Chapter 4 - I I I

La mala vibra que hay por toda la zona sin dudas es bien inquietante. Es como de esos lugares en donde sientes que algo malo va a pasar. El mejor ejemplo para describir este momento sería… como estar en un cementerio abandonado; te sientes inseguro, a pesar de que parece no haber nadie. Miro hacia allá al fondo y solo consigo lo mismo: nada. Es que es simplemente imposible, jamás en mi vida había visto algo así; es algo totalmente nuevo, quizás para Papá también.

—¿Qué le sucede a la gente? —contemplo la zona a mi alrededor.

—No tengo idea… apúrate. —Papá me toma de la mano y acelera el paso—. Estoy nervioso por tu hermano.

En eso me da por ver a las casas, tan simples como uno podría imaginarse, ninguna es más lujosa o grande que la otra; son casuchas que pueden albergar a una familia de cuatro personas como mucho. Bueno, me refiero a este sector no muy de ricos, ya que la Capital está dividida en seis secciones: la Sección Sur y la Sección Norte, y bueno, sus respectivas partes este y oeste. En la norte es donde se concentra la clase más influyente. Nosotros vivimos en la sur, que como uno podría imaginar, no es la más adinerada, pero tampoco la más pobre, esos son los de la noreste.

Volviendo al tema, que me distraigo, absolutamente todas las casas están con las luces apagadas, ventanas y cortinas cerradas también como el guardia dijo que hiciéramos, ni una sola está encendida. Lo curioso es que en muchas hay puestas en las paredes de las mismas, cercanas a las puertas: una cinta azulada y alargada que se sacude suavemente con el viento.

Otras pocas viviendas dan la idea de no haber nadie. Lo digo porque están con las puertas abiertas, y un detalle de ellas es que ninguna de las que veo de este tipo tienen un sello colocado. ¿Quién en su sano juicio dejaría la puerta abierta? Esto no hace más que aumentar mis nervios y preguntas, ¿la Capital de verdad está vacía, o hay personas que son descuidadas y se olvidan de cerrar la puerta? O tal vez tenían calor y en vez de abrir las ventanas abrieron la puerta…¡pero estamos casi en invierno! No lo sé, estoy tratando de encontrarle una respuesta a todo esto. Iba a comentárselo a Papá, sin embargo, por más difícil de creer para mí: se le ve algo asustado, mirando hacia todos lados como si nos estuvieran persiguiendo, tal su extravagante conducta y tal el impacto que genera en mí que hasta me lleva a replicar la misma acción.

—Hace mucho que no te veo así.

—Guarda silencio.

Sin contestar, miro hacia adelante y continuamos la caminata. ¿Cómo estará Fròderin? Viendo como están las cosas, no me extrañaría que también esté asustado. No lo culpo, yo también me sentiría así estando solo en un ambiente tan ominoso como este. Aunque, yo estaría mintiendo si dijera que no tengo miedo, la verdad que sí tengo, no mucho, pero lo tengo. La tensión e inseguridad que se siente en el ambiente no es poca: por algún motivo no quiero que nos encontremos a la policía.

Ya estamos a unas cuantas cuadras de mi casa. Mientras más nos acercamos, más me pregunto que estará haciendo Fròderin. Tal vez se haya ido a dormir o a lo mejor está estudiado lo que no estudió en toda la semana, ¡cómo yo!

—A todo esto, ¿qué haremos cuando lleguemos? —cuestiono.

—Ustedes se irán a dormir, yo me quedaré en el comedor.

—Oye, ¿por qué miras a todos lados? Nadie nos pers-

—¿Qué sucede? ¿Por qué te detienes? —me pregunta Papá.

—¿Hueles eso?

—¿Qué cosa? Espera… —él también lo nota.

Un fuerte olor llama intensamente mi atención, viene de una de las tantas casas, solo que esta, al igual que varias por las que pasé hace un momento, también tiene la puerta abierta, aunque en este caso… pareciera que alguien la hubiese tirado abajo. Me acerco lentamente y mientras lo hago, el olor se va intensificando, huele a hierro. Intento ver que hay dentro, pero por la nula iluminación que tiene la casa, más la luz de los faroles que hay alrededor e interfieren, me es imposible siquiera ver que hay allá adentro.

—¿Qué haces? Aprilio, ¡vuelve aquí! —me ordena enervándose.

—Solo quiero ver… —digo acercándome cada vez más y más.

