Ambos conectamos miradas. El imponente, viejo y ya inexpresivo sargento de policía está opacando su torso con el brillo de su pesada armadura. Ahora empuña su espada sin disimulo alguno, tal vez para atacar o quizás para coaccionarme por última vez. Y yo… asustado e indefenso, armado con un simple cuchillo. Me hallo acurrucado en la esquina de esta sala, con mi hermano todavía inconsciente, aguardando la aparición de Papá o la oportunidad mía de atacar. La tensión embarga el lugar. La cuestión aquí es…¿quién será el primero en accionar?
—¿Entonces te niegas a hablar? —lanza rompiendo el silencio.
En lugar de inventarme alguna otra excusa, decido mantenerme callado, pues ya no hay palabra que me sea de ayuda. Solamente suspiro, mientras me pongo de pie con lentitud, sin movimientos fuertes para no alarmarlo. Me apoyo sobre la pared, intentando que no vea el cuchillo. Él no reacciona. Sé que tengo solo una oportunidad, por eso tiene que ser perfecto. Siento como si la distancia que nos separa fuese enorme y pequeña a la vez. No puedo fallar.
—Bueno, me cansé. —Finaliza suspirando.
Dicha esas palabras, se dirige aceleradamente hacia mí. La luz externa deja de alumbrarlo y su figura se vuelve oscura, llevado de la mano con los aterradores sonidos de sus pisadas. La garganta se me cierra y la sangre se me congela. Para mis ojos es como ver una montaña aproximándose a toda velocidad, un gigante imparable a punto de aplastarme. En un ataque de pánico saco el cuchillo antes de tiempo, pero antes de que pudiera atacarlo inútilmente, cuando lo tenía apenas a un metro mío, algo que noto con el rabillo del ojo se escurre con rapidez en el espacio que hay entre la pared y el sargento Gunther. Este es empujado con una fuerza descomunal hacia la izquierda, impactando contra los muebles ya destrozados de la habitación. Me tiro al suelo, asustado y confundido, hasta que veo otra silueta en el lugar, muy cerca.
—Quédate allí. —Me ordena esa figura en voz baja. ¡Es la voz de Papá!
El sargento se quita los escombros de encima, aún aturdido por el repentino ataque. Desenfunda ágilmente y luego se levanta para arremeter sin mediar palabras o pararse a ver a quién tiene en frente, Papá hace lo mismo. Las espadas chocan. Hay un pequeño forcejeo entre ambos, hasta que Gunther mueve con brusquedad su brazo, rompiendo la tensión entre las armas también, dejando a Papá vulnerable, cosa que aprovecha para golpearlo directo a la cara desde el costado, tumbándolo hacia el comedor.
No pierde ni un solo segundo; levanta su espada y se lanza hacia Papá, quien ni siquiera logra levantarse del suelo a tiempo. El sargento de policía se detiene justo en frente de él y trata de empalarlo, pero por suerte mi padre logra detener la ofensiva, poniendo su espada en medio. Hay otro forcejeo, hasta que Gunther vuelve a repetir el movimiento fuerte con tal de desestabilizarlo, sin embargo, Papá responde pateándolo cuatro veces: tres en el estómago y una en la cabeza. ¡Vaya flexibilidad! Esto es suficiente para que Gunther retroceda, momento que Papá aprovecha para levantarse y atacar con más agresividad, pero antes de que su espada logre golpearle la cabeza, Gunther suelta su propia espada y, utilizando solo su mano, para la de Papá, dejándome estupefacto. Están justo en la entrada a la habitación. De no ser por sus guanteletes, habría perdido el brazo directamente. Gunther le propina un puñetazo en el pecho y Papá responde con un cabezazo. El sargento pierde el equilibrio, mas llega a echarse para atrás, cayendo a unos metros de mí. La espada de Papá choca con el suelo. No sé cómo sigue consiente, sonó como si le hubiera roto el cráneo. ¿Qué clase de gente es esta?
