Me limpio la sangre que cubre mi ropa, pensando si es la de Papá o la del sargento, mas solo me la extiendo por todos lados. Fròderin vuelve a llamar por cuarta vez, y cada que oigo su voz percibo en mi oído un pitido particularmente molesto, como si lo tuviera vociferando a mi lado. Papá, jadeando, se levanta sobre su cadera, quedando sentado de espaldas a mí. Se gira hacia el cadáver, apoyándose con su brazo sano, le echa una ojeada de arriba a abajo, atónito por lo que ve. Fròderin vuelve a llamar, pero oigo su voz distorsionada; todo lo que oigo se oye distorsionado. Se acerca arrastrándose hasta el sargento. Observando el cuchillo enterrado en un costado del cuello, estira su mano para arrancarlo en seco. De la herida brotan chorros finitos de sangre que rápido se reducen hasta que ya no sale nada. Se dirige hacia mí para entregarme el cuchillo, el cual me extiende para que lo tome, pero no lo hago. Me dice algo, pero no capto sus palabras, limitándome a mirarlo. Tras unos segundos de espera por parte de él, se guarda el cuchillo. Fròderin vuelve a llamar. Al sexto llamado logro volver en mí mismo, mis oídos se aclaran y vuelvo en todo sentido al lugar en que nos encontramos, siendo lo primero que me golpea: el intenso olor a hierro por la sangre derramada.
—Ocúpate de tu hermano, —me dice Papá—, yo me encargo de él. Tenemos que irnos rápido antes de que vuelvan los otros dos. No deben estar muy lejos. Ve, rápido.
Sin responder, me levanto ayudándome con las manos, pues mis piernas duelen después de no sé cuánto tiempo arrodillado. Me dirijo a la habitación, tambaleándome con la cabeza dando todavía vueltas y teniendo mareos por el ya mencionado olor. Casi trastabillando, me sostengo en el marco de la entrada en dónde busco en la oscuridad a Fròderin, hasta hallarlo de pie en el mismo rincón donde quedó desmayado, encogido de hombros, sosteniendo un tablón de madera entre sus manos. Ya encontrado, emprendo mi camino hacia él, limitado por la fatiga. Cuando paso por el rayo de luz de la ventana, la expresión de Fròderin cambia por completo, dejando caer el tablón al instante. La respiración se me corta de repente y me detengo un segundo para tratar de recuperarla, pero siento como si mis piernas dejasen de responder y mi cuerpo empieza a inclinarse hacia adelante. Antes de que cayera al suelo, mi hermano corre para evitarlo, sosteniéndome dificultosamente. Me baja despacio y ayuda a que me siente contra la pared.
—¿Qué te ha sucedido, hermano? —pregunta Fròderin, asustado por verme en tal estado.
Es lo único que consigo oír de él antes de que mi audición vuelva a interrumpirse, obstaculizada por aquel pitido. Mi hermano continúa tratando de saber que me ha pasado mientras con cara de asco pasa su puño tapado por la manga de su abrigo por mis mejillas para limpiarme, pero pronto desiste de ello.
Desde el más insignificante ruido hasta mi propia respiración: todo lo oigo con un prolongado eco, todo a mi alrededor se turba y pone borroso a excepción de una figura oscura detrás de Fròderin, al fondo de la habitación. Es una figura, que por algún motivo se me hace familiar, tan familiar como si la hubiera visto apenas ayer. Aunque yo no note sus ojos, sé que me está mirando, y no está feliz, no aprueba lo que he hecho; yo tampoco. No se mueve, ni pronuncia palabra alguna, relegándose solo a juzgarme con su inexistente mirada. No hago más que devolvérsela.
Y con esa respuesta, la figura desaparece en la negrura y mis sentidos, como si de una maldición se tratase, vuelven a la normalidad, o por lo menos casi, porque aún tengo ese maldito pitido en mis tímpanos; siendo de nuevo la voz de Fròderin lo primero en entrar a mis oídos, quien ahora está callado observando y buscando lo que sea que yo haya visto. Al no encontrar nada se vuelve a mí.
—¿Cómo te sientes? —le pregunto con mi mejor intento de simular una voz gentil.
—¡Eso debería preguntar yo!, ¡mírate, estás todo herido! —exclama poniendo sus manos por todos lados, tratando de tapar las heridas que no tengo.
La mirada se me pierde en tanto suspiro. Siento una lágrima salir de mis ojos, produciéndome un molesto cosquilleo mientras se escurre por mis mejillas hasta detenerse en el mentón.
—No estoy herido. No es mi sangre...
Fròderin me quita las manos de encima.
—¿A qué te refieres?
—Yo… acabo de matar a ese tipo. Le clavé el cuchillo en el cuello. Está tirado en la sala principal. —Digo a mi hermano sin filtro alguno.
Fròderin guarda silencio. Al principio, por su expresión, no parece digerir lo que he dicho, mucho menos creerlo, pero, una vez que lo hace, se hecha para atrás. No da lugar a explicaciones y no pretende confirmar lo que declaro. Se aleja hasta ubicarse en la esquina del fondo, en dónde se resguarda. No me quita los ojos de encima, como si fuera a hacerle algo. No me caben dudas de que ahora me considera un peligro, lo que me faltaba en esta noche. Aun así, hago caso omiso a esto. Debería haberme dado las gracias por salvarle el trasero mientras él estaba tirado en el piso tomando la siesta. No lo entendería ni aunque se lo explique en un pizarrón. Ya se le pasará. Muy pronto.
