—Espera, ¿qué? —pregunta Fròderin anonadado.
Papá azota sus manos contra la mesa y de manera rabiosa se levanta de la silla, provocando que esta prácticamente salga reboleada a un lado como un juguete. Fròderin retrocede en tanto yo me mantengo temeroso en mi sitio. Puedo ver cómo los brazos de Papá tiemblan, producto de la tensión que aplica.
—Junten todo lo que puedan. —Ordena.
—¿Qué estás diciendo? —cuestiona Fròderin.
—Les he dicho… —su voz llena de furia se resquebraja por un momento. Simultáneamente sus dedos rasgan la entorpecida madera del mueble—, que vayan a juntar sus cosas… no quiero repetirlo…
—Pero…
Arroja un puñetazo contra la pobre mesa que nos deja en blanco para luego darse la vuelta y clavar su predilecta mirada atemorizante sobre nosotros. Sus ojos están rojos, como si hubiese llorado demasiado.
—Cinco… tienen cinco minutos. Los quiero a los dos listos en cinco minutos.
Papá va rápidamente a su habitación y allí se encierra de un portazo, este me aturde. Me quedo pocos segundos, atónito por lo que acaba de pasar, hasta que recobro el aliento para hablar.
—Vamos... —digo a secas.
Entro rápido a nuestra habitación con Fròderin siguiéndome. Le digo que cierre la puerta, a lo que él calladamente lo hace. Veamos, ¿qué cosas podría llevarme de aquí? Papá tiene una mochila con un espacio más que aceptable, por lo que tengo mucho para llevar… bueno, para empezar no sé cómo prepararme. No tengo absolutamente nada que me pueda ser de gran ayuda para ser sincero: tantos años de vida y nada excepcional he tenido en mi posesión. De momento lo único que veo es el abrigo desgastado que deje tirado en el suelo y corro a ponérmelo con una delicadeza no tan delicada, esperando que este no se rompa al mínimo movimiento.
Fròderin, por su lado, también agarra su saquito, el cual dejó dobladito en una de las esquinas de su cama como el niñito ordenado que es, yo en cambio soy algo más… rebelde. Dejando de perder el tiempo en ridiculeces, me siento en mi cama y me quito los zapatos viejos y olorosos a sudor que tenía y los lanzo lejos de mi vista. Mis medias ya están un poco sucias también, por no decir negras luego de tantos días sin lavar… bah, ni se nota tanto el hedor. Sí, la mayoría de ropa que tengo es ciertamente antigua y no está muy bien preservada que digamos. El tiempo y sobre todo yo las hemos tratado mal. Algunas apenas y me van. Buscaría en el cajonero, pero por mi parte y por más difícil que sea de creer: no tengo casi nada de ropa. La que antes era mía ahora es de mi hermano, y hablo de la ropa que llegó en buen estado.
Comprar prendas en Strademburg es complicado, pues el que sea cara y que Papá no pueda vender la carne a un buen precio porque los animales de las llanuras no son lo más preferible en un plato no nos da muchas posibilidades, por lo que nos las ingeniamos como podemos. Es interesante lo que pueden hacer los años de uso sobre una prenda. Por eso prefiero la ropa de cuero, lástima que sea jodidamente cara. Un momento, ¿por qué estoy pensando esto?, ¡no puedo perder el tiempo, maldición! Estirando un poco mi mano, saco de debajo de mi cama un par de botas de cuero, cómo no, nuevas que no son tan nuevas, porque me las conseguí a principios del año pasado trabajando como esclavo, sin embargo, están relucientes, por eso amo el cuero que hay aquí. Me las pongo e intento atarme los cordones… hasta que recuerdo que… nunca supe como hacerlo.
—Ey, Fròderin... —digo por lo bajo
Mi hermanito, quien parece estar buscando algo bajo su cama también, sale de ahí para quedárseme viendo con algo de molestia por haberlo interrumpido. Avergonzado le señalo discretamente mis botas y él me lanza una mirada burlona. Rayos, me siento inferior ahora.
—¿Sigues sin saber atarte los cordones? —Fròderin deja escapar una pequeña risa.
—Vamos estúpido, ¡deja de molestar y ayúdame con estas cosas!
