Chapter 22 - X I X

Empecé el día un poco complicado: con un fuerte malestar estomacal como era de esperarse, pero nada que una buena ofrenda de popó a este bosque no arreglara. Este clima no ha hecho más que empeorar. Según Papá: es cuestión de tiempo para que inicie una gran lluvia. Espero que no sea tan fuerte o por lo menos… que no tenga razón.

—¿Quizás podríamos buscar algún refugio? —propongo.

—Que idea más tonta, ¿dónde pretendes encontrarlo? —replica Papá.

—¡Esa es una buena pregunta!... Y la verdad no sé cómo responderla… —digo.

Pff, al cabo que ni quería buscar refugio de todos modos.

—Oigan ¡ya estoy harto de caminar, esto es muy aburrido! — se queja Fròderin revoleando los brazos.

—Pues no sé a qué te refieres con "aburrido", digo, quizás quieras encontrarte con una bestia, a ver si eso te entretiene. —Papá se molesta.

¿Pero qué le pasa? O sea, puede que Fròderin sea un poco irritante cuando se aburre o yo proponiendo cosas que no nos hacen falta cada tanto, porque siendo sincero: ¿de qué nos sirve un refugio? ¡Mejor llegar cuanto antes! Sin embargo; desde la mañana que está molesto y ninguno de nosotros dos sabemos por qué. Intento pensar en algún motivo por el cual podría estarlo, pero no puedo recordar algo que haya hecho que lo pueda haber puedo así.

—¿Te levantaste con el pie izquierdo o qué?—pregunto acercándome a él por detrás.

—Creo que nos perdimos. —Responde al cabo de unos segundos.

—Oh, eso lo explica... alto, ¡¡¿¿cómo que nos perdimos??!!

—¡¿Y por qué no lo dijiste antes?! —exclama Fròderin muy enfadado, apareciendo al otro lado de Papá.

—Es que creo que hasta ayer estábamos yendo en el camino incorrecto…

—¡Pues entonces detengámonos! —grito hecho una furia.

—¡Ni lo pienses, además, no estamos perdidos en el sentido de que estamos yendo a cualquier lado!, solo digo que puede que tengamos que caminar un poco más cuando salgamos de Nilard. La idea era llegar directamente allá.

—¡Pues que idea más boba y también que forma confusa de decir las cosas! ¡No tenemos ningún mapa o forma de orientarnos más que tu memoria! —le reprocha Fròderin.

—¡¡Y eso es más que suficiente!! No necesito nada de eso.

Quiero creer que su ego no es tan grande como para pensar que podría planear y memorizar todo un viaje en su cabeza, porque de lo contrario yo ahora podría irme solo y sería casi lo mismo. Pudimos traer la brújula que teníamos en casa, pero al parecer ninguno de nosotros se acordó, así que admito que somos tan culpables como él. Una gran ventisca sopla de frente repentinamente, tanto que hasta nos hecha un poco para atrás. Cuando esta termina, un pequeño trueno se escucha. ¡Vaya presentación por parte de la naturaleza!

—Sí que será fuerte la tormenta esta. —Advierte Papá mirando el cielo.

—Eso parece… —digo aún molesto.

—Vayamos más rápido, busquemos donde resguardarnos hasta que se calme un poco. —Añade.

¡Ajá, mis ideas no eran tan malas después de todo!...¿pero a dónde vamos en primer lugar? Espero encontrar algo mínimamente cómodo y que en lo posible tenga techo. Con esa nueva idea en mente, aceleramos el paso y a medida que lo hacemos, más irregular se hace el camino: comienzan a aparecer pequeñas colinas, los árboles vuelven a cubrir el cielo, sin mencionar subidas y bajadas que a los pocos minutos hacen más cansino nuestro andar. En verdad es muy extraño la geografía de este lugar, o quizás es normal, qué se yo. Por primera vez vemos la colorida fauna de Nilard: el camino por delante rebosa de bellas flores de todos los tamaños y colores. La fragancia de éstas es notoria. Algunas tienen apariencias de lo más raras: ¡con pétalos saliendo incluso de los tallos! Jamás vi estas plantas, se nota que deben ser solo de aquí. En verdad Nilard es un lugar único en su estilo.

