La luz tenue de la Biblioteca Tarjeta iluminaba los rostros de Naegi y sus amigos mientras recorrían los pasillos, rodeados de estanterías que parecían infinitas. Después de haber superado la prueba del monolito, el grupo se adentró en este nuevo mundo lleno de libros que guardaban historias y secretos de aquellos que habían caminado antes que ellos. Sin embargo, la atmósfera era densa, una sensación de expectación y temor flotaba en el aire.
Naegi, siempre con su característica amabilidad, intentó desviar la atención de la inquietud que sentía. Miró a sus compañeros, especialmente a Beatriz, quien parecía en su elemento, revisando los libros con una mirada crítica. "No puedo creer que exista un lugar así", murmuró Naegi, intentando romper el silencio. "Todo el conocimiento del mundo a nuestro alcance… es increíble, ¿no creen?"
Beatriz, con una sonrisa de satisfacción, comenzó a organizar los libros, hablando casi para sí misma. "Esto no va aquí, este libro es un desastre…", decía, mientras colocaba algunos tomos. Su entusiasmo era contagioso, y Naegi sintió que su propia ansiedad disminuía un poco al ver la dedicación de la bibliotecaria. Sin embargo, cuando observó a Emilia y Anastasia, se dio cuenta de que no compartían el mismo sentimiento de asombro.
"¿Conoces alguno de estos autores?", preguntó Naegi a Anastasia, quien sacudió la cabeza. "No, ninguno. Pero hay algo en la forma en que están dispuestos que me resulta… inquietante."
Naegi asintió, sintiendo que la biblioteca no solo era un lugar de conocimiento, sino también de sombras. Al menos, eso era lo que percibía en su interior, una sensación de que cada libro no solo contenía información, sino también las memorias y emociones de sus protagonistas. Fue entonces cuando, al tocar un libro al azar, su mundo se desvaneció.
La historia que le reveló era desgarradora: una niña con piel bronceada dividida entre el bien y el mal, enseñada por su padre, un verdugo, a juzgar y castigar. Naegi sintió un dolor profundo, como si su propia alma estuviera atrapada en ese relato de sufrimiento y confusión. "¡No!", gritó, sacudido por la intensidad de la experiencia. Fue un momento en que la realidad y la ficción se entrelazaron, llevándolo a un viaje emocional que aún resonaba cuando volvió a la conciencia.
Beatriz, sorprendida por su reacción, le preguntó: "¿Qué te pasó, Naegi? Tu expresión cambió drásticamente."
"Acabo de ver la vida de Tifón", respondió, su voz temblando. "No puedo describirlo… fue como si estuviera allí, como si hubiera vivido su dolor."
A su alrededor, sus amigos intercambiaron miradas de preocupación. "¿Qué es Tifón?", preguntó Emilia, buscando respuestas en los ojos de Naegi.
"Es una de las brujas que vi en la tumba de Quina", explicó, aún sintiendo la carga del relato. "Su historia está llena de dolor y confusión sobre el castigo y la justicia. No puedo comprender cómo alguien puede llegar a tal extremo."
Mientras Naegi compartía sus pensamientos, una voz resonó desde el otro lado de la biblioteca. Era Julius, quien había tenido una experiencia similar con otro libro. Su rostro, normalmente tan elegante y seguro, mostraba señales de perturbación. "¿Estás bien, Julius?", preguntó Anastasia, acercándose a él.
"Mis más sinceras disculpas por haberlos preocupado", dijo Julius, intentando mantener la compostura. "Sin embargo, esta experiencia es realmente desagradable para el corazón."
Naegi se sintió aliviado de que no estaba solo en sus reacciones. "Lo entiendo. Es como si estos libros abrieran viejas heridas que nunca sanaron", comentó, recordando el horror que había sentido al ver la vida de Tifón.
"¿Qué libro tienes en manos?", preguntó Emilia, notando la portada. "¿Bayo y Teme Griffith? ¿No es ese el nombre del general del Imperio de Boyas?"
