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Chapter 2 - La subida del Miedo

Dan parpadeó, confundido. 

Su visión tardó unos segundos en ajustarse al entorno: una habitación completamente blanca que parecía extenderse infinitamente en todas direcciones. La luz era tan intensa que le dolían los ojos, pero no provenía de ninguna fuente visible.

Trató de moverse, pero sus pies no respondían. De repente, la sensación de firmeza bajo sus pies desapareció, como si el suelo se hubiera desvanecido. 

La habitación comenzó a distorsionarse a su alrededor, y su estómago se hundió mientras caía, o al menos así lo sentía.

Antes de que pudiera gritar, el entorno cambió. Ahora estaba de pie sobre un terreno firme, rodeado de montañas que se alzaban majestuosas a lo lejos. Un bosque denso se extendía alrededor de una meseta abierta donde él yacía. El aire era fresco, pero algo en ese lugar le resultaba opresivo, inquietante.

—¿Qué demonios...? —murmuró, tratando de procesar el cambio.

Un destello brillante frente a él lo cegó momentáneamente. Cuando abrió los ojos, notó que no estaba solo. Personas comenzaron a aparecer a su alrededor, proyectadas como si fueran hologramas antes de solidificarse. 

Un hombre robusto de unos 30 años apareció jadeando, seguido de una mujer joven que se tambaleó al caer al suelo. Pronto, docenas de figuras llenaban el espacio, todas con expresiones de confusión y miedo.

—¿Dónde estamos? —preguntó una mujer de cabello castaño, mirando frenéticamente a su alrededor.

—¿Qué clase de broma es esta? —gritó un hombre con un traje arrugado.

—¡Alguien explíqueme qué está pasando! —demandó otro mientras agitaba los brazos en el aire.

Dan observó la escena en silencio, su mente un caos. ¿Cómo había llegado allí? Todo parecía una continuación de su pesadilla, pero la crudeza del entorno y las emociones de las personas le decían que esto era real.

Antes de que pudiera formular una pregunta, una voz poderosa resonó en el aire, apagando todos los murmullos y gritos.

—¡Silencio, monos poco evolucionados! —ordenó la voz con un tono autoritario y despectivo.

El ángel apareció de la nada, flotando por encima de ellos. Sus alas, formadas de vapor y luz, brillaban con un resplandor etéreo. Se sentó sobre una roca alta que surgió del suelo como si respondiera a su presencia. Una sonrisa torcida adornaba su rostro, irradiando una mezcla de arrogancia y diversión.

—Bienvenidos al primer nivel —dijo con una voz que resonaba en el aire como un trueno—. Su tarea aquí es simple: sobrevivir.

—¿Sobrevivir? ¿De qué está hablando? —preguntó una mujer con tono tembloroso.

—¡Esto tiene que ser una especie de experimento! —gritó un hombre, su voz llena de indignación.

El ángel los ignoró, observándolos con desdén.

—Ustedes, patéticas criaturas, han sido seleccionados para participar en este juego. Su supervivencia dependerá de su habilidad para adaptarse y superar cada nivel.

Un contador apareció flotando en el aire, brillante y rojo: 30 segundos.

—Les sugiero que aprovechen este tiempo para prepararse —añadió el ángel con un tono burlón—, aunque dudo que les sirva de mucho.

El pánico se apoderó del grupo.

—¿Prepararnos para qué? ¡Díganos qué está pasando! —gritó alguien.

—¡No quiero morir! ¡Déjenme salir de aquí! —lloró otra persona.

Dan intentó moverse, pero sus piernas seguían paralizadas por el miedo. Observó el contador descender rápidamente. 20 segundos. 15 segundos.

—Esto no puede estar pasando... —murmuró para sí mismo.

El ángel observaba desde su roca, apoyando la barbilla en una mano mientras su sonrisa se ampliaba.

—Qué entretenido. Son como hormigas corriendo en círculos.

Cuando el contador llegó a 3 segundos, un sonido extraño llenó el aire: crujidos provenientes del bosque. Las sombras entre los árboles comenzaron a moverse, y pequeñas figuras emergieron.

—¿Son... conejos? —preguntó alguien con incredulidad.

Las criaturas eran pequeñas y redondas, con orejas largas y un pelaje blanco impecable. Se movían en grupo, avanzando hacia ellos con pequeños saltos. A primera vista, parecían inofensivas.

Un joven, tal vez en un intento de mostrar valentía, se adelantó con una sonrisa nerviosa.

—¿En serio? ¿Conejos? Esto va a ser fácil.

El chico recogió una roca del suelo y avanzó hacia el grupo de criaturas.

—¡Oye, pequeño! —les dijo con tono burlón. Pero antes de que pudiera hacer algo más, las criaturas se lanzaron sobre él con una velocidad inhumana.

Dan apenas tuvo tiempo de reaccionar. Las criaturas golpearon al joven con tal fuerza que cayó al suelo. En cuestión de segundos, una mordida brutal en su cuello dejó salir un chorro de sangre que tiñó el suelo de rojo.

—¡Oh, Dios mío! —gritó alguien mientras retrocedía.

Dan quedó paralizado mientras observaba cómo las criaturas despedazaban al joven. No eran conejos; eran algo más. Sus dientes afilados y sus ojos vacíos eran una pesadilla viviente.

El ángel comenzó a reír suavemente desde su roca.

—Oh, parece que alguien aprendió la lección: no subestimen este mundo.

El caos estalló nuevamente. Algunos intentaron correr, pero las criaturas avanzaban rápidamente hacia ellos, rodeándolos.

Dan miró a su alrededor, aterrorizado. No había salida, y el único pensamiento que cruzaba su mente era: Esto no puede estar pasando. Esto no puede ser real.