Viendo que ya no tengo nada que hacer aquí, me levanto y me dispongo a salir para no seguir ocasionándole molestias a Fròderin, no vaya a ser que se vuelva a desmayar de nuevo o algo así. Santo Padre, la cabeza no me deja de doler. Me sostengo en el marco de la entrada y me asomo. Papá está de espaldas, poniéndose algo en el brazo que no alcanzo a ver. El cuerpo sigue en su sitio. Tomando provecho de mi nueva ominosidad adquirida, me dirijo a Fròderin, quien sigue clavándome los ojos desde la distancia.
—Ni se te ocurra moverte de allí a menos que yo o Papá te lo digamos, ¿oíste? —digo en un tono severo antes de abandonar el cuarto.
Inútil…
Me pongo al frente de Papá. Veo que se ha colocado partes de la armadura que le quitó al muerto, específicamente todas las que van en el brazo. Deduzco que es para protegerse las heridas o algo por el estilo. Ahora mismo no tengo interés en saberlo.
No levanta la cabeza ni siquiera para mirarme, tampoco me dice nada. ¿Será que también está enojado conmigo? ¿Qué motivo habría para ello? ¡Yo le salvé la vida! Ni él, ni Fròderin: ¡yo! En fin, me dirijo al cuerpo inerte del sargento y me detengo a unos centímetros de él. No sé para que me lo quedo viendo, pero en el fondo siento como si me estuviera hablando, para insultarme, felicitarme o lo que sea. Cómo sea, la mínima muestra de respeto que le puedo ofrecer es apoyar suavemente mi mano en su cabeza, mientras dentro de la mía reitero mis disculpas.
—No lo toques. —Oigo a Papá detrás.
—¿Por qué no? Ya está muerto.
—Por eso, déjalo. Ven aquí.
Retiro mi mano y a regañadientes me devuelvo a Papá. Al preguntarle con no muy buena gana qué es lo que quiere, él solo da unas palmadas al suelo, pidiendo que me siente, y esto hago. Supuse que al hacerlo iba a darme un abrazo o una caricia en la frente o quizás darme unas palabras de aliento:
«Oye, Aprilio, gracias por lo que hiciste.»
«No te sientas mal, hijo, hiciste bien.»
«Tranquilo, no estás solo en esto.»
«Sé que soy un inútil por no haber podido ganar por mi cuenta, pero al menos estamos vivos gracias a ti.»
O cosas así, pero ni eso, tan solo sigue con lo suyo. Veo mi arma en su bolsillo y sin preguntar se la quito, total es mía. Limpio el acero ensangrentado con mi abrigo que de todos modos ya está arruinado y me la vuelvo a ajustar en el cinturón. Me quedo de brazos cruzados, en un silencio incómodo compartido por ambos, con los sonidos de las hebillas siendo ajustadas por Papá. Ahora que lo pienso, si las personas están en sus casas, ¿por qué no han salido en nuestra ayuda?, porque no es que hayamos hecho poco ruido. Por lo menos que lo hagan ahora. ¡Son todos una bola de cobardes inservibles! Para cuando me quiero dar cuenta, me hallo balbuceando insultos que afortunadamente no son distinguidos por Papá, pero eso no evita que me observe un tanto confuso.
—¿Te encuentras bien? —me pregunta con normalidad.
Atónito por lo que acabo de oír, lo miro fijamente.
—¿Qué?
—¿Te encuentras bien? —repite.
Lanzo una risa sarcástica.
—¿Tú qué crees? —respondo antes de levantarme e irme de nuevo para la habitación.
Vuelvo al lugar donde quedé sentado para agarrar el saco de carne y cargarlo al hombro. Fròderin sigue viéndome con ojos desconfiados. Por un momento iba a insultarlo, mas decido no seguir dándole importancia y salgo del cuarto sin más. Me asomo al exterior para tomar un poco de aire fresco y limpio. Me apoyo en el marco de brazos cruzados, esperando a que Papá termine para largarnos de una vez de aquí. Puedo notar de reojo como en algunas casas que no parecen haber sido asaltadas por la policía, las cortinas se abren y se cierran cuando miro directamente. Se me hace muy insensible el hecho de que ni una sola alma se apersone a siquiera ver qué ocurre. Quiero decir: ¿qué haría una persona con un mínimo de dymonidad si ve a un niño empapado en sangre salir de una casa? Imagino que socorrerme. Aunque no lo necesite realmente, sería lo mejor. Supongo que prefieren mantener el estado de sitio por el miedo a ellos. ¿Tan así? Bueno, lo ocurrido lo explica.