No pasan más de tres segundos, que Papá lo toma por la pechera y con un giro lo lanza contra la pared. El choque es tal que un hoyo pequeño es creado en la zona de impacto. Corre para propinarle una patada, pero el sargento alcanza a cubrirse el rostro con sus antebrazos y, en una movida rápida, pero dolorosa, inhabilita a Papá con un golpe bajo. Tan así fue, que hasta yo sentí escalofríos y un dolor en mi entrepierna. Papá se arrodilla con las manos en sus partes seguido de un gemido ahogado. Gunther se levanta, pero…¿no hace nada?
—¡Vamos, de pie! —llama el sargento de policía con un tono arrogante. Como si se estuviera divirtiendo en esta situación tan crítica.
Papá hace un gesto con la mano, pidiendo un minuto para recuperarse, y para mi sorpresa, su oponente da un paso para atrás para darle espacio. ¡Incluso en una batalla a muerte, los códigos están primero! ¿Pero vale la pena arriesgarse así? ¿Es por hacer el combate justo o por mero orgullo? Gunther me mira y levanta lo poco de cejas que tiene y acto seguido se pone en guardia. Papá toma una bocanada de aire y se incorpora despacio, en medio de tambaleos mientras gruñe insultos y maldiciones silenciosamente. Aspira y, tomando un poco de carrera, se dirige corriendo con ferocidad hacia el policía y lo toma por la cintura. Lo levanta, llevándolo como un trapo fuera del cuarto. De un codazo en la columna, Gunther se lo quita de encima y Papá se desploma otra vez. Pero cuando pensaba que el combate terminó, Papá gira en el suelo y consigue patear el abdomen del sargento, quien se dobla sobre si mismo para recuperar el aire. Tomando ventaja de su vulnerabilidad, Papá se pone de pie y se posiciona detrás de Gunther para encerrar su cuello con sus grandes brazos. Esta jugada hace que el combate dé un giro inesperado, siendo ahora Gunther quien está contra las cuerdas, arrodillándose en medio de jadeos cada vez más prolongados en busca de aire. Sacude su cuerpo de manera errática, ayudándose con sus manos para quitarse de encima a Papá, mas no lo consigue. Su cara se arruga de manera espantosa. La fuerza aplicada es tal, que la cabeza del sargento pareciera estar dando una vuelta, además de que la presión también hace que la misma esté incluso por debajo de sus rodillas. Es una movida mortal: o le parte la espalda o le rompe el cuello. Ante esto, me tapo los oídos con esfuerzo para no tener que oír ese horrendo sonido. Veo a Fròderin, quien no mueve un solo dedo incluso con todo este alboroto que se está armando. Todo parecía terminado y la victoria sería para Papá, hasta que, quizás en un arranque violento de orgullo o desesperación por salvar su vida, de alguna manera logra doblar un brazo hacia atrás y con la otra mano toma a Papá por la barba. Así, con lo que parecían sus últimos esfuerzos, levanta a mi padre sobre su cabeza y posteriormente lo estrella contra el suelo. ¡Incluso para mí eso es admirable, no puedo creer que haya hecho eso! Siento que debo ir a ayudar o esto terminará mal.
Ambos retroceden alertados: Papá desplazándose ágil para atrás, en dirección a mí, usando sus cuatro extremidades. Gunther, debilitado se arrastra para el lado opuesto con una mano agarrándose el cuello en tanto toma grandes respiros para recuperarse. Tras esta pequeña pausa, se ponen de pie y emprenden otra carrera uno contra el otro. Una descarga de golpes intermitentemente veloces tiene lugar. Los puños vuelan, algunos esquivados, otros bloqueados. Papá es quien tiene más facilidad para acertarlos mientras esquiva, pero el sargento de policía la tiene más complicada, pues su misma protección entorpece sus movimientos. Aun así, Gunther es quien está sobreponiéndose en el mortal encuentro, ya que es precisamente la armadura la que absorbe todo el daño que Papá ocasiona, mientras que el recibe todo el descargo de bronca del sargento. Siguen así un pequeño rato, hasta que Papá logra asestar un golpe seco directo al tabique nasal de su oponente. Esta oportuna brecha generada da el tiempo suficiente a que Papá se lance con un salto de tigre hacia Gunther. Los golpes continúan interrumpidos por forcejeos. No puedo ver bien que está ocurriendo. Ambos están dándome la espalda. Aprovecho ese descuido para acercarme lentamente y con suerte dar fin a la batalla, pero de repente empiezan a girar como barriles por todo el comedor, tirando abajo muebles y utensilios que allí estaban. Aparecen y desaparecen de mi vista, lo que por miedo hace que me vuelva a mi lugar. ¡No sé que hacer…!