Julius asintió, y Naegi sintió una punzada de curiosidad. "¿Conoces a ese general?"
"Lo enfrenté una vez", respondió Julius, su mirada distante. "Pero es un recuerdo muy doloroso para mí y un asunto delicado de las naciones. Lamentablemente, no puedo compartir más detalles."
Naegi comprendió que había límites en las historias que podrían recordar o compartir, y decidió no presionar más. La conversación continuó, pero Naegi no podía dejar de pensar en lo que había aprendido sobre Tifón y el costo de la justicia.
"Los libros aquí parecen permitir al lector experimentar la vida de alguien familiar", reflexionó Beatriz. "Es un concepto fascinante, pero también peligroso. Si cada libro guarda la esencia de su sujeto, ¿qué pasaría si alguien leyera sobre un asesino o un traidor?"
"Tal vez el conocimiento es una carga", dijo Naegi, sintiendo el peso de su propia historia. "De alguna manera, estos relatos nos enseñan a comprender el dolor de otros, pero también nos muestran lo oscuro que puede ser el corazón humano."
Mientras el grupo continuaba explorando la biblioteca, Naegi sintió una creciente inquietud. Había algo más allá de los libros, algo que los observaba desde las sombras de la historia. Sin embargo, antes de que pudiera profundizar en sus pensamientos, una nueva voz resonó en el aire, un eco de desesperación que anunciaba el siguiente capítulo de su viaje.
Los relatos de las brujas estaban lejos de terminar, y Naegi se sintió preparado para enfrentarlos. Aunque su mala suerte a menudo lo llevaba a situaciones peligrosas, sabía que su empatía y deseo de entender a los demás podrían guiarlo en su camino. Así, con el corazón latiendo fuerte y la determinación brillando en sus ojos, Naegi se adentró aún más en las profundidades de la Biblioteca Tarjeta, listo para descubrir los misterios que aguardaban entre las páginas.
La atmósfera en la biblioteca era densa, como si cada estante de libros contuviera secretos oscuros que estaban a punto de ser revelados. Naegi, tras el reciente descubrimiento del libro de otra bruja, se sentía más centrado que antes. La experiencia de leer sobre las vidas de las brujas, aunque pesada, le había otorgado una especie de serenidad. En su corazón, sabía que debía seguir adelante, no solo por él, sino por sus amigos, quienes confiaban en su capacidad para guiarlos en este laberinto de conocimiento.
"Emilia," comenzó Naegi, con un tono suave y amigable, "esta vez encontré el libro de otra de las brujas. Se llamaba Segment."
Emilia levantó las cejas, mostrando un interés genuino. "¿Conoces a Segment?"
Naegi asintió, con una sonrisa tranquila. "Sí, pero solo por lo que leí. ¿Tú conoces a las demás brujas?"
La expresión de Emilia se tornó melancólica. "Lo siento, no llegué a conocer más. Solo tengo recuerdos fragmentados de ellas."
"No te preocupes, está bien," respondió Naegi, tratando de infundir un poco de optimismo en la conversación. Su voz era un suave bálsamo en medio de la incertidumbre de su situación.
Mientras tanto, el resto del grupo se encontraba preocupado. La desaparición del camino hacia las escaleras inferiores había sembrado un clima de inquietud. La biblioteca era un laberinto sin fin, y la única opción parecía ser avanzar hacia arriba, aunque no había señales de escaleras que los llevaran a otro lugar.
"Estamos atrapados aquí," murmuró Julius, cruzando los brazos en frustración. "Si esto es una prueba, necesitaremos mucha más ayuda. Necesitamos al menos un millón de personas para leer todos estos libros. No creo que podamos hacerlo solo nosotros siete."
Naegi sabía que Julius tenía razón. La magnitud de la tarea que tenían por delante era abrumadora. Sin embargo, no podía dejar que la desesperación se apoderara de él. "Quizás podamos encontrar pistas en estos libros que nos ayuden a salir de aquí," sugirió Naegi, intentando mantener el ánimo del grupo.