Ahora que lo recuerdo, el sargento me dijo que buscaba a Papá por supuestos crímenes de guerra que no me explicó. En su momento no quise creerle y no es que ahora quiera hacerlo, pero tampoco puedo dejarlo pasar porque sí. Tengo entendido que los policías no hablan por hablar y además Papá siempre se pone de los pelos cuando menciono lo del Imperio Zirenio. ¿Será que sabe algo? No sé ve con cara de haber hecho algo malo en el pasado, creo conocerlo bien y me costaría suponer tal cosa, pero como dije, no puedo dejarlo pasar. Por hoy no diré nada, ya bastante tengo con lo de esta noche como para añadirle mas problemas, pero más tarde tendrá que darme una buena explicación...
Con esta pequeña relajación, mi espera se concreta y Papá llama a Fròderin diciendo que es hora de irse y que antes de moverse, espere unos segundos. Acto seguido, se levanta y se dirige al cuerpo. Lo toma por el antebrazo y con esfuerzo lo arrastra hacia el fondo oscuro de la casa produciendo un ruido chirriante por la armadura, dejando tras de si una estela ancha de sangre.
Por un segundo ambos se pierden de vista, pero pronto reaparece Papá, frotándose las manos y lo vuelve a llamar a mi hermano para que venga, posicionándose frente a la entrada. Fròderin no tarda mucho en aparecer. Asoma su cabeza y se revela ante él el desastre de escena que armamos. Impactado por lo que ve, se mueve por la sala principal manteniéndose cerca de Papá, viendo con la boca abierta los muebles rotos, los escombros, la sangre. Me parece que Papá no debería dejar que un niño tan pequeño vea este tipo de cosas, pero bueno: hola.
—¡¿Qué ha pasado?! —pregunta Fròderin horrorizado.
—Maté al tipo, ¿no te lo dije? —respondo—Papá se lo llevó para allá, en caso de que quieras verlo.
—¡Ya basta, Aprilio! —Papá me detiene—Ya hablaremos sobre esto más tarde…
—¿Y qué es exactamente lo que quieres hablar?
Papá no responde, más solo toma su espada, la cual se vuelve ajustar en su capucha y luego agarra a Fròderin de la mano y sale de la casa, pasándome por al lado. Eso creí. Los sigo por detrás. Caminamos a paso rápido, pero no tanto, para que no nos noten. Ahora mismo es cuando más ojos hay que tener. Esos dos tipos, los subordinados del sargento, no deben de estar muy lejos, ya ha pasado mucho tiempo desde que se fueron. Quisiera decir lo contrario, pero creo que esta noche aún está lejos de terminar.
Nos adentramos en la cuadra oscura, en la que todos los faroles están tirados en el piso, hechos añicos vaya alguien a saber por qué. Al fondo de se ve una luz proveniente del único farol en pie, perteneciente a un puesto de guardia, en el cual no parece haber nadie. Aquí ya no hay casas, los barrios terminan una cuadra antes de las murallas, tan solo están los puestos de vigilancia cada tantas calles. Que extraño, en una ocasión como esta es cuando se supone que más deberían custodiar este tipo de lugares, porque no es como que una familia esté intentando huir a través de los pasajes subterráneos de las murallas. Temo que algún otro policía pudiese aparecer en medio de la oscuridad, por lo que tengo preparado mi cuchillo en caso de lo peor. Debería tomar el de Fròderin, ya que por lo visto no tiene ni las intenciones ni la fuerza para usarlo, por lo que lo tomo directamente de su cinturón y lo acomodo en el mío. Él se molesta, preguntando qué estoy haciendo y luego pidiendo que se lo devuelva, a lo que yo solo respondo que no está listo para usarlo. Esto lo enoja, pero como sabe que tengo razón, decide quedarse callado. Papá no interviene.
Estando muy cerca del puesto de guardia, el cual es una simple casilla a un lado de la vereda, veo por la ventana de la misma que, efectivamente, sí: hay alguien en ella, quien yo presumo debe ser otro problema más en nuestro camino. Papá no se detiene. Está viendo a nuestra dirección. Lo veo levantarse, y acto seguido la puerta de la casilla se abre, saliendo de allí un muy joven guardia vistiendo una gabardina marrón y un gorro invernal, sosteniendo una ballesta cargada. Papá sigue caminando, mientras yo dudo si seguir haciéndolo.
—¿Qué estás haciendo? —murmura Fròderin a Papá.
—Tranquilos, yo me encargo de esto.
Que hable por él.
El guardia avanza unos cuantos pasos y rápidamente apunta la ballesta hacia nosotros. Ante esto, Papá se detiene y Fròderin se oculta en sus espaldas, yo hago lo mismo. Si el muchacho se acerca demasiado, no lo mataré, pero le atravesaré las piernas sin dudarlo. El guardia se mueve hacia adelante lentamente en tanto sigue apuntando.
—¡¿Quién vive?! —exclama el vigilante.
—¡Tranquilo, hombre! ¡Podrías hacerme un favor grande si bajas eso, que estoy con mis hijos!
—¡No debería estar en la calle ahora mismo!
—¡Lo sé, pero, necesitamos ayuda urgente! —dice Papá fingiendo una voz nerviosa.
El guardia se queda dudando de estas palabras, pero todavía nos sigue apuntando. ¿Qué es lo que pretende hacer Papá?, ¿esperar a que esté lo suficientemente cerca para golpear al tipo? Arriesgarse a recibir un virotazo en medio de la frente no es lo más inteligente que puede hacer. Papá discretamente se sube la capucha para que el mango se su espada no se vea demasiado.