Conforme estoy más cerca de la entrada, puedo divisar la silueta de algo entre toda la oscuridad, por lo poco que llego a ver, parece ser algo colgado, pero todavía no sé bien qué es lo que es. Papá sigue diciéndome que vuelva, pero la curiosidad me invade y sigo avanzando, mientras lo que sea que esté allí adentro se hace un poco más claro, pero no lo suficiente. Estando a tan solo centímetros de la entrada, sigo sin poder distinguir del todo que es lo que hay en el fondo. Es aquí cuando me surge la gran pregunta: ¿debería entrar? Se ve muy tenebroso, y además tengo un muy mal presentimiento de lo que podría encontrar, porque bueno: puerta sospechosamente derribada y casa en total oscuridad … nada bueno puede salir de eso. La curiosidad aumenta, ¡quizás alguien esté herido y necesita ayuda! Decidido a adentrarme y con cada parte de mi cuerpo alerta, doy un paso hacia adentro. Tan pronto como mi pie toca el interior, Papá me agarra la mano con mucha fuerza.

—¡Te dije… que vengas! —me dice gruñendo, mientras mira hacia el interior de la casa.

—Pero-

—¡«Pero» nada! ¡Te dije que debemos llegar a casa…!

El reproche de Papá se ve interrumpido cuando se escucha no muy lejos de nosotros una marcha que por como suena ya me dice que son… me recorre un escalofrío en la espina.

—¡Mierda! —gruñe Papá.

Papá me agarra y corriendo rodea la casa hasta llegar al jardín trasero. Al fondo, pegados al cerco hay unos pequeños arbustos, en donde me esconde, sumergiéndome dentro los mismos.

—Quédate quieto…

—¡Pero espera!

—¡SHHH!

Las pequeñas ramitas pinchan y rasgan mi piel, las hojas me dan comezón por todo el cuerpo, sumado a la presión que ejerce Papá en mí para mantenerme abajo hacen de esto algo para nada cómodo. Aquel ruido que lo alertó se va desvaneciendo hasta dar lugar al silencio una vez más. Pasa un pequeño rato en el que Papá mira hacia todos lados, acto seguido, me arranca de los arbustos. Me quito todas las ramas que se pegaron a mi ropa y me sacudo como un perro para quitarme el resto de la suciedad en tanto lo observo hostigado.

—¿Puedo saber por qué estás tan nervioso de repente? Yo tampoco quiero cruzármelos, pero no es que fueran a matarnos.

—Vamos, hay que apresurarnos.

Me toma en brazos y salimos del jardín, mientras sigue vigilando cada rincón que sus ojos alcanzan. Una vez que parece estar seguro, escapamos de la escena. Corre a gran velocidad por la calle. Esto ya me está dando mala espina de verdad. En serio…¿qué está ocurriendo?

La mente se me nubla de preguntas: ¿acaso el hedor era sangre? Tengo cierto tiempo cazando con Papá, sé bien como huele la sangre, pero quiero creer que se trataba de otra cosa. ¿Lo que colgaba allí era una persona? ¡Sería muy tonto pensar eso! Semejante crimen no estaría a plena vista de todos, pero de todos modos el hecho de que hayan derribado la puerta me inquieta. ¿Quien sabe?, quizás fueron ladrones; ¿será por eso que la policía está en las calles? No, de ser así no nos habríamos ocultado, además nos dijeron que esto es un toque de queda. Si no es por eso, entonces, ¿por qué estarán deteniendo a la gente?, ¿a quien van a detener si en primer lugar no hay nadie?. Esto me trae recuerdos de la epidemia de tuberculosis iracunda hace tres años. La policía tenía permiso incluso de matar. Fueron tiempos de terror y tristeza para mí familia, ¿se estará repitiendo?

Sin dudas, conciliar el sueño va a ser complicado hoy.

Corremos un par de cuadras en donde el único ruido dentro del vacío sonoro que resuena con un solitario eco son los pisotones de Papá, hasta que finalmente se cansa y se detiene en lo que me devuelve al suelo.

—Ya no falta nada, ya casi llegamos. —Dice Papá de rodillas, respirando hondo por el agotamiento.

Tras unos instantes de descanso, Papá se reincorpora para seguir trotando. Ya estamos a menos de una cuadra. Puedo ver nuestro hogar y no con alegría exactamente, más bien con miedo. ¡Tengo un muy, muy mal presentimiento! Parece que Papá siente lo mismo que yo, ya que su paso es acelerado, dejándome atrás.

—¡Vamos, apúrate! —Papá redobla el paso.

