Estamos completamente preparados: de pies a cabeza, eso creo. Al no ocurrírseme otro lugar mejor, sujeto el cuchillo a mi cinturón al costado de mi cadera para tenerlo asegurado, aunque es incómodo; me está pinchando un poco la pierna. Ya qué, hay que aguantarse, ¿no? Alto, se nos está olvidando algo muy importante.
—¿Y qué comeremos?
—¿Olvidas el saco de carne? ¡Fròderin!, Tráemelo. —Ordena Papá.
Fròderin se va a buscar el saco. Menos mal, pensé que iba a tener que comer lo que sea que haya afuera, ya había olvidado que trajimos eso. Momento… ¿cómo vamos a cocinar la carne? Nah, no creo que deba preocuparme, Papá es un soldado de élite, seguro se las ingeniará de alguna u otra forma. Aunque algo se me cruza por la cabeza, y ese "algo" es la pregunta: ¿cómo vamos a salir de la Capital? Porque si no mal recuerdo, uno de los custodios de la entrada nos dijo que no podíamos salir, por lo que obviamente salir por la puertota no es una opción, ¿pero entonces como le hacemos?
—Creo que se te olvidó que no podemos irnos de la Capital, Papá. Tendríamos que esperar a que vuelvan a autorizar la salida. —Digo.
—Que se jodan las autorizaciones. ¡Nos vamos hoy y ahora!
Mmm… romper la ley... me gusta...
—¿Enserio?, ¿o sea que si hay forma de salir de aquí? —pregunto interesado.
—Por supuesto. A lo largo de las murallas hay repartidas a sus pies una serie de "pasajes" grandes, estoy seguro de que las has visto más de una vez, ¿no?
—Pues… pues a veces, ¿qué tienen? No son bodegas de vino como creí, ¿o sí? —digo extrañado.
—¿Qué?, ¿bode…? ¡Ay no importa! Esas escotillas son caminos subterráneos que sirven de salida de emergencia.
Vaya, que oportuno.
—¡Pues vayámonos por allí entonces!
No sabía que los pasadizos secretos no tan secretos realmente existían… al menos tan al descubierto. Pensé que solo era cosa de toda la cháchara que solía leer cuando era pequeño. Me doy la vuelta para ver a Fròderin entrar a la habitación, está vez cargando dificultosamente la bolsa con ambas manos. Que yo sepa no es tan pesado.
—Eres muy debilucho, sabes. —Afirmo.
—Pues… la próxima vez… ¡tráelo tú! —concluye tirando el saco al suelo.
Papá camina hacia donde el saco está y lo levanta con relativa facilidad. Es interesante ver que lo que le cuesta a Fròderin, Papá lo hace sin esfuerzo alguno. Bueno, tal vez porque él es un soldado bien entrenado y Fròderin es un niño. A veces no me doy cuenta de las tonterías que llego a pensar.
—Y… ¿cuándo nos vamos? —pregunta Fròderin recobrando el aliento.
—No lo sé, ¿ustedes ya tienen todo lo que necesitan? —Papá se guarda la espada, clavándola en la capucha… increíble.
—¡Por supuesto! —sonrío levemente.
—¿En serio? ¿Qué llevas?
—Mi pepita y el cuchillote.
Papá se queda viéndome seriamente. Seguro cree que estoy tomándole el pelo, ¿por qué lo haría en este momento?, ¿además qué esperaba? Y no, no quiero decirle que llevo dinero, porque puede que hasta me lo quite. No confía en mis habilidades financieras.
—Ay este niño…, —reniega por lo bajo—, ¿y tú qué llevas Fròderin?
—Mi peluche… y el cuchillo. —Responde revelando ambas cosas.
Ahora nos mira a ambos con desaprobación para luego colgarse el saco al hombro izquierdo calladamente, se nota su decepción. Que diga lo que quiera, el muy soquete escondía toda una armería en su armario, a nosotros con suerte nos compraba lo necesario.