—Camine lentamente hacia mí, con las manos dónde las pueda ver, y no intente nada, si veo algo raro, ¡le dispararé!
Papá levanta las manos y camina hacia el guardia cuidando de no hacer movimientos brutos. Yo guardo los cuchillos tapándolos tras mi abrigo, y luego subiendo también las manos. Fròderin, por su parte, se mantiene escondido, pero con un brazo arriba. No sé que es lo que pretende Papá, pero más vale que dé resultado, ¡esos policías podrían aparecer en cualquier momento! Me pregunto si el tipo ya nos vio venir desde la otra cuadra. Continuamos moviéndonos hasta que la luz de la casilla revela nuestras apariencias, cosas que hacen que el joven guardia retroceda, poniendo su dedo en el gatillo.
—¡Quietos, quietos!, ¡¡quédense ahí!!
El guardia parece bajarle un poco a los nervios y baja el arma al vernos a mí y a Fròderin. En ese momento, Papá cae de rodillas en medio de fuertes tosidos mientras mi hermano intenta ayudarlo, yo me mantengo quieto con las manos en alto, en tanto miro hacia atrás con la esperanza de no ver a los otros dos policías. Aunque es cuestión de tiempo para que terminen apareciendo, y cuando lo hagan, y nos vean, todo habrá terminado. Hay que acabar con esto ya. Puede que se acerque a Papá lo suficiente, yo podría aprovechar eso para noquearlo, o lo que haga falta. El joven guarda su ballesta, ajustándola a su cinturón.
—¡Aguarde! —el guardia oportunamente acude en ayuda de Papá.
—Por favor… nos han atacado.
—¿Quiénes? —pregunta el guardia.
—Nos han asaltado... —su explicación se pausa con otro tosido—... hace apenas seis cuadras, mientras volvíamos a casa… nos molieron a golpes para robar la comida que lleva mi hijo.
El guardia me echa una mirada y confirma esto último.
—Ya puede estar tranquilo, señor. Las heridas no parecen muy graves, y por lo que veo ha recibido ayuda… —el guardia se detiene, viendo el brazo lastimado de Papá—... momento… esa pieza de armadura…¿dónde la ha conseguido?
¡Carajo, ya se dio cuenta! Papá pone su mano en el hombro del joven vigilante y con ayuda de la otra se va levantando como puede. Percibo al guardia un tanto extraño, como si tuviera un poco de sueño, pero este va aumentando progresivamente. Intenta quitarse la mano de Papá de encima, quien mantiene la cabeza baja, pero su inexplicable estado de debilidad y agotamiento no se lo permite. Papá se va levantando mientras el guardia va cayendo, en tanto balbucea cosas incomprensibles de las que solo entiendo la palabra "desgraciado". En cuestión de un minuto, el guardia se desploma en el suelo cuan largo es, inconsciente, o eso creo. Papá se reincorpora y se quita la suciedad de la ropa. Fròderin y yo estamos tan confundidos como con miedo. No se habrá muerto ¿o sí? Quiero decir, tan solo cayó y ya. No, no lo está, aún sigue respirando. Menos mal. Me habría sentido más terrible de lo que me siento si una persona tan joven perdía la vida.
—¿Qué le ha sucedido? —pregunta Fròderin retrocediendo, asustado.
—Calma, tan solo lo dormí. Es un truquito que me enseñaron en la academia militar. Esperas a la brecha y ¡blam, a dormir! La sangre deja de ir al cerebro y te desmayas, nada más. Así nos ahorramos tener que recurrir al uso de fuerza letal. Impresionante, ¿no? Más tarde podría enseñarles si gustan.
Fròderin asiente sorpresivamente emocionado a pesar de la situación. Papá revisa al joven por todos lados y metiendo la mano dentro de la gabardina saca un llavero con bastantes llaves para probar en muchas cerraduras.
Presumo que seguro las vamos a necesitar. Una vez hallado el dudoso botín, toma la ballesta y la lanza a Fròderin, el cual la toma y resguarda de mí.
Papá agarra al guardia por las piernas y lo arrastra hacia la casilla. Lo ayudo agarrándolo de las manos para alivianar el trabajo. Para ser un tipo flaco, ¡pesa bastante! Lo metemos en su cabina y antes de irnos, Papá reemplaza su abrigo maltratado por el del guardia, el cual se pone gustoso. En lugar de tirarlo, usa su antiguo saco para atárselo con fuerza alrededor de su torso, asegurando su espada en la espalda. Inteligente. Cerramos la puerta de la casilla y abandonamos la escena rápidamente antes de ser avistados.
Nos volvemos a meter en la oscuridad en donde no hay más que una valla que precede la ancha ruta pedregosa que rodea toda la Capital. Le dicen la "Gran Maternal", pues como ya dije, rodea toda la nación, como si fuera una madre que abraza a su hijo.
Del otro lado están las murallas. Cruzamos la ruta cuyo ancho debe ser no menos de media cuadra y saltamos la otra valla. Al hacerlo, nos topamos de frente con las murallas, pero ninguna puerta que nos lleve afuera. Con mi vista ya acostumbrada a la falta de luz, busco en las cercanías la tan esperada salida, pero nada.
