Después de la intensa batalla contra Garok, el enemigo de poder abrumador, Tarok pasó varios días dentro de la máquina de curación. Sus heridas, aunque graves, sanaron rápidamente gracias a la tecnología avanzada del Imperio de Freezer. Cada segundo en la máquina era una mezcla de descanso y una extraña paz. Sin embargo, el joven Saiyajin no podía evitar sentir la creciente presión. Sabía que no había alcanzado su verdadero límite, que aún tenía mucho que demostrar. Al recordar los momentos antes de caer inconsciente, con la luna artificial iluminando el campo de batalla y su cuerpo transformado en un gigante Ozaru, solo una cosa rondaba su mente: la necesidad de ser más fuerte.
Al despertar completamente recuperado, Tarok sintió un rugido en su estómago. Un hambre voraz lo invadió, una señal clara de que su cuerpo, después de regenerarse, necesitaba nutrientes. Salió de la máquina de curación, con el zumbido constante de los aparatos apagándose detrás de él, y fue directo a la sala común donde los soldados solían comer. La primera cosa que hizo fue ordenar una torre gigantesca de carne. No era solo por hambre, sino también para reponer las energías que había perdido en su agotadora batalla.
Una gran bandeja de carne fue traída frente a él. Montañas de costillas, bistecs, y todo tipo de cortes exóticos llenaban el plato. Tarok se lanzó sobre la comida como un lobo hambriento, devorando bocado tras bocado sin detenerse. Los demás soldados lo observaban con asombro, sus bocas ligeramente abiertas al ver la velocidad y el apetito con el que Tarok devoraba la comida.
"¡Este chico no es normal! ¡Ni siquiera los Saiyajin comen tanto!" murmuró uno de los soldados mientras veía a Tarok destrozar el último pedazo de carne con un mordisco feroz.
Cuando finalmente terminó, dejó el plato vacío con un sonoro golpe sobre la mesa. Respiró profundamente y se limpió la boca con el dorso de la mano. Había cumplido su objetivo inmediato, y ahora estaba listo para el siguiente: entrenar. Con un último vistazo a los soldados que lo observaban con fascinación y temor, Tarok se levantó y se dirigió al área de entrenamiento.
Mientras caminaba por los pasillos de la nave, su mente estaba llena de pensamientos. Sabía que Freezer lo había adoptado por su potencial. Tarok no era ingenuo; entendía que no era más que un peón, una herramienta para los fines del emperador galáctico. Freezer no era un padre cariñoso. Sin embargo, si quería sobrevivir y prosperar en este despiadado universo, tendría que ganarse su respeto. Si Freezer veía en él un guerrero valioso, entonces su vida estaría asegurada, al menos por un tiempo.
Cuando Tarok entró al área de entrenamiento, su mirada se encontró directamente con Freezer, quien estaba observando a los soldados desde una plataforma elevada. El emperador tenía una expresión fría y calculadora, como siempre. Los ojos de Tarok se entrecerraron. Sabía que el respeto de Freezer no se ganaba con palabras, sino con acciones. Así que, sin pensarlo dos veces, Tarok se arrodilló delante de él, inclinando la cabeza en señal de respeto. Era un gesto que, aunque humillante, sabía que debía hacer.
"Mi señor," dijo Tarok con voz firme, "continuaré esforzándome para merecer el honor que me ha otorgado."
Freezer lo observó en silencio por unos segundos, sus labios se curvaron en una leve sonrisa de satisfacción. "Espero que así sea, Tarok. El potencial que veo en ti no debe desperdiciarse. Si fallas, no habrá segunda oportunidad."
Tarok asintió, consciente de lo que esas palabras implicaban. Fallar no era una opción.
Después de su breve intercambio con Freezer, se dirigió a la sala de entrenamiento. Al caminar por el campo, los soldados que estaban en el lugar lo observaron. Algunos con respeto, otros con resentimiento. Tarok, aunque era joven, ya había comenzado a hacerse un nombre. Sin embargo, era su estatus como Saiyajin lo que generaba una mezcla de emociones entre sus compañeros. Después de todo, los Saiyajin habían sido eliminados casi en su totalidad por el mismo Freezer. Él era un recordatorio viviente de esa masacre.