—¿Siquiera están llevando ropa? —nos pregunta.
—¿Quieres que lleve ropa vieja y rota?
—¡No es ropa vieja!, ¡tú no sabes cuidarla, el mes pasado te compre un sayo y lo rompiste todo en una semana!, ¡me costó veinte malditas trìas!
Bueno eso es verdad…, ¡y mierda que era un bonito sayo!
Igual supongo que puedo resistir un poco el frío durante el viaje. Además, allá en Halley conseguiremos ropa; ¿y si no tenemos con que pagarla? Pues tendré que aplicar la del Aventurero Ingenioso: robar. Ojalá no llegar a ese extremo, me rompería el corazón… sí…
—Tú tranquilo y yo nervioso, Papá. Ya verás como me las arreglo.
—¿Ah sí?, ¿cómo?
Je je, eso es secreto…
—¿Podríamos irnos de una vez? —digo cambiando de tema.
—Mmm…, —refunfuña—, está bien, no podemos quedarnos mucho tiempo.
Papá se da la media vuelta y sale de la habitación murmurando cosas que no distingo. Supongo que deben ser quejas, posiblemente sobre mí. ¡Subestima mi ingenio! Cómo sea, Fròderin va detrás de él y por último yo. Ya en el comedor, estamos a punto de salir, pero repentinamente Papá se para frente a la puerta y se gira a nosotros.
—Esperen, prendan las luces de las habitaciones. Con suerte eso los distraerá si pasan por aquí.
Ambos asentimos y corremos a las habitaciones. Fròderin va a la nuestra y yo a la otra. Giro la perilla y el farol se enciende casi al máximo en un abrir y cerrar de ojos, encandilándome en el proceso. Eso bastará. Ojalá y funcione. Okey, ya terminado el trabajo, salgo y cierro la puerta. Vuelvo rápidamente con Papá, y al darme la vuelta veo Fròderin venir detrás de mi… otra vez…
—¿Hicieron lo que les dije?
Por mi difunta madre… debo… contener mis… impulsos sarcásticos.
—Si, Papá. —Bien… lo conseguí.
—Yo también lo hice. —Añade Fròderin.
—Perfecto, vámonos.
Justo cuando Papá comienza a abrir la puerta, veo algo muy útil que está al lado mío apoyado sobre la pared, a lo que grito:
—¡ALTO!
Provocando que cierre de golpe y me mire confusamente molesto.
—¡¿Qué pasó?!
—¿No vamos a llevarlo? —pregunto mirándolo fijamente.
—¿Llevar qué?
Apunto con mi dedo hacia lo que está a mi lado: el arco con el que salimos a cazar hoy a la mañana. Diablos, es más grande que yo. Eso sí que puede sernos de gran ayuda.
—¿Nada más por eso gritas? Me diste un susto horrible.
—¿Lo llevaremos o no?
—Obvio que no, sería un estorbo a la larga.
Ash, que desilusionante, y yo que quería andar lanzando flechazos a toda criatura que se cruzara en mi camino, aunque eso sería más trabajo de Fròderin: él si tiene muy buena puntería. Escucho a Fròderin reírse de mí silenciosamente, a lo que respondo molesto dándole un "suave" codazo en el estómago. Le pasa por chistoso. Nadie se burla de mí, solo yo.
—¡Auch! ¡Papá! —gime Fròderin de dolor, llevándose las manos a la panza.
—Deja de ser tan llorón. Además, es peor para ti que para mí.
—¡Ya cálmense ustedes dos por favor, no es momento para sus tonterías! —reprocha Papá fríamente.
—¿Y que hay del bolso y tu ropa, Papá?, ¿no llevaras eso? —pregunto.
—No necesito llevar un bolso cargado, con este saco de carne es mas que suficiente. Claro que ustedes eran la excepción, pero como no tienen nada que llevar, pues no lo uso.