—¿Y ahora qué? —pregunto.
—Rápido, busquen un pilar pequeño. Si el puesto de vigilancia está allí, no debemos estar lejos de uno. Los pilares indican las salidas de emergencia. Eviten separarse demasiado, si no lo encuentran, vuelvan conmigo enseguida. Eventualmente aparecerá.
Los tres nos separamos: siendo Papá seguido por Fròderin hacia la izquierda y yo solo hacia la derecha. No me alejo demasiado, puesto que me da bastante miedo hacerlo ahora mismo. ¿Quién sabe si no hay nadie rondando por aquí? Busco por el suelo adoquinado, cosa que junto con la oscuridad, hacen la búsqueda más tediosa. Ni siquiera sé cómo se ven estos pilares. Nunca en mi vida he estado en estos tramos de la Capital, siempre me he manejado bien en el interior. Escapar por estos pasajes subterráneos suena muy fácil, y eso es lo que me preocupa un poco, porque bien he aprendido en libros que todo lo que suena fácil no lo es realmente. Busco en las propias murallas a ver si hay algo interesante que pueda hallar, pero nada. Veo a mis espaldas, me estoy yendo demasiado lejos. Seguiré un poco más y si no encuentro nada, volveré enseguida. Sé que estás entradas y salidas están distribuidas cada tantos kilómetros, no recuerdo a qué tantos. Si aquí no hay uno, sepa entonces el Padre Fundador que tan lejos estaremos de la próxima.
Y allí mismo siento un dolor en la entrepierna, que hace que me lleve las manos a la zona y retroceda. Al ver al culpable de mi molestia, me topo con ni más y menos que el pilar, ¡el bendito pilar, nuestro ansiado escape! No sé cómo no lo he visto, pero mierda que me ha golpeado fuerte. Me tomo unos segundos para recuperarme y una vez hecho, le pego una patada por puro despecho al maldito y luego emito un corto chiflido lo suficientemente sonoro como para que los otros dos me oigan. Ambos reciben el llamado y acuden corriendo a mi posición. Llegan y los tres rodeamos el ancho pilar cuya punta se asemeja a la cabeza de un martillo. No entiendo, ¿se supone que aquí está la salida, o acaso esta cosa activa algo? Nunca me tomé el tiempo para leer y oír sobre esto.
—¡Excelente! Ahora quiero que me ayuden a levantarlo. Usen todas sus fuerzas. Estos pilares son más pesados de lo que se ven. —Avisa Papá frotándose las manos.
—Pero esto parece estar empotrado al piso, ¿seguro que se hace así? —cuestiona Fròderin
—¿Justo a mí me lo preguntas? —replica Papá.
Cada uno agarra el pilar desde distintas partes: Fròderin desde el medio, Papá desde la cabeza y yo desde abajo. Una vez alistados, Papá cuenta hasta tres y todos tiramos hacia arriba. ¡Puff, no mentía, este pilar es tremendamente pesado! No creo que ni siquiera Papá en sus mejores tiempos podría levantarlo. Escucho los adoquines crujir, ¡se está moviendo!
—¡Vamos!...¡tiren! —alienta Fròderin.
Aplicamos más fuerza, el pilar se despega del suelo, pero ahora tenemos que moverlo hacia otro lado. Incluso con los tres sosteniendo el pilar, cada paso se siente como dar cuarenta, es terriblemente agotador. Lo devolvemos a tierra con cuidado, a unos metros de dónde lo sacamos. Esperamos unos segundos para respirar. Nos dirigimos al lugar de extracción: un hueco del tamaño de una bola de cañón quedó en ese lugar. No sé que tan profundo es, pero a juzgar por el tamaño del pilar, no debe serlo demasiado. Está muy oscuro como para ver qué hay ahí dentro. Papá introduce sus manos en el hoyo y tira hacia atrás con fuerza. Noto una buena parte del suelo que se mueve y tiembla, y pronto me doy cuenta que lo que Papá agarra es una manija. Jadeando y dándolo todo, sigue trabajando. El suelo comienza a levantarse y una pequeña luz se ve dentro. La puerta se abre levemente por el peso de los adoquines que están pegados a la puerta de madera, pero está se encuentra abierta lo suficiente como para entrar. Dentro nos recibe una corta bajada de escalones, y en el fondo, la ya mencionada luz.
—¡Rápido, métanse! —exclama Papá.
Hacemos caso y mi hermano y yo nos adentramos sin pensarlo en el pasadizo. No pasa mucho tiempo hasta que Papá consigue hacerlo. Una vez dentro, baja despacio la media puerta hasta que esta se cierra por completo. De momento todo parece ir fácil y sencillo. Bajamos las escaleras y nos topamos con un largo pasillo iluminado por imponentes antorchas. Del otro lado nos espera otra subida de escalones, la cual supongo debe llevar a la salida definitiva. Nos abrimos paso a través del ominoso lugar. A decir verdad, se ve muy descuidado para ser una salida de emergencia: las paredes agrietadas llenas de telarañas, el intenso olor a húmedo y grandes charcos de agua estancada en el suelo fangoso. Parecen catacumbas. Sobre nosotros están las mismísimas murallas, cuyo grosor seguro determinan el largo de este pasillo. Si ese es el caso entonces no me sorprende que las tomen por impenetrables.