Entre los soldados estaban Zeira, la hermana menor de Zarbon, y Liora, la hermana de Dodoria. Ambas mujeres, aunque poderosas por derecho propio, también sentían una curiosidad hacia Tarok. Sabían que Freezer no adoptaría a cualquiera, y su creciente poder era evidente.
Tarok respiró profundamente y decidió que debía continuar ganando la confianza y el respeto de los demás, aunque solo fuera por conveniencia. Con un gesto teatral, se giró hacia los soldados y, en tono sarcástico, comenzó a gritar:
"¡Lealtad para el jefe! ¡Lealtad para el jefe! ¡El jefe paga bien!"
Los soldados, sorprendidos al principio, intercambiaron miradas confusas. Pero al ver que Tarok lo hacía con tal convicción y carisma, uno a uno comenzaron a imitarlo, siguiendo su ritmo. Pronto, el campo de entrenamiento resonaba con un coro de voces que repetían las palabras de Tarok.
"¡Lealtad para el jefe! ¡Lealtad para el jefe! ¡El jefe paga bien!"
Incluso Zeira y Liora, que al principio parecían más reservadas, terminaron uniéndose al coro. Zeira, con una sonrisa burlona en su rostro, se acercó a Tarok y le dijo en tono bajo: "No eres tan malo después de todo, mocoso."
Tarok se encogió de hombros, sin tomarse el comentario en serio, pero sabiendo que poco a poco estaba logrando lo que necesitaba: no solo ganarse el respeto de Freezer, sino también el de sus compañeros.
El capitán de la misión, un hombre robusto y de rostro severo, observó todo con los brazos cruzados, claramente irritado por la informalidad de Tarok. Finalmente, dio un paso adelante y, en un tono autoritario, ordenó: "¡Tarok! El entrenamiento terminó, Deja de jugar y ve directo a la colina. Quiero que elimines a cualquiera que se interponga en tu camino."
Tarok hizo una mueca de desagrado, no porque le importara la vida de los habitantes del planeta objetivo, sino porque simplemente le daba pereza.
"Sí, sí, ya voy..." murmuró con desdén mientras giraba los ojos. Se levantó de su posición y comenzó a caminar hacia la colina.
A medida que avanzaba, el Saiyajin observó los asentamientos a lo lejos, pequeñas estructuras que parecían insignificantes. No había lugar para la compasión en este tipo de misiones, y él lo sabía. Los habitantes del planeta no eran más que obstáculos en su camino hacia el poder.
Conforme Tarok caminaba, pequeños grupos de guerreros locales intentaron detenerlo. Eran valientes, pero eso no significaba nada frente a la realidad aplastante de su bajo poder. Los primeros oponentes que enfrentó apenas alcanzaban un poder de 1500, mientras que los más fuertes llegaban a los 3000. Para Tarok, era como pasear por el parque.
"¿Eso es todo?" murmuraba mientras esquivaba y bloqueaba los ataques con una facilidad insultante. Con cada guerrero que se le acercaba, simplemente los eliminaba con un golpe o un ataque de energía rápido.
En medio de su camino, un guerrero de 5000 de poder intentó atacarlo por sorpresa, lanzándose hacia Tarok con un grito feroz. El joven Saiyajin, sin perder su aire despreocupado, esquivó el ataque con pereza, moviéndose apenas lo necesario para evitar el golpe.
"¡Oye, oye! ¡No tan rápido!" dijo Tarok con ironía. "Me estás haciendo trabajar, y odio eso."
El guerrero, frustrado por su incapacidad para golpearlo, continuó atacando con todas sus fuerzas. Sin embargo, Tarok simplemente lo esquivaba, jugando con él como un gato juega con un ratón. Después de un rato, decidió terminar el juego.
"¿Sabes qué? Mira este truco de magia," dijo Tarok con una sonrisa sarcástica. Levantó una mano y lanzó una bola de energía devastadora directamente hacia el guerrero, que no tuvo tiempo de reaccionar. El ataque lo golpeó de lleno, evaporándolo en un instante.
"Ta-da," murmuró Tarok, mientras seguía su camino hacia la colina.