡Efectivamente! —confirma Papá.
—Pero tenemos los suéteres y la manta. Ya sabes, los que nos regaló tu amigo. —Menciono.
—Sigue siendo el invierno.
—¿Pero cómo estás tan seguro? —cuestiono.
—Mis años de experiencia me lo dicen.
Ahora bien: ¿es motivo suficiente para creerle? ¿Debería cuestionar tal afirmación? Quizás, pero ese exacto siglo y medio de existencia podrían darle la razón de la experiencia. De todos modos, con esas cosas podemos aguantar el frío pre invernal. Quiero decir: tengo treinta y un años y vivo en una región particularmente fría, podré aguantarlo. Estoy acostumbrado. Viví muchísimos inviernos, algunos fríos, otros no tan fríos, y otros que me daban ganas de tirarme a un caldero hirviendo. Este será igual que esos últimos, creo.
—A todo esto, ¿qué haremos en Halley?
—Espero que no me estés tomando el pelo otra vez. —Me dice Papá.
—Ya me sé eso, lo que si no sé es en donde se supone que vamos a dormir, quiero decir, no vamos a hacerlo en la calle..., ¿o sí?
—Hay un par de bares allá en donde nos dejarán quedarnos, y ya sé a cuál iremos.
—¿Es bueno? —pregunta Fròderin.
—Oh... tienen la mejor comida en todo Halley, ¡además es barato! Bueno: barato para sus estándares. Halley es un pueblo caro.
—Eso ya me calma un poco. Espera, ya tenemos comida, ¿por qué pagar? —vuelvo a preguntar.
—¿Crees que llegaremos a Halley con esto en buen estado? Esta carne nos durará hasta mañana. Las papas tampoco durarán mucho. Ya viste como te cayó la comida.
—Ah..., em..., ¿cuánto dinero llevas contigo? Sí llevas dinero, ¿no?
—Como unas ochenta trìas.—responde Papá golpeando su bolsillo, delatando las monedas.
—¡Eso es mucho, alcanza para buena comida!—dice Fròderin.
—¡Obviamente!
Pues esto parece estar mejorando un poco. Me alegra saber que allá por lo menos comeré bien y dormiré cómodamente. Voy a aprovechar esos dos días para divertirme un poco. Me vendría bien. Debe ser un lugar grande, quizás conozca a algún nuevo amigo allí. Aunque si es un pueblo caro como Papá dice, entonces quiere decir que ese dinero no nos va a durar nada…
¡Uff, sí que está soplando fuerte! Tal vez Papá tenga razón. Frotar las manos o intentar cobijarme con mi saco no sirve, y tiene sentido, pues esta cosa parece un queso: tiene hoyos por todos lados. No sé por dónde andamos, pero espero que por lo menos estemos cerca o ya hayamos pasado la mitad del camino, ya quiero llegar. ¡Ayer caminamos mucho, deberíamos haber avanzado algo!
—¡Miren eso! —avisa Fròderin.
—¡¿Qué cosa?! —decimos Papá y yo exaltados.
Fròderin nos señala a un lado, en donde hay vemos un arroyo.
—¿Para esto me asustas, hijo? Solo es un arroyo..., —se da la vuelta y sigue caminando, pero a los segundos se vuelve a girar—..., ¡¡¡es un arroyo!!!
Vamos corriendo a buscar la preciada agua como pájaros en el desierto. Nos colocamos en la orilla, con cuidado eso sí, para no caernos y morir de una agónica hipotermia. Este arroyo parece que está un tanto desbordado. El agua es cristalina, ¡veo que está un poco profunda! Papá busca desesperado la cantimplora. ¡Se está tardando mucho! ¡Quiero probar esa maldita agua, carajo!
—¡Ay, al diablo! —grito.
Hundo mi cabeza en el agua y tomo todo lo que mi boca y mi sed pueden permitirme absorber. ¡Está helada y por eso me hace sentir como si mi cuerpo se resquebrajara, pero no me importa! Esto tiene que ser un regalo del cielo dado por los mismísimos Padres Fundadores en toda su gracia.
—¡Oh, santa madre!, ya moría de sed... —digo aliviado, hasta que el viento vuelve a soplarme a la cara—...¡¡santa madre, qué frío!
—Por apurado. —Se ríe Fròderin.
—¡Acá está! —Papá saca la botella muy alegre.
La destapa y procede a tirar a un lado el agua verde y sucia. Veo un hilo de tierra o lo que sea escurrirse al final. Una vez que la botella se vacía, la mete en el agua y sacude con fuerza para limpiarla.
