Fleknör abre la trampilla. Papá es el primero en salir con el sable, con dificultad por su brazo, claro está. Fròderin va gateando detrás de él y yo soy el último en subir. Estoy lleno de tierra. Me sacudo para quitarme la suciedad de encima.
—Sí, lléname de porquería el suelo. —Me reprocha Fleknör.
Qué se joda. Iba a decirme otra cosa, pero se da cuenta de que Papá lo mira fastidiado a un lado, por lo que dirige toda su atención a él.
—Por qué la cara larga, ¿eh?
—¿Era necesario que me ridiculizaras usando mi nombre?
—¡Ah, vamos princesita, el que tuvo que dar la cara fui yo! Tuve que improvisar, además creí que sería divertido. Fue bastante acertado hacer que se vayan a buscar al sur… espero que no hayan compañeros allá.
—Más vale. —Papá tira el sable al suelo.
—Bueno trío de pendejos, ¡vamos a prepararlos antes de que se vayan! —Fleknör toma su arma y la deja en su cama.
A pesar de que esta persona ha mostrado ser un poco... excéntrica desde el inicio, ahora sí que se nota que sigue siendo un élite hecho y derecho; pudiendo mantener la calma y disimular bien, dando información falsa creíble, hablando en su lugar de... caca. Ingenioso, pero asqueroso. ¡El arte de hartar a la gente es realmente efectivo!
—Bueno, ¿qué quieren llevar? ¡Tiren pedidos!
—¿Tienes comida? —pregunta Papá.
—Tengo unas patatas en la alacena.
—¿Agua?
Fleknör va a su pequeña alacena en dónde saca una cantimplora la cual tiene forma de calabaza, porque bueno…, es una calabaza, y bastante grande.
De ahí también saca seis patatas crudas, que son todas las que tiene. Espero que no le estemos quitando toda la comida. Generosamente da estas cosas a Papá. Se guarda las papas en los bolsillos.
—A unos pocos kilómetros de aquí hay un pozo, ve al este unos cuantos kilómetros y la hallarás. —Indica Fleknör.
—Esto durará al menos hasta que lleguemos a Nilard. —Papá observa la cantimplora.
Me dirijo a tomar el saco de carne y se lo doy a Fròderin, porque yo no pienso seguir cargando esa pesadísima bolsa. Cargar seis kilos de carne en los hombros por cinco kilómetros es verdaderamente agotador. Papá la toma y se la entrega a Fleknör para que este la observe. Al cabo de unos segundos, este la devuelve a Fròderin.
—Pues diría que ahí tienes para unas dos o tres semanas, si es que lo racionan y no se les pudre. ¿Quieres que la cocine? —ofrece.
—¿En esa hoguerita? Estamos apurados, Redondo.
—¡Besa mi trasero enano entonces! No es un horno mágico.
¿Eso es todo lo que nos va a ofrecer?, ¿una botellota y papas? Bueno, es mejor que nada, era lo único que necesitábamos de momento. Tampoco se puede ser tan exigente con una persona residiendo en medio de la nada
—Bueno, les daré mi manta y unos abrigos, este invierno estará jodido, y con esa ropa no sobrevivirán a las tormentas. —Advierte.
No dije nada. ¡Le vaciaremos la casa si es necesario!
—Pero... ¿en dónde llevaremos todo? —Fròderin habla.
—¡Buena pregunta!
Fleknör se dirige a su sillón y, moviéndolo un poco para adelante, saca de detrás una mochila enorme cubierta en una gris y espesa capa de polvo. La sacude con fuerza y le da varias palmadas, largando una polvareda enorme que llega hasta nosotros. Un estornudo sale disparado de Papá. Fròderin y yo tosemos.
—Hace unos meses fui a la Capital a comprarla: quince putas trìas, ¡¿puedes creerlo?!, encima que no le encontré forma de usarlo. Está en excelentes condiciones, en su mayoría… no debí guardarla allí… je. —La trae y se la entrega a Papá.