A este punto esperaba que Papá dijera algo, pero no es así. De todos modos, si yo fuese él, tampoco sabría que decir. Fròderin se mantiene junto a nuestro padre, separado de mí. Yo voy un poco detrás. Al cambiar mi vista hacia las paredes, veo en la izquierda un tramo más prolijo y mantenido de la misma. En ella hay grabada a cincel una frase que reza:
"¡Fatzer dererr'kho ger shtabatè, haterborel bis natùr!"
La cual conozco bien. Son las palabras del Supremo General Kraffen, uno de los grandes fundadores. También es un juramento vitalicio que todos los dýmonos hacemos cuando llegamos a los veinticinco años de edad. Romperlo significaría una alta traición a la patria y marcaría al desgraciado hasta el fin de sus días, pues la frase, escrita en gönder, exclama: "¡Maldito aquel quien por cobardía, abandona su patria!". Bastante casualidad para nosotros y muy macabro tratándose de un pasaje hecho como vía de evacuación. Hemos roto nuestro juramento. Me siento lleno de vergüenza ahora mismo, ¡yo no soy un cobarde!
Dejamos atrás aquel pesado y triste tramo del camino y seguimos hasta subir las escaleras. Nos topamos con la puerta de salida, idéntica a la anterior. Cómo lo imaginé: la misma se halla bloqueada por un enredo de cadenas de color negro que mantienen inmóviles las manijas interiores. En el medio de ese embrollo se aprecia el candado, cuya presencia resalta entre las cadenas por su color dorado oxidado. ¿Y ahora que hacemos? Las cadenas se ven demasiado gruesas como para romperlas a espadazos. Además, la posición en la que nos ponen las escaleras no favorece esa posibilidad. ¡Estamos atrapados!
—¿Y si le disparo? —propone Fròderin.
—Que idea más tonta. —Digo.
—¡¿Entonces que hacemos?!
—Dime que tienes una solución a esto. —Pido a Papá, quien ya ha sacado las llaves que robó del guardia.
Vaya, me había olvidado que tomamos eso. Menos mal, ya me estaba poniendo nervioso. Fròderin y yo nos hacemos a un lado y Papá elije del llavero una llave robusta, del cual su color es el único que coincide con el del candado entre el montón que hay. Decide probar con esta: introduce, gira, se traba. Increíble, llave equivocada. Prueba suerte con otra, más pequeña y desmejorada: introduce, gira, se traba. Tampoco es. Una vez más decide al azar, eligiendo una de apariencia ostentosa, lo intenta, pero ni siquiera llega a entrar en la cerradura. No puedo perder la calma, estamos muy cerca de salir y tenemos muchos intentos, aunque nada nos asegura que alguna llave sea la correcta. De ser así ¿qué deberíamos hacer? Papá sigue probando con más llaves, hasta que Fròderin decide tomar el candado y tironear con alguna esperanza de arrancarlo a pura fuerza bruta.
—¡Quítate, necesito espacio! —Papá regaña severamente a Fròderin.
Mi hermano se devuelve mudo a dónde estaba. Sigo observando, tratando de que se me venga a la mente alguna otra manera en la que podríamos abrir la puerta, mas nada aparece. El llavero es nuestra única opción. El tiempo corre una vez más: el guardia podría despertar en cualquier momento, si no es que ya lo ha hecho, y cuando vea que su llavero no está, probablemente venga a este lugar. Para entonces nosotros ya no podemos estar aquí. Podría venir con más gente. Ese pensamiento que me surgió de la nada me hace temblar. Imaginarlos aproximándose desde el otro lado del pasillo provoca en mí un escalofrío. Tranquilo, ya abrirá…
Toma otra llave particularmente finita y larga, la cual parece sobrar en la cerradura. Introduce la misma en el candado y gira…¡gira, está girando! De todas las llaves habida por y por haber, tenía que ser la menos esperada. Papá da unas cuantas vueltas, demasiadas como para ser cierto, hasta que de pronto se oye un ruido metálico, seguido de la apertura del candado, el cual cae al suelo, resbalando por las escaleras hasta llegar al fondo. Ha dejado una grieta en donde impactó. Vaya candado macizo. Papá retira las cadenas y hacerlo le toma un tiempo largo, pareciendo ser infinitas. Son como veinte metros de puro bloqueo, o que sé yo, eso creo. Finalmente las retira al completo y la puerta queda despejada. Cuando Papá estaba por abrirla, detengo sus brazos para interponerme delante suyo.
—¿Qué tal si hay guardias del otro lado? —pregunto.
—Nadie custodia el otro lado de estos pasajes, jamás. Tranquilo.
—La policía está por todos lados, Papá. ¿Cómo sabes que esta vez no hay nadie afuera?
