—Aprilio. —Papá me llama.
Abro un poco los ojos. Con la vista demasiado turbada distingo a Papá sobre mí. Mi mente se encuentra un poco alterada. Me froto los párpados y luego lo aparto para erguirme sobre mi cadera. Miro al horizonte: el sol ya está empezando a salir. Fròderin sigue durmiendo. Todo fue un sueño, uno no muy agradable, fue uno de esos que me hacen agradecer tanto despertar. Aun así, me siento calmado.
—¿Estás bien?
—Sí. —Contesto secamente.
Supongo que ahora tendremos que seguir nuestra nueva ruta hacia Nilard. Me levanto del suelo húmedo por el rocío de la mañana y me estiro las extremidades, las cuales crujen como hojas secas. Veo a la lejanía pensando en todo lo que tendremos que andar, sin absolutamente nada que ver. Las llanuras pierden muy pronto su encanto. Tomo el saco de carne que deje tirando por ahí anoche y me lo cargo al hombro.
—¿Tuviste otro de tus sueños raros? —me pregunta.
—¿Cómo lo sabes? —le replico mirándolo.
—No dejabas de moverte y balbucear cosas.
Bueno, jamás he sido muy discreto con los sueños. Una vez soñaba que me batía en un duelo a muerte a mano limpia contra un caballero forastero y a la mañana siguiente me desperté con un castigo de desayuno por haberle propinado una buena patada en la quijada a Fròderin. En mi dudosa defensa, estaba profundamente inmerso en ese sueño. No recuerdo si gané esa batalla. Confieso que nunca me disculpé con mi hermano con ese "desafortunado" episodio. No creo que lo haga.
—Sí. Quizás lo tuve. —Digo.
—¿Qué tal si me lo cuentas? Así por lo menos tendremos charla los dos. —Me propone curioso.
—No, paso de eso.
—Bueno... que conste que intenté dialogar. —Murmura.
Papá se levanta también y se estira de una forma tan rara: inclinándose hacia la izquierda y a la derecha. Doblándose hacia atrás y adelante, como si fuese la exhibición propia de un contorsionista. Una vez terminada su peculiar función, se dirige hacia Fròderin y como si fuera un juguete, lo agarra de la pierna y se lo lleva a la nuca, sentando sus piernas en los hombros. No me sorprende que ni la brusquedad lo pueda despertar de su adormilamiento. Apuesto a que podría disparar cinco rondas de cañonazos a su lado y seguramente ni lo haría mover una ceja.
—Bueno, ¡que empiece el viaje!
—¿Por qué él si puede seguir durmiendo? —pregunto molesto tomando el saco de carne.
—Ya sabes como es cuando se despierta: «¡Quiero comer, quiero comer!», «tengo hambre, tengo sed, quiero orinar, quiero hacer popó.». —Imita en un tono agudo—Y la verdad, ni tú ni yo queremos eso ahora mismo.
Pues razón no le falta, aunque de todos modos me sigue molestando tal injusticia. ¿Hasta cuándo tendrá privilegios este pequeño? Ya ha pasado su edad de gracia. ¡Ahora debería ser tan responsable como yo!
Empezamos a andar, encaminados hacia el noroeste, según Papá. Mientras caminamos me pongo a pensar en el hecho de que seguramente ha empezado lo que es el momento más importante y peligroso de mi vida desde que la Yusgè d'Infàterenn (Juzgado de Infantes) me impuso doscientas horas de servicio comunitario por quemar un árbol en la Plaza Central. "Acto de rebeldía" lo llamaron. ¡Juro que fue accidental!... un poco. No esperaba que el fuego escalara tan rápido. Luego de eso siguió el castigo de Papá, que no me dejó salir de casa por un mes. Mis condenas superaron mi crimen, ¡malditos abusivos! Pero dejando esa extraña anécdota de lado, pensar todo lo que tendremos que recorrer puede generarme emoción, puesto que imagino la de aventuras que vamos a tener, pero por otro lado me desmotivo porque bueno… es un destino muy lejano. Ya me olvidé a donde íbamos.
—¿Dónde iremos?
—De nuevo: Halley. —Responde sin muchas ganas.