Tiene únicamente un solo broche, pero por lo grande que es, estoy seguro de que cabrán muchas cosas.
Ya comienzo a emocionarme. Acto seguido Fleknör va hacia su armario y lo abre: de allí saca unos chalecos de cuero, ¡mismos que nos harían ver tan apuestos como el Caballero Rùni d'Illfarren en sus tiempos de gloriosa juventud! También lleva unos suéteres de lana.
—Vaya, ¡igual que en los viejos tiempos! —menciona Papá con nostalgia observando la mochila.
—Estos abrigos no son lo mejor de lo mejor, pero les servirán. —Se los lanza a Papá y él los mete a la mochila—. Lo siento Bryo, pero no tengo nada para tu talla, te hubieras quedado enano.
—¿Y qué quieres que haga? ¿encogerme?
Fleknör y Papá ríen juntos una vez más.
—¡Por las chiflacas de mi bisabuela!—Fleknör se exalta. Algo halló—¡Todavía me quedan partes de mi armadura!
¿Qué rayos son "chiflacas"?
Del armario saca una caja gigante llena de partes de armadura como él dijo y la pone en el suelo. Se ven bastante pequeñas para ser de un ex soldado, cualquiera creería que son de juguete. Se nota que en el ejército son inclusivos. Están relucientes, como si hubieran sido adquiridas hace muy poco tiempo. Aun así, veo que faltan muchas partes. ¿Se le habrán roto? O quizás las vendió. Esas piezas tienen pinta de valer un buen par de monedas.
—Bueno, niñatos, ¿quién es el que pega más fuerte? —nos pregunta.
Fròderin me mira y luego me señala con decepción en su mirada, obviamente. Sabe reconocer su posición, le concedo eso.
—Okey, los guanteletes, las coderas y las hombreras son para ti. —Me los arroja, cayendo a mis pies. Podría habérmelos dado en la mano el muy descortés.
Los tomo con un poco de molestia y los miro detenidamente. ¡Estás cosas cubren mis brazos por completo!
¡Y los guanteletes parecen garras con esos picos filosos!
Lo mismo en esas cosas que van en el codo... no sé cómo se llaman. Las hombreras son de un metal más liso, pero no por ello menos protector.
Pobre la gente que haya recibido un golpe de esto. Me sorprende que no tengan ni un poco de óxido; bastante oportuno. No sé por qué: pero una parte de mí no les ve un uso práctico a estás cosas en mi caso. De todos modos, son más que bienvenidas.
—¿Y quién es el que corre más rápido?
—¡Yo! —Fròderin contesta primero mirándome. Qué resentido. Ni lo es tanto.
—Las grebas para él entonces. —Se las alcanza a Fròderin. Se nota que no le caí muy bien.
—Pero...¿esto hará que corra más rápido? —pregunta mirándolas detalladamente. Incluso para Fròderin, las grebas están un tantito grandes para sus piernas.
—Obvio no, aun así, si tu habilidad es correr como gato encendido, ¡entonces protege esa habilidad de los peligros venideros!
Fròderin no parece captar ese insulto o extraño halago y al final termina aceptando su "regalo" con una sonrisa. La verdad, y pensándolo bien: no le veo un uso práctico a estas cosas. Por lo menos no de momento.
—Bueno, me quedó la protección interna del torso, se la dejo al Piernas Locas. —Dice refiriéndose a mi hermano.
Papá recoge todas las cosas y las mete en la mochila. Estamos mejor preparados que antes, ¡tenemos hasta armadura! Me siento como todo un aventurero, ¡un caballero legendario! Esperaba que también me dejara llevarme su sable, pero me da cosa preguntar. Me conformaré con mi cuchillo.
—Okey, nos largamos de aquí. —Anuncia Papá.
—¡Ya era hora! Je…
Fleknör corre a abrirnos la puerta. Salimos todos juntos. Ya el cielo está más claro y la brisa me pega en la cara una vez más. Por un momento sentí miedo, tenía la sensación de que esos soldados seguían cerca.