Me quito el saco y me seco la cabeza como puedo. Siento que el frío hasta me quema la cara. Genial, ahora mi abrigo está roto y mojado. Parece que ya le llegó el momento de decir adiós... primero reviso los bolsillos para asegurarme que no haya nada valioso que pudiera perder. Siento algo duro en el bolsillo izquierdo, así que meto la mano... y saco...¡es mi pepita: mi piedra roja de la suerte que hasta yo olvidé que traía! La guardo en mi pantalón y ahora sí, es momento de despedirse. Tiro mi viejo abrigo al agua. Qué descanse con los peces por la eternidad o hasta que lo encuentren siglos después y lo exhiban en un museo…
Extrañamente veo que mientras mi saco se sumerge lentamente, una moneda sale del bolsillo derecho cayendo a más velocidad hacia el fondo. Un momento…, ¡¡¡mí dinero, no lo saqué!!! ¡¡¿¿Cómo fue que no me di cuenta que estaba en mi abrigo??!! ¡¡Maldita sea a todos los seres de este Reino!!
... Observo callado y horrorizado como mis ahorros se hunden hacia el fondo del agua, impotente por no poder hacer nada, pues la hipotermia que me embargaría si salto al arroyo me mataría...
—Finalmente. —Papá alza la cantimplora como si fuera un objeto mega valioso, que en estos momentos lo es—. ¿Quién dará el primer trago?
—¡Yo, yo, yo, yo!, ¡¡Yo!! ¡Aprilio ya bebió! —pide Fròderin frenéticamente.
—Cierto. Disfrútalo, pequeño. —Se lo entrega.
Fròderin empieza a tomar a lo loco. El agua hasta se le escurre por toda la cara, pero él sigue tomando, como si tuviera una sed insaciable o albergara rocas incandescentes en su interior. Papá lo ve con impresión, pero yo sigo mirando mi preciado dinero, que se va con mi abrigo allá abajo, alejándose rápidamente por la corriente…
—¿Eh? —Fròderin deja de tomar y acerca su ojo a la boquilla de la botella—Oh, ya no hay más. —Se la devuelve a Papá.
—¡Carajo, no me dejaste ni un poco!
Vuelve a meter la cantimplora en el agua. Las burbujitas salen a flote, hasta que... ya no hay burbujitas, y Papá la vuelve a sacar. Mi dinero…
—Si no tienen más sed, entonces guardaré esto y lo racionaremos bien, así que por las dudas pregunto, ¿quieren tomar más?
—No… —digo tratando de esconder mi agonía.
—Nnnop, ya estoy bien. —Dice Fròderin contento.
—Okey. —Papá le da un pequeño sorbo.
—¿Solo tomarás eso? —pregunta Fròderin.
—¿Qué acabo de decir?
—Bueno, si tú dices.
Iba a guardar la botella, pero un obvio pensamiento que se le pasó por la mente hizo que volviera a destapar la cantimplora y empezara a tragar agua a lo loco. Por momentos hasta se atraganta por el exceso de bebida, mas eso no lo detiene: tose, escupe y sigue bebiendo, tose, escupe y sigue bebiendo. Así estuvo durante tres botellas de agua fresca, hasta que su sed por fin fue saciada. Ahora sí, vuelve a llenar el embace y lo cierra, guardándolo en la mochila, limpiándose la boca. Jamás, ni al más borracho en una fiesta lo he visto beber de esa forma tan grotesca. El frío me está matando, así que gateo hasta la mochila para buscar el suéter.
—¿Qué haces? ¡¿En dónde está tu abrigo?!—Papá se enoja, girando la cabeza a todos lados para buscarlo.
—En el agua… —respondo yo más enojado.
—¡¿Tiraste tu saco al agua?!
—¡Pues sí!
—Eres un animal... —reprocha Papá por lo bajo.
No digo nada del dinero porque ahí sí que me quedaré sin dientes y luego seré humillado por mi hermano menor, lo que en definitiva es mucho peor. Tampoco me toma mucho tiempo hasta sacar un abrigo negro de lana no mucho más grande que el anterior. Me lo pongo rápidamente. ¡Guau, este es mil veces mejor que el que tenía antes, bendito sea Fleknör! Es tan acogedor, que se siente como estar en primavera.
—Oye Fròderin, yo que tú me pongo esto, es mejor que esa cosa toda desgastada tuya. —Le digo sobradoramente.
—¡El mío si está bien, mejor que ese nuevo suéter tuyo! —me exclama.