Mientras pensaba desordenadamente que decisión tomar, un grito ensordecedor, de esos que solo se oyen en las pesadillas, invade toda la casa, dejándome en un estado de alerta máxima. Fue tan fuerte que no pude distinguir de quien provino ese aullido aterrador. Justo en ese momento aparece Gunther, chocando levemente su espalda contra el marco de la entrada. Respira con fuerza, lo que denota su enojo. A su vez, se talla los ojos muy nervioso, incluso gritando en ocasiones, maldiciendo a Papá, recostándose sobre la pared mientras se agacha con delicadeza a causa de su falta de visión. ¿Qué es lo que ha pasado?
—¡Maldito pendejo, no se vale picar los ojos! —vocifera el sargento.
—¡Bésamelo! —exclama Papá en respuesta.
—¡Será mejor que estés listo en cuanto recupere la visión, porque te arrancaré la cabeza!
Esto por momentos me hizo pensar en una disputa entre niños caprichosos peleando por quien se queda con el dulce. El policía frotándose los ojos desesperado de forma bastante infantil, más aún teniendo en cuenta su longevidad, gruñendo e insultando a la nada hacen de este momento algo bastante bizarro, mas no relajante en absoluto.
Aquí es donde mi oportunidad para atacar se hace presente una vez más. Estando temporalmente ciego, no me verá venir. Me levanto de mi lugar y pegado a la pared me acerco con rapidez. Mi mano tiembla mientras sostiene el cuchillo y siento como si mis piernas no me pudieran mantener erguido, pues estoy aterrado por matar a alguien. De todos modos no me detengo. Teniéndolo en frente, separados únicamente por la pared: él de un lado y yo del otro, miro mi arma por unos segundos, pensando en lo que estoy por hacer. No puedo pensar ahora mismo: es él o nosotros, por lo que solo respiro hondo y agarro con fuerza. Pidiendo disculpas dentro de mí, extiendo mi brazo, y me asomo para dar el golpe fatal con todo lo que tengo. Por unos instantes pude verlo a la cara, aún cegado. En un acto instintivo, mi mano se desvía y Gunther recibe un golpe con mis nudillos en lugar de la puñalada, cayendo al piso boca arriba. Más asustado que arrepentido, me escondo de nuevo, quedándome parado en la esquina aledaña a la entrada del cuarto. Espero que no me haya notado. Respiro hondo y salgo de la habitación para la sala principal a toda velocidad, tratando de no hacer ruido con mis pasos. Papá me echa una mirada de asombro y yo solo le levanto el pulgar, insultándome a mi mismo por ser tan cobarde. Mi vista se ha acostumbrado a la falta de luz. Me oculto en una zona oscura lo suficiente como para no ser visto, entre una biblioteca y una mesita y allí me resguardo en caso de tener otra chance de acabar con esto. ¡Está vez lo haré!
—¡Uf, ustedes son de lo peor! —asegura Gunther—Ahora sí están jodidos…
—¿Y que tal si nos dejas en paz de una maldita vez y te largas? Nadie aquí tiene que salir herido de más…—propone Papá. Se le oye cansado.
—¡¿Bromeas?! ¡Ahora quiere ponerse diplomático el señor!
—Ya sé que no quieres seguir con esta pelea. Además, ya hemos hecho suficiente ¿no crees?
