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Chapter 37 - cap 37

Naegi Makoto despertó de un sopor que parecía interminable, una sensación de mareo lo envolvía mientras trataba de asimilar la última imagen que había visto. La luz. Una luz que había atravesado su cráneo, evaporando su cabeza en un instante. Sin embargo, eso no era lo más inquietante; al mirar a su alrededor, se encontró con un panorama desolador. Sus amigos, aquellos que habían compartido risas y esperanzas en medio de la adversidad, yacían inertes sobre la arena, rodeados de un charco oscuro que contrastaba con el dorado del desierto. No había gritos, ni súplicas; solo un silencio aterrador que se apoderó del lugar.

La última batalla había sido feroz. Habían enfrentado a los osos cortesanos y un dragón que, en lugar de ser su aliado, se había convertido en una fuente de caos. El eco de la muerte resonaba en su mente mientras el desierto comenzaba a cubrirlos con su manto. Una arena tibia, que parecía tener el poder de borrar no solo los cuerpos, sino también los recuerdos.

Con un esfuerzo sobrehumano, Naegi se levantó del suelo, su corazón latiendo intensamente en su pecho. La sensación del regreso de la muerte era extraña; su cuerpo se sentía ligero, casi etéreo, pero la carga de la pérdida lo aplastaba por dentro. "Debo seguir adelante", se dijo a sí mismo, "no puedo dejar que esto termine así". Sin embargo, la realidad se hacía cada vez más cruda al recordar que la luz que lo había aniquilado había sido solo el preludio de otra tragedia.

A su alrededor, los osos cortesanos comenzaban a moverse, como si el ciclo de la muerte y la destrucción estuviera a punto de repetirse. La mala suerte de Naegi, aunque a menudo lo había salvado en el pasado, esta vez no parecía ser suficiente. En su mente, recordó a Meili, quien había intentado ahuyentar a uno de esos seres. Su voz resonaba en su cabeza, un recordatorio de que cada acción tenía consecuencias.

"¡No! ¡No puede ser!", gritó mientras la desesperación comenzaba a apoderarse de él. El dragón de Julius, incapaz de soportar el ki maligno de los osos, había comenzado a gritar, y Naegi sabía que eso significaba una inminente catástrofe. Intentó gritarle a Julius, su amigo, para que controlara a su dragón, pero el rugido del dragón ahogó su voz, como si el destino mismo se burlara de él.

Y entonces, el ciclo comenzó de nuevo.

"¡Corran, corran de verdad!", fue lo único que pudo articular mientras las criaturas se lanzaban hacia ellos. La furia de los osos cortesanos desataba un pánico que se propagó como un virus. Emilia y Beatriz luchaban con valentía, lanzando magia oscura y hielo para tratar de contener a la horda, pero cada hechizo parecía ser solo un pequeño alivio ante la inminente tormenta.

Mientras todo estallaba a su alrededor, Naegi sintió que la rabia comenzaba a burbujear en su interior. Había sido una vez más testigo de la muerte de sus amigos, y aunque sabía que podría regresar, la idea de perderlos repetidamente era insoportable. Con determinación, tomó las riendas de Para Tres Que, el dragón de Julius, y los llevó de regreso, buscando una salida.

"¡No te acerques a la torre!", gritó desesperadamente, pero sus palabras apenas alcanzaron los oídos de Rahm, quien seguía avanzando hacia la luz ominosa. En ese momento, el tiempo pareció detenerse. La luz de la torre brillaba intensamente, un faro de destrucción. Sabía que si continuaban por ese camino, todo estaría perdido.

"¡Regresemos!", ordenó, mientras sus amigos lo miraban con incertidumbre. La decisión de retroceder fue difícil, pero la esperanza de salvar a sus amigos era más fuerte que cualquier otra cosa. Con cada paso, Naegi sentía cómo la arena se los tragaba, un recordatorio de que estaban en un lugar donde la muerte acechaba en cada esquina.

Al final, lograron esquivar la luz de la torre, pero no sin sacrificios. La gran lombriz de arena que había sido su aliada fue eliminada en un parpadeo, y la separación entre ellos se hizo evidente. "El número de enemigos se ha cuadruplicado", murmuró Beatriz, mientras ambos se encontraban rodeados de osos cortesanos.

En medio del caos, Naegi comenzó a formular un plan. Sabía que su única esperanza era encontrar la manera de reunirse con sus amigos. "¡Usa Murac sobre Para Tres Que!", le ordenó a Beatriz, quien asintió con determinación. El hechizo funcionó, y la velocidad de Para Tres Que se duplicó, permitiéndoles esquivar a los osos que se lanzaban hacia ellos.

Naegi, con Beatriz a su lado, se movía con agilidad, pero la luz de la torre no perdonaba. Un rayo impactó contra él, y el dolor lo atravesó como un rayo. Su cuerpo se desplomó, y mientras el mundo a su alrededor se desvanecía, pudo escuchar la voz de Beatriz llamándolo, su desesperación resonando en su mente.

"No dejes a Betty sola", murmuró, sintiendo que la vida se deslizaba entre sus dedos. La imagen de su amiga, con lágrimas en los ojos, se grabó en su memoria. Pero cuando la luz volvió a brillar, todo se tornó oscuro y silencioso.

Y así, Naegi se encontró al borde de la muerte una vez más, sin saber si lo que lo había matado era la luz que lo había atravesado o el oso cortesano que se acercaba a él. La desesperanza envolvió su corazón mientras el ciclo de la muerte se repetía una vez más, dejando solo el eco de sus recuerdos en el vasto desierto.