La tensión en el aire era insoportable. Incluso el leve crujido de las ramas al fuego sonaba como un disparo en medio de la noche. Dan giraba la piedra mágica entre los dedos, buscando consuelo en su suave textura. Pero no lo encontraba.
Lina estaba junto a él, con los brazos cruzados y los ojos fijos en Dariel y su grupo. Desde que había sugerido eliminar a los más débiles, el ambiente en el campamento se había vuelto un campo de batalla psicológico.
-Esto no puede seguir así -murmuró Lina. Su voz apenas era un susurro, pero en el silencio de la noche sonó como un grito.
Dan levantó la mirada, sus ojos cansados pero llenos de determinación.
-¿Qué propones? -preguntó.
-Huir, enfrentarlos o intentar hablar con los demás para que entiendan lo que Dariel está planeando. No sé, Dan... pero esto no es sostenible.
Dan apretó la piedra en su mano, sintiendo cómo vibraba ligeramente, como si respondiera a su frustración.
No podemos huir. Si lo hacemos, nos verán como objetivos fáciles. Si los enfrentamos, podríamos ser nosotros los que no salgamos vivos.
Lina lo miró, su expresión era una mezcla de preocupación y rabia contenida.
-Entonces, ¿qué? ¿Nos quedamos aquí esperando a que nos ataquen?
Antes de que Dan pudiera responder, un grito desgarrador rompió el silencio. Ambos se levantaron de golpe, con los corazones latiendo al ritmo del caos que se desató a su alrededor.
El grito venía del otro lado del campamento. Una figura cayó al suelo, su cuerpo iluminado por el fuego. Era uno de los seguidores de Dariel, con una herida profunda en el pecho.
-¡Nos están atacando! -gritó alguien, y en cuestión de segundos, el campamento entero se convirtió en un hervidero de caos.
Dariel se levantó de un salto, con un cuchillo en la mano. Sus ojos buscaron a Dan y Lina, y cuando los encontró, una sonrisa cruel se dibujó en su rostro.
-¡Sabía que no se podía confiar en ustedes! -gritó, señalándolos con el cuchillo-. ¡Esto es su culpa!
-¡¿Qué estás diciendo?! -exclamó Lina, dando un paso al frente-. Nosotros no hicimos nada.
Pero nadie parecía escucharla. El caos se había apoderado de todos. Algunos corrían sin rumbo, mientras otros empuñaban armas improvisadas, atacando a quien consideraran una amenaza.
Dan levantó las manos, intentando calmar a los pocos que se acercaban a ellos con intenciones hostiles.
-¡Basta! -gritó con toda la fuerza de su voz-. Esto es lo que quieren que hagamos. ¡Que nos destruyamos entre nosotros!
Su voz resonó por un momento, pero no fue suficiente para detener la locura. Dariel avanzó hacia ellos, su cuchillo brillando a la luz del fuego.
-Tú lo dijiste, Dan. Compañeros o enemigos. Y yo ya tomé mi decisión.
Antes de que pudiera atacar, una figura apareció detrás de él. Era una mujer delgada, con ojos feroces y una piedra que brillaba intensamente en su mano. La golpeó contra la cabeza de Dariel, dejándolo inconsciente en el acto.
Dan y Lina miraron a la mujer, atónitos.
No voy a dejar que este lunático nos mate a todos -dijo ella, su voz temblando pero firme.
El silencio regresó al campamento, roto solo por los jadeos y sollozos de aquellos que habían sobrevivido al enfrentamiento.
Dan se inclinó sobre el cuerpo inconsciente de Dariel, quitándole el cuchillo y asegurándose de que no pudiera causar más daño cuando despertara.
-Esto no puede continuar así -dijo, levantándose
-. Si seguimos dejándonos llevar por el miedo, todos vamos a morir antes del próximo reto.
-¿Y qué sugieres que hagamos? -preguntó alguien desde la oscuridad.
Dan miró a los pocos que quedaban. Había miedo en sus ojos, pero también un atisbo de esperanza.
-Si seguimos peleando entre nosotros, ya estamos muertos. Tenemos que trabajar juntos. No digo que sea fácil, pero es nuestra única oportunidad.
Lina lo miró, asintiendo lentamente.
-Es eso... o convertirnos en lo que Dariel quería que fuéramos. Asesinos.
El campamento quedó en silencio nuevamente. Nadie habló, pero algunos comenzaron a moverse, atendiendo a los heridos y apagando las llamas que amenazaban con consumir sus refugios.
Dan se dejó caer al suelo, exhausto.
-¿Crees que funcionará? -preguntó Lina en voz baja.
-No lo sé-respondió él, mirando la piedra en su mano-. Pero tenemos que intentarlo.
Al fondo, Dariel comenzó a gemir, volviendo en sí. Dan sabía que el verdadero reto apenas estaba comenzando. Compañeros o enemigos. Esa decisión aún no estaba tomada, pero el reloj seguía avanzando. Y no había tiempo que perder.