En ese momento, decidió llamar a Chawla, quien apareció de la nada y aterrizó junto a él con un salto. "¡Maestro!" exclamó, abrazándolo con tanta fuerza que Naegi sintió que sus huesos podrían quebrarse.
"¡Espera, Chawla! No puedo quedarme de pie si me abrazas así," dijo Naegi, riendo un poco, pero intentando mantener su seriedad.
"Entonces, ¿me dejarás abrazarte si vengo más lento?" preguntó ella con una sonrisa traviesa.
"Tal vez, pero no quiero arriesgarme," respondió Naegi, sintiendo que la vida en la biblioteca, a pesar de su peligro, podía ser más llevadera con el humor de Chawla.
A medida que continuaban conversando, Chawla reveló un secreto inquietante. "Si intentan escapar de la torre, tendré que matarlos. Es un mecanismo de la torre que controla mi cuerpo, aunque no quiera hacerlo."
La declaración dejó a todos en un silencio tenso. Julius, en un intento de obtener más información, preguntó: "¿Sabes dónde están las escaleras?"
"No lo sé. Nunca he subido más allá del cuarto piso," confesó Chawla, y su voz se convirtió en un susurro.
Fue entonces cuando Emilia, con una mirada de determinación, exclamó: "¡Las encontré!" Había descubierto un pasaje oculto en la biblioteca que conducía a las escaleras. Con esperanza renovada, el grupo se dirigió hacia arriba, con la promesa de que podrían encontrar respuestas.
Al llegar al cuarto piso, se encontraron en una habitación blanca, más grande que las anteriores. En el centro, había un objeto que capturó su atención: una espada, que parecía brillar débilmente bajo la luz.
"Esta habitación es diferente," observó Emilia, mostrando una mezcla de asombro y curiosidad. "Me tomé el tiempo de contar los pasos, y estoy segura de que nos demoramos más en llegar aquí."
Naegi se acercó a la espada. Al igual que con el monolito anterior, sintió una extraña atracción hacia ella. Cuando la tocó, una voz resonó en su mente: "Ve a la espada y consigue el perdón de ese tonto."
La confusión se apoderó de ellos por un momento, hasta que un hombre de cabellera roja apareció ante ellos. Su mirada era fría y ausente, y su vestimenta, un gran kimono rojo, lo hacía parecer imponente. Cuando Chawla lo vio, su expresión se transformó en horror.
"¡Maestro, ayúdame!" gritó, saltando a los brazos de Naegi, quien no supo cómo reaccionar.
"¿Quién es este tipo?" preguntó Julius, tratando de mantener la calma.
El hombre, con voz básica y tosca, comenzó a hablar. "Nan ome... ¿dónde estás, mujer? ¡Mujer erótica, niño pequeño!"
"Esto no tiene sentido," murmuró Julius, frunciendo el ceño.
"Soy yo, o me," respondió el hombre, ignorando la confusión a su alrededor. Naegi no pudo evitar sentir que aquel individuo, con su actitud primitiva, era un enigma en sí mismo.
"Así que tú eres el examinador," dedujo Naegi, sintiendo que la situación se volvía cada vez más extraña.
"No sé lo que soy. No me importan los títulos," respondió el hombre, como si las palabras fueran solo un eco de su pensamiento. "Solo soy un palo o un palillo."
Mientras la tensión en la habitación aumentaba, Naegi comprendió que para avanzar, tendrían que obtener el perdón de este extraño individuo. La voz en su mente resonaba aún, instándolos a actuar.
Era claro que el examen del segundo piso de la Gran Biblioteca de las Pléyades había comenzado, y el verdadero desafío apenas estaba por comenzar.
Así, con el peso de la incertidumbre sobre sus hombros, Naegi y sus amigos se prepararon para enfrentar este nuevo capítulo de su aventura, donde cada decisión podría llevarlos a la salvación o a la perdición.