Fròderin, felizmente, que más que feliz, diría chistosito, se acerca para atar estas mierdas. Me sorprende la facilidad con la que lo hace, sin equivocarse en ningún momento. ¿Cómo le hace? Otra de las pocas cosas que le envidio Fròderin.
—Y… ya quedó hermanito, de nada. —Concluye burlándose dando palmadas en la punta de la bota.
Púdrete Fròderin…
Habiendo terminado de… ayudarme…vuelve a meterse bajo su cama. ¿Qué está haciendo?
—¿Qué andas buscando?
—¡Eso no te interesa! —exclama desde allá abajo.
Cómo sea, ¿qué más puedo llevar? Piensa, Aprilio, piensa. Veo por todo el cuarto tratando de encontrar alguna otra cosa que pueda serme de ayuda, pero la suerte no está a mi favor. Mmm…¡ya sé! Podría llevar… a quien quiero engañar, ya no hay nada útil. A no ser que…¡lo tengo! Muy escondida entre el montón de porquería bajo mi cama, se encuentra mi arma secreta: la más poderosa que haya podido empuñar jamás. La tengo aquí guardada porque sé que a Papá no le gusta verla, tal vez porque le tiene miedo…
—¿Qué haces? —escucho a Fròderin detrás de mí.
—¡Aléjate!
—Eh…¿qué?
Salgo empuñando mi arma, y al hacerlo, me pongo de pie y la alzo tan alto como mi brazo lo permite. Tenerla en mis manos me llena de fuerza y orgullo.
—Entonces…¿qué es eso? —dice escéptico.
—¡¿Quieres saberlo?! —le pregunto con una enorme sonrisa.
—Aprilio… eso es una rama.
Oh, sabía que iba a decir eso, pero lo que no sabe es que con esto, logré… bueno, nada, ¡pero eso no quita el hecho de que sea peligrosa!, ¡es tan larga como mi brazo entero! Jamás la usé, porque hace apenas dos días la arranqué de un árbol en la plaza de la zona y me lo traje hasta casa sin que Papá se diese cuenta. Soy un maestro del sigilo.
—Pues muéstrame su poder entonces.
—Hmph… como quieras. —Le digo con soberbia.
Es entonces, que agarro mi Súper Rama con ambas manos para que el golpe vaya con todo… pero antes necesito un objetivo de prueba, algo con lo que estrenar mi arma…¡magnífico! Lo probaré con la pared. Si logro dar bien el golpe, con el ángulo correcto, seguramente lograré arrancarle un pedazo a la desdichada. Es bastante gruesa, va a resistir.
—¿Estás listo?
—Cuando quieras. —Dice sonriendo levemente.
—¡Te quitaré esa sonrisa del rostro!
Concentro todo mi poder en la rama y la dirijo con todas mis fuerzas hacia la pared, decidido a destruirla. Cierro los ojos y solo pienso en la cara que pondrá Fròderin cuando vea el verdadero potencial de esta cosa, luego las maravillas que podré hacer allá afuera. En tan solo un segundo puedo sentir el fuerte impacto, generando una vibración en todo mi ser, seguido de un pequeño crujido que se escucha. Quiero pensar que no es lo que creo… sin embargo, al abrir los ojos me percato de la triste y vergonzosa imagen de mi rama partida en dos. Al mirar la pared, veo solo un rasguño recubierto de una ligera capa de suciedad en la zona del choque. Que decepción.
—¡Guau! Qué inesperado. —Exclama aplaudiendo sarcásticamente.
—¡¿Qué están haciendo?! —grita Papá desde el otro lado.
—¡Nada!
Yo creí que está cosa podría aguantar más, aunque también fue mi culpa por enfrentarla ante un rival como la pared; ¡mi pared! Pero ya qué, fue bueno mientras duró. Me hubiese gustado haberla usado durante los días de…
Un momento, la rama…
—¿Por qué esa sonrisa?
Ja ja ja ja… tal como dice Fròderin, una sonrisa de oreja a oreja se dibuja en mi rostro… al parecer la suerte parece volver a sonreírme, y no es para menos; mi arma se partió en dos al momento del golpe, sí, pero gracias a eso… la rama ahora es un poco más corta, pero la punta quedó bien filosa…¡perfecto!