—¡Púdrete, bocón, no me vengas con sentimentalismos baratos tuyos ni ninguna otra triquiñuela!, ¡eres un criminal y por eso esto no va a terminar hasta que uno de los dos barra el piso con su cara, y te aseguro que no seré yo! —rechaza el sargento poniéndose de pie y alzando sus puños una vez más—¡En guardia!
Segundos después de haber dicho eso, un jarrón que Papá debió lanzar con mucha fuerza impacta en la parte alta del pecho del sargento, casi dándole en la cara. De no ser por la armadura, le habría causado una herida mortal. Aun así, muchos de los escombros le dieron en el rostro. Gunther retrocede llevándose la mano a la barbilla.
—¡¡Deja de pelear sucio!!
No tarda en dirigirse frenéticamente hacia él. Papá rueda hacia un lado para esquivarlo y el sargento sigue de largo hasta chocar contra la pared. Se vuelve tambaleándose para iniciar una vez más su ataque, pero para entonces Papá ya está de pie y listo. Conecta un puñetazo en la cara y sigue con otro bajo, hacia el mentón. La balanza se inclina a favor de nuestro lado. Golpe tras otro, Gunther diera la impresión de ya no dar más, pues no es capaz de responder a ningún ataque, solo interponiendo en vano sus manos. Incluso con eso, se nota que no está dispuesto a ceder. ¿En verdad quiere pelear hasta morir?
Es la primer pelea seria que presencio en mi larga, pero corta vida, y soy testigo de como casi inconsciente, el sargento de policía Gunther aparta los puños de Papá y le da un golpe en la garganta, cortándole la respiración. Estoy seguro de que esto ocurrió en menos de un segundo. No sé como llegué a verlo. De vuelta, las cosas de tornan negativas y Papá vuelve a encontrarse con el piso, agarrándose la garganta mientras jadea forzosamente. Gunther aprovecha para recuperarse. En este momento empiezo a entrar en desesperación; es obvio que Papá no va a poder solo con este tipo, es más fuerte en todos los sentidos y no importa con que le den: siempre vuelve por mas. Pero siento que si trato de ayudar, voy a ser un estorbo. Aun así, no veo otro modo, tengo que ir si queremos sobrevivir los tres, ¿por qué soy yo quien tiene que hacer estas cosas?
—Eres duro, barbón, te concedo eso. —Dice Gunther con una voz desgastada por la ardua pelea—. Pero no habrás pensado que sería fácil…¡¿verdad?!
Descarga un brutal pisotón sobre el codo del brazo derecho de Papá, produciendo un crujido horrendo, seguido de un desgarrador grito de dolor que me obliga a taparme los oídos tanto por lo ruidoso como por lo terrorífico. Veo impotente como pisa enérgicamente en repetidas ocasiones, empeorando las heridas y prolongando los gritos de mi padre. Retira su pie se coloca encima de él, arrodillándose sobre su abdomen. Por un corto momento mira hacia el frente y la luz de afuera golpea su rostro, pudiendo solo ver las manchas de sangre por toda la piel suya que se alcanza a observar, combina casi a la perfección con el color de su armadura. Baja sus ojos a Papá de vuelta.
—¡Manda un saludo a Kraffen de mi parte! —sentencia.
Con sus temblorosas manos cierra el cuello de Papá, asfixiándolo. Este trata de liberarse dando golpes con su único brazo funcional, pero Gunther no se inmuta y continúa. ¡Estoy totalmente paralizado, lo va a matar!
Un montón de pensamientos y emociones me nublan la mente, miles de cruces que me impiden ir allá: debo ir a ayudarlo, tengo que hacerlo, pero si lo hago mal, ¿moriré también? ¡Pero él lo hará con mi padre si no actúo ya mismo! ¡Vamos, muévete por todos los santos! No estoy listo para matar, no quiero matar, solo soy un niño, me perseguirá el remordimiento por siempre. ¡También lo hará si dejo que acabe con mi padre, si es que luego sobrevivimos nosotros!, ¡vamos, puedo hacerlo!...¿pero y si no puedo? No, no soy un cobarde…¡¡qué te muevas, carajo!!, ¡pero no quiero matar a nadie ¡¿qué tal si al final no era lo correcto?! ¡Seré rechazado en mi familia! ¡Aunque sea así debo hacerlo!
