Al abrir mis ojos: un cielo nocturno lleno de puntos resplandecientes es lo primero que veo, y en el centro de ellos: una luna que apunta directamente hacia mí. Me levanto del suelo frío. Siento algo de sueño. Tengo unos segundos de lucidez para ver el lugar en el que me encuentro: literalmente en la nada misma, una tierra árida sin nada que ofrecer, nada se ve más allá del horizonte. Un silencio y soledad ciertamente relajantes reinan el lugar. Sin tener idea de a donde debo ir, cambio mi vista a la luna una vez más para que me lo indique: me apunta hacia adelante.
Al fijar mis ojos en dirección a donde apunta, me percato de que allá hay un gran árbol apenas visible a causa de la lejanía. Lo que más resalta es una particular luz en él. Atraído por ella, camino sobre este lugar desolado. Transitar por aquí es irónicamente calmante, aunque el viento sopla bastante. Tengo frío, debo llegar rápido.
Acelero un poco el paso. El viento, bien bruto, levanta una espesa nube de polvo que hace que se me escape un estornudo. Una vez dispersa la polvareda sigo hasta que, justo delante de mí, en el suelo muerto; una pequeña grieta se abre, de la cual emerge una flor completamente roja que crece rápido hasta llegar a la altura de mi pecho. Me acerco para apreciarla mejor, pero al cabo de unos segundos otra aparece, y luego otra; y otra, y otra, y otra. Mi alrededor se llena de estas raras plantas. De ellas emana un particular hedor que no sé cómo describir. Continúo caminando, mientras las flores me van persiguiendo por detrás. Al darme la vuelta, observo que a mis espaldas el paisaje, desde el punto en el que estoy parado hasta el extremo a mis espaldas que mi vista me permite se ha cubierto en un manto rojizo.
Sigo andando, tratando de acobijarme con mi ropa para soportar un poco más el frío, pero no sirve de mucho. En tanto intento abrigarme mejor, una delgada liana sale del suelo y se envuelve en mi talón, de ella brota un tallo, del cual nace otra flor roja. A pesar de su minúsculo tamaño, ejerce una presión tal que me provoca un pequeño dolor en esa zona, así que muevo mi pierna para zafarme.
Éstas cosas provocan en mí una sensación de incomodidad…, algo dentro que me advierte de que no significan algo bueno: que debo huir de ellas y llegar al árbol lo antes posible. Obedeciendo a mi instinto, empiezo a correr para tratar de perder a las flores. Ellas continúan siguiéndome, quieren alcanzarme a toda costa, cubriendo la tierra a su paso, pero yo soy más rápido, y poco a poco voy dejándolas atrás. Ya estoy cerca del árbol, solo tengo que seguir un tantito más. De vuelta, me giro para ver a las flores allá a lo lejos. Todavía tratan de alcanzarme, pero es en vano. Una vez que llegue al árbol será tarde para ellas. Sabiendo que ya no llegarán a mí, dejo de correr, para continuar lo poco que me queda de camino a pie.
Por fin llegue a donde quería, el frío finalmente se fue. Ahora, frente a él, puedo verlo claramente: un Árbol Gunderzano, con sus enormes raíces sobresaliendo del piso y su ancho tronco. Sus características hojas rojas y negras igual a la bandera del Reino no tienen igual. Verlo es genial. La luz que me guio hasta aquí resultan ser unas velas que reposan en los bordes de una simplona y desvencijada mesa vieja de madera. Sobre ella, hay un libro cuidadosamente acomodado y a su lado un frasco de tinta. Antes de que dé un paso para acercarme, todo a mi alrededor se vuelve a llenar de esas flores rojas, dejándome rodeado, sin embargo, este árbol es el único lugar al cual no pueden pasar, así que me quedo tranquilo.
Camino hasta la mesa. Contemplo mejor el libro: totalmente cubierto en una capa espesa de polvo; parece que nadie lo abrió en muchísimo tiempo, por lo que lo tomo y soplo para dispersar la suciedad. La cubierta es de un color rojo oscuro bastante fuerte. No tiene ningún título, excepto por ese símbolo raro en dorado...
Al abrirlo, me encuentro con que no hay nada en las primeras páginas: todo está en blanco. Avanzo por el resto del libro esperando encontrar siquiera una palabra hasta llegar a la última hoja. Cierro el libro. Hmm… si no hay nada escrito, entonces yo mismo llenaré este libro. Pero cuando iba a empeñarme en ello, me percato que no hay ninguna pluma para escribir.
—Ten. —Una mano voluminosa se extiende con una pluma negra detrás del árbol.
—¡Gracias! —agradezco amablemente tomándola. La mano vuelve a esconderse.
Okey, ahora sí. Remojo la pluma suavemente en el frasquillo y procedo a abrir una vez más el libro y retrocedo hasta la primera página… mmm…¡ya sé! Escribiré la historia de mi vida: y comenzaré poniendo mi nombre, para que se sepa que este libro ahora me pertenece. Sin embargo, para mi sorpresa, tan pronto como la pluma roza la hoja, el libro se cierra de golpe, dándome un gran susto. Una por una, las hojas del árbol comienzan a caer y las flores rojas se marchitan, pero mientras eso ocurre, una nueva flor germina del símbolo en la tapa del libro: una rosa negra. Las hojas del árbol cubren la mesa y este queda pelado, dejando al descubierto un cielo completo en un temerario negro a excepción de la solitaria luna que ahora apunta hacia el suelo una vez más, pero pronto está va desapareciendo en la negrura de la noche.