Tengo que correr para igualar su velocidad. Llegamos a casa. Ambos observamos con pavor la oscuridad que se asoma desde el interior: pues la puerta está entreabierta. Aquél listón está colocado a un lado de la entrada. ¿Entonces porque está abierto? Ni yo y apuesto lo que sea a que tampoco Papá se anima a poner un pie dentro por la sola idea de lo que podríamos llegar a encontrar si cruzamos esa puerta, y es en este momento que una variopinta cantidad de teorías y preguntas no muy buenas comienzan a llenar mi cabeza otra vez; teorías y preguntas que pronto ignoro para no perder la calma. Pues, la puerta no parece haber sido forzada, lo cual me alivia un poco. Lo malo es que, de cualquier modo, no sabremos que nos espera allí hasta que entremos.

—Entra tú, yo te esperaré aquí. Ya sabes, haré de centinela. —Declaro ante Papá.

Solo me mira con una expresión despectiva. ¿Acaso es mala idea? Viejo gruñón… aunque igual no sé qué es peor; si quedarme aquí afuera o entrar.

—Entraremos los dos en silencio. —Indica en voz baja.

Entonces Papá comienza a mover lentamente la puerta muy despacio con el dorso de la mano. Va tan lento que ni siquiera se escucha el rechinido de las bisagras, taaan lento que pasa una eternidad hasta que puede meter siquiera sus enormes dedos. Pasa un largo rato hasta que Papá ya logra abrir la puerta lo suficiente como para meter la cabeza y ver hacia adentro. 

—No vi un carajo... —murmura volviéndose decepcionado.

—¡¿Y qué rayos esperabas?! ¡La casa está en completa penumbra!

—Baja la voz, aquí el que está haciendo las cosas soy yo, así que si no vas a hacer nada, mantén el pico cerrado. —Su tono se vuelve imponente.

Como yo sé lo que me pasaría si le respondo, mejor me quedo calladito así como estoy. A veces me pregunto como se atreve a decir las cosas que dice.

—No podemos estar mucho tiempo fuera. Hazte a un lado. —Ordena dando unos pasos atrás.

Yo no cuestiono sus no muy buenas intenciones y simple y llanamente le hago caso moviéndome un poco a la izquierda.

—Está bien, pero sé rápid-

Es ahí cuando patea la puerta abriéndola al instante, posicionándose con los puños en alto para enfrentar posibles intrusos, mientras yo doy un salto enorme por el susto, mirando a todas direcciones. Ojalá que nadie haya escuchado eso. Al no salir nada de allí, Papá cambia su mirada hacia mí, y me indica con su mano que entre.

—¡Vamos! —dice metiéndose.

No me queda más remedio que aceptar y, armándome de valor, me dispongo a entrar. Me quedo bien pegado hacia Papá, en medio de la casi absoluta oscuridad, iluminados únicamente por la luz de los faroles del exterior. Papá cierra despacio la puerta hasta dejarnos, esta vez sí, en total oscuridad.

—Aprilio, ve a prender los farolillos a tu izquierda.

Inquieto y apenas pudiendo ver en donde estoy parado, camino muy lento hacia la mesita en donde está el farol con la llama casi apagada. Estos faroles son fáciles de manipular, basta con girar la ruedita que tienen abajo y ¡bum!, una parte de la casa ya está iluminada. Los dos procuramos no encenderlas demasiado. Papá hace lo mismo y la otra parte ya tiene luz. Todavía faltan los faroles que están colgados en las paredes a los lados de nuestras habitaciones. Yo voy por la que está al lado del cuarto de Papá, y él va por la que está al lado del cuarto de Fròderin y yo. Repetimos el mismo proceso y la casa esta iluminada por completo. Bueno, al menos la sala principal. Para mí sorpresa, todo está en su lugar tal cual lo dejamos cuando salimos, a excepción de un librito en la mesa que seguramente Fròderin tomó. No hay nada tirado como pensé que iba a estar.

Tal y como dije, es una casa simple, el comedor es básicamente la habitación principal, con las típicas paredes blancas, el suelo de baldosas negras y la mesa redonda en el medio acompañada de tres sillas. En el lado izquierdo hay una pequeña estantería llena de libros que Papá nos trae de la biblioteca para estudiar: de matemáticas, de historia, biología. Mientras que en el derecho solo está la "cocina": una alargada mesa y a su lado una pequeña hoguera dónde cocinamos lo que sea. Sobre ellas dos están las alacenas que no tienen mucha comida, pues últimamente no hay mucho dinero.

Un horrible escalofrío me recorre todo el cuerpo mientras veo como Papá se queda duro como una roca. Ambos giramos nuestras cabezas en dirección a la habitación de Papá, la cual también está con la puerta abierta… ya que escuchamos algo proveniente de allí dentro.