—¿Ves, hermano?, ¡todavía sirve! —afirmo alzándola nuevamente mientras carcajeo orgulloso.
—Ash… hasta yo soy más maduro que tú.
Hmph, lo que tiene es envidia porque jamás tendrá un artefacto tan peligroso y apropiado como este, que incluso cuando se rompe, todavía puede seguir siendo usado. Ni las armas de los soldados tienen semejante ventaja. ¿Será que el destino quiso que la tenga? Ay… qué lindo es ser yo. Pero, en fin, tengo que seguir preparándome. Entonces, haciendo un breve chequeo de todo lo que tengo de momento es…¿ropa? Supongo que la que traigo puesta cuenta , ¿un arma? Sí, y también… bueno, solo eso. Tal vez no necesite otra cosa, lo importante lo tiene Papá… creo… así que ya no tengo que preocuparme… espera…
—¡Jo Jo jo! Casi te olvidó a ti…
—¿Te refieres a m-
—¡Quítate tú! —empujo a Fròderin fuera de mi camino.
Casi se me pasa por alto que en la mesita de luz está una caja simplona…¡mí. caja. simplona!, que, a pesar de su simple aspecto astilloso y desbaratado, contiene dos cosas que se han convertido en los pilares de mi vida y de esta familia desde que aprendí a tocar el piano. Tomo la cajita con ambas manos y corro a sentarme a mi cama. La contemplo con detenimiento, mientras Fròderin sigue quejándose en el suelo, que llorón.
—¿Otra vez con esa porquería?
Clavo como clavos mis ojos en los de Fròderin.
—Mucho cuidadito con lo que dices, enano envidioso…
Luego de ese breve momento, me dispongo a abrir lentamente la caja. Me lleno de emoción, cada vez que la abro siento lo mismo. Con cada segundo que pasa, se revela más y más lo que hay adentro y puedo sentir su poder envolverme. Puedo verla, el pilar de mi vida, mi mayor posesión, mi…¡pepita! ¿Qué es? Una piedrita pequeña con un muy llamativo brillo rojo. ¿Por qué es tan especial? Pues es mi piedra de la fortuna. ¿Por qué es mi piedra de la fortuna? Pues, mamá me compró tres bolsitas de cerezas por hallarla años atrás. Y no, eso no fue simple casualidad, fue obra de esta piedra. Nunca lo olvidaré.
Y luego está el pilar de esta familia: mi bolsita de ahorros azulada con una carita feliz que le dibuje antes, con dinero que arduamente estuve recolectando a lo largo de los años. Aquí hay ahorradas unas diez trìas, que es una cantidad considerable de dinero. Tendría mucho más si no tuviese que ayudar a Papá con las compras de vez en cuando, pues desde que Mamá se nos fue, la economía familiar no ha sido la misma. He estado ahorrando para en algún futuro poder vivir en un lugar mas cómodo.
—Admítelo hermano, nunca me igualarás. —Declaro agarrando la piedra y observándola de cerca.
—Sí, lo que digas. —Dice levantándose.
—¡Ey! ¡Vengan ya!
Cierro la caja rápidamente y la dejo tirada por ahí. Guardo la piedra en mi bolsillo derecho y la bolsa con monedas en el otro. Me levanto para ir corriendo hacia la puerta acompañado de Fròderin. Sin titubear abro, caminamos unos cuantos pasos a la derecha y nos ponemos delante de la entrada a la habitación de Papá. Golpeo unas cuantas veces la puerta y en un instante Papá abre. Se le ve un poco más calmado ahora.
—¡Ya estamos listos!
—Entren. —Dice sin mucha emoción.
Por más raro que suene: en mis tres décadas de vida he estado aquí en contadas ocasiones. Por algún motivo a Papá no le gusta que entremos a su habitación. Tampoco es que tuviera un motivo para entrar aquí. Antes creía que era porque ocultaba algo y poco me importaba eso la verdad. Es ligeramente distinta a lo que sería mi habitación. En la esquina del fondo todavía están las marcas en el suelo en donde solía estar la cama de Mamá. Del lado de Papá, pegada a la pared: su cama bien ordenada y estirada que deja en ridículo a las nuestras. A su costado derecho hay un pequeño estante a la altura de su cama en donde hay una estatuita de madera hecha a mano de una pareja con su hijo, abrazados, montados sobre un bicornio: un caballo de dos cuernos. Es un conocido símbolo del amor familiar. Una vasija sin diseño con flores marchitas en el mismo estante adornan con ese toque triste y nostálgico. Mamá se las había regalado hacía ya mucho tiempo. Me sorprende que aún las conserve.
