Dan permanecía inmóvil, la piedra cálida en su mano como si quisiera recordarle que seguía vivo. Pero la victoria tenía un sabor amargo. Su mente se llenaba de imágenes de Kara, de su última mirada mientras las criaturas la rodeaban, de sus gritos ahogados por la oscuridad.
El ángel, sin mostrar emociones, extendió una de sus alas como señal para que todos lo siguieran.
—Este es solo el principio —dijo, su voz resonando como una campana lúgubre en los corazones de los sobrevivientes—. Se les otorgaron dos semanas para prepararse. Usen ese tiempo sabiamente, pues la próxima prueba será aún más cruel.
El grupo comenzó a moverse en silencio, avanzando hacia lo desconocido. Dan no pudo evitar mirar a su alrededor. La mayoría estaban heridos, algunos apenas podían caminar, pero todos tenían la misma expresión en sus rostros: confusión, miedo y una pizca de esperanza.
Una joven de cabello castaño, con la pierna vendada improvisadamente, caminó a su lado. Dan apenas la reconocía, pero su voz rompió el silencio.
—¿Crees que valió la pena? —preguntó en un susurro, sus ojos clavados en el suelo.
Dan la miró, incapaz de responder de inmediato. Pensó en las almas que no lograron cruzar, en los que fueron devorados, en Kara. ¿Había valido la pena?
—No lo sé —admitió finalmente, apretando la piedra en su mano—. Pero si seguimos con vida, es por algo.
Ella asintió, aunque no parecía convencida.
Llegaron a un campamento improvisado, una especie de santuario rodeado por una barrera de energía que impedía el paso de las criaturas. Allí había comida, agua y camas, aunque todo parecía frío y carente de vida.
El ángel los observaba desde las alturas.
—Descansen, pero no se relajen. Este lugar es un respiro, no un refugio permanente.
Dan se dejó caer en una de las camas, exhausto. Pero no podía dormir. Cerró los ojos, y las imágenes de la batalla regresaron con fuerza. Cada grito, cada golpe, cada pérdida… todo volvía a él como una tormenta.
De repente, la piedra en su mano comenzó a brillar con más intensidad. Dan se incorporó de golpe, sintiendo un calor recorrer su cuerpo. La piedra parecía conectarse con su mente, como si quisiera comunicarse.
Un hombre mayor, que estaba cerca, lo observó con curiosidad.
—¿La sientes, verdad? —dijo, señalando la piedra en la mano de Dan—. Está tratando de mostrarte lo que eres capaz de hacer.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Dan, con un nudo en la garganta.
—Lo vi en otros antes de nosotros. Este lugar… esta "prueba" no es la primera vez que ocurre. He estado aquí antes.
Dan lo miró incrédulo.
—¿Antes? ¿Qué significa eso?
El hombre suspiró y se dejó caer en una silla cercana.
—Significa que esto no es solo un castigo. Es una forma de moldearnos. Estas piedras no son un regalo; son una maldición disfrazada. Cuanto más las uses, más te consumirán.
Dan no respondió. Miró la piedra en su mano, ahora brillando con un leve tono rojo. Algo dentro de él comenzó a cambiar, como si una fuerza latente estuviera despertando.
—Si quieres sobrevivir, tendrás que aceptar ese precio —dijo el hombre antes de levantarse y alejarse.
Dan permaneció sentado en silencio, observando la piedra. En su mente, solo una cosa estaba clara: no había vuelta atrás.