Cuando las cosas parecían que iban más o menos calmadas, se escucha una fuerte corriente de agua allá arriba a lo lejos. Subimos la pequeña colina y se nos revela un río... un río ancho, con una corriente muy poderosa. Cualquiera que intentara pasar a través de él nadando sería arrastrado y moriría ahogado de forma horrenda en medio de su desesperación. Qué cosas, ¿no?

—¡Oh vamos! —rezonga Fròderin.

—Ni modo, ¡andando! —ordena Papá.

Bajamos y nos arrimamos a la orilla. Papá se queda pensando por un largo rato, con su mano puesta en la barbilla y una cara que dice: "Estoy pensando".

—Pues sí está jodida la situación. —Confirma a los pocos segundos.

—Vaya novedad la tuya… —digo sarcástico.

Me esperaba algo más... qué se yo: algún plan o estrategia de militares experimentados.

—Okey, óiganme bien: los llevaré sobre la mochila, así que sosténganse bien porque si se caen ¡dudo que los pueda llegar a alcanzar!

—¿Ese es todo tu plan? —pregunto aguardando la siguiente parte del plan.

—¿Qué esperabas? Intenta encontrar otro modo. Oh, es cierto: ¡no lo hay!

—¿Y cómo piensas cargarnos con tu brazo lastimado? —pregunta Fròderin.

—No es cierto, ya está mejor. —Nos muestra su brazo, mueve un poco sus dedos.

Estamos jodidos.

—Okey... pero ¿cómo sabremos si no es profundo? —pregunto yo.

—¡Intentándolo, pues!

¡Estamos muy jodidos! ¡Vamos a hacer esto sin ningún plan mínimamente bien preparado! No quiero hacerlo, pero comienzo a creer que Papá no fue de los mejores soldados de su clase.

—Bueno ya, menos charla y más acción…, —dice sacándose la mochila—..., agárrense con fuerza, ¡y de prisa, no quiero perder el tiempo!

A pesar de mi gran preocupación por el posible desenlace de esta situación, me aferro a un lado de la mochila y Fròderin al otro. Papá cierra los ojos y da un profundo suspiro, como si se tratara de la encomienda de su vida: llevar a dos niños al otro lado del río. Se agacha y abraza con fuerza la mochila, acto seguido intenta levantarnos... pero obviamente no puede hacerlo.

—¿Podrías-

—¡No!

De algún modo saca la suficiente fuerza como para levantar tanto peso a pesar de tener ese brazo destruido.

—¡Vamos, vamos, vamos! —motiva Fròderin.

En medio de alaridos de esfuerzo, Papá consigue levantarnos y posteriormente consigue alzarnos sobre su cabeza. Se oye su fuerte respiración y su cansancio... creo que no es buena idea seguir.

—Oye, podríamos buscar otra forma, ¡podrías ahogarte! —advierto muy preocupado.

—¡N…no! ¡Lo haremos así!

—¡Nos vas a-

—¡Calla! —Fròderin me chista—confía en él.

—¡¡Gracias, Fròderin!! —exclama Papá abajo.

Y nos empezamos a mover al ritmo de un caracol embarazado, claro está. Se nota el esfuerzo en cada paso que efectúa Papá. Fròderin se nota muy calmado y optimista, pero yo, por mi no muy optimista parte, estoy listo para saltar a la orilla si algo llega a salir mal. Eso sí: si no lo consigo y me hundo hacia mi muerte, será su culpa. Entramos al agua, o bueno, Papá entra al agua y tan pronto como lo hace, larga un pequeño gruñido.

—Está fría, ¿no? —pregunto.

—¡Sosténganse!

La corriente es fuerte, pero a Papá no parece casi afectarle, ¡logra mantener el equilibrio con tanto obstáculo! Eso sí es admirable. Nos adentramos más y noto como poco a poco nos vamos hundiendo, y eso me enerva…¡me enerva demasiado, porque apenas hemos avanzado unos escasos metros de la orilla! Papá cada vez se esfuerza más y más, hasta lo escuchamos jadear forzosamente con todo este ruido.

—¡Papá!, ¿vas bien? —pregunta Fròderin.