—¡No ese! Me refiero al país ese que mencionaste ayer mientras corríamos, cuando dijiste «¡Nos vemos en no recuerdo dónde!».
—¡Oh! ¡La gran Klàinz! —responde con emoción. Su cara cambió ante mi aclaración—Es una nación muy lejos de aquí, pero sobre todo, muy antigua, más antigua que los mismísimos padres fundadores; ¡de ahí vienen Kraffen y Huböndelf, mis ídolos de toda la vida! La misma está en Obbormän, en el Gran Pico Sur, así que tendremos mucho que recorrer cuando viajemos allá, ya sabes, las temperaturas del invierno allí son mucho peores que aquí: las costas se congelan y por lo tanto no nos es posible ir hasta Klàinz en barco. Aunque es solo una teoría mía.
—¿Cómo que una teoría tuya? ¿Nos tomará todo el invierno llegar hasta Klàinz?
—Pues, nada nos asegura que nos tome toooodo el invierno, porque como dije: es muy lejos. ¡Además, ahora somos objetivos, viajeros errantes, con muy pocos recursos!, así que ¿quién sabe que puede pasar? Quizás tengamos la buena suerte de que no nos ocurra nada en el trayecto, pero también la mala suerte de que lleguemos a Puerto Biorja en invierno, si no, tendremos que aguantar un poco más la espera hasta que se descongelen las aguas.
—¿Y que quedaría hacer si llegamos en invierno? —pregunto.
—Tendríamos que tomar el barco hacia Nordion, que es limítrofe con Klàinz al norte, sin embargo; Nordion no es para nada pequeña, y justo para nosotros, no es nada segura. Si tenemos que parar en ese país, entonces tenemos que atravesarlo para llegar a dónde queremos.
—¿Y por qué no es seguro para nosotros? —continúo.
—¡¿Cuántas preguntas vas a hacerme?! —resopla Papá.
—¡Pues perdona, pero no me vendría mal saber los detalles del viaje! —aclaro enojado.
—De todas las naciones que conforman el Reino en su totalidad: ochenta y dos son las que pertenecen a la Unión de Naciones de Gùnderzon, antigua organización iniciada por Gutrhanz IV, en años tempranos de la Primera Era; 1789 hasta 1804. Ese fue el tonto que empezó el tema de los reyes supremos. Obviamente está Strademburg como cabecilla, lo que en otras palabras quiere decir que los países afiliados responden a los intereses y mandatos que se emitan desde la Capital.
—¿Y por qué un montón de naciones querría someterse al poder de una sola?
—Al principio se trataba de una unión con enfoque en el desarrollo y cooperación en la que todos los países eran parte y por muchísimos años, realmente fue así. Claro que todo terminó en el mandato de Higùna Turgen: del 90 hasta el 145, a principios de la Segunda Era. Ve lo que hace la corrupción y sed de control, Aprilio. Cuando tienes la capacidad de controlar un país, eres poderoso, pero cuando tienes la capacidad de poner a todo un Reino bajo tus pies, entonces eres retorcidamente poderoso, y Higùna lo consiguió poniendo a sus seguidores más lame suelas a cargo de las naciones, ¿entiendes lo que eso significa? Pareciera imposible, pero él lo logró. Para colmo, el tipo declaró el abandono de la unión como una forma de traición, y la traición era pagada con guerra. Y así se aseguró la supremacía de Strademburg hasta la actualidad. Las cosas han sido muy tensas desde entonces, pero hoy por hoy todo el que quiera irse puede hacerlo sin el miedo de luego tener que lidiar con masacres, y los antiguos valores y objetivos de este tratado han vuelto… más o menos. Klàinz es el destino más cercano que no pertenece a la unión, por lo que no tendremos que temer a la persecución allá, el problema está en que Nordion si es parte de la unión. Todas las naciones de nuestro continente, Rutterforx, son parte de ella. !Claro que sabrías todo esto si te hubieses tomado la molestia de estudiarlo como te pedí y así me ahorraba tanto discurso innecesario, pero bueno!
