Dan caminaba tambaleante fuera del campamento, sintiendo que el peso del mundo caía sobre él. La piedra incrustada en su mano aún ardía, pero el dolor físico no era nada comparado con el torbellino en su mente.
Cada paso lo llevaba más lejos de los demás, pero eso no importaba. Necesitaba estar solo. Necesitaba gritar, llorar, maldecir… pero no podía. Su garganta estaba seca, su pecho se comprimía, y las lágrimas se negaban a salir, atrapadas en un nudo que parecía ahogarlo lentamente.
"¿Por qué ella? ¿Por qué Kara tuvo que morir?"
Las imágenes de su rostro volvieron a él, como cuchillas desgarrándole el alma. Kara luchando, sus gritos desesperados, su número parpadeando en "701" antes de que las criaturas la arrastraran al abismo. Había intentado alcanzarla, pero no fue suficiente. Nunca era suficiente.
—¡Maldita sea! —rugió, golpeando un árbol con todas sus fuerzas. La corteza se astilló, pero el dolor en sus nudillos fue insignificante.
La sombra dentro de él se agitó, como si respondiera a su rabia. Dan cayó de rodillas, con la respiración agitada.
—¿Por qué no fui yo? —susurró, las palabras saliendo como un lamento.
El silencio lo rodeó, pero en su mente, los gritos de Kara seguían resonando. Su risa tímida, la forma en que siempre torcía un mechón de cabello cuando estaba nerviosa… todo estaba allí, enterrado bajo el peso de su culpa.
—Deberías haberme dejado morir —murmuró, hablando a la piedra, al ángel, al universo entero.
Un ruido detrás de él lo hizo girar bruscamente. Era Lina, mirándolo con cautela.
—Te vi salir del campamento. Pensé que… —se detuvo, mirando sus ojos, las marcas en su piel—. Dan, estás mal. Esto… esto no es normal.
Él soltó una risa amarga, sin humor.
—¿Normal? Nada de esto es normal, Lina. Nada.
—No estás solo en esto —insistió ella, acercándose un paso más.
—¿No? —Dan levantó la mirada, sus ojos ardiendo con furia contenida—. ¿Dónde estabas cuando Kara gritaba por ayuda? ¿Dónde estaba yo? ¡No hicimos nada, Lina!
Ella retrocedió, impactada por la intensidad de sus palabras, pero no se rindió.
—Todos perdimos a alguien, Dan. No eres el único que está sufriendo.
—¡Pero fui yo quien la dejó atrás! —gritó, la voz quebrándose al final. La sombra dentro de él volvió a agitarse, proyectando formas oscuras a su alrededor. Lina miró esas figuras con miedo, pero no se movió.
—No la dejaste atrás, Dan. Hiciste todo lo que pudiste.
—¡No fue suficiente! —Las lágrimas finalmente brotaron, cayendo por su rostro mientras él se abrazaba a sí mismo, tratando de contener los sollozos.
Lina se arrodilló a su lado, sin tocarlo, pero quedándose cerca.
—Ella sabía que eras importante, Dan. Kara siempre hablaba de ti, de cómo creía que tú podrías hacer algo grande aquí…
Él negó con la cabeza, apretando los dientes.
—No puedo… No soy lo que ella pensaba…
Lina colocó una mano sobre su hombro, aunque él seguía temblando.
—Tal vez no lo eres ahora. Pero puedes llegar a serlo. Por Kara, por ti mismo.
Dan levantó la vista, con los ojos hinchados y llenos de dolor.
—¿Cómo se supone que haga eso? ¿Cómo voy a seguir adelante con esta cosa dentro de mí?
Lina no tenía respuestas. Nadie las tenía. Pero su voz fue firme cuando habló:
—Un paso a la vez.
Dan cerró los ojos, respirando profundamente. La sombra dentro de él parecía calmarse, como si respondiera a su decisión, aunque la tristeza seguía ahí, un peso constante en su pecho.
Lina se levantó y le ofreció una mano.
—No tienes que hacerlo solo.
Él dudó, pero finalmente tomó su mano, permitiéndole ayudarlo a ponerse de pie. Miró hacia el campamento a lo lejos, y luego al horizonte, donde una tormenta oscura se acumulaba en el cielo.
—No sé si puedo hacerlo, Lina.
—No importa si lo sabes o no. Solo inténtalo.
Dan asintió, más para sí mismo que para ella. El camino adelante era incierto, pero había una cosa que sabía con certeza: no podía quedarse atrapado en el pasado. No por Kara. No por él.
Y mientras caminaban de regreso, la piedra en su mano dejó de arder, su luz menguando como si, por primera vez, le diera un respiro.