Algo que siempre me llamó la atención fue ese armario gigante que está al lado de la biblioteca cerca de la puerta. Nunca vi que tenía adentro, o por lo menos no recuerdo haber visto su interior. Es como si supiera que algo interesante tiene allí dentro. Para mi impresión, como si hubiera leído mi mente, Papá se dirige al armariote ese que tiene y lo abre. En la parte baja hay dos filas con tres cajones cada uno. Sobre ellos hay un amasijo enorme de ropa mezclada. Nosotros nos quedamos viendo como parece buscar algo en el montón de indumentaria que va tirando al suelo. Diablos, sí tiene más ropa que nosotros dos juntos. ¡Qué egoísmo!
Me da por ver a Fròderin que está detrás de mí como siempre es costumbre suya, pero me percato de que tiene sus manos detrás de la cadera, lo que significa que algo debe de estar escondiendo.
—¿Qué tienes ahí? —susurro
—¿Eh? Nada, nada... —contesta disimulando los nervios. No le sale.
—Vamos, soy tu hermano, no seas tan reservado.
—¡Te dije que nada!
—Ay, está bien… un momento…¿alguien está detrás de ti o es cosa mía? —pregunto alzando la cabeza.
—¡¿Quién?! —grita asustadísimo y se gira hacia el otro lado.
Aprovecho el momento en el que Fròderin separa sus manos revelando lo que tenía y veo que lo que escondía era…¿un… peluche? Es que… ya no sé qué más esperar de este chico, ¿cómo puede ser que con ya veintiséis años siga usando esas cosas?
—¡¿Quién estaba detrás de mí?! —exclama buscando la supuesta persona que le acechaba.
—¿Para qué vas a llevar un peluche? —pregunto desilusionado.
Fròderin vuelve a girarse a mí.
—¡¿O sea que no había nadie?!
—Ya hazte hombre, ¿quieres?
Me doy la media vuelta para ver a Papá y…
—¡¿De donde sacaste eso?! —me exalto al verlo mirándome mientras empuña una larga espada con una muy resaltante gema roja incrustada en el pomo…¡¡y una espada real!!
—Del armario.
¿Cómo puede ser que tenga eso? Está prohibido que la población civil porte armas, más encima una espadota como esa, ¿cómo fue que la consiguió y desde cuándo la tenía? La única forma de que tenga eso es… alto…
—Entonces…¿fuiste un soldado? —pregunta Fròderin antes que yo.
—Muy acertado. —Contesta sonriendo levemente—. Sí, estuve en las grandes ligas.
Es entonces que se arremanga el brazo derecho, dejando ver un símbolo particular grabado a base de quemaduras a la altura del hombro… auch.
Jamás me di cuenta de que tenía ese tatuaje y tampoco creo que Fròderin lo viese. Ya lo había visto en un libro hace mucho, pero me cuesta acordarme a qué pertenecía… era algo del ejército de viejas épocas. Creo que es de una división importante. Espera…¡ya lo recordé! No puedo creerlo…¡¡¡Papá perteneció a la Élite Gunderzana!!! Ahora mismo estoy sin aliento, ¡no puedo parar de saltar de emoción mientras grito como loco! ¡me siento honrado de tener un soldado destacado como mi propio padre!
—Para de hacer rui-
—¡Papá, ¡¿eres un élite?! —exclamo desaforadamente.
—Baja la voz.
—¡Tengo millones de preguntas! ¡¿Puedes responderlas?!
—Ahora… no es el momento.
Ay, ¿por qué? Quiero saber en qué misiones participó, para que reyes trabajó…
si mató gente…
¡O incluso si viajó a otros Reinos! ¡Podría saber cómo es el exterior! Por la gracia del Padre Fundador: ¡esto es fascinante! También explica la personalidad dura de Papá. Haber descubierto esto me responde varias preguntas, pero genera miles más.