¿Ahora me sale con eso?, ¡esa semana tocaba biología, no historia! Pero como sea, por lo menos ya tengo una mejor visión de la situación en la que nos hallamos, y además, aprendo algo nuevo y oscuro de historia que debí haber aprendido antes, mas no importa por el momento. Me pregunto si nos conviene llegar al puerto en invierno o más tarde. Al principio parece que la segunda alternativa es la indicada, pero al estar en un lugar en donde básicamente todo mundo es un posible enemigo, no podemos asegurar que aquí estemos a salvo. Entonces habría que llegar lo más rápido posible al puerto y arriesgarnos a atravesar Nordion. No creo que nos sea tan dificultoso y tampoco creo que nos sea tan difícil ocultarnos, puesto que, ¿qué tanto les urge encontrar élites? Espero no estar confiándome de más, ¡no quisiera tentar al destino, el destino siempre juega sucio con los bocones!
Tengo entendido que Klàinz es una nación destacable, una de la que he oído bastante. A menudo catalogada como un frío paraíso, ¡no podría generarme tanta ilusión llegar hasta allá! Como Papá mencionó, es el lugar de nacimiento de dos de los grandes fundadores, y creo que también que dos provincias llevan sus nombres. He oído sobre el Gran Arco de Vitawer en la provincia de Zaitsen, dicen que es enorme y más bello que cualquier otro monumento en todo el Reino. Ojalá sea allí a dónde vayamos a vivir, aunque no quisiera preguntarle a Papá, pues ya bastante lo he ahogado con preguntas. Solo imaginarme ya en Klàinz me trae consuelo en esta aburrida caminata.
Me está entrando bastante sed, pero por lo que veo no tenemos ninguna botella o cosa cercana que pueda proveernos de agua. ¡Maldita sea, sabía que algo se nos iba a olvidar, y tenía que ser lo más importante! Salimos tan apurados de casa que no pensamos en que íbamos a tomar. Hasta teníamos una mochila y ni eso me acordé. No pienso beber mi orina. Ya qué, mejor me aguanto las ganas y no digo nada, porque seguramente me lo echará en cara a mí. Espero que algún milagro se nos aparezca.
Todo lo que veo a mi alrededor es nuevo en todo sentido, y a decir verdad, es tan… decepcionante.
Busco mil y una formas de entretenerme: cantaría, pero no tengo ganas. Me cuento chistes a mi mismo en mi mente, pero ninguno es bueno. Repaso el pasado, pero lo primero que se me viene a la memoria es lo de ayer y es lo último que quiero recordar. Hablaría con mi hermano, pero bien claro queda que ahora no es posible. Podría haberme rendido y simplemente asumir el aburrimiento hasta que por lo menos lleguemos a Nilard. Eso pensaba, hasta que vi en el horizonte, muy lejos de nosotros un punto que resalta bastante del predominante verde de las llanuras. No sé que será, pues el sol todavía está saliendo y lo tengo un poco a contra luz. Sea lo que sea, seguro no nos arrepentiremos de ir.
—¡Mira allá! —señalo hacia el punto.
Papá se cubre del sol para ver mejor y alcanza a ver lo que le indico. Está pensado en algo, pero no quiere decírmelo. No soy aventurero, o por lo menos nunca lo he sido del modo que lo estoy siendo ahora, pues siempre viví dentro de la Capital, y si salí, rara vez llegué relativamente lejos. Cómo recién iniciado en aventuras, supongo que investigar ese lugar no es mala idea por el hecho de que no tenemos un ápice de preparación si somos realistas. ¿Quién sabe?, a lo mejor y hallamos cosas útiles, ¡cómo en las historias caballerescas!
De pronto, Papá cambia nuestro rumbo hacia el noreste, en dirección hacia ese lugar. ¡Qué bien! No sé por qué, ¡pero ya quiero llegar ahí! Siento como si algo grandioso nos esperara! Es más lejano de lo esperado, pues la caminata nos toma largos y silenciosos minutos en los que armo escenarios épicos de mí teniendo grandes aventuras. Aventuras en dónde soy el héroe, explosiones aquí y allá, salvo el día, y a la chica de mi sueños, aunque no exista ninguna como la que en su momento tuve. En mi fantaseo se me aparecen de nuevo las imágenes de la noche anterior, pasando de una mínima alegría a seriedad de nuevo. A su vez, una sensación de preocupación en torno al lugar al que vamos se apodera de mí, como si tras un breve periodo de calma hubiese vuelto a la realidad.