Ambos guardamos silencio, mientras él vuelve a dirigir su mirada hacia adelante, a lo que comienza otra vez a abrir la puerta con mucho cuidado y es aquí donde llega el momento de ponerme serio y hacerme la pregunta: ¿es seguro salir? No tenemos certeza de que la policía siga allá fuera. Al abrir la puerta por completo, se asoma un poco y mira en ambas direcciones, sin embargo, parece no ver nada. No se escucha nada del otro lado. Un pequeño tiempo transcurre y Papá vuelve a meterse, para luego entrecerrar un poco la puerta.
—Salgan despacio y manténganse en silencio. —Indica susurrando, mientras vuelve a abrir.
Se dirige a apagar los faroles restantes, momento que Fròderin y yo aprovechamos para salir de la casa. Al salir, lo primero que siento es frío, y no del clima, si no de la mala sensación que vuelve a aparecer dentro de mí. Ya lo dije demasiadas veces, pero vuelvo a decirlo… ver la Capital así me genera ya no miedo, sino terror, más ahora que tengo una idea de lo que está pasando. Miro hacia la entrada para ver a Papá salir del interior de nuestra casa y cerrar cuidadosamente la puerta, pero no del todo, dejando libre una franja por la que se escapa la luz de nuestras habitaciones. Al terminar de hacerlo, se dirige a nosotros.
—No se despeguen de mí. —Dice.
Asentimos con la cabeza. Nos tomamos muy literal el no hacer ruido. Papá observa a sus espaldas y unos segundos después de quedarse mirando a su alrededor, nos toma de la mano.
—Vamos...
Comenzamos a caminar por la cuadra acompañados por el tan característico silencio que está desde que volví aquí. Nos dirigimos a la parte más cercana de la muralla, estamos relativamente cerca, a unas cuantas cuadras. Al parecer vivir cerca de la entrada tiene sus ventajas después de todo. Ahora que me doy cuenta, no me puse a pensar en el hecho de que estoy abandonando mi hogar para posiblemente no volver nunca. Es realmente triste, quiero decir: vivo aquí desde que nací y por si no fuera poco, no conozco nada de lo que hay afuera más allá de lo que los libros me ilustraron. Todavía no he terminado de recorrer la Capital en su vasta totalidad. Tampoco tuve la oportunidad de hacer amigos, ¡me arrepiento de ello! También tendré que renunciar a mi sueño de ser el mejor pianista de Strademburg. Habrá que cumplir esa meta en donde sea que vivamos a partir de hoy. Una pena la verdad, seis años perfeccionándome tirados a la basura. Espero equivocarme y poder volver aquí pronto. Este es el momento en donde me doy cuenta y a la vez lamento el no haber aprovechado bien mi tiempo aquí.
—¿Y cómo manejo un cuchillo? —pregunto.
—¿Eh? —Papá redirige su atención a nosotros.
—¡Sí!, no quisiera lastimarme mientras lo uso.
—Apunten siempre al objetivo y entierren el acero en su corazón…— y se queda callado con una mirada siniestra…
—¿Eso es todo?
—Sí, ahora silencio. En otro momento les enseño mejor.
Cómo sea, llegamos a la esquina de la cuadra, y doblamos hacia la izquierda. Veo allá al fondo la muralla, tendremos que seguir derecho como cuatro cuadras más.
Noto que en ciertos tramos de las calles, tanto de esta como de las que hay más al fondo, casi todos los postes de luz parecen haber sido destruidos a golpes, otros ya de plano fueron arrancados y dejados en el suelo, dejando esas partes de las calles en parcial oscuridad. Solo unos pocos tuvieron la suerte de salvarse, los suficientes como para ver bien el camino. Es raro porque antes de llegar aquí estaba todo normal. Debieron ser los policías. No vi nada de esto mientras volvíamos. ¿Con qué necesidad lo hacen? ¿A qué se debe esa obsesión con la luz? Vaya locos.
—¿Crees que sigan por aquí? —pregunto a Papá.
—Es eso lo que me preocupa, por eso manténganse alerta.