—¡Oigan niños, no tan rápido! —Fleknör nos llama.
Fròderin y yo nos acercamos con algo de curiosidad, ¿qué quiere ahora? A lo mejor se le olvidó algo para darnos, ¡espero que sea su sable!, ¡ya quisiera usarlo!
—Tengo que bendecirlos para su viaje. —Nos pone la mano en el hombro a cada uno por un segundo y luego la retira—. ¡Bam!, bendecidos.
—¿Para qué fue eso? —pregunto extrañado.
—Para la buena suerte, ¡dah! —responde.
No digo nada y simplemente me doy la media vuelta ocultando de la mejor manera mi desilusión. Ya tengo muchas ganas de irme. Este tipo está empezando a drenar lentamente mi paciencia como un hoyo muy profundo en un lago. Yo de verdad quería ese sable…
—Suficiente, niños. Nos vamos. —Nos anuncia Papá.
Nos toma de la mano y volvemos a empezar el viaje hacia Nilard.
—¡¿No me vas a despedir?! —Fleknör grita detrás nuestro.
Papá nos suelta y se dirige a su amigo. Es chistoso ver como tiene que arrodillarse para poder darle un abrazo. Fleknör le da unas palmadas, luego de unos segundos se pone de pie. Parecen estar teniendo una conversación, ¿justo ahora? Será mejor que lo llame antes de que se queden allí todo el día, pero antes de que lo haga, Papá viene corriendo a nosotros y nos toma de la mano. Veo a Fleknör meterse a la casa, antes de que Papá me jale con fuerza. Nos lleva agarrados a paso rápido, casi arrastrándonos. Supongo que cuando nos alejemos un poco ya podremos continuar con normalidad. ¡Qué mañana movida!
—¡Me cayó bien tu amigo! —menciona Fròderin.
—A todos les cae bien Fleknör. Era el más querido de nuestro grupo.
—A todos menos a mí. —Comento.
—¡Obviamente porque no le sabes al buen humor! —replica Papá.
Pff, mi humor es mejor que el de ese tipejo.
Ahora que me doy cuenta, no terminé mi café y tampoco comí nada. Con razón estoy empezando a sentir hambre otra vez. Mejor no digo nada y me aguanto hasta la noche. Se veían tan tentadoras esas galletas, pero Fleknör me distrajo todo el desayuno con su show de pésimas bromas y arrebatos emocionales. Ah y también esos malditos soldados, ellos no se salvan de la culpa.
—¡Su café estuvo delicioso! —dice Fròderin.
Bueno, ¿acaso Fròderin va a estar alabándolo todo el día?
—Redondo siempre llevaba una bolsa de café importado de Yekatània a las misiones, ¡y vaya que ese es el buen café! Por eso era normal verlo tan enérgico. Me sorprende que aún tenga de ese. ¡Su sabor es inconfundible!
Pues no llegue a disfrutarlo del todo...
—Ahora vayamos hacia ese pozo de agua y desaparezcamos de aquí de una vez por todas. —Dice Papá.
—¿En dónde te dijo que estaba? —pregunto.
—A unos pocos kilómetros hacia el este. —Contesta.
Nos espera otra larga caminata…
Y así estuvimos por lo menos otra hora y media según el juicio de Papá hasta llegar a la meta propuesta. La verdad no sé quién fue el gracioso que hizo ese pozo, tampoco el por qué decidió hacerla tan alejada de todo, así como tampoco sabemos si tiene agua en buen estado... si es que tiene agua en primer lugar. Desde hace un pequeño rato habíamos ubicado la fuente, teniendo que adentrarnos en una zona llena de colinas, lugar en el que jamás he estado. Ahora que lo pienso, nunca había visitado estos lugares aburridamente no tan aburridos; siempre hice mis aventuras en la Capital, apenas y salíamos a las afueras para cazar uno que otro animalito rondando por allí. Tener que subir y bajar estas montañitas es tedioso, puesto que algunas son lo suficientemente empinadas como para tener que gatear para escalarlas y ni hablar de bajarlas.