Papá se queda dudando por lo que acabo de decir, y posteriormente le dice a Fròderin que me entregue la ballesta y lo hace sin mucho problema, aunque se nota la bronca en sus ojos. Luego, mete la mano en mi saco y agarra mi cuchillo, poniendo una mano en la puerta y la otra con el arma a sus espaldas. A decir verdad, esperaba que no me hiciera caso por creer que él sabe más de esto, pero creo que soy igual de perceptivo que un soldado de élite.
—A la de tres abriré la puerta. Dispara solo si es necesario, pero en lo posible déjame a mí—me dice.
Asiento calladamente.
—Tú, Fròderin, retrocede un poco. No quiero que salgas lastimado. —Indica a él.
Mi hermano obedece y baja cuatro escalones para pegarse la pared hecho una bola. No muy preparado, aguardo la llegada del tres para enfrentar lo que sea que nos espere del otro lado de la puerta. Siento las gotas de sudor escurrirse en mi frente. Apunto como puedo, no tengo tan buena puntería como la tiene Fròderin.
—Una… dos…¡tres!
Abre abruptamente y asoma medio cuerpo, una luz potente se hace presente. Papá golpea y un quejido se oye, seguido de un suspiro.
—¡Pero qué mierda! —una persona grita.
Me muevo hacia delante y veo a Papá sosteniendo a un guardia caído, con otro a su lado sosteniendo un farol, paralizado de la impresión. Sin pensarlo presiono el gatillo y la viruta es disparada, impactando a un lado de su abdomen. El pobre se lleva las manos a la herida, aullando. ¡La viruta atravesó incluso su armadura! Papá aprovecha esta distracción para soltar al otro que parece ya estar muerto y salir al exterior, asestando un duro puñetazo en la sien del guardia, dejándolo fuera de combate al instante. Todo esto sucedió en cuestión de segundos. Me asomo al aire libre para ver si se encuentra alguien cerca. No veo a nadie. Papá arrastra a su víctima hacia los arbustos, para luego volver y llevarse al otro inconsciente al mismo sitio. Salgo con Fròderin a mis espaldas, no sin antes tirar la ballesta al fondo del pasillo, rompiéndose en el acto. Fròderin me recrimina severamente esto, pero yo no digo nada. Total ya no habían más virutas. Los tres ayudamos a cerrar las puertas, las cuales tienen una capa de pasto que las camuflan. Una vez cerradas, dieran la impresión de haber dejado de existir. Me pregunto como le harán para encontrarlas. Ya no importa.
Papá nos da la mano e iniciamos el ultimo recorrido por la gran barrera de árboles, el pequeño bosque que en su momento fue el lugar más feliz en el que he estado, ahora arruinado por las circunstancias y los actos que cometimos. ¡Qué afortunado es Fròderin, que ha conseguido salir limpio de este maldito lugar, mientras yo me voy enchastrado en sangre derramada por mi propia mano, con mi juramento y honor destruidos! Vaya mal momento para traer a la memoria cuando sea viejo.
—¿Ya estamos seguros? —pregunto.
—Creo que luego de esto… ya pasamos lo peor... —responde Papá.
Esa respuesta no me deja del todo satisfecho, pero se acerca a algo. No puedo dejar de darle vueltas al hecho de que maté a una persona y disparé a otra hiriéndola de gravedad en una misma noche, y a pesar de todo ahora me siento… un poco menos angustiado. A lo que me refiero es… tal vez Papá ni Fròderin me lo dijeron, pero a lo mejor sí hice lo correcto. Seguimos vivos y después de todo es lo que importa. Eso no quita el hecho que de todos modos me sienta terrible por ello, porque bueno, no quería hacerlo, y para colmo me siento como el malo de la familia. Hubiese querido que al menos uno de los dos por lo menos me consolase. Yo los salvé…
Tal vez ellos no lo entiendan, pero estoy seguro de que ella sí lo habría hecho…
Como sea, luego de una silenciosa e incomoda caminata por este lugar, nos detenemos en el otro lado de la barrera, con la inmensidad de las llanuras delante nuestro.
Veo a mis espaldas, para ver por última vez las imponentes murallas de Strademburg dentro de las que alguna vez estuvo mi hogar. Ahora más que nunca empiezo a extrañarlo. El chillar de los grillos, el ruido de las hojas sacudiéndose, combinado con el silencio de los tres, hacen de este momento tenso algo tan desagradable que me hace querer llorar de la ira; pero decido contenerme.
—Antes de empezar: ¿tienen algo que decir? —pregunta Papá.
—¿Algún día vamos a volver? —empieza Fròderin.
—Nunca volveremos… —respondo.
Veo de reojo a Papá y a Fròderin mirarme con desaprobación, pero hasta ellos saben que tengo razón. Los muy tontos pretenden esconder lo inescondible. Parece que de los tres, yo soy el más serio.
Avanzamos, dejando atrás la barrera, mientras poco a poco aumentamos la velocidad. Empezamos a trotar, y la brisa del venidero invierno comienza a sentirse. Redoblamos el paso. Me doy la vuelta, viendo la Capital hacerse cada vez más y más pequeña, lentamente, con cada segundo que pasa. Vuelvo a colocarme hacia adelante con la luz lunar pegándonos de lleno en el rostro. La velocidad sigue en aumento. Por algún motivo siento mucha adrenalina, como si nos estuviesen persiguiendo, razón por la cual empiezo a correr a toda velocidad, quedando pronto mi padre y mi hermano detrás. Oigo a mis espaldas a Papá reírse, para a los pocos instantes volver a reaparecer a mi lado, cargando a Fròderin sobre su espalda.