Y en ese momento, las campanas suenan en la lejanía, los seis hombres marchan rumbo al caos, marcando así el final de una larga era y el surgir de otra nueva. Al final, otra luna aparecerá en este Reino, iniciando de este modo la llegada de la tercera época para todos…
¡Qué así sea!
Mi vista se vuelve negra, y una voz distorsionada se hace presente en el silencio… una voz malhumorada y familiar me está llamando.
—¡Arriba, carajo!
Abro los ojos para ver el rostro enfurecido de Papá. Me levanto de un brinco. ¡El sol ya está cayendo!, ¡¿cuánto tiempo estuve dormido?!
—¿Qué hora es? —pregunto frotándome los ojos.
—¡Hora de ir a casa!, ¡ya hay que irnos, casi es de noche!
Oh… parece que es cierto… recuerdo que el sol estaba en lo alto antes de dormirme.
Vaya sueño raro que tuve. Intento despejar mi mente en tanto busco a Fròderin con la vista, pero no lo veo por ningún lado. Juraría que vino con nosotros a cazar. No puede estar escondido: estamos en medio de las llanuras.
—¿Dónde está Fròderin? —pregunto seriamente a la vez que veo a Papá acercarse a un saco grande lleno de carne.
—Estuve como cuatro horas intentando despertarte, pero como no lo hacías, tuve que decirle a tu hermano que se vuelva solo a Strademburg. —Responde agarrando la bolsa.
¿Cuatro horas? Vaya paciencia, pero bueno, eso lo explica. Ya bien despierto, nuevamente se me vuelve a nublar la mente; no puedo dejar de pensar en ese misterioso paisaje, me es imposible no recordarlo: el cielo, la luna, las flores, el árbol, el libro… todo está en mi mente tan nítidamente… como si hubiese estado allí de verdad.
—Perfecto. —Dice Papá poniéndose el saco en el hombro izquierdo—. ¿Nos volvemos a la Capital? Tu hermano nos está esperando.
Con una sonrisa algo extraña me extiende su mano abierta, lo cual me deja un tanto confundido: ¿le doy la mano o no? Es que no es propio de él dármela.
—¡Apresúrate, tortuga!
¿Para qué darle tantas vueltas? Extiendo mi mano hacia la suya, la cual, a comparación de la mía, es enorme. Apenas la toco, abruptamente me alza y me pone sobre su hombro derecho. A decir verdad, se siente increíble por lo alto que es y también porque es la primera vez que hace esto. Me siento un gigante. Papá comienza a caminar.
—De pura suerte hemos conseguido suficiente carne para darnos un festín y otro tanto para vender. Claro que no fue gracias a ti. —Regaña Papá.
—Al cabo que los animales de las llanuras no son ricos.
—No me digas. La próxima vez que te duermas en el trabajo ¡te tiraré de las bolas!
—No jodas, mi "trabajo" era alentar a Fròderin a matar un conejo, —reprocho—. ¡Qué encima tuve que hacerlo yo!
—Primero que nada: cuida la boca. Segundo: tu hermano todavía es pequeño, ya verás como aprenderá rápido.
Más le vale, porque ni pienso seguir siendo su motivador u objetor de conciencia. Además: es viernes, o sea que hoy me tocaba a mí quedarme en casa, ¡a mí! Y todavía tengo que ir a esta estúpida celebración, solo Papá está feliz por eso.
—¿No estás emocionado?
—Ya es la quinta vez que preguntas lo mismo y la quinta vez que respondo lo mismo: no. —Digo cansado.
—¿Sabes por qué?, ¡porque eres un bolas tristes! —Afirma tocando la punta de mi nariz.
—¡Ya basta con esos insultos rebuscados por amor al Reino!
—¡Oh, vamos, siempre te hacen reír! Cuéntame, ¿por qué la cara larga?
—Estoy cansado. Nada más.
—Esas palabras me resultan muy ofensivas: Fròderin tuvo que llevarse todo él solo y yo tuve que quitarle la "cáscara" las presas, tuve que ingeniármelas para no ensuciarme las manos.
—Es fácil decirlo cuando tú no tienes que calmar a Fròderin.
—Is ficil dicirli cuindi ni tinis qui quilmir a Frìdirin, ñi ñi ñi...
Como sea, miro al cielo, en el cual aparecen primero las estrellas más resplandecientes y en el medio: una luna llena. Una vez más, ese paisaje vuelve a hacerse presente en mi mente. Puedo escuchar a Papá continuar parloteando, pero no distingo lo que dice, ni quiero hacerlo.
—Bla bla, bla, ¡bla bla bla! ¿Bla bla?
Hasta me dan ganas de volver allí…
—Bla.
Una flor roja…
—¡Bla!
Y una rosa negra…
—¡¡Aprilio!!
—¡¿Qué?!
—¡¡Contesta!!
—¡¿Contestar qué?!
—¿Estás emocionado? —pregunta calmadamente.
Me están dando ganas de golpearlo para que se calle, pero soy más inteligente que eso, así que respiro hondo y relajo para no cagarla.
—¿Podrías darme unos minutos de silencio? —digo llevándome la mano a la cabeza—. Quiero estar en paz.
—¡Bueno, está bien! Padre Santo… estos niños de ahora no se aguantan nada...