Y de repente todas esas trabas desaparecen, siendo remplazadas por una cuenta regresiva, una que está pronta a llegar a cero. Con esa imagen en mente, hago un esfuerzo para hacer a un lado mis barreras morales y consigo reaccionar, volviendo a la realidad, con los gritos haciéndose presentes de vuelta. Con mi cuerpo resistiéndose a esto, salgo de mi pequeño escondite y comienzo a gatear manteniéndome en la oscuridad en todo momento, mientras Papá hace todo lo que puede para salvarse. Me detengo a un lado y preparo de vuelta mi cuchillo. Los pensamientos vuelven, pero los hago a un lado. Papá me nota. Con debilidad se voltea a verme con una mirada casi muerta, implorándome por ayuda. ¡Ya no hay tiempo! ¡Es ahora o nunca!
Tomo una bocanada de aire y salgo al ataque, corriendo hacia ellos con mi mente tratando de detenerme. Empuño con ambas manos. Gunther se percata de mí y se gira también, pero ya es tarde. El frío se apodera de mi cuerpo, mas no doy mis manos a torcer y esta vez consigo dar el golpe con todas mis fuerzas. Cierro mis ojos, siento la sangre caliente que brota de él empaparme el rostro. No sé en dónde le di, pero el ataque fue tal, que al momento de darlo, soltó a Papá, siendo a su vez expulsado duramente hacia un lado junto conmigo encima. Impactamos contra la pared, el cual siento con todo pues me estrello con su armadura, dejándome un dolor punzante en el pecho.
Ahora no hay más que silencio. No más lucha, no más gritos. Solo… silencio. La pelea…¿terminó al fin? No lo sé. Abro mis ojos lentamente, y lo primero que veo son mis piernas, recostadas sobre el regazo de Gunther. Subo la mirada y veo su rostro con la boca y ojos abiertos, mirando hacia la nada, pálido y enchastrado de sangre, con mis manos todavía sosteniendo mi arma, la cual atravesó hasta el fondo su cuello. No emite movimiento alguno. De sus labios cae una hilera de sangre espesa a su panza, escurriéndose hasta sus piernas. Mi cabeza no puede procesar lo que estoy viendo, lo que hice. Ya está muerto, la puñalada lo mató al instante. Está muerto. Él… está muerto.
Es tras un intervalo que se percibe eterno, observándolo fijo, como si esperara a que reviviera, que me doy realmente cuenta de lo que estoy viendo y lo que hice, hecho que se esclarece todavía más cuando veo mis manos bañadas en sangre ajena. Esa es la razón por la que doy un brinco hacia atrás, gritando de horror en tanto veo que Papá tampoco se mueve. Estando alejado de ellos, mis brazos y piernas dejan de responder y me recuesto en el suelo, contrayéndome en mi mismo y echándome a llorar incansablemente por lo que acaba de suceder. Vocifero insultos contra el policía muerto, rogándole también por su perdón mientras una sensación de fracaso y culpabilidad llenan mi interior.
Quiero irme a casa.
—Hijo… —llama un hilo de voz abriéndose paso en mi llanto.
Como si de un rayo de luz se hiciera presente en mi desesperación, alzo la cabeza en dirección a Papá, quien no ha cambiado de posición. Noto su pecho levantarse y contraerse, en el silencio se alcanzan a oír sus suspiros. Acudo rápidamente a él. Observo sus heridas, o por lo menos las que llego a ver: su cara tiene un moretón en la mejilla derecha y en la otra varios cortes superficiales. Su labio inferior está roto, sangrando y su nariz también, aunque no sufrió mayor daño. A eso se le añade la sangre tanto de él como de su oponente derribado que hacen difícil revisar el daño. La peor parte sin dudas se la debió llevar su brazo derecho. Al no saber que hacer, temeroso de perderlo, levanto su cabeza e intento limpiarlo con mis mangas, sabiendo que eso no es muy útil.
