El viento arrastraba hojas muertas por el campamento, como si la misma naturaleza sintiera la tensión que flotaba en el aire. Desde la partida de Dariel y su grupo, el ambiente se había vuelto denso, pesado, como si un hilo invisible los estuviera estrangulando a todos poco a poco.
Dan se pasó una mano por la cara, sintiendo el sudor frío en su frente. No había dormido bien en días. Sabía que la verdadera amenaza no eran las criaturas que acechaban en la oscuridad, sino los humanos que habían elegido otro camino.
—No podemos ignorarlo —dijo Lina a su lado, con los brazos cruzados y la mirada clavada en el horizonte—. Tarde o temprano van a volver.
Dan asintió lentamente.
—Lo sé.
Esa noche apenas habían logrado evitar el desastre. La traición ya estaba sembrada. Y ahora, la verdadera pregunta no era si Dariel y los suyos los atacarían, sino cuándo.
Un ruido a la distancia hizo que ambos se tensaran. Dan alzó la mano, y los demás en el campamento se pusieron en alerta de inmediato.
—¿Qué fue eso? —preguntó uno de los sobrevivientes, aferrando un cuchillo con los nudillos blancos.
Los árboles crujieron.
El sonido era lento, cuidadoso, como si alguien o algo se estuviera acercando con extrema cautela.
Dan tragó saliva y dio un paso adelante.
—Muéstrate —dijo, con el tono más firme que pudo reunir.
El silencio fue su única respuesta.
Pero entonces, justo cuando pensaba que había sido su imaginación, una figura emergió de entre las sombras.
Una apariencia femenina apareció
Estaba sucia, con la ropa rasgada y la mirada vacía. Caminaba tambaleante, como si estuviera a punto de colapsar.
Dan frunció el ceño.—¿Quién eres?
La mujer parpadeó lentamente, y su boca se movió, pero el sonido que salió de ella fue un gemido bajo, gutural.
Lina se tensó.
—Dan… algo está mal.
Pero él ya lo había notado.
Los ojos de la mujer eran extraños. No del todo humanos. Algo dentro de ellos parecía… roto.
Entonces, antes de que pudiera reaccionar, la mujer se lanzó hacia ellos con una velocidad inhumana.
Lina gritó, retrocediendo justo a tiempo para evitar que la criatura la alcanzara. Dan sacó su cuchillo y se preparó para el impacto.
Pero lo que ocurrió después fue aún peor.
De entre los árboles, otras sombras comenzaron a moverse.
No era solo una-Era una horda.
—¡A las armas! —gritó Dan, pero el pánico ya se estaba esparciendo entre los suyos.
Las criaturas avanzaron con ferocidad. Algunos de los sobrevivientes apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de ser derribados por los cuerpos deformes que una vez fueron humanos.
Dan atravesó el cuello de una de ellas con su cuchillo, pero apenas sintió resistencia.
No eran normales.
No eran como las criaturas que habían enfrentado antes.
Eran algo nuevo.
Algo peor.
—¡Nos superan en número! —gritó alguien a su lado.
Dan ya lo sabía.
Pero lo peor no era la cantidad.
Lo peor era que, entre los gritos y la confusión, alcanzó a ver algo que lo hizo sentir frío hasta los huesos.
A lo lejos, más allá de la horda de criaturas, alguien los estaba observando.
Alguien que no se movía.
Que no intentaba ayudar.
Que solo estaba allí, esperando.
Dan entrecerró los ojos.
Y entonces lo vio.
Dariel.
Con una sonrisa cruel en el rostro.
—Maldición… —murmuró Dan, comprendiendo la verdad.
Esto no era un ataque aleatorio.
No era una coincidencia.
Dariel los había traído.
Y ahora, la guerra había comenzado.
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El campamento era un caos. El sonido de los gritos se mezclaba con los alaridos inhumanos de las criaturas que se lanzaban sobre los sobrevivientes con una ferocidad implacable. El olor a sangre y carne quemada se esparcía por el aire, denso y asfixiante.
Dan se movía entre los cuerpos con el cuchillo ensangrentado en la mano, su corazón golpeando su pecho como un tambor de guerra. Cada vez que giraba, otra criatura caía, pero por cada una que mataban, dos más aparecían en su lugar.
—¡No podemos sostener esto! —gritó Lina, esquivando por poco las garras de una bestia que una vez fue humana.
Dan ya lo sabía. Estaban perdiendo. Y rápido.
Sus ojos buscaron desesperadamente una salida. Un punto de escape. Pero las criaturas los rodeaban completamente, empujándolos hacia el centro del campamento como si los estuvieran acorralando a propósito.