—Cálmate, no es para tanto. —Dice pasándome por al lado
Que no es para tanto dice el viejo. Está loco. Qué se joda.
Papá se dirige a su cama. Se sienta y se lleva las manos al mentón y así se queda, pensando profundamente. Fròderin y yo solo observamos, esperando a que diga algo. Si va a hablar, que sea para responder a mis preguntas. Si, soy un niño muy curioso. No es mi culpa. Así me hicieron. Luego de quedarse pensando detenidamente en quien sabe qué, Papá se quita las manos de la cara y mira hacia el frente.
—Iremos a la Villa Halley. —Anuncia.
Por maleducado que me vea, no puedo evitar reírme y asustarme un poquito por la idiotez legendaria que acaba de decir.
—Papá, ¿si sabes que Halley está a siete días de aquí?
—No solo eso, además tendríamos que… atravesar el Bosque Nilard. —Agrega Fròderin atemorizado.
Oh, el Bosque Nilard. Un vasto territorio que por fuera se ve muy bonito, pero es todo lo contrario: porque no solo es muuuuuuuy enorme, sino que además allí hay criaturas ultra híper mega peligrosas de todo tipo que podrían matarnos en un instante, y no hablo por hablar; lo digo por testimonio de viajeros que pasaron por ahí y bueno… por libros. Hay un millar de leyendas, cuentos e historias sobre ese lugar, y hoy por hoy el más mencionado es sobre el no tan reciente caso de los Hermanos Kolner: dos aventureros que se esfumaron allí hace ya siete años. Teniendo en cuenta su peligrosidad, cada uno llevó una franja azul atada a la cadera para que los identificaran en caso de que los encontraran muertos. ¡Eso sí que es tener huevos! Hasta ahora, nadie tiene el valor de ir a buscarlos, y no es que haya muchas chances de hacerlo de todos modos. Yo mismo fui con una multitud a verlos a las puertas sureste de la Capital antes de que se largaran por última vez. Sabiendo eso: ¿qué posibilidad tendríamos de sobrevivir allí? No solo eso, la probabilidad de que nos perdamos en medio del camino es demasiado alta. ¡Podríamos ser los próximos en desaparecer! Fròderin y yo desatamos un barullo de conjeturas e ideas locas de como podríamos morir en ese lugar.
—Ya ya, no tienen que preocuparse. —Comenta Papá.
—¿De qué hablas? —pregunto.
—Yo ya he estado allí. —Se pone de pie y vuelve a dirigirse a su armario para buscar otra cosa.
Mi intuición dice que debe estar buscando algún arma para nosotros, y de verdad espero que sea así. Si voy a ir allá, que no sea solo con mis manos, aunque podríamos usar las herramientas de cacería. Luego de escarbar entre un montón de cosas como si de un ratón se tratase, saca una peculiar y oblonga caja blanca. Por su diseño, no parece ser la gran cosa, hasta que, al ser abierta, en su interior se exhiben dos cuchillos cuidadosamente acomodados uno al lado del otro. Son tan largos que casi parecen espaditas. No solo eso: su brillo es increíble, parecieran ser nuevas. Estoy seguro de que jamás las usó.
—Tomen.
—¡Guau! ¡Esto es una maravilla! —digo contemplándolo. Puedo ver mi rostro reflejado en su acero.
Fròderin se acerca, toma el suyo y se queda observándolo atentamente con la misma alabanza que yo. Al diablo con mi rama: esto es mejor, aunque no sirva si se llega a romper, por lo menos es más letal y resistente. Además, es más cómodo de agarrar. ¡Son mejores que los que usamos para cazar!
—Son cuchillos de un acero muy especial, no hay casi nada que se les resista. —Explica Papá.
—¿Debería preocuparme no saber usar esto? —pregunto moviendo el cuchillo de un lado a otro.
—Lo mismo pregunto. —Añade Fròderin.
—Mejor preocúpense de que les ayude cuando lo necesiten. Y Aprilio, ya deja de zarandear el cuchillo o vas a sacarle un ojo a alguien.
Oh sí… ahora sí… con esta cosa, no tengo porque temer a los peligros del Bosque Nilard. Al menos eso quiero pensar. Pero no importa, no creo que lleguemos a encontrarnos con una bestia allá… por lo menos espero no encontrarme con más de una...