—¡¡De puta madre!!

Llegamos a un punto en donde el agua nos salpica a mi hermano y a mi. Me asomo un poco: Papá tiene el agua hasta la cadera y sus brazos tiemblan demasiado. Estamos avanzando centímetros apenas. Continúa desplazándonos hacia adelante y empezamos a subir de vuelta hasta que Papá tiene el agua en las rodillas. Eso ya me calma un poquito, pero todavía nos falta mucho. Luego de mucho tiempo y dolor por parte de Papá, conseguimos por fin llegar a la mitad del río.

—¡Eso es, continúa!

Todo va perfecto, pero de pronto, quizás por toparse un pozo en el suelo, Papá se desmorona y se hunde en segundos, soltándonos. Caemos al agua. ¡Siento un intenso choque de frío, la corriente me arrastra! El pánico me domina, pero soy capaz de nadar con esfuerzo a la superficie. Intento buscar a mi hermano.

—¡¡¡Fròderin!!! —llamo.

Busco desesperado y lo veo allá delante mío; intentando nadar hacia mí. Me ayudo con la fuerza del agua para acercarme a donde se encuentra. Fròderin es succionado al fondo.

—¡Mierda!

Me apuro, tomo aire y me sumerjo una vez más. ¡El frío me quema! A pesar de mi vista borrosa bajo el agua, ubico a Fròderin dando vueltas frenéticamente. Cuando estoy por alcanzarlo, soy tirado hacia abajo, impactando contra una roca. Esta rasga mi pecho con fuerza, un fuerte ardor me desconcierta por unos segundos. Todo a mi alrededor está rojo, pero me concentro en seguir. Logro alcanzarlo y lo agarro fuertemente por la pierna. Con rapidez, salgo una vez más la superficie, Fròderin toma una bocanada de aire, para luego abrazarme con fuerza.

—¡Aprilio, donde está pa-

El agua nos vuelve a chupar para abajo con más intensidad, por poco vuelvo a perder a Fròderin. Lo agarro con fuerza, a causa de las vueltas me estoy mareando y la respiración falta. Choco con el suelo repetidas veces, pero no dejo de aferrar a mi hermano. Ya no podemos salir, así que libero una mano y me agarro a donde sea con todas mis fuerzas, ¡no pienso morir aquí! Me preparo y me intento impulsar hacia arriba, pero la corriente me vuelve a tirar abajo. Mi cuerpo se está por agotar, comienzo a tragar agua, siento como si mis pulmones se quemaran, pero vuelvo a intentar subir una vez más. Me vuelvo a impulsar con las piernas, consigo salir al aire, sin embargo, al intentar respirar, todo lo que sale de mi boca y nariz es agua. Trato de nadar hacia el otro lado, el cual está a unos metros, pero el agua me vuelve a llevar abajo por tercera vez. La corriente me arrastra con tal fuerza que me azota contra el suelo rocoso. Fròderin se me suelta y lo último que veo es la mochila que me pasa por al lado, justo antes de que todo se vuelva negro…

Siento fuertes presiones en el pecho y unas voces que me llaman. ¿Ya estoy en el más allá? Ya no siento el frío del agua, así que debo de estar allí. No hay ruido, excepto por esas voces. Una voz femenina, muy familiar, destaca entre ellas. Me pide que resista con insistencia. Vuelvo a sentir presiones en mi pecho. Bastante molestas.

—¡Hijo! —escucho su maldita voz con un largo eco.

Oh, ahí está él, sabía que me iba a morir por su culpa. Lo golpeare en cuanto lo... auch, otra vez estoy sintiendo esa extraña sensación, es como si intentaran hundirme las costillas. La voz femenina me pide que despierte.

—¡¡Despierta!! —La voz cambia a la de Fròderin.

Abro los ojos al instante, en mi estado de conciencia empiezo a vomitar una cantidad ridícula de agua que me empapa la cara. Al cabo de unos segundos, puedo volver a respirar. Me siento desorientado. Me duele todo el cuerpo como nadie podría imaginarse.

—¡Oh, gracias a los Padres Fundadores! —Papá me levanta y me abraza.

—¡Aprilio! —Fròderin corre a abrazarme también.