Papá guarda la botella y cierra la mochila, acto seguido huele su brazo y al instante aleja la cara con asco.
—No vendría mal... —mete su brazo lentamente en el agua. Verlo me da ansiedad.
Es casi hipnótico y a la vez asqueroso ver como a medida que mueve el brazo, el agua a su alrededor se torna un poquito oscura. ¿Qué le pasa a ese brazo pues? Lo saca y vuelve a oler.
—Ahí está mejor. Vámonos.
Nos ponemos de pie, ayudamos a Papá a levantarse y reanudamos el viaje…
El sol se oculta; las estrellas se ciernen sobre nosotros.
Hace mucho más frío que en la mañana. Papá nos mandó a buscar ramas otra vez, nadie tiene las bolas para comer carne cruda, y es por eso que estoy aquí frotando estas porquerías, porque yo tampoco quiero. ¿No podía pedírselo a Fròderin? ¡Yo ya lo hice ayer, está tarea es la peor de todas!
—¡Vamos! ¡¡Con más fuerza, hijo!!
—¡Lo intento, mierda! —grito.
—¡Sin palabrotas! —dice Fròderin sentado a un lado con un tono maduro.
—¡Cállate tú!
Las chispas salen, Papá me empuja y sopla para hacer fuego. Estoy agotado.
—Bien, ahora… miren y aprendan… —nos dice Papá con mirada desafiante.
Agarra unos palos con unas pequeñas ramitas que sobresalen casi en las puntas. Las clava con mucho esfuerzo en la tierra, a los lados de la fogata y, aprovechando esas partes sobresalientes, coloca otro palo más flaco. Fròderin y yo vemos en silencio. Acto seguido, Papá abre la mochila, saca la carne y pone tres pedazos sobre el palo como si fuese ropa mojada.
—¡Taráááán! —exclama presentándonos su invento—¿No soy un genio?
Hay unos segundos de silencio, hasta que Fròderin le aplaude felizmente.
—Gracias por el reconocimiento, su Majestad. —dice sarcásticamente inclinándose en forma de agradecimiento. Fròderin se ríe.
Los tres nos reímos por unos momentos, hasta que al cabo de unos segundos nos callamos. Mirar y oír el fuego me llena de paz.
—Papá, ¿te gustaría ser inmortal? —lanza Fròderin, rompiendo el silencio.
—Qué preguntas raras haces a veces…
—De hecho, es una pregunta interesante. —me corrige Papá—. Una muy buena para iniciar una charla filosófica. Pues, a mi parecer: la verdad es que ser inmortal sería algo terrible.
—¿Por qué?, ¿no es genial vivir por siempre? Ya sabes, muchos más ños...¿no? —menciona Fròd confundido y decepcionado por esa respuesta.
—¿Y cuándo descansaría? Todo lo que se vuelve eterno eventualmente se vuelve un infierno también, más aún cuando se trata de la vida. —Nos dice con tono serio—. Morir es lo que hace valiosa la vida, el que tenga un límite es lo que le da sentido; cuando eres inmortal, la vida pierde su valor, dejas de vivir y solo "existes". No hay genialidad o paz en eso. Prefiero ser un simple mortal.
—No sabía que podías ser así de profundo. —Elogio.
—Son cosas que aprendes cuando eres soldado y vives en tiempos de guerras. El ciclo de vida de nuestra gente es muy prolongado y lento, eso hace que vivir en estos tiempos sea muy tormentoso, pues desde hace siglos que se vive en este estado de tensión entre las naciones. Muchos sufren las consecuencias directas de ello, otros no tanto, y otra pequeña parte ni un poco. Ahora mismo se están gestando guerras, otras iniciando y otras terminando luego de mucho tiempo. El punto es: sí esto no parece terminar, ¿entonces por qué querría vivir por siempre para verlo? Tampoco quisiera esperar a que termine. Sí tan solo fuésemos como los de Terra…
—¡El Reino de los humanos! —atina Fròderin.
—Exacto. Recordarán que les dije que ellos viven una parte de nuestra vida, eso es lo que a mí me deja perplejo, el hecho de lo que para ellos es una vida entera; para nosotros es una etapa más en nuestro camino.
—¿Y cuál es el punto de querer ser como los humanos? —pregunto.
—Es obvio, hijo. Quiero que intenten imaginar la cantidad de cosas que puede vivir un humano: guerras, crisis, caos y esas cosas en sus cortas vidas. Mucho, ¿no es así?. Cuándo lo hayan hecho, luego intenten imaginar lo que nosotros, los dýmonos, podemos vivir en casi doscientos años.