En cierto punto de nuestro acercamiento alcanzo a divisar que lo que tan curioso y emocionado me tenía se trataba de ni más ni menos que una casa. ¿Aquí?, ¿tan cerca y tan lejos de la Capital? Qué raro, ¿por qué alguien querría vivir acá, en medio de la nada y no en Strademburg? Sea como sea, no lo descubriremos hasta que lleguemos. En obediencia a la inseguridad que me tomó por sorpresa, acomodo bien los cuchillos en mi cadera para sacarlos con mayor facilidad en caso de que sea necesario.
Una casa como esta no promete nada bueno, parece una cabaña abandonada. ¿Y si aun así no hay nadie? Las ventanas son más o menos lo único en buen estado, la madera oscurecida que conforma la totalidad de la estructura no mucho. Hay unas escaleras que dan a la entrada, adornada por un montón de macetitas con flores, algunas marchitas. Las cortinas del interior están cerradas. ¡Más mala espina no puede dar este lugar! El techo de pizarra lleno de moho y suciedad albergan en un extremo una humilde chimenea inerte. Permanecemos analizando el lugar un rato, dando vueltas alrededor. En la parte trasera nos topamos con un diminuto cerco relativamente alto tapado con una larga capa de cuero y a su lado, una carretilla con una faltante, la cual está tirada bajo la misma.
Al levantarla levemente para ver, vemos en el interior del cerco un montón de bolsas alargadas de arpillera acumuladas una sobre otra, con inscripciones que no alcanzo a leer.
Volvemos al frente de la casa y allí nos decidimos quedar: viendo y pensando. Por un momento me pareció ver las cortinas moverse, pero al verlas, me doy cuenta de que fue solo mi imaginación.
—¿Habrá alguien? —pregunto.
—Por supuesto. —Papá me señala hacia arriba.
Al ver hacia el tejado, me percato de que le chimenea está expulsando humo. Al final si hay alguien. ¿Nos habrá notado? Muchas ideas se empiezan a juntar, mas las hago a un lado para relajarme. Seguramente es un anciano el que vive aquí.
—¿Qué hacemos?
—Tú solo mantente detrás de mí.
Subimos al pórtico de la casa y nos colocamos frente a la puerta. El olor a húmedo es notorio. Tras un intervalo, Papá alza la mano y toca tres veces. Esperamos unos segundos, nadie recibe el llamado. Hmm, raro. A lo mejor no nos oyó, debe ser un anciano con problemas de audición. Vuelve a llamar, esta vez toca cuatro veces con un poco más de fuerza. De vuelta, lo mismo. Esperamos unos segundos más aguardando el recibimiento de quién sea que esté del otro lado, pero no. Seguramente quiere hacernos creer que no hay nadie, pero viendo nuestra situación eso solo nos daría pie para entrar a la fuerza (si es que realmente no hay nadie, pero no es el caso). A lo mejor tiene miedo o que sé yo, ¿qué tal si hay un grupo de matones dentro?
—Bueno, vámonos. —Digo a punto de darme la vuelta.
—¡¿Quién es?! —dice una voz carrasposa y gruñona desde dentro.
Me pego a las espaldas de Papá del susto en tanto sostengo uno de los cuchillos. Alguien con una voz así no augura un buen final en caso de avanzar en esto. Fue un error venir. Deberíamos marcharnos ya mismo, pero sé cómo es Papá, y sé que no se irá de aquí con las manos vacías. Estoy preparado para lo peor, espero que él también lo esté. No tengo idea de lo que podríamos sacar de esta persona, su casa no parece tener la gran cosa.
—¡Buenos días, señor! —empieza Papá—Perdón por molestar a estás horas, pero me preguntaba si-
—¡Sí, no me interesa comprar nada, largo! —interrumpe el hombre.
Papá se queda callado y se gira a mi, revoleándome los ojos mientras finge una risa. Luego se vuelve a la puerta.