Alcanzamos la colina en donde está el pozo. La escalamos a las corridas, sedientos y ansiosos de tomar lo que sea que encontremos allí. ¡Llegamos, por fin! Es una fuente relativamente... normal, supongo, igual a como se le suele retratar en los libros; un círculo alto de adoquines bajo un techo que se cae a pedazos, sobre el cual está colgando una cubeta de madera sucia cubierta de moho por todas partes atada a una soga muy larga, la cual está asegurada a una estaca en el pasto para que no caiga en el interior.
Al asomarnos, no vemos más que oscuridad, no alcanzamos a ver el fondo. Para asegurarse de que esta cosa tiene agua, Fròderin toma una piedra medianamente grande tirada a un lado del pozo y se dispone a lanzarla dentro. Por unos momentos solo escuchamos la piedra chocar repetidas veces contra las paredes hasta que para alivio nuestro se oye el impacto contra el agua salpicante. ¡Menos mal!
—Buena decisión, hijo. —Elogia Papá.
Fròderin no se inmuta ante esas palabras, tal vez porque le pareció la solución más obvia, pero es que ni a mí se me había ocurrido.
Papá quita la estaca del suelo, tomando la soga y luego desenganchando la cubeta, dejándola caer hasta que esta también llega al agua. La deja allí un tiempo para que se llene, si es que lo hace, hasta que luego comienza a jalar para traerla. Se nota que está medio pesado por cómo le cuesta a causa de tener que usar un solo brazo, así que Fròderin y yo vamos en su ayuda. Efectivamente, es pesado.
—¡Espero que sea agua de la buena! —exclamo impaciente.
—No tientes al destino… —me advierte Papá.
Logramos subir la cubeta y Fròderin la agarra apuradamente. Me acerco para ver…
Viéndolo desde el lado negativo: el agua está más verde que mis catarros durante los peores resfríos que podría haber experimentado jamás en la historia. Hasta me costó asimilar que ese líquido yaciente en la cubeta es agua. Viéndolo desde el lado positivo: al menos conseguimos algo que beber.
—Bueno, ya que. —Suspira Papá buscando la cantimplora en la mochila.
Al encontrarla, la destapa y procede a llenarla hasta el máximo. Puede que él esté dispuesto a tomar eso, pero yo prefiero seguir siendo un chico sano.
—¿Es seguro beber eso? —pregunta Fròderin oliendo el agua, poniendo luego una mueca de asco.
—La probabilidad de que tengamos diarrea por esto es alta, ¡pero podríamos decir que tuvimos suerte! —contesta Papá.
Dejando esa desafortunada declaración de lado, me enfoco en el camino por delante y me percato de algo que no había visto hasta ahora..., en la lejanía de las llanuras. Se ve un paisaje que a primera vista se me hace extraño por el gran contraste que tiene con el lugar en el que nos hallamos parados: allá todo está cubierto por un manto casi negro, como si fuese una tierra arrasada. Me quedo embobado observando el montón de montañas que decoran el horizonte.
—¿Qué es eso? —apunto con mi dedo.
—¿No es obvio?, es Nilard.
Me quedo boquiabierto ante este descubrimiento, no sé cómo no me di cuenta. ¡Por primera vez en mi vida estoy viendo el legendario Nilard! Es tal cual como lo había leído:
"Un vasto y ominoso bosque de decenas y decenas y decenas de kilómetros que se ha convertido en una de las maravillas naturales más distintivas del continente rutterfórdeo. Si te colocarás en una esquina e intentaras llegar al otro extremo con la vista, no verías más que árboles y montañas perdiéndose a lo largo del horizonte, no importa por donde lo mires; del sur al norte y del este al oeste. Incluso si te pusieras en el punto más alto de Nilard; en la cima del Monte Froläin, con sus novecientos aproximados novecientos veinte metros de altura, serías incapaz de ver siquiera la mitad del bosque.