—Vaya... —Fròderin se asombra.
—Ajá..., ¿ahora entiendes el punto? —dice Papá dirigiéndose a mí.
—Me ha quedado bien claro.
—Y es por eso, mis niños queridos del alma, ¡que estoy bien sabiendo que algún día me voy a morir bien muerto; Vivir por siglos es demasiado para mí. Los dýmonos estamos separados, nos matamos continuamente por ideologías o por meros juegos de poder. Sé eso mejor que nadie y mis camaradas también. En ciento cincuenta años participé en más de cuarenta batallas de todo tipo, ¡así que háganse una idea de lo jodidos que estamos!
—Guau, jamás lo había pensado de esa forma. —Digo asombrado.
—Porque eres un niño, no deberías pensar en ello; tendrías que andar revoloteando por allí disfrutando tu niñez, pero te tocó vivir esto.
—¿Por juegos de poder? —pregunto.
—Por juegos de poder..., sí. —Replica Papá con decepción—. Así fue y es la historia, así es la política: los poderosos orquestan, los débiles padecen.
—Quizás algún día todos se llevarán bien. —Reflexiona Fròderin.
—Puede que sí, pero no creo que llegues a verlo. Demasiados años para vivir suponen gobiernos larguísimos que pueden traer tanto beneficio como desdicha al Reino.
—¡Entonces yo le daré desdicha a la gente mala!
—Suena justo, ¡tienes mi eterno apoyo! —lo alienta Papá.
Okey... ahora Fròderin tiene aires de héroe, cosita. Pues ahora veo la vida de otro modo, comparándola con otra raza, me siento como un dios... un dios en medio del caos.
La carne ya está asadita y lista para ser comida, digerida y posteriormente expulsada para que algún klochivon encuentre comida en caso de emergencia... buaj. Fròderin le da un mordisquete bien grande, engullendo la mitad de su carne, y eso que le toco un pedazo de los buenos. Se nota que lo disfruta, eso sí que es tener hambre.
—Bien, ahora me toca a mí generar conversación. —Digo antes de probar un bocado. Sabe un poco a queso, no sé si deba preocuparme...
—Soy todo oídos. —Papá da luz verde para continuar.
—¿Cuándo llegamos? —le pregunto con la misma emoción.
—Este niño..., —murmura Papá—, pues a lo lejos está el Monte Froläin, así que ya estamos casi a la mitad del camino. Supongo que llegaremos pasado mañana.
—¡¿Qué?! ¿Tan rápido? —cuestiono contrariado—¡Dijiste que nos tomaría una semana! Bueno..., yo dije eso..., ¡pero tu me lo dijiste una vez hace años!
—Sí, pero que es que nosotros siempre hacíamos paradas más prolongadas. Ya sabes: instalar el campamento, quitar el campamento y así, ¿captas? —le da un mordiscón a su comida. Estos dos comen como animales.
—Sí, capto.
—¿De que hablan? —veo a Fròderin con la cara llena de grasa.
—No seas marrano, ¡límpiate eso ya! —Papá lo reprende—Tal vez seamos viajeros errantes, ¡pero no somos animales!
Que hable por él. Fròd se quita su saco y con el mismo se limpia el rostro. Pudiendo ver mejor su cuerpo, lo noto un poco flaco. Quizás sea una errada de mi visión por la oscuridad y la luz de la fogata.
—¡Ay que frío! —dice poniéndose su abrigo apuradamente.
—¡Jojoo! ¡Ya no puedo esperar a llegar!
—No cantes victoria. —Me frena Papá—. Aún tenemos que cruzar la parte más boscosa y peligrosa de Nilard...
Mis ánimos se hacen añicos en cuestión de segundos.
—¿"Peligrosa" dijiste? —tiembla Fròderin.
—Es broma, ¿no? —digo molesto.
—Pues no lo es precisamente por animales salvajes, sino por el terreno. Ya saben, ríos fuertes, precipicios, subidas y bajadas prominentes, esas cosas que suelen haber en estos putos lugares. Y es probable que veamos un poco de la fauna del lugar...
—¡Eso sí que son problemas! —exclama Fròderin.
—No se alarmen, estaremos bien. Terminen de comer rápido y váyanse a dormir, ¡mañana los quiero activados!
Y pensar que el viaje iba de lo más perfecto hasta ahora. Supongo que es mí culpa por pensar que iba a ser así de fácil.