—¡Quita! —exclama sacudiendo la cabeza. Aparto mis manos—Si quieres ayudar…quiero… que me oigas bien… mi codo está dislocado, y… tú… me ayudarás a acomodarlo. Toma mi brazo derecho desde los… lados del codo.
Obedezco y tras agarrar un tablón roto que vi cerca de mí, lo recuesto suavemente sobre el mismo y así me dirijo a su extremidad rota. Pienso y luego de unos segundos, empiezo, tomo el brazo tal como me indicó. Mientras lo hago, se va quejando y aullando del dolor, tratando de contenerse lo más que puede para no gritar. Coloco el brazo sobre mi regazo, con sumo cuidado. Puedo sentir la sangre aún brotando y filtrándose por su ropa hasta llegar a mis manos. Reprimo una arcada. Espero las palabras de Papá para proseguir. Me cuesta concentrarme.
—Bien… bien. Ahora, pon la palma de mi… mano… hacia arriba, pero no dejes que… la parte superior del brazo se gire…
Confundido, sigo las instrucciones según las voy recordando. Okey… palma hacia arriba, listo. No sé a qué se refiere con lo último que me dijo, pero por las dudas vuelvo a girar su mano para repetir la acción, solo que esta vez apoyo mi otra mano sobre la parte superior de la extremidad para evitar que esta se mueva. Acto seguido, vuelvo a dar vuelta la palma de la mano. Bien, supongo que así debe ser. Aguardo más indicaciones.
—Bien hecho, pequeño. —Elogia Papá—. Ahora flexiona el… brazo.
Hago lo que dice con éxito.
—Agarra la muñeca… tira con todas tus fuerzas hacia arriba… y lo habrás logrado. Vamos.
—¿Pero y si lo hago mal? —pregunto con las manos temblorosas.
—¡Es solo tirar hacia arriba… hasta tú puedes hace-
Con ese último empujón, y confiando plenamente en mis nulas habilidades de asistencia médica, tomo firme la muñeca haciendo presión desde el hombro, presiono hacia arriba hasta oír un crujido carnoso muy desagradable. En un arranque de vida y adrenalina, Papá se retuerce, y yo lo suelto. Estira su brazo lastimado tanto que pareciera que se le va a salir. Pone una cara, como si estuviera gritando, mas no sale nada de su boca abierta excepto un bajo y agudo silbido.
—¡¡Me cago en las bolas del sacerdote!! —libera de repente su dolor contenido.
Y allí es cuando todos los lloriqueos, todos los insultos viejos y nuevos que toda su vida se estuvo guardando, salen a la luz, mientras con el otro brazo da golpes al suelo mientras gruñe como perro rabioso.
—¡Por todos los cielos! —exclamo atemorizado—¡¿Lo hice mal?!
—¡De puta madre, Aprilio! —corrige mirándome con los ojos rojos, levantando el pulgar—¡De puta madre!
Siento un gran agobio tras oír eso. En ese mismo momento cae sobre mí todo el cansancio que la adrenalina me estuvo reteniendo, y con un suspiro, mientras Papá continúa con la sorteada de injurias a su extremidad, me dejo caer triunfante o quizás derrotado al piso. La mente se me vuelve a nublar, las costillas dan la impresión de pesar toneladas, pues respirar cuesta demasiado. Un sonido que se hace presente en esa niebla mental, uno que se reproduce constantemente, el sonido de mi cuchillo atravesando la piel y su último suspiro, dan vueltas en mis oídos como si los estuviera oyendo ahora mismo. El corazón se me llena de culpa, pero mi cerebro dice que hice lo que debí hacer. No sé a qué parte de mí hacerle caso. Se suponía que hoy cenaríamos en casa como cualquier otra noche. Mis ojos se van cerrando de a poco, por más que intente mantenerlos abiertos, pero es cuestión de tiempo para que termine desistiendo al agotamiento. Ahora mismo, tan solo quisiera… dormir aunque sea un poco.
—¡¿Chicos?! —la voz aterrada de Fròderin nos llama desde la habitación. Obviamente.
No me siento bien...