—No somos vendedores, señor. Somos una familia en una situación compleja ahora mismo, por eso le agradecería si nos da una mano con una que otra cosa para llegar más cómodos a nuestro destino. Comida, bebida, abrigo; lo que sea. Aunque sea mínimo.
—¿Una familia?, ¿y cuántos son, eh?
—Solo somos tres.
—¡Pues son muchos, largo!
Papá baja la cabeza y suspira.
—Señor, tenemos un largo camino por recorrer, y no puedo permitirme arriesgarnos de esta manera. Ni siquiera le pido algo para los tres; tan solo para mis dos hijos.
—¡Aunque quisiera ayudarlos, apenas y tengo para mí!, ¡vayan a Strademburg!
—Venimos de allí, señor. Tenemos que ir deprisa a-
—¡Pues vuélvanse para allá y asunto arreglado! —vuelve a interrumpir el hombre.
¡Pero qué sujeto tan descortés! No se apiada ni siquiera un poco por nosotros. Ya no me extraña que alguien así viva en medio de la nada: ¡ni quién quiera estar cerca de semejante tipejo! Sabía que esto al final no iba a valer la pena. Si fuera por mí, tiraría abajo la puerta y entraría a picarle el trasero hasta que me dé todo lo que quiero. Me ha hecho enojar bastante este tipo. ¡Maldito desgraciado! No sé cómo Papá sigue insistiendo en dialogar con él.
—Tenemos que ir deprisa a Halley, ¡lo que tenemos no alcanzará ni para tres días!, ¡tenga un poco de buena voluntad, por amor al Padre Fundador! —Papá levanta la voz—¡Nos vamos a morir de maldita hambre si no nos ayuda! ¡Por lo menos una condenada botella de agua!
—¡Largo, he dicho!
Papá da un paso atrás y alza el puño, a punto de azotar la puerta a causa de la rabia que le generó este zopenco, mas se abstiene de hacerlo y respira hondo para calmarse, para luego darle una patada a una de las macetas bajo nosotros. Esta sale volando fuera del pórtico, rebotando en el proceso y rompiendo una de las frágiles vigas de madera del suelo. Fròderin se sacude como trapo por esta acción, pero ni eso lo despierta.
¿Qué ha sido eso? ¡Hay que entrar a picarle el trasero!
—¡Vámonos! —Papá se reacomoda a Fròderin y se da la media vuelta.
Lo sigo a sus espaldas y bajamos el pórtico, abandonando así este maldito lugar. Lo que yo pensé que sería un buen episodio para esta aventura terminó por ser todo un fiasco, me he arruinado el maldito día de la impotencia que me está haciendo sentir. No es que sea un chico ilegal todo el tiempo: pero como quisiera que Papá vuelva y le rompa una ventana o que sé yo. Aún no es tarde para entrar y picarle el trasero, ¡le dejaría una marca que no olvidaría en su vacía y solitaria vida! Nos alejamos del lugar y Papá lanza un escupitajo al suelo como señal de repudio. Al final, la aventura no ha tenido su mejor inicio en el exterior, pero ya veremos qué más nos depara el destino. Y en ese mismo momento, oímos a nuestras espaldas un grito: un grito fuerte que nos llama. Al darnos la vuelta hacia la casa, vemos, parado en la entrada cual estatua, a un hombre enano y barbón, medio calvo y panzón. Su semblante malhumorón confirman su ya sabida personalidad despreciable, vestido con una bata bordo y sandalias que parecieran ser demasiado grandes para él. En el medio de ella se escapa un poco su panzota peluda como la de un oso. Nos acercamos lentamente en silencio en tanto él nos observa, más que nada a Papá. Nos paramos a unos metros del hombre, quien da un paso hacia delante y da una ojeada a nuestro demacrado aspecto con una ligera expresión de asco. Me pregunto en qué pensaría alguien al ver tres personas con semejante apariencia ante ellos.
—¿Tu niño está enfermo? —pregunta señalando a Fròderin.
—No. Solo está dormido. —Responde Papá.
El hombre muestra un poco de su desconfianza, no se ve satisfecho con esa pregunta.
—Están hechos una porquería. Deberían pasar a tomar algo. Pásenle nomás.
Vaya, eso sí que no me lo esperé. ¡Victoria!