—¡Ni en cien años me superas! —me exclama.
Corro con más velocidad, mientras Papá, riéndose a carcajadas, sigue llevándome el paso, mientras me hace caras tontas, retrocediendo y adelantándose, saltando y girando como bailarín, con Fròderin agitándose sobre su nuca como si fuese un trapo, haciéndome reír un poco. ¡Definitivamente soy él más serio de los tres! Sin darme cuenta inicio una carrera con Papá, quien a pesar de la situación, se muestra más risueño de lo que una persona normal lo estaría en sus zapatos. Desafiado, doy todo de mis piernas para pasar a Papá, y por un momento lo consigo; sin embargo, él solo se deja. Si no fuera por este maldito saco lleno de carne, seguro iría a la velocidad de un águila. Se me acerca y llama mi atención con un chiflido. Una vez que lo observo, cambia su mirada hacia la capital y acto seguido, con una enorme sonrisa, levanta el dedo medio hacia la nación que fue nuestra casa.
—¡Muestren sus dedos, mis pequeños! ¡A los que echan a sus ciudadanos ni perdón damos! —grita.
Fròderin lo hace y yo, estupefacto por la falta de respeto que estoy presenciando a nuestro país, estaba por reprocharles su comportamiento, pero las palabras de Papá pronto me hacen reflexionar. Quisieron matarnos a los tres y no nos dejan otra opción más que huir. No se trata de insultar a nuestro país… ¡se trata de insultar a los imbéciles que empezaron esto! Pronto, yo también me hallo con el brazo extendido, levantando mi dedo medio, mientras silenciosamente me río por la sensación de placer que me invadió. ¡No pudieron conmigo, tontos!
—¡Eso es, Aprilio! ¡Cómanla soquetes, hasta nunca! ¡Nos vemos en Klàinz! —lanza Papá, con Fròderin avalando sus palabras.
¿Cómo que en Klàinz?
Al final de todo, Papá logró de un segundo para el otro que el momento más triste de nuestras vidas, por unos segundos, sea el más satisfactorio. Y vaya que lo es. Hemos luchado y escapado de la policía y ahora estamos corriendo desaforadamente lejos de ellos, ¡en una sola noche! Me he equivocado, este será un momento que jamás se olvidará, y espero que no suceda. Recordaré esto como la noche en que los Gòpfan burlaron a la muerte.
Y así seguimos corriendo, corriendo y corriendo, saltimbanqueando y aullando como borrachos en el día de la independencia durante un larguísimo rato hasta que la capital era lo mismo en tamaño que la hoja de un árbol a nuestros ojos. En ese momento, Papá dio la orden de detenerse y así lo hice. Al ponerle un alto a mi carrera, sentí todo el peso del cansancio recaer sobre mis espaldas. Caigo exhausto al pasto tras semejante estampida, tomando grandes bocanadas de aire. Dejo el saco de carne a un lado. Contemplo a mi alrededor la maravillosa nada, estás vistas son espectaculares en la noche. Tengo un sueño aplastante, pero quien sabe que es lo que queda por hacer ahora, supongo que todavía tenemos que alejarnos, o yo que sé. Papá pone a Fròderin en tierra, a la cual besa como si no hubiese tocado nunca, para luego comenzar a rodar así como un barril. Se le ve muy contento para todo lo que nos pasó.
—Bueno. Aquí nos detendremos unas horas. Ustedes aprovechen y duérmanse, repongan sus energías, pues mañana nos espera una muy larga caminata. Partiremos en cuanto comience a asomarse el sol. Mientas más pronto lleguemos a Halley, mejor. ¡Vamos, andando!
Fròderin no media palabras y se hace una bolita cerca de mí, tapándose con su abrigo. No tiene muchas complicaciones para dormirse por lo visto. Yo, por mi parte, permanezco sentado, mirando hacia arriba sin pensar en nada, solo esperando a que amanezca para seguir el viaje.
—Aprilio, duérmete. —Me repite Papá.
—No tengo ganas… —digo sin apartar la vista de mi punto.
—Sé fuerte, hijo. Lo hecho, hecho está. —Me dice.
Y entonces se acerca y se sienta entre Fròderin y yo. Recostándonos a ambos en su regazo. Posteriormente se quita el abrigo que tomó prestado y con él nos tapa del frío. Los guardias sí que visten ropa de buena calidad. Quedamos en silencio total, cosa que me dificulta bastante las cosas a la hora de conciliar el sueño, pues con frecuencia hay en mis pesadillas este tipo de silencio. De pronto, como si fuese la salvación a mi problema, Papá comienza a tararear una melodía que mamá solía cantar para arrullarnos a mí y a mi hermano, e incluso a Papá mismo a veces. Es una melodía alegre, divertida; pero abrumadoramente nostálgica, que rápido va logrando que me quede dormido… un poco… de paz.
¿Ser fuerte?... sí… lo soy.