No comprendo que sucede, sus voces se oyen con un eco raro. Giro mi cabeza un poco y veo el río. ¿Hemos... logrado cruzar al otro lado? Ahora mismo es cuando mis sentidos empiezan a volver, siendo lo primero en sentir el frío abrumador.

—¡Lo conseguimos, cruzamos el rio!

Oh… eso lo confirma.

Vuelvo a girarme y veo los rostros borrosos de Papá y Fròderin, sin embargo, es el de Papá el que veo con más claridad que el otro. Al verlo bien a los ojos, siento como si dentro de mi helado cuerpo la sangre me hirviera. Alzo mi mano y le pego una cachetada, que traducido a la energía que tengo ahora es lo mismo que una caricia.

—¡Sí, sí, aquí estoy! —dice felizmente agarrándome la mano.

Carajo...

De repente siento mucho más frío, ¡demasiado! Un profundo dolor que abarca toda mi espalda y un ardor punzante en el cuerpo me genera mucha molestia, así que decido levantarme por más que me cueste, pero Papá me empuja suavemente al suelo.

—No te levantes, estas terriblemente herido.

—¿Q...qué?

Mueve un poco mi cabeza para luego levantar mi suéter, revelando algo negro que va desde mi hombro izquierdo hasta la parte derecha mi abdomen. ¿Qué rayos es eso? Al mirar mi brazo izquierdo, me doy cuenta de que se trata…, si serán desgraciados…

—Estabas sangrando a chorros cuando te logré agarrar. —Me explica Papá.

—Tuvimos que romper un poco tu suéter para tapar la herida. Lo siento, je je. —Añade Fròderin.

Genial. Si el agua o el desangramiento no acaba conmigo, el frío lo hará. ¿No puedo estar en paz por un momento? Mi vista se esclarece mejor y mi audición vuelve a la normalidad al cabo de unos minutos. Vuelvo a mirar el río una vez más. Pude haber muerto allí, tuvimos suerte de que Papá me haya alcanzado. Al apreciar el suelo, veo que el pasto a mi alrededor está rojo: manchado en sangre.

—Tengo... frío…

—¡Claro, déjame buscar!

Papá se dirige la mochila, la cual ha quedado bastante dañada, abollada por todos lados, llena de barro y piedritas. Hasta un hoyo se le hizo en una de las esquinas. Saca el abrigo obsequiado para Fròderin todo mojado y viene apresuradamente a mí.

—¡Eso es mío! —Fròderin le reclama a Papá.

—¡Silencio, ahora no lo necesitas! —y Papá le calla la boca…

Me viste con el mismo sobre mi suéter húmedo. A pesar de estar también mojado, puedo sentir ligeramente un poco más de calor, para mí fortuna. Sin embargo el frío sigue predominante en mi cuerpo.

Papá se quita la armadura que protegía su brazo lastimado y la tira al agua, la cual se hunde casi al instante. procede a retirarse su saco, revelando su extremidad dañada, la cual tiene un aspecto un tanto... sucio, y con las marcas de las ataduras del guardabrazo que recorren toda esa parte. Total, que me acobija y enrolla en él como si fuese un recién nacido. Me levanta en brazos. Ya sé siente mucho menos frío. Aunque esto tiene un olor ciertamente fétido.

—Cómo cuando eras un bebé, ¿recuerdas? —pregunta Papá tiernamente.

Lo miro con el ceño fruncido.

—Uy bueno…, —dice molesto—..., ¡Fròderin, andando!

—¡Sí! —justo cuando Fròd dice eso, un trueno resuena en el cielo.

—Y mejor apresurémonos antes de que tengamos más problemas con los que lidiar.

No entiendo como ellos dos están casi intactos luego de semejante paliza natural. ¿Cómo es que yo soy el que se siempre lleva la peor parte? Nos volvemos a adentrar en el bosque. Nunca imaginé que iba a estar tan cerca de pasar al otro mundo. Jamás sentí tanto miedo: ni siquiera aquella noche en la Capital. El ruido del agua se hace progresivamente menos estruendoso conforme nos alejamos de ese maldito río y con él se van también mis ganas de volverme a meter al agua durante un largo tiempo...