En términos de tamaño: el súper bosque de Nilard es semejante a una ciudad mediana."
O algo así decía, no recuerdo muy bien.
—¡Guau, se ve increíble! —Fròderin admira el bosque junto a mí.
—¡Avancen pues! —Papá pasa por en medio de nosotros, corriéndonos bruscamente.
Bajamos la colina y nos dirigimos hacia Nilard. Por un momento hasta me estaba emocionando por adentrarme allí, hasta que me acordé de lo peligroso que es ese lugar, ¡pero no por eso debo dejarme asustar! Con todo lo que tenemos ahora, me siento malditamente invencible. A partir de aquí, volvemos a estar en tierra plana, y los árboles empiezan a aparecer, y van llenando la zona rápidamente conforme nos acercamos más y más.
—¿Cómo sabremos si estamos yendo en la dirección correcta? —Fròderin se acerca a Papá.
—Cómo dije, ya he estado aquí muchas veces. Hay puntos de referencia, con que encontremos uno ya estaremos bien orientados... —dice nuestro padre un poco hastiado.
—Entonces, ¿tienes el bosque grabado en la mente?
—Hace tiempo que no piso el lugar, pero sí. Bueno, más o menos.
¿Debería preocuparnos eso?
—Igual no se preocupen, la probabilidad de encontrarnos con una bestia en el camino es casi nula, han despejado el terreno cientos de veces.
—Pero sigue habiendo probabilidad, Papá. —Digo.
—¡Sí, es cierto! —Fròderin me respalda.
—Puff... chamacos pesimistas… —murmura nuestro padre.
Luego de hablar tonterías, reírnos de chistes sin sentidos y soportar a Fròderin repitiendo que tiene hambre y sed, llegamos a la entrada de Nilard. Bueno, no es una entrada como tal, pero se entiende.
—Aquí lo tienen. ¿Hay algo que quieran decir antes de dar el siguiente paso? —nos detiene Papá frente al bosque.
Por mi parte no tengo nada que decir, prefiero admirar este no tan admirable lugar. Los árboles son el doble de grandes que los que estoy acostumbrado a ver. Tiene una gran variedad de tonalidades verdosas. ¡Es bellísimo, realmente bellísimo!
—Espero que no se me pierda en el camino. —veo a Fròderin con su peluche en las manos. Alto, ¿su peluche?
—¿Dónde lo tenías guardado? —pregunto asombrado.
—¡Se me da bien esconder mis cosas!
Me doy cuenta de ello. Se me vienen a la cabeza posibilidades, desde las más simples hasta las más rebuscadas. También otras pocas que no voy a poner en palabras.
—¡Vaya, qué lindo muñeco! A ver, presta. —Pide Papá amigablemente.
Fròderin se lo extiende sin pensarlo dos veces. Papá lo observa detenidamente, acariciándolo incluso, como si se tratara de su tercer hijo. Así lo hizo hasta que, sin previo aviso, lo lanza con todas sus fuerzas al interior del bosque, perdiéndose en el techo de hojas de los árboles mientras volaba lejos. Lo oímos caer allá en la lejanía. No doy esperanzas de que se recupere. Por un momento Fròderin se queda en shock, pálido por lo que acaba de ocurrir. Se gira a Papá, duro como si una marioneta fuese.
—¡¡¿¿Pero por qué hiciste eso??!! —nunca lo vi así de molesto. Hasta me dio un escalofrío.
—Hágase hombre mijo, ¡ya no es momento de andar con peluchitos ni esas bobadas! —le aclara Papá relajadamente.
Y posteriormente, se adentra en el bosque, dejándome atrás con Fròderin hecho una furia y rojo cual tomate maduro. Lo tomo de la mano, respiro hondo, y me dispongo a seguir a Papá. Al entrar, siento una correntina fuerte de un viento helado. El cambio de ambiente es muy notorio, igual que en las historias de fantasmas..., ¡genial!