Y entonces, ahí estaba él.
De pie, entre las sombras de los árboles, con la sonrisa de un hombre que ya había ganado.
Dariel.
Dan sintió cómo la furia se encendía en su pecho como un incendio fuera de control.
—¡Maldito traidor! —rugió, señalándolo con su cuchillo.
Pero Dariel no se inmutó. No tenía que hacerlo.
Porque ya tenía el control.
Los suyos estaban fuera del alcance de las criaturas, observando la masacre con rostros impasibles. No hacían nada para ayudar. Ni siquiera fingían.
Porque esto había sido su plan desde el principio.
—Dan, tenemos que salir de aquí —jadeó Lina, su voz temblando.
Él lo sabía. Pero su cuerpo no se movía. Sus ojos estaban clavados en Dariel, y la sonrisa burlona que el otro hombre no se molestaba en ocultar.
Sabía que si huían ahora, habrían perdido más que una batalla.
Habrían perdido su única oportunidad de venganza.
—Lina… —murmuró entre dientes—. Tienes que confiar en mí.
Ella lo miró fijamente, con el rostro cubierto de sudor y sangre. Luego asintió.
—Siempre.
Dan tomó aire y se lanzó hacia adelante.
No hacia la salida.
No hacia la salvación.
Sino directamente hacia Dariel.
La sorpresa cruzó el rostro del traidor por un segundo, pero luego su sonrisa se ensanchó.
—Interesante…
Dan ignoró sus palabras y corrió más rápido.
Las criaturas se interpusieron en su camino, pero Lina y los demás cubrieron su avance, gritando mientras peleaban por sus vidas.
Su objetivo era claro.
Dariel tenía que pagar.
Dan saltó sobre el cadáver de una de las criaturas y levantó su cuchillo, listo para hundirlo en la garganta del hombre que los había condenado.
Pero Dariel ni siquiera intentó esquivarlo.
En el último segundo, algo invisible golpeó a Dan en el pecho con la fuerza de un martillo.
El aire se escapó de sus pulmones mientras volaba varios metros hacia atrás y se estrellaba contra el suelo.
El dolor le nubló la vista, pero aún pudo ver cómo Dariel se acercaba lentamente, con las manos a la espalda.
—Oh, Dan… —susurró con burla—. ¿De verdad creías que esto iba a ser tan fácil?
Dan intentó moverse, pero algo lo mantenía clavado al suelo, como si una fuerza invisible lo estuviera aplastando.
No podía respirar y tampoco No podía moverse.
Todo su cuerpo ardía como si estuviera en llamas.
Dariel se inclinó sobre él, sus ojos brillando con una luz oscura.
—No entiendes nada, ¿verdad? Esto no es una pelea por sobrevivir. No es una guerra entre nosotros y las criaturas.
Su voz bajó a un susurro.
—Es una prueba.
Dan sintió su estómago caer.
—¿Qué…?
—Una selección. Los fuertes sobreviven. Los débiles mueren. Y nosotros… —la sonrisa de Dariel se volvió más oscura—. Nosotros decidimos quién es quién.
Dan quiso gritar, pero su garganta estaba cerrada por la presión invisible.
Entonces, sintió algo frío en la palma de su mano.
La piedra mágica, Aún estaba allí.
Aún vibraba con un poder que no comprendía.
Y en ese momento, Dan supo lo que tenía que hacer.
Cerró los ojos y dejó de luchar.
Dejó de resistirse.
Y en el último segundo, justo cuando la presión a su alrededor se volvía insoportable…
Lo dejó entrar.
El poder lo recorrió como un relámpago, quemándolo desde dentro.
Dan gritó, pero esta vez no era de dolor.
Era de furia.
Era de rabia.
Era de algo que nunca antes había sentido.
Un nuevo tipo de fuerza.
Sus ojos se abrieron, brillando con un resplandor rojizo.
Y la presión que lo mantenía en el suelo desapareció de golpe.
Dariel retrocedió, sorprendido por primera vez.
Dan no perdió un segundo.
Se levantó en un parpadeo y golpeó a Dariel con toda su fuerza.
El traidor salió volando, su cuerpo estrellándose contra un árbol con un ruido seco.
Los que observaban la batalla gritaron de asombro.
Las criaturas se detuvieron, como si sintieran que algo había cambiado.
Y Dan, con el poder aún ardiendo en su interior, levantó su cuchillo y señaló a Dariel.
Dariel escupió sangre y sonrió.
—Esto se pondrá interesante.
Y entonces, las criaturas rugieron de nuevo.
La batalla aún no había terminado.
Pero ahora, Dan tenía una oportunidad.
Y no pensaba desperdiciarla.