Chapter 19 - M e l o d í a

¡Me he estado preparando para este momento por décadas enteras! Estuve arreglando esta obra incansablemente todos los días, la he modificado mil y una veces para que todo sea perfecto; ¡será la noche de mi vida, la noche que todos recordarán! Impregnaré sus oídos con mi música. Me aseguro de verme bien, me peino rápido, limpio el polvo de mi traje y ajusto bien mi moño. Mis zapatos están bien relucientes; hasta puedo ver mi reflejo. El presentador me pasa por al lado y cruza el telón, saliendo primero al escenario. El barullo de la muchedumbre se frena.

—¡Con ustedes..., el hombre que marcó y marcará generaciones enteras con sus maravillosas obras! Viajó por todo el Reino, cautivando a miles de millones de personas con su talento y creatividad, desde Strademburg hasta Klàinz, y desde Klàinz hasta el resto de Obörmman. Hoy, nuevamente, vuelve a su hogar natal: ¡el músico más talentoso que ha habitado Gùnderzon jamás! El Teatro Nacional Strademburgés se place en presentarles a… Aprilio Gòpfan: ¡El Pianista de los Reinos! —anuncia el presentador.

El telón se abre lentamente, revelando delante a las millones de personas que han venido de todas partes del Reino para verme ¡a mí y a nadie más! ¡Hoy yo soy el rey de la noche! Delante, a la derecha, está ese piano en el que tanto he soñado tocar, el tan famoso y codiciado Piano Negro Horizontal, con el sonido más perfecto y hermoso que cualquier otro piano desearía tener. Todos aplauden y gritan a mi presencia. Las chicas enloquecen de amor y se orinan las faldas con tan solo verme caminar. ¡Soy un maldito dios! Conforme me voy acercando al piano, la gente enloquece más y más. Me acomodo en el taburete con elegancia, y espero pacientemente a que el público haga silencio, tratando de contener la emoción. Una vez que la última voz se apaga, apoyo mis dedos sobre las teclas listo para tocar mi obra perfecta: Oda a la Dymonidad. Justo antes de dar la primera nota, el público se levanta, y así como así...¿se van? Bueno, tal vez tengan mejores cosas que hacer, o quizás ya se aburrieron de escucharme y tal vez esto marque el final de mi carrera musical. ¡Oh, es cierto! ¡Hoy es domingo! Por eso se fueron, mañana deben ir a trabajar. Bah, lo pasaré para el próximo sábado.

Me dispongo a cerrar el piano un tanto decepcionado por lo ocurrido, pero al girarme, noto que en el enorme vacío del teatro hay una persona sentada allá a lo lejos, en el piso de arriba. ¿Por qué sigue aquí todavía? ¿Mañana no trabaja? Como sea, me levanto y me doy la vuelta para irme, pero esa persona ahora está en frente mío. Lleva un gorro curiosamente extraño que tapa gran parte de su rostro y una gabardina negra que cubre todo su cuerpo. Lo único que puedo verle son los ojos. Tiene unos ojos muy peculiares…

—¿Esperas que pregunte como hiciste para aparecer en frente mío? —digo egocéntrico.

El hombre evidentemente se muestra reacio a contestarme, así que decido salir del escenario de una vez, tengo sueño. Me doy la vuelta para ver si aún sigue ahí y sí: me sigue con la mirada sin mover un solo músculo. Vuelvo a subir para colocarme frente a él. Está más duro que una piedra, tampoco parece estar respirando, lo único que hace es mirarme y mirarme. Es desesperante.

—¿Quieres un autógrafo o qué?

Los ojos del tipo comienzan a brillar con una luz morada, mientras baja la cabeza un poco. Da unos cuantos pasos hacia adelante hasta tenerme a unos cuantos centímetros, pero parece arrepentirse y se vuelve a donde estaba. Se quita el gorro y levanta una vez más la cabeza, revelando su rostro adulto. Hay algo en él que me resulta muy familiar. ¿Por qué siento que llevo muchísimo tiempo aquí?

Intento moverme, pero no puedo. ¿Será que este hombre me tiró algún hechizo raro?

—¿Te importaría liberarme? —le pido.

—Yo tampoco puedo moverme, pero en algún momento tu tendrás que librar y luego te librarán a ti, tranquilo. Las aves se encargarán de ello. —Dice con una voz profunda.

¿Qué cosas está diciendo? Las aves no tienen que hacer eso; él tiene que hacerlo. Debo irme a casa. ¡Ya tengo sueño!

—Intentas moverte, pero ya no eres dueño de nosotros mismos. Cuando menos te lo esperes ocurrirá. Se aprovecharán de tu rencor. —Me advierte.

Supongo que es normal que encuentre lógica en sus palabras. Quizás no. Quizás sí.

—Algún día, Aprilio, no podrás moverte. Así me está sucediendo ahora. El destino único te dará un regalo que por miedo, no podrás quitarte jamás.

Y su abrigo se desprende de su cuerpo, revelando unas ocultas y grandes alas negras que se abren, encerrándome en su poderosa majestuosidad. Después de largos centenares de espera, después de tanta tristeza, está finalmente está aquí.