Buena idea. Tengo un sentido de la audición particularmente agudo el cual es muy favorable para esta situación, por lo que si andan cerca: yo seré el primero en saberlo. Confío mucho en esa cualidad. Llegamos al final de la primera cuadra, pero antes de cruzar, Papá nos suelta y nos detiene poniendo su brazo delante. Se pega a la casa que está a nuestro lado y lentamente asoma su cabeza por el borde para verificar que no haya nadie. Al terminar de examinar detenidamente las calles, vuelve apresurado a nosotros y se agacha.
—Crucen rápido.
—¿Pero y si nos ven?
—Por eso, tonto. —Le digo a Fròderin.
—¡Ya vayan, maldición! —Papá nos empuja.
Agarro a Fròderin y empezamos a correr a lo loco, como si nos estuvieran persiguiendo. El cuchillo me está picando la pierna haciendo que me cueste andar. Llegamos al otro lado y Papá viene detrás nuestro. Apenas hace ruido mientras corre. Por un momento siento que la cabeza me da vueltas y vueltas, tanto que debo apoyarme sobre mis rodillas para recobrar el aliento. ¿Qué me está pasando? Pasan los segundos y el mareo se va de repente… eso fue raro.
—¿Ya estás cansado? —me pregunta Fròderin burlonamente.
Es en momentos como este, es cuando me cuestiono cómo y que responder a preguntas como esta: si con calma o con violencia. No sé qué le pasa que anda tan molesto, pero por el bien de su cara es mejor que pare.
—Vamos. —Papá comienza a ponerse tenso mientras mira hacia todos lados.
—¡Ya… continuemos! —digo levantando dificultosamente mi cuerpo.
Me tomo un pequeño tiempo para volver a erguirme. Dejo salir un suspiro para luego reanudar la caminata. Eso de cansarme así de rápido me hace cuestionar a mí mismo si de verdad estoy preparado para lo que hay allá afuera, de todos modos, no importa. Tendré que hacer el esfuerzo sí o sí. Al parecer no estoy en forma.
Vamos pasando por varios tramos oscuros ya que como lo había dicho antes, a estos tipos les dio por romper algunos de los postes de luz. Me inquieta un poco pasar por aquí. Creo que jamás le tuve tanto miedo a la oscuridad como ahora. Aunque más me extraña que hayan roto solo unos cuantos postes, o sea, ¿Por qué no romperlos todos? ¿O acaso lo hicieron por diversión? Cómo sea, nunca lo sabré.
Estoy pensando demasiado en lo mismo: que si la policía, que si los faroles rotos, que si las casas… ya comienza a estresarme demasiado la verdad, por lo que alzo mi mirada al cielo nocturno para distraerme un poco… tan lindo y relajante como siempre, los cientos de estrellas y la luna, siento mucha curiosidad por ambas, ¿Cómo será estar allá? Bah, tampoco lo sabré. Ahí está la magia del cielo nocturno: nunca sabrás cómo es estar allí. Es gracioso que incluso ahora, que camino solo por una ciudad vacía, sin mencionar a Papá y a Fròderin. Ver el cielo sigue siendo relajante, nunca falla.
—¿Qué mir-
—Cállate. —Interrumpo a Fròderin sin despegar los ojos del cielo.
—No hablen. —Dice Papá molesto.
—Pero es que-
—No me importa. No hablen. —Repite.
Le pasa por tonto. En fin, ya se me fue el estrés, ver el cielo es efectivo, me quita lo malo enseguida. ¿Qué irónico no? Y ahora que ya estoy más tranquilo, es momento de volver a pensar en la situación actual, más precisamente, en una pregunta que me viene carcomiendo la cabeza: ¿qué rayos le dijo el tío a Papá? Se puso tan nervioso que ni pudo hablar, por lo que también dudo que me lo diga ahora. Mierda, me da escalofríos el solo ponerme a pensarlo. Ahora que lo pienso… ¿cómo debe estar el tío? Todavía debe de estar de camino a su